Capítulo 1 • Recuerdos (I)
* * *
Primera apertura
Primera realidad · Año 2039 · Francia
- Papi, papi ¿dónde estás? ¡tengo miedo! - gritaba sin parar entre sollozos y llantos mientras me dirigía hacia un bosque cercano.
Con la cara llena de carbón y ceniza por la explosión, casi tan sucia como la bata que durante mucho tiempo había llevado, ahora rasgada y quemada, sin poder saber cuánto tiempo la había llevado y no se había limpiado. Corrí, corrí y corrí. Tenía mucho miedo. Había visto a otros niños en cápsulas de cristal, algunos todavía en el suelo, tosiendo por el humo del incendio, pero la mayoría estáticos, dormidos sobre él.
También recuerdo ver a unos señores mayores, vestidos de negro y con chapas metálicas en su pecho. Parecían realmente enfadados. Creo que eran bomberos, que venían por el fuego. Aunque hasta que no llegaron, todo aquél lugar luminoso no explotó. Por su culpa perdí a mi padre. Le recuerdo pulsar un botón. Fue entonces cuando sonó un ruido muy molesto por todas partes, y todo explotó.
Después llegaron esos señores, no paraban de chillar el nombre de papá. También parecían tener miedo, miraban tristes a los chicos del suelo. Luego dispararon a uno de los hombres mayores que trabajaba con papá. Era el único que aún estaba allí, entre muchos papeles. Pensé que papá necesitaría algún papel más, así que cogí todos los que pude y los metí dentro de este libro que encontré en uno de los cajones, mientras intentaba encontrar a papá.
Cuando llegaron, recuerdo quedarme muy escondida allí donde encontré el libro, en el cajón de la estantería. Estaba segura de que eran malos, habían disparado a un señor y habían hecho que papá se fuera y me dejara allí sola. Pero no era la única que sabía cómo escapar. Cogí el libro con los papeles, sin importarme que estuvieran sucios y rotos, y cuando se fueron de lo habitación, salí por un agujero que mi papá había abierto alguna vez detrás de un armario y en ese momento había abierto de nuevo. Quizá porque quería que escapara con él de esos señores malos.
Al salir, sólo podía ver un bosque.
- Debe estar allí -pensé.
Con mucho esfuerzo y muy cansada porque me habían puesto en esa máquina de dormir de nuevo antes de que todo explotara y vinieran los señores mayores, traté de correr hacia el bosque buscando a papá. Era muy grande, con muchos árboles amarillos, naranjas y rojos. También eran altos, muy altos. Cuando llegué toqué uno, su tronco era como mis brazos y mis piernas. Y entonces sentí a un chico. Estaba cerca.
- ¡Tenía que ser mi papá! -pensé también.
Así que corrí hacia esa dirección que el árbol me decía. Corrí, corrí y corrí. Mientras, ladridos y sirenas se escuchaban de fondo. Creo que era una ambulancia, o puede que un coche de policía. Pero, conforme me adentraba, el sonido se alejaba más y más. Estaba a salvo. Y cada vez más cerca de encontrarme con mi papá. Por eso no podía dejar de correr ilusionada hacia aquella persona que el bosque me había mostrado. Sin embargo, aquel chico no era mi padre, era un niño que llevaba bellotas en la mano.
Era un chico rubio, con el pelo arremolinado, de grandes ojos verdes, la cara redondeada y pequeña. Además, vestía un pequeño traje de cazador a juego con sus ojos, escondido bajo una chaqueta roja. Era más bajito que yo y parecía sorprendido.
Cuando me vio se quedó quieto, sin decir nada.
- ¡Hola! ¿has visto a un señor por aquí? -le dije en voz alta.
El chico movió la cabeza de un lado a otro en un intento de negación.
- Estoy buscando a mi papá. Creo que está aquí, pero no sé dónde está -le expliqué.
- No ha pasado nadie por aquí en bastante tiempo -me respondió tímidamente mientras trataba de taparse la cara con el montón de bellotas que portaba.
- ¿¿No?? -le respondí sorprendida y ciertamente agitada.
- No -afirmó él en voz baja.
- ¿Y tú qué estás haciendo? -le pregunté.
- Recoger bellotas para decorar el centro de mesa de mi casa, como me ha pedido mi hermano mayor -declaró con una tímida voz y cierto resquemor.
- ¡Qué guay! Y ¿cómo se llama tu hermano? -continué preguntándole.
