Capítulo 15 • Revelaciones (II)
- ¿Pero cómo que el bosque infundió en mí su alma? ¡Eso no puede ser! -le contradije de nuevo, un poco alterada por lo disparatado que me parecía todo.
Entonces, la llamarada cobró fuerza de golpe. Y eso me dio qué pensar. Ya iban varias veces en las que se movía en momentos tan específicos que daba la sensación de que quisiera comunicarme algo de verdad.
- ¿De verdad este fuego es el espíritu del bosque? -pregunté entonces, todavía reacia, pero más abierta a creer sus disparatadas explicaciones.
- No pequeña, es una forma con la que nosotros podemos comunicarnos con él. El alcance de su espíritu no tiene límites dentro de la naturaleza que forma parte de la región. Otras, por su parte, están protegidas por otros bosques, muchos de los cuales, permanecen dormidos de por vida, a diferencia de éste. Pues no necesitan de nadie para protegerse -me explicó en una calma total que infundía paz.
Se sentó entonces, de nuevo, una vez hubo encontrado las hierbas que necesitaba para seguir elaborando el remedio que tanto rato llevaba preparando con varias hierbas y ungüentos.
- Pero, ¿por qué yo? -añadí extrañada, mucho más calmada.
- Lo cierto es que esto es bastante inaudito. Hasta el momento, los bosques no habían hecho cambios como éste. Algo debió alterar al bosque de Quebec y hacerle sentir amenazado. Probablemente eso es lo que le hizo despertar -reflexionó pensativa.
- Igualmente, es ahí donde hallarás las respuestas que buscas, lo presiento -concluyó con determinación.
- Hmm... -añadí pensativa. Todo aquello parecía un sinsentido y, sin embargo, empezaba a tener algo de sentido.
- Ambos llevamos esperando tu regreso desde hace años, pero hasta hoy no había sabido que eras tú -me confesó esperanzada, mientras lanzaba a las llamas la mezcla de hierbas que había preparado.
- ¿Desde hace años? -pregunté mientras las llamas empezaban a cobrar forma.
Entonces, el fuego se avivó más y en él apareció una imagen de cuando era pequeña. Estaba dormida dentro de un árbol. Mis dedos se habían convertido en raíces, al igual que mi pelo, los cuales, se estaban integrando dentro del tronco del mismo. Y a su alrededor, motas de polvo dorado flotaban en el aire.
- Desde que este bosque milenario empezó a perder su vitalidad -matizó.
- Fue entonces cuando me requirió no sólo para proteger su portal y sus secretos, sino también para cuidar a la nueva raza de humanos que nacería de él y que, de acuerdo con lo que afirma, decidió desarrollar en un intento por sobrevivir, sobrepasando los límites de su forma física -me explicó pausada y tranquilamente.
- Entonces, ¿de verdad me estás diciendo que si soy una mimética es porque el bosque de Quebec así lo ha decidido? -reiteré mi pregunta con cierta desconfianza.
Y de nuevo, la llama se elevo con vigorosa fuerza.
- Eso parece, ¿no crees? -reflexionó con ternura.
- ¡Pero mi padre me dijo que muté en una fuga radioactiva, estando en Francia además! ¡No puede ser! -le contradije alterada, levantándome del suelo al no saber cómo contener la frustación.
- Puede ser cierto, joven. Pero si la transformación se ha llegado a dar, estoy segura de que ha sido gracias a las fuerzas de la naturaleza -me discutió con firmeza, sentada de nuevo con las piernas entrecruzadas y el bastón sobre ellas.
- Todo esto es muy extraño. Eso sí que lo tengo yo claro. Pero llegaré al fondo de todo esto -le comuniqué con determinación.
- Buena decisión -me respondió con contundencia.
- Debería marcharme ya, ¿puedo? -se lo comuniqué lo más amable que pude. Estaba saliendo el sol y debía dormir algo si quería ayudar a mis compañeros en las investigaciones que teníamos estipuladas para ese día.
- Ve, ve -me espantó con el bastón.
- Su espíritu también quiere irse. Parece satisfecho -concluyó así, envuelta en esa aura de sabiduría y paz.
