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Capítulo 12 • Reencuentros (II)


No obstante, antes de aceptar su oferta de trabajo, le exigí una reunión en persona.

Había demasiadas preguntas sin respuesta que no dejaban de ir y venir a mi mente, empezando por el motivo de su desaparición y terminando con la razón por la que estuve encerrada tanto tiempo en una gran instalación científica.

Unas preguntas de las que me dio su versión ese mismo año, con las que pude acercarme a la verdad, o al menos, a lo que Aaron me dijo que lo era.

Aceptó reunirse conmigo en el barrio de Montparnasse, donde según él, servían el mejor café de París.

De tal modo, un día soleado de primavera, próximo a mi veinteavo cumpleaños, me dirigí a la dirección que Aaron me había facilitado en otra carta.

"Barrio del Boulevard du Montparnasse, nº 105, 75006, próximo a los jardines de Luxemburgo, a las 10:00 am", decía.

Y en efecto, cuando llegué a la zona, un hombre cercano a los cincuenta años que vestía de traje, situado en una de las terrazas del Café La Rotonde, hizo un gesto con la mano, indicando que me acercara y le acompañara durante el almuerzo que ya le habían preparado.

- "Rose, aquí es" -es lo que creo que quiso decir.

Al poco, hice ademán de aproximarme.

No tardé demasiado en llegar. Se encontraba sentado sobre una silla de color rojo con bordes dorados, a juego con el toldo de la entrada del Café en donde con grandes letras mayúsculas indicaba el nombre que en el siglo XX sus dueños le habían dado, "Café La Rotonde", mostrando un ambiente propio del Art Decó. Y frente a él, un capuccino y dos trozos de una tarta de color anaranjado.

- Tarte des Demoiselles Taison maison. También conocida como "Tarta Tatín" o la Tarta de las señoritas Tatín. Está deliciosa, ¡pruébala! Ese trozo es para ti -afirmó con gran entusiasmo mientras empezaba a cortar una parte de su trozo.

Sin más dilación me senté en la silla situada al otro extremo de la mesa y me dispuse a probar la tarta.

- ¿Sabes? El dueño de este café me dio hace años la receta de este maravilloso postre. En un inicio puede parecer una simple tarta de manzanas, pero el ingrediente secreto que le pone consigue que su sabor sea exquisito. ¿Ves? ¡Para chuparse los dedos! -me contó sonriente, deleitándose con el sabor de la tarta mientras se relamía.

- No está mal. Pero no he venido hasta aquí para hacer un tour gastronómico. Quiero respuestas -le contesté seria tras cortar un trozo de la tarta, sin entender bien qué pasaba por la cabeza de aquél hombre que decía ser mi padre.

- Tranquila, la mañana es larga. Habrá tiempo para todo. Pide algo para beber, anda -manifestó calmadamente mientras procedía a coger su café para darle un sorbo.

- ¿Camarero? Un cortado por favor -pude pedirle rápidamente al camarero que pasaba por mi lado.

- Enseguida señorita -contestó.

En poco tiempo el camarero estaba volviendo con mi cortado junto a un plato con dos pequeñas galletas de miel. Fue justo después de terminármelo cuando empecé a interrogar a aquel hombre risueño y confiado con el fin de entender mejor mi pasado, pese a las muchas evasivas que me iba dando.

- Empecemos, ¿te parece? -le pregunté retóricamente.

- Bien, pregunta lo que quieras -afirmó él, mucho más asertivo.

- Vale. ¿A qué se debió tu desaparición de hace diez años y cuál es el motivo por el que has decidido volver a tener contacto conmigo ahora que nos has confirmado que estás vivo? -le pregunté sin tapujos, directa al grano.

- No sé si recordarás que yo era científico... -empezó.

- Sí, lo recuerdo. También me acuerdo de una especie de laboratorio en el que trabajabas junto a otros dos hombres y una mujer embarazada -le contesté.

- Sí, efectivamente. Me licencié en Biotecnología hace aproximadamente treinta años y gracias a mis méritos, así como a varios premios que obtuve en concursos científicos, pude empezar a crear mi propia empresa en mi país natal, Francia. Dicha empresa la destiné a la investigación de los usos de la energía nuclear. Después, conforme me enriquecía, gracias a los avances técnicos que fui aportando a la sociedad, empecé a crear otras pequeñas empresas y laboratorios, distribuyéndolos por toda Francia para encargarles suministrarme materiales u otras tareas más mecánicas, menos relevantes que aquellas realizadas en la sede de la empresa, situada aquí, en París. Pero un día cualquiera, tras una fuga en la central, descubrí algo sorprendente sobre el funcionamiento de esa energía -contó Aaron, generando una gran tensión en el ambiente.

- ¿Qué descubriste? -le pregunté intrigada.

- Un hecho que podía cambiar el mundo tal y como lo conocemos -confesó al tiempo en que tornaba su rostro en un gesto mucho más serio, con el ceño fruncido y los labios prietos.

