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El comienzo del fin


Narra Elena

El resto de la semana fue bastante tranquila. Noah me seguía el paso en todo momento y cuando no estábamos juntos, me llamaba o me escribía para saber si todo estaba en orden. Su preocupación era bastante notoria, incluso lo notaba un poco molesto respecto a la situación. Y lo cierto era, que no me gustaba verlo así. 

 Sábado por la mañana fuimos a la casa de su madre. Al llegar Catherine nos esperaba en la puerta acariciando su enorme panza. Noah sonrió al verla. Aunque hacia poco la habíamos visitado, su panza parecía haber crecido mucho en esos días.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Noah mientras se acercaba a ella —si te soy sincero te veo agotada.

—Estoy bien hijo, solo me duele un poco la espalda... cosa normal en estas circunstancias —dijo riendo —Tú también hiciste que me doliera en su momento, pero cuando naciste comprendí porqué, eras un bebé enorme además de hermoso... y lo sigues siendo... por lo que creo que tu hermana será igual —agregó mientras acariciaba su rostro. 

Sin decir una palabra me quedé a un costado observándolos. Catherine amaba a su hijo con locura. Sus ojos, sus gestos, sus palabras, todo de ella demostraba ese amor hacia Noah... y él, aunque todavía le costaba asimilar un poco la situación, también la amaba sin límites. 

—No la hagas renegar mucho —susurró contra su panza —que luego nos regañará a los dos.

—¿A ti por qué? —preguntó confundida mientras se acercaba a saludarme a mí. 

—Porque obviamente soy el hermano mayor. El que va a cuidarla de todo y todos, incluyéndote a ti.

Los tres reímos y pasamos adentro. El desayuno, como era de costumbre, ya estaba sobre la mesa. Platicamos sobre la escuela, las evaluaciones finales, las amistades, lo que faltaba para la llegada de la bebé, entre otras cosas. Todo iba perfectamente bien hasta que el ambiente poco a poco empezó a sentirse más denso. El rostro de Noah se endureció y ambas seguimos su mirada hasta encontrarnos el porqué de su reacción. Catherine fue la primera en hablar.

—¿Daniel qué haces aquí?

—Perdona, no es mi intención, pero he olvidado unos papeles muy importantes y tuve que venir por ellos. No tenía opción.

—Yo me voy —dijo Noah levantándose.

—Hijo por favor, espera.

—Vamos Elena.

—Por favor —susurró su madre.

—Tú —gritó señalándola —sabias que la única condición era que él no estuviera aquí, y por lo visto ni eso puedes cumplir.

—¡Noah! —grité —¿Cómo puedes hablarle así?

—No es para tanto Noah, ya me voy. Solo tomo los papeles y me marcho.

—Tú cállate, no te metas en esto.

—Me meto porque es mi mujer.

—Es mi madre y la ex mujer de tu hermano basura, ¿o no lo recuerdas? —volvió a gritar arrojando una de las tazas.

—Basta Noah, ya para —intervine al ver que Catherine comenzaba a desmoronarse.

  —¿Estás de su lado, en serio?

—No, sabes que no, pero no puedes ponerte así.

—Si puedo y solo espero que este "olvido casual" no sea obra tuya, porque tu alma samaritana no va a arreglar esto. 

—No me trates así...

—¿O qué Elena?, si después de todo estas acostumbrada a que te traten mal —no, el no podía estar diciendo eso, no él.

—Hijo por favor, no te desquites con ella.  No tiene nada que ver.

—Tú, tú y tú olvídense de mí. No pienses que voy a perdonarte esto —dijo eso último sin especificar a quien, pero tanto su madre como Daniel se lo tomaron personal... sin embargo, ¿yo? yo no tenía nada que ver en todo eso. Lo entendía, sí, pero no merecía ese trato.

Se fue sin más, golpeando todo a su paso y dejándome ahí.

—Tranquila Catherine, siéntate... estas a punto de perder el conocimiento.

—Tranquila amor.

—¿Por qué has venido? ¿por qué?... me hubieras avisado, ¡Dios! Lo perdí, lo perdí —lloraba, temblaba y nada de todo eso era bueno para la bebé.

—Hablaré con él, tu descansa. Te hace falta.

Luego que el doctor la revisara y asegurara que todo estaba en orden, me fui a mi casa. Caminé, dejando calmar mis pensamientos. Intenté comunicarme con él, pero todo era en vano, no contestaba mis llamadas ni mis mensajes. 

Al llegar, subí a mi habitación y me fui a mi refugio. Abrí el agua y me metí bajo ella. Dejé que las lágrimas salieran porque si las conservaba se acumularían ahí adentro, y eso sería peor. Cuando salí, me coloqué el pijama y tomé mi celular. Nada. Volví a intentar y era lo mismo, directo al buzón de voz.

El domingo fue igual, no tuve noticias de él. Cada llamada era rechazada.

