Capítulo 14 • Revelaciones (I)
Primera realidad · Año 2060 · 6 de Enero · Inglaterra ·
Segunda Parte
Durante los seis primeros años que estuve trabajando con ellos todo marchó como la seda. Fue en ese tiempo cuando más descubrí sobre el funcionamiento de mi "enfermedad" y cuando pude comprobar también las hipótesis de Aaron, confirmándole parte de sus sospechas y elaborando una fórmula que reflejara lo sucedido en ese entonces.
Sin embargo, sus hipótesis sobre que mis características procedían del momento de la explosión nuclear, no cuadraban con las conclusiones, ni se hacían posibles por varios motivos.
En primer lugar, porque yo misma había sobrevivido a los cinco años de supervivencia que las estadísticas mostraban como posible y, en segundo lugar, porque mi madre nunca desarrolló ninguna condición vegetativa.
A raíz de ello, pensé que podía haber ocurrido dos cosas. O bien que la fórmula no era del todo correcta y había alguna variable que no estaba considerando, o bien que aquello que me contó mi padre no era del todo cierto y mi afección fue desarrollada a posteriori, tras nacer.
Así pues, pese a todo, continué con la investigación. Pero, al no encontrar una explicación lógica a mi proceso de mímesis, decidí viajar con mi equipo al mismo lugar en el que mi padre me dijo que había estado tratando mi enfermedad. Tiempo además en el que Nathan, ya con veintidós años y con la carrera recién terminada, había viajado hasta Francia para unirse a nosotros, teniendo que regresar poco después a sus tierras para ayudarnos a buscar la solución a aquellas incógnitas.
Nos alojamos pues, en la casa de Nathan, en la ciudad de Quebec. Imagen por excelencia de la colonización francesa del siglo XVII en Canadá, tanto por nuestra pequeña invasión como por las propias arquitecturas de la ciudad, que hace siglos fue rebautizada como "Nueva Francia".
Tal influencia quedaba patente, desde luego, en sus calles estrechas, pero también, en sus numerosas casas de piedra gris, cuyos verdosos y azulados tejados en pico o en tipología mansarda, perseguían el estilo de los Hotels y los Château franceses de la época constructiva del Palacio de Versalles.
Me llamó la atención asimismo que las casas estuvieran rodeadas por una muralla sin derruir, sobresaliendo sobre ésta debido a las empinadas rampas que las repartían en diferentes alturas, bajo un importante edificio con las mismas características arquitectónicas, pero construido a gran escala.
Éste era, según me explicó la abuela de Nathan, un edificio decimonónico conocido como "Chateau Frontenec", el cual, dominaba toda la ciudad desde la cima del cerro que formaba parte de la misma.
Sin embargo, no fueron las noches sin dormir, ni los numerosos ensayos y pruebas que hicimos a lo largo de aquellos años los que me permitieron avanzar en el proyecto, no. Fue la peculiar anciana que cuidó a los hermanos Brown tiempo atrás, quien una noche, después de muchas en aquella casa, vestida como si fuera un chamán, con ropa de piel de tortuga, realizó unas danzas en torno a un fuego encendido en su jardín trasero que me mostraron las respuestas que necesitaba.
- Perdone, ¿puedo preguntar qué está haciendo? -pregunté con curiosidad, pero también nerviosa.
Estaba preocupada por cómo pudiera reaccionar a mi intromisión
en lo que parecía ser una danza privada, a la cual no estaba invitada.
- Escucho a la naturaleza -me respondió tranquila, mientras se recostaba con cuidado sobre el césped, sentándose con las piernas entrecruzadas frente al fuego y entrando en lo que parecía ser un estado meditativo.
- ¿Escuchas la naturaleza? -pregunté extrañada.
- La naturaleza es poderosa. Y ahora que ha vuelto a despertar, es conveniente preguntarle el porqué -me manifestó reflexiva, invadida por una especie de aura.
- ¿Cómo que ha despertado? -le interrogué desconcertada.
- Siéntate y observa -me respondió con una leve y pausada voz.
Me senté entonces. Y de pronto, las llamas se elevaron con ímpetu.
- ¡Wujujú! Esto es bueno -exclamó entonces, frotándose las manos de la emoción.
- ¿Qué pasa? Yo no he visto nada -añadí extrañada.
- Estando tú aquí, el contacto con el espíritu del bosque es mucho más fuerte -me explicó entusiasmada.
Segundos más tarde se giró hacia mí y acercó su oído al fuego.
- Sí... ajá... ya veo... sí -empezó a balbucear mientras mantenía su oreja junto al fuego.
- Has estado antes en Quebec, ¿verdad? -me preguntó inquieta, mirándome de una extraña manera mientras escuchaba el sonido de las llamas.
- Ssi, sí... estuve de pequeña -le pregunté nerviosa, un poco incómoda.
- El espíritu del bosque me indica que eres tú -me comunicó con una seria voz, pero con brillo en su mirada.
- ¿Quién? ¿yo? -pregunté confusa.
- Una de los elegidos -me respondió convencida.
- ¿Una de los elegidos? -repetí extrañada.
Intentaba comprender qué estaba queriendo decirme aquella extrafalaria mujer de bronceada piel, ojos marrones y diminuta estatura, quien llevaba su pelo canoso recogido en dos trenzas, además de llevar la cara decorada con lo que parecía ser sangre seca.