Al instante, la anciana lanzó a las llamas una viscosa mezcla color plata que contenía uno de los tarros y el fuego se consumió.
Después de aquella reveladora y mística experiencia, la anciana y yo volvimos a la casa, y a partir de entonces nuestros caminos se volvieron a separar, manteniendo en secreto todo lo ocurrido en aquella noche tan peculiar.
Más adelante, mi equipo y yo regresamos a Francia. Y una vez allí, Aaron y yo quedamos de nuevo para ponernos al día y renovar el contrato por cinco años más, estipulando la experimentación con ratas y ratones para comprobar las hipótesis desarrolladas y a partir de ahí poder probar diferentes formas de mímesis con las que desarrollar una cura para las mismas.
Fue pues, un año después de la llegada de Nathan al equipo cuando todo se empezó a torcer.
Pero Nathan no tuvo nada que ver con el problema. Nunca llegó a enfrentarse con Atenea, pese al gran rechazo que le suponía su propia existencia. Pues, no soportaba su claro favoritismo en comparación al maltrato del resto.
Sin embargo, ese mismo año en el que volvimos de Canadá, fue cuando descubrí por accidente el coste humano que suponían tales experimentos. Lo que verdaderamente eran aquellas ratas que Aaron había empleado como sujetos de pruebas en sus laboratorios ingleses, tomando como referencia las fórmulas y avances que le fuimos compartiendo, en un intento por ahorrar tiempo con los nuevos experimentos.
Pues, aunque los códigos de las ratas estaban cifrados por Atenea y me fue imposible acceder a ellos sin la contraseña del ordenador que no estaba autorizada para dármela, recordaba que mi madre me había hablado en su momento de un cajón que durante sus años como investigadora compartió junto a mi padre para guardar en un papel las contraseñas, dado que ella era una persona muy despistada y olvidadiza.
Y así logré encontrarla.
Me dispuse a abrir todos los cajones del lugar mientras el resto de mis compañeros continuaba con sus investigaciones. Y finalmente, encontré un cajón bastante antiguo cuya cerradura me era familiar, aunque no sabía el porqué.
Esa corazonada me llevó a encontrar algo que me era mucho más familiar, pero también, algo que mi padre nunca hubiera podido imaginar que sería lo que le delataría y me volvería en su contra.
Con un destornillador logré forzar el cajón y dentro de él encontré las hojas que buscaba. Pero hubo algo más, algo mucho más importante que se llevó toda mi atención.
Concretamente, un libro. Un libro que me resultaba altamente familiar. Pues ese libro era el diario en el que estoy escribiendo ahora mismo, pero también, aquel que llevaba conmigo en su momento, cuando huía del laboratorio en busca de mi padre dieciocho años atrás.
Un libro del que pensé que muy probablemente, tras dormirme en el bosque y ser rescatada por la policía, se me quedó allí olvidado, siendo mi padre la persona que debió encontrarlo y esconderlo ahí por algún motivo.
¿Qué motivo? Cuando lo abrí pensé inmediatamente que era por la información que contenía, sobre todo las diferentes fichas e informes quemados que guardaba en su interior, siendo prueba evidente de lo que era Aaron. Un científico desquiciado, pero también, un psicópata asesino.
No obstante, no tardé mucho en darme cuenta de que yo era la única persona en aquella sala con la capacidad para poder abrirlo. Y eso decía algo más de él, pero también, y sobre todo, algo más de mí.
Yo lo interpreté como consecuencia de mis habilidades arbóreas, dado que el libro se encontraba bordeado por raíces y hojas. Y no sólo eso, la energía que emanaba la sentía como si fuera propia.
Dichas conclusiones vinieron a mi mente después de que Atenea tratara de abrirlo una vez se me cayó al suelo, sin poder hacerlo no obstante. Ella, por su parte, según dijo, quiso cogerlo para entender qué me había causado que me mareara de una forma tan fuerte y tan repentina, con tal de ayudarme. Pero no era cierto.
