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Capítulo 17 • Batallas (I)

Primera realidad · Año 2060 · 28 de Abril · Inglaterra

Como de costumbre, desperté en mi celda un día más con las primeras luces del alba. Recostada sobre un mullido colchón, empecé a desperezarme. Después, tras dar los buenos días al pequeño que dormía en mi redondeada tripa, me destapé de la sábana y me levanté en dirección a la estantería que desde hacía unos meses Cormac había llenado con sus novelas preferidas.

Finalmente, fue la Historia Interminable aquella por la que acabé decidida. Pues, aunque ya la había leído varias veces, no podía leer una novela mejor en el día que debía lograr mi libertad.

Y de pronto, escuché pequeños golpecitos en la puerta. Era Cormac trayéndome el desayuno. Huevos revueltos con beicon, tostadas con tomate y dos tazones de café con leche sobre una bandeja con sus correspondientes platos y cubiertos.

Uno de mis desayunos favoritos, como los que solía preparar mi madre antes de que Aaron me raptara de nuevo.

Pronto, mis ojos resplandecientes y mi sonrisa de oreja a oreja me convirtieron en niña otra vez.

- ¿Y este increíble desayuno? ¿es por algo en particular? -le pregunté a mi celador entusiasmada.

- Lo cierto es que sí. Si no recuerdo mal, hace tiempo me dijiste que hoy era tu cumpleaños. Así que, pensé que podía desayunar contigo como regalo -me reveló Cormac mientras se sentaba a mi lado.

- Sí... Bueno. La verdad es que hoy es cuando cumplo los treinta, aunque suelo aproximarme la edad porque no me gusta que me subestimen por parecer demasiado pequeña -le respondí un tanto nerviosa, entre avergonzada por la ilusión que me hacía aquello y lo feliz que estaba por poder celebrar con él una fecha tan destacada para mí.

- Déjame ver el libro. Con que la Hisoria Interminable, ¿eh? La verdad es que es uno de los mejores libros que se han escrito. ¿Es tu favorito? -me preguntó repentinamente tras robármelo de entre las manos.

- Uno de ellos, sí. Me he quedado por la parte en la que aparece el último de los Comepiedras -le respondí más tranquila, pero todavía emocionada.

- Y el bebé, ¿cómo está? -me preguntó bastante interesado.

- Creo que va a dar una patada -le dije mientras colocaba su mano en mi barriga.

Y así, con su mano sobre ella, mirándome a los ojos durante un prolongado espacio de tiempo, Cormac me besó, y por alguna extraña razón, no me sentí forzada ni incómoda al hacerlo. Sin embargo, en milésimas de segundos vino a mi mente el rostro de Nathan y me alejé.

- ¿Rose? ¿qué te pasa?... -me susurró al oído, transmitiéndome cierta preocupación.

- No lo sé... estoy confundida... -le respondí un poco desorientada, sin poder mirarle a la cara.

Me sentía fatal.

- Me había dado la impresión de que querías besarme... perdona si me he confundido -me comentó, también arrepentido.

- No lo sé Cormac. No lo sé. Yo... estoy enamorada de otro hombre. Lo nuestro... no puede ser -le contesté tremendamente confundida moviendo la cabeza de un lado a otro tratando de mostrarme a mí misma mi propia desaprobación.

- Vale, tranquila, no pasa nada. Pero acabemos de disfrutar del desayuno, ¿te parece? -expresó de forma muy comprensiva y enternecedora.

- Vale, sí. Hagamos como que esto no ha pasado, por favor -le rogué un poco asustada, mirándole fijamente con los ojos vidriosos.

- Así será -añadió serio.

Después nos terminamos el desayuno con tranquilidad, haciendo caso omiso a lo que había sucedido. Y al cabo de un rato, Cormac se marchó, recordándome también que ahora que Blanche había vuelto al castillo, me diría el sexo del niño.

Y así, sola de nuevo, me dispuse a seguir disfrutando de mi novela. Sin embargo, veinte páginas más tarde, fue una alarma la que interrumpió mi lectura.

Pronto, en aquellas primeras horas de la mañana, la fortaleza entera empezó a movilizarse.

Voces agitadas, pasos apresurados, sonidos metálicos... Estaba claro, Nathan había llegado.

- Debe haber burlado a los primeros guardias en la puerta principal - pensé.

Sin embargo, después de varios años observando el perímetro, tenía claro que aquella puerta que cerraba la muralla no era desde luego el mayor obstáculo con el que se iban encontrar.

Los muros de piedra eran muy antiguos y no sería difícil para un grupo de científicos resquebrajar la muralla con altos cambios de temperatura o con explosivos que Gérard, experto en todo tipo de sustancias explosivas (dinamita, pólvora negra, TNT, nitroglicerina...), pudiera haber fabricado.

No, el muro no era el problema. Localizarme y eludir a las SSF eran los verdaderos retos. Sobre todo, tras la primera derrota en la batalla de Carlisle, en donde ninguno de nosotros pudo estar a su altura.