Por la tarde Oli me invitó a tomar un helado, acepté por el solo hecho que necesitaba hablar con alguien. Y mi amiga era la mejor para eso.

—¡Qué cara traes! —dijo al verme llegar —¿Ha pasado algo en tu casa?

Negué con la cabeza y sin pensarlo me abalancé sobre ella y comencé a llorar. No dijo nada, solo dejó que me desahogara, ella era así. Siempre me daba mis tiempos porque tarde o temprano terminaba contándole lo que me sucedía. Después de unos minutos, cuando el llanto comenzaba a cesar, me limpié la cara y le narré lo sucedido.

—Tranquila, pronto se le pasará, ya lo veras. El enojo no puede durarle toda la vida —asentí sin ganas y ambas decidimos no hablar de él por lo que restaba del día.

Entre tema y tema mi amiga logró que al menos por un momento no pensara en Noah, cosa que agradecía eternamente. Dolía, dolía mucho estar así, sin saber de él y sintiéndome culpable de algo que no sabía. 

Cuando decidimos irnos, una cara conocida pero que hacía mucho tiempo no veía, apareció justo enfrente de mí.

—¿Elena, eres tú?

—¿Nate? —dijimos las dos mientras nos levantábamos de las sillas.

—El mismo —contestó riendo —¡Cuánto tiempo sin verlas! ¿Cuándo crecieron tanto?

Ambas lo saludamos con un fuerte abrazo. Nate era el mejor amigo de mi hermano. El día que Dereck murió fue como si él también hubiera muerto. Luego de eso desapareció, y nadie supo de él. Su familia dijo que se encontraba bien pero que necesitaba asimilar la pérdida y desde entonces no lo había vuelto a ver, hasta ahora.

Hablamos por unos minutos hasta que nos dimos cuenta que comenzaba a oscurecer, por lo que decidimos intercambiar los números de teléfono para mantenernos en contacto. Al anotar su número, algo me pareció conocido. Conocía esa característica, pero... ¿de dónde?

Con esa duda latente en mi mente Oli me dejó en casa, le dije que no pasara por mí en la mañana porque no iría a la escuela. No estaba lista. Ella me miró y no dijo nada, nos saludamos y se fue.

Antes de entrar al baño revisé mi celular. Nada. Ni un solo mensaje, ni una llamada, nada. Tratando que no me afectara lo dejé en mi mesita de luz y fui a ducharme. Al salir, la luz de mi celular titilaba por lo que sin pensarlo lo tomé esperanzada. Era Olivia.

Mañana amiga mía desayunas conmigo y no acepto un no como respuesta. Paso por ti a las 7:30. Descansa

¿Qué sería de mi vida sin ella?

A la mañana siguiente Oli vino por mí y fuimos a su casa. Sus padres se encontraban en sus trabajos por lo que pudimos hablar libremente. A la hora del mediodía su madre llegó y me invitó a quedarme con ellos. Con una sonrisa acepté la invitación. No quería estar en casa.

La noche llegó y con ella mi tristeza fue en aumento. Dos días sin saber de él.

Martes por la mañana después de llorar la noche entera decidí ir a la escuela. Mi aspecto no era el mejor, pero si me quedaba un segundo más encerrada iba a enloquecer.

Con los auriculares puestos caminé hasta el instituto. Al llegar mis ojos hicieron contacto con los de John. No me mirada de mala manera, sino más bien intrigado... aun así, no se acercó. Cuando entramos al salón no estaba. Esperé, esperé y nada, nunca apareció. ¿Cómo podía hacerme esto? Me estaba lastimando y no le importaba. Oli y Martina intentaron toda la mañana alejarme de esos pensamientos que estaban consumiendo mi mente, cosa que fue en vano porque no lo lograron. Me estaba hundiendo y llenando de odio. Odio hacia él.

La clase terminó y al volver a mi casa, fui directo a mi habitación. Lloré hasta quedarme sin lágrimas, necesitaba de alguna forma que el dolor saliera de mí. Suficiente tenía con lo mío.

El miércoles fue igual. Sin noticias de él. A la escuela no iba, y sus amigos ni siquiera me saludaban. 

Esa noche, sentada junto a la ventana, las lágrimas ya no salían. Estaba vacía. 

Sin saber cuántas horas pasé mirando un punto perdido, el despertador me trajo a la realidad. Había pasado toda la madrugada sentada en ese pequeño sillón. Mis piernas estaban adormecidas por lo que me costó levantarme. Una vez que lo hice, busqué mi ropa y me vestí para ir a la escuela. 

Debía entender, por mi propio bien, que Noah no era el eje de mi vida. Podía sin él, aunque me doliera... aunque el dolor rasgara cada parte de mí, yo podía. Siempre había podido.

 Bueno, acá estamos... Noah y Elena por primera vez separados... ¿Qué opinan de la actitud de Noah?

Los leo...con amor Vi!

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