Fueron unos instantes después cuando Atenea advirtió a los demás de las nefastas condiciones en las que me encontraba, pidiéndoles agua y algo de comer, con la intención de que volviera en sí, o al menos eso es lo que hizo parecer. Pero realmente, les pidió a todos ellos que comprobaran lo que había en el libro para poder ayudarme, por si se daba la casualidad de que alguno de ellos, al contrario que ella, era capaz de abrirlo.
Pero no fue el caso, ni tampoco yo confirmé poder abrirlo una vez recuperé el conocimiento, dado que Atenea, al ser compañera de mi padre, ya no me generaba la misma confianza que antes.
Al final, les expliqué a todos, a modo de excusa, que había tenido bajadas de tensión con frecuencia en los últimos días y que ésa había sido simplemente una más, después de hacer demasiada fuerza para abrir el cajón porque me resultaba familiar, pese a que no recordaba el motivo.
Y así, durante la jornada laboral restante guardé para mí todo aquello que pude ver y, sobre todo, lo que pude recordar tras leer las primeras páginas de mi diario, las cuales, me situaban en el incidente del diez de septiembre del año 2030, en Canadá.
Leer aquello... me ocasionó el shock. Aunque realmente el mareo vino por todo. Los oscuros recuerdos, las imágenes antiguas, la sangre... Pero, lo que verdaderamente provocó que la cara se me tornara blanca y empezara a marearme fueron aquellos informes de niños con la cabeza rapada, desnutridos...
Estaban numerados del mismo modo en el que Aaron hablaba de sus "ratas", pero únicamente dos de ellos permanecían sin tachar. El sujeto 012 y el sujeto 0, de entre los cuales, me reconocí como el segundo de ellos.
Esa misma noche, cuando Nathan y yo nos fuimos al piso en el que vivíamos, invité a cenar al resto de nuestros compañeros de trabajo, ya por entonces buenos amigos. Fue así cómo Daniel, Odette y Gérard vinieron a mi casa por primera vez, pero también, cómo quedaron involucrados en la conspiración que llevaríamos a cabo.
Así pues, justo después de que entrara el último por la puerta, los reuní a todos en torno al sofá del comedor, abrí el libro y les mostré lo mismo que había podido ver horas antes.
Todos quedaron horrorizados.
Les expliqué también las conclusiones que había sacado sobre el libro, pese a no poder confirmarlo con seguridad. Entre ellas, mi clara vinculación con él, pues era la única que había podido abrirlo. Aunque sobre eso, Nathan también sugirió la posibilidad de que el libro tuviera alguna vinculación con el bosque de Quebec. Pues, le transmitía las mismas sensaciones que le generaba el bosque cuando vivía cerca de allí.
De esta manera, siendo conocedores de la verdad, estuvimos de acuerdo en que era necesario poner fin al proyecto lo antes posible. Y con tal fin, estuvimos toda la noche ideando un plan que pudiera desmantelarlo.
Sin embargo, llevarlo a cabo no fue nada sencillo. Durante meses tuvimos que continuar trabajando, fingiendo que nada había cambiado.
Mientras tanto, quisimos ponernos en contacto con el otro niño de la fotografía que, entendíamos que seguía con vida, al mismo tiempo en que tratábamos de reunir todas las pruebas que pudieran confirmar nuestra versión de los hechos.
Pues, aunque el diario demostraba que había sido objeto de estudio y experimentación humana para nosotros, no mencionaba el nombre de mi padre ni el mío en ningún momento. Y, por lo tanto, aquella niña perdida que buscaba a su padre en las primeras páginas del diario, no podía identificarse conmigo y con los experimentos realizados sobre mi persona de ninguna manera.
Del mismo modo, esta noche Aaron continúa utilizándome como su marioneta, y aunque una vez acepté doblegarme y trabajar para él, por amor y desconocimiento, eso no quiere decir que mi odio no pueda volverle con más fuerza.
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Aviso especial 🌸☕️🪔
En esta cuenta de Instagram @losguardianesdeltiemposaga subiré imágenes de la obra (diseños conceptuales de los personajes y paisajes que aparecen) con un trocito extra de información durante la semana.
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