- Liam, Liam Brown. También lo conocen en mi aldea como "el Guardián de Quebec" -confesó aquel chico tímidamente.
- ¿Y tú? ¿Cómo te llamas? -le pregunté de nuevo.
- Nathan, soy Nathan, pero mi hermano me llama Nat -me respondió temeroso.
- ¿Y no tienes papás? -le pregunté también. Me pareció que no los tenía al tener a su hermano como referente.
- No. Sólo a mi hermano. Ellos murieron cuando yo era muy pequeño -especificó un poco serio.
- Bueno, te entiendo, llevo mucho tiempo sin ver a mi mamá y a mi hermana. Ahora sólo me cuida mi papá. Por eso me da miedo no volverle a ver más -le respondí triste.
- Lo siento mucho. Espero que podáis encontraros de nuevo -me respondió preocupado.
- Sí... La verdad es que no sé muy bien dónde estoy ni dónde está él. Esperaba encontrarle aquí, pero eras tú la persona a la que los árboles me han guiado -le dije un poco desorientada.
- Este es el bosque de Quebec, en Canadá. Muchos creen que está encantado y por eso no entran aquí, pero hay muchas criaturas hermosas con las que puedes pasar el rato. Si pudiera te lo enseñaría -manifestó.
- ¡Gracias, Nathan! Cuando encuentre a mi papá, te prometo que volveré y que me podrás enseñar todo el bosque -le dije mucho más alegre.
- Pero, para saber cómo reconocerte necesito saber tu nombre -advirtió él.
- ¡Ah, cierto! Yo me llamo Rosewell -le contesté orgullosa.
- ¿Rouse-qué? -preguntó desconcertado al tiempo en que encorvaba su cabeza, encogía su boca y torcía su nariz.
- Rose-well -se lo repetí por sílabas.
- ¿Te puedo llamar Ro? Así es más fácil -me comentó.
- Me gusta, ¡vale! -le dije con una gran sonrisa.
- Pareces mucho mayor que yo... Pero estás muy muy delgada y la ropa que llevas... ¿no tienes frío? -me preguntó preocupado.
- Tengo nueve años. Pronto será mi cumple y tendré diez. Mi cumple es en abril, el 28 de abril. Y no tengo mucho frío, la verdad. Desde que me salió esta cosa rara y dura en la piel me cuesta sentir frío o calor -le dije mientras le enseñaba mis brazos.
- ¡Ala! ¡Qué chulo! ¡Es como si fueras medio-árbol! -apuntó Nathan entusiasmado mientras alucinaba al tocar mis brazos.
- ¿Y tú cuántos años tienes? -le pregunté también.
Para contestar, Nathan me enseñó la palma de su mano.
- ¿Cinco años? -pregunté para confirmar el número.
- Sí, cinco. Mi hermano dice que soy pequeño, pero ya soy mayor. Cuido de los animales que viven aquí y de la anciana del bosque -me respondió aquél pequeño asustadizo.
- ¿Tú sólo? -añadí sorprendida.
- Muchas veces. Mi hermano suele encargarse de la casa o estar trabajando en el pueblo, mientras yo suelo estar aquí, en el bosque, buscando bayas, bellotas o conejos para comer. A veces también voy al río o sólo miro el paisaje. Aun así, nunca me siento sólo, ya que el bosque es mágico. Pero es secreto -me respondió alegre, indicándome con el dedo índice que guardara el secreto.
- A lo mejor por eso te he encontrado. Igual mi papá también puede encontrarme a mí así -conjeturé concienzudamente mientras me llevaba la mano a la barbilla y fruncía el ceño.
- Ojalá que sí -me respondió con ternura justo después de dejar caer las bellotas al suelo y lanzarse a darme un abrazo.
- Nathan, una cosa, ¿te importa si me tumbo? Estoy muy cansada. Creo que voy a tumbarme aquí a esperar a que él venga a buscarme. Si viene, avísame, ¿vale? -le dije al chico mientras empezaba a bostezar y me separaba de él para tumbarme junto a un árbol
- Em, vale... Voy a buscar a mi hermano y a avisarle de que me quedo contigo. ¡Descansa! -apuntó mientras me tapaba con su chaqueta con cierta preocupación.
- Buenas noches... -fue lo último que le dije mientras entrecerraba los ojos y me acurrucaba con su chaqueta.
Pues, para cuando hubo vuelto, yo ya no estaba.
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