Y aunque en aquel tiempo tuvimos varias semanas para preparar el golpe al Parlamento Británico, contactar con el otro mimético y armarnos sin que Atenea pudiera confirmar sus sospechas sobre nuestra "traición", el desconocimiento sobre el grado de protección al que estaría sometido el ministro fue lo que nos hizo perder esa batalla.

Cormac, Davis y Harrison, al mando de la guardia secreta del presidente, fueron el principal obstáculo aquella vez. Con sus armas y soldados consiguieron que mi gran habilidad con los revólveres, los explosivos de Gérard, el fulminante fusil de Odette, el arco compuesto de Nathan y las dagas curvas de Sirhan únicamente pudieran ayudarnos a entrar en la sala de reuniones del edificio parlamentario, pero no a salir.

Así pues, durante la batalla de Carlisle, Odette, como francotiradora, sólo era útil a grandes distancias, por lo que no entró junto al resto y únicamente se encargó de abrirnos paso entre los guardias exteriores. Por su parte, Cormac y yo nos mantuvimos ocupados mutuamente, poniendo a prueba nuestra puntería entre el humo que los explosivos de Gérard habían generado mientras trataba de avanzar junto a Nathan y Sirhan entre los amplios espacios interiores.

Tras perdernos entre las estancias de los pisos inferiores, ellos tres y los pocos hombres que pudimos llevar con nosotros con la secreta ayuda del presidente francés, Étienne Lambert, a quien logramos convencer del asedio al Parlamento tras mostrarle diversas pruebas incriminatorias sobre el incidente de Eskdale, de donde Sirhan pudo escapar tiempo atrás, tuvieron que entretener de alguna forma al resto de soldados rasos por los que empezaron a ser perseguidos mientras intentaban llegar a los pisos superiores, en donde debía encontrarse el presidente y su séquito de ministros.

Aquella vez sentí que las horas corrían en lugar de pasar.

Gérard y yo nos quedamos atrás, reteniendo a buena parte de la policía secreta, mientras el resto del ejército británico se dirigía hacia el Parlamento y nuestras posibilidades de salida se minimizaban cada vez más.

Al final, sólo Gérard y Nathan pudieron escapar. Pues, después de que Nathan y Sirhan llegaran a la sala de reuniones, las cosas empezaron a complicarse.

Ya allí, con la mayoría de ministros aterrados y rogando por su vida, Nathan preparó su arco y apuntó a Aaron dispuesto a matarle, sin embargo, una inesperada espada atravesó su hombro justo en el momento del disparo, alterando la dirección de la flecha, que acabó matando a John Fisher, el presidente de Inglaterra. Y estando tan gravemente herido, Nathan perdió su oportunidad de matar a Aaron.

Por su parte, Sirhan entabló combate con Yona Davis, quien había salvado la vida al ministro de defensa y asuntos exteriores minutos antes, al tiempo en que le exigía a Nathan que volviera a por mí, para que pudiera ayudarle con la herida de la que no dejaba de salirle sangre.

No obstante, Nathan no pudo llegar a los pisos inferiores en los que me encontraba, puesto que una de las bombas de Gérard, con la que pretendió acabar con la mayoría de soldados que avanzaba por el pasillo hasta la estancia en la que se encontraba, derrumbó todo el suelo, y con ello, aunque se llevó a muchos enemigos por delante, cortó totalmente el paso por las escaleras que llevaban al lugar donde me encontraba.

Poco después, Nathan se encontró con Gérard, quien tras abrir un boquete frente a su estancia, se estuvo colocando un arnés para salir por la ventana mientras Odette se encargaba de vigilar que nadie más le disparara, tal como habíamos acordado que haríamos en caso de no encontrar otra salida.

Así pues, dadas las circunstancias, Nathan no tuvo más remedio que tratar de hacerse un torniquete y escapar del mismo modo que Gérard, rezando porque Sirhan y yo pudiéramos apañárnoslas por nuestra cuenta.

Sin embargo, eso no fue lo que ocurrió. En no mucho tiempo el resto del ejército británico llegó a la sede del gobierno, y Sirhan y yo, totalmente inmovilizados por Davis y Cormac, no pudimos hacer nada más que resistir, hasta que finalmente fuimos esposados.

Y ahora, mientras pienso en lo ocurrido y los siete difíciles años que han pasado desde entonces, no puedo evitar ilusionarme al oír cómo el sonido de las explosiones y los disparos se escuchan cada vez más y más cerca.

Y aunque no puedo saber si venceremos esta vez, lo que sí sé es que mis esfuerzos por llegar hasta aquí no han sido en vano. No cuando el amor de mi vida está entrando ahora mismo a través de mi ventana.

- ¡¡Ro!! -gritó Nathan entre lágrimas y una enorme sonrisa, mientras corría a abrazarme.

- ¡¡Na...!! -intenté decir su nombre, pero me besó antes de poder hacerlo.

* * *

Aviso especial 🌸☕️🪔

En esta Cuenta de Instagram @losguardianesdeltiemposaga subiré imágenes de la obra (diseños conceptuales de los personajes y paisajes que aparecen) con un trocito extra de información durante la semana.

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