El comienzo del fin IV
Narra Elena
Olivia me convenció para ir a la fiesta. Tenía razón, debía aclarar las cosas con Noah. Él debía saber quién era Nate y porqué lo había abrazado. Era alguien importante en mi vida, claro que sí, si prácticamente crecimos juntos, pero no era nada más que eso, un amigo... o mejor dicho el mejor amigo de mi hermano.
Ella se ofreció a maquillarme mientras Martina elegía un vestido adecuado para mí, me conocían lo suficiente para saber qué cosas no me pondría. Una vez que las tres estuvimos listas, salimos hacia la fiesta, no sin antes pasar por Nate. Si iba a aclarar todo, quería hacerlo de la mejor manera posible.
Al llegar, el lugar explotaba de gente. De verdad que a Abigail le gustaba dar un espectáculo en sus cumpleaños. Sin decir nada, los cuatros bajamos y me dispuse a buscar a Noah. Cuando logré encontrarlo me acerqué a él.
—Noah, ¿crees que podemos hablar?
—¿Qué haces aquí?
—No me has contestado.
—No, en este momento no podemos hablar, vete con él —luego todo pasó tan rápido que no lograba comprender lo que mis ojos veían, ¿por qué me hacía esto? No quería saber lo que seguía, por lo que di media vuelta y salí de allí antes que las lágrimas comenzaran a salir, llevándome por delante a Oli y a unas cuantas personas.
Una vez afuera, empecé a correr. Necesitaba llegar a mi casa, porque a pesar de todo seguía siendo mi lugar en el mundo. Necesitaba estar bajo el agua.
Escuché cómo Olivia gritaba mi nombre lo más fuerte que podía, aun así, no me detuve.
Al llegar fui a mi habitación, pero antes de entrar, observé la puerta de la habitación de Dereck. Cuánto necesitaba a mi hermano, su ausencia era algo que no podría llenar nunca. Cerré la puerta, me quité la ropa y me metí bajo la ducha. Dejé correr el agua por todo mi cuerpo, pero esta vez era diferente. El dolor parecía no querer irse.
Una y otra vez venían a mi mente las imágenes de Noah besando a esa chica, cómo me había ignorado, cómo sus manos recorrían el cuerpo de aquella desconocida. Así como una vez dije que él tenía el poder de alegrarme la vida, tenía el mismo poder de destruirla.
Media hora después, cuando el llanto cesó, salí del baño y busqué algo cómodo para ponerme. Revisé mi celular y al ver que tenía varias llamadas perdidas de Oli, Martina, Nate y Noah decidí silenciarlo.
Una vez cambiada, mientras terminaba de desenredarme el pelo, empecé a oír ruidos que venían de abajo. Mi corazón poco a poco comenzó a oprimirse.
Cuando creí que todo había terminado, porque los ruidos dejaron de escucharse, mi madre apareció en la puerta de mi habitación.
—Tú, bicho miserable... ¡tú lo mataste! —gritó mientras se acercaba a mí —todo es tu culpa, tendrías que haber muerto en su lugar.
Las lágrimas comenzaron a salir nuevamente. No era cierto... nada había sido mi culpa. ¡Yo no lo había matado! pero, cuánto resonaban esas palabras en mi mente y en mi corazón.
En el intento de esquivarla, choqué contra mi cama y caí al piso. Un golpe, luego otro y otro más —Mi hijo maldita, era mi hijo —Quería gritarle que también era mi hermano, que yo también sufría su muerte cada día, que él también era una gran pérdida para mí, pero el dolor de cada golpe no me dejaba articular una palabra. Como pude, me arrastré hacia la puerta, quería salir de ahí. Ella me siguió por el pasillo, hasta que logró acorralarme contra la pared.
—¡Ya basta! Yo también lamento lo que le sucedió a Dereck, no eres la única que sufre, así que dime ¿por qué te empeñas conmigo?
Mi madre me miró estupefacta. Jamás en mis años de vida, le había gritado así. Al ver que no decía nada, decidí volver a mi habitación y terminar con esto. Estaba fuera de sus cabales y eso no le haría bien a ninguna. Antes de poder entrar, me tomó de los pelos y me arrastró por el pasillo. Estaba tan fuera de sí, podía notarlo en sus ojos. Nada de la persona que solía ser antes quedaba en ella.
—Tú a mí no me gritas —exclamó mientras me propinaba algún que otro golpe. Quería zafarme, pero solo lograba enfurecerla más. El forcejeo se intensificó. A lo lejos mi celular sonaba, ¿Cómo era eso posible si lo había silenciado?, pero no me importó.
—Basta mamá, me lastimas... por favor —dije llorando. Por primera vez tenía mucho miedo, le temía a mi propia madre.
El forcejeo siguió, ella no me soltaba, el cuerpo me dolía y ya no veía con claridad.
Mi corazón no soportaba tanto dolor.
Hasta que de un momento a otro, todo se volvió oscuro..., un sentimiento de paz se apoderó de mí... Al fin había dejado de luchar...
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