- Cuéntame -incidí de nuevo.

- Tras la destrucción de la industria a causa de la fuga energética, los pocos supervivientes, entre los que nos encontrábamos tu madre, embarazada de ti, unos pocos científicos más y yo, nos dimos cuenta de que muchos objetos habían quedado fusionados entre sí. Pero eso no fue lo que más me llamó la atención, no, claro que no. Lo más sorprendente fue ver que algunos de los cadáveres de nuestros compañeros habían quedado fusionados con varias de las plantas que decoraban la central. No como tus brazos, pero sí algunas pequeñas raíces y lianas sobresalían de entre sus dedos, cuellos y agujeros de la nariz -continuó así con su explicación, mostrándome claramente con sus gestos faciales la sorpresa y emoción que pudo sentir al mismo tiempo en aquellos momentos.

- ¿¿Cuántos sobrevivisteis?? -pregunté con preocupación.

- Sólo las personas que recuerdas haber visto trabajar conmigo en el laboratorio de Canadá, tu madre y tú -me respondió tranquilamente, sin inmutarse.

Y así, tras terminar de explicar su descubrimiento, volvió a dar un sorbo al café, del que estaba esperando que se enfriara.

Instantes después cambió de tema, centrándose más en algunos detalles de la cafetería en la que nos encontrábamos.

- Venir a aquí me hace sentirme como un gran artista, como si hubiera podido intercambiar debates con el famoso Picasso o el gran Modigliani cuando disfrutaban de los mismos cafés que ahora nosotros tenemos la suerte de estar tomando -detalló al tiempo en que sacaba una caja de tabaco de su pantalón y un mechero con el que encender su primer cigarro.

- ¿Y qué hiciste una vez descubriste aquello? ¿tuvo algo que ver con mí enfermedad? -le pregunté tratando de evitar que nos desviáramos del tema.

- ¿Sabías que estos artistas que te he mencionado pagaban su tentempié con un dibujo cuando aún no eran reconocidos mundialmente? ¿No es maravilloso? -me comentó lleno de fascinación.

Unos minutos después dio un último sorbo al café que le quedaba y pidió a un camarero que le trajera un cenicero. A su vuelta, el camarero recogió toda nuestra mesa. Sus tazas, platos y cubiertos, dejando únicamente el cenicero que minutos antes Aaron le había pedido.

- Cuando naciste, unos meses después de aquello, confirmaste mis sospechas. La energía nuclear, homogeneizada en grandes cantidades, era capaz de modificar la composición del cuerpo humano, fusionándolo con otras sustancias o seres vivos -comenzó así su explicación.

- Fue entonces cuando me planteé estudiarlo y ver qué beneficios podía sacar de ello. Y así, tras varios años de investigación, idee un proyecto con el que pretendía alargar la esperanza de vida del ser humano, valiéndome de las propiedades existentes en los organismos vegetales con los que te habías fusionado -continuó.

- Pero, para ese proyecto necesitaba una mayor cantidad de dinero de los ingresos que mi empresa generaba, así que se me ocurrió presentarle la propuesta al presidente de Francia y lograr que éste me financiara. No obstante, como por aquel entonces este tipo de energía todavía seguía siendo vista con malos ojos por parte de algunos gobiernos, el presidente no sólo negó su participación en el proyecto, sino que lo ilegalizó. En consecuencia, tuve el proyecto varios años parado, pero conforme te ibas haciendo mayor, tu madre empezó a inquietarse y a culpabilizarme por los rasgos que año tras año se hacían cada vez más visibles en ti, dificultando tu aceptación por la sociedad -concluyó.

- Pero yo recuerdo haber estado en institutos junto a otros niños cuando era bastante pequeña -le comenté desconcertada.

- Sí, el mayor problema lo tuvimos cuando necesitamos dejarte en la guardería, dado que no podías ir tapada con camisetas de manga larga y pantalones largos, de modo que la mayoría de niñeras que tenían que encargarse de ti, tenían miedo de que lo que te pasa fuera contagioso o pudiera hacerles daño al resto de niños que tenían a su cargo. Fue entonces cuando le sugerí a tu madre marcharnos a Canadá, a un lugar aislado, lejos de la gente, en donde pudieras estar protegida de las miradas de desconcierto, miedo e incomprensión que causaba tu diferencia, mientras yo continuaba la investigación en secreto con tal de ayudarte, sin que nadie lo supiera, ni siquiera tu madre -explicó entristecido.

- ¿Por eso la casa de campo en Canadá? - concluí reflexiva, como si todo empezara a cobrar sentido en mi cabeza.


* * *

Aviso especial 🌸☕️🪔

En esta cuenta de Instagram @losguardianesdeltiemposaga subiré imágenes de la obra (diseños conceptuales de los personajes y paisajes que aparecen) con un trocito extra de información durante la semana.

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