- Eres la razón por la que el bosque ha vuelto a despertar -resaltó esperanzada, teniéndola casi encima mío, con su mirada clavada en mí.
- Tenía la sensación de que eras la niña de la que habla la leyenda de "El festival de la magia", y por lo que parece, la intuición aún no me falla -añadió con orgullo.
- No me diga que cree eso porque la llama se ha elevado un poco cuando me he sentado -le juzgué deliberadamente, reprobando de una forma clara y directa aquellas prácticas espirituales que mi científica superioridad moral consideraba un sinsentido.
- No es una llama cualquiera, joven. En eso se equivoca, y mucho -me reprochó y golpeó en la cabeza con un bastón de madera que llevaba consigo.
- ¡Ay! -me quejé.
- Si dices más estupideces te volveré a dar -me advirtió con desdén.
- A través de esta llama el bosque puede comunicarse con humanas como nosotras, o más bien, con humanas como yo -trató así de hacerme entender la suma importancia de aquella llama que había juzgado sin saber.
- Pero si el bosque no tiene vida, ¿cómo va a comunicarse con nosotras? -le refuté escéptica.
- Ah, ¿no tiene vida? Y entonces, ¿esto qué es? -añadió con dureza mientras cogía mi brazo para señalar la corteza que lo formaba.
- No, no, no lo sé del todo. Hemos venido para averiguarlo -le respondí dudosa e incómoda.
- ¿Pero eso a usted qué le incumbe? -le reproché herida, no me había gustado que me expusiera de esa manera.
- En todo, pues parte de Quebec vive en ti y mi misión es protegerle -me respondió con dureza.
- ¿Cómo que parte de Quebec vive en mí? -le interrogué extrañada. La mayoría de las cosas que decía no tenían sentido.
- Por eso no puedes ser humana. Esa nueva raza a la que perteneces forma parte del bosque, a quien he jurado entregar mi vida -concluyó.
- ¡Claro que soy humana! -le contradije muy en desacuerdo, elevando la voz.
- No, no lo eres. No puedes serlo. No puedes ser humana si tu alma es el alma de Quebec. Él decidió concederte su alma antes de que ambos murieseis. Así lo ha dicho y así será -me explicó ceñuda.
- Lo siento señora, pero, eso no puede ser. Creo que debo irme ya. Mañana madrugo y esas investigaciones sí que podrán darme esa explicación que necesito -le paré en seco. Aquella situación se nos estaba yendo de las manos.
Me levanté pues, con prisa. La situación era demasiado surrealista para una mente científica como la mía. Pero cuando vi la llama volver a elevarse, me paré un instante.
Traté de alejarme de allí, pero conforme más lo hacía, la llama crecía más y más, como si tuviera vida. Y no pude seguir. Pues, no podía obviar aquel extraño suceso.
- No creo que debas irte, el bosque quiere decirte algo y no es bueno enfadar a un bosque temporal como éste. Su poder es inmenso y una vez despiertan, nunca se sabe qué decidirán -me advirtió en un tono más severo, mientras empezaba a preparar un mejunje en uno de los cuencos que tenía allí, además de otros utensilios esparcidos por el suelo, algunos de ellos con hierbas o especias y algunos otros con líquidos espesos.
- Está bien, dime lo que sea y me marcharé -acepté a regañadientes.
- El bosque... percibe un temor en ti. Algo relacionado con tu padre y con esa corteza que te envuelve...-me advirtió con preocupación.
- ¿Cómo sabes eso? ¿te lo ha dicho Nathan? -inquirí desconfiada.
Estaba un poco asustada.
- ¿Nathaniel? No cariño, para él soy solo la abuela que le contaba mitos y leyendas cuando era pequeño. Nunca me contaría una investigación tan complicada como esa que estáis haciendo. Y así es como debe ser -me explicó apenada, pero también, con gran amabilidad y ternura en su voz.
- ¿Por qué debe ser así? -le pregunté un poco triste.
Me sabía mal. Pese a las extravagancias que le envolvían, parecía buena persona.
Así pues, finalmente decidí sentarme junto a ella frente al fuego y quedarme a escucharla. Al fin y al cabo, realmente tampoco perdía nada.
- Las personas como nosotros tenemos la obligación de mantener en secreto nuestra identidad al resto de humanos. Pues, en el caso de descubrirnos, perdemos todos nuestros recuerdos y somos sustituidos por otra persona que pueda realizar nuestra tarea debidamente -me explicó con dureza, mientras continuaba machacando las hierbas en el mortero.
- Pero, ¿qué eres? -le pregunté intrigada.
Soy una guardiana. Me llamo Innoko y soy la guardiana del bosque de Quebec. Pero no soy la única. Cada bosque temporal tiene su propio guardián. Pues, son los propios bosques quienes nos eligen. Y me da a mí que eso mismo es lo que ha ocurrido contigo - respondió esperanzada.
- ¿Cómo? No entiendo nada -pregunté desconcertada.
- Nosotros nos encargamos de proteger sus portales, criaturas y secretos de personas malintencionadas. Igualmente, ayudamos a las buenas personas a poder aprovechar sus cualidades y a conectar con ellos, sobre todo si así lo desean. Somos, en este sentido, un puente entre la humanidad y la fuerza vital de la naturaleza -concluyó así su explicación.
- Entonces, si me lo has contado y no te ha pasado nada... -añadí reflexiva.
- Efectivamente, es porque no eres humana. Al menos, no del todo -matizó con la mayor delicadeza que pudo.
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