Te llamé.
Diez de diciembre de 2022.
Desde Acapulco, Guerrero. Una mujer de tamaño mediano, cabello esponjoso y pintado enteramente de sus canas, canas que han marcado etapas maravillosas, dolorosas y sobre todo inolvidables a lo largo de su vida; se encuentra admirando la inmensidad del mar desde la terraza de su pent-house.
Setenta años exquisitamente vividos, donde cada uno le enseñó una experiencia que le marcó la vida, donde sus errores la hicieron más fuerte. El salitre del mar pegaba en su rostro, ocasionándole una ligera comezón. Cerró los ojos e inhaló con fuerza aquel aroma tan divino. Suspiró y por su mente, como si de una película se tratase; transcurrían los instantes más sublimes que pintaron su vida de alegrías. Entre esos, la imagen de una pelinegra de ojos achinados y sonrisa torcida llevaba el protagónico.
Verónica Castro sonrió y mojó con la lengua su labio inferior. Sabía que su separación había sido netamente culpa suya, que no había tenido la intención de remendar su error durante todo este tiempo, aunque a veces sentía chispazos de consideración con esa mujer a la cual le hizo tanto daño.
La luna alumbraba el paisaje, le hacía compañía a la solitaria Verónica cada noche que pasaba en la playa, y ya llevaba aislada allí un buen rato. Pensaba muchas cosas en esas paredes, pero se esclarecía más cuando salía a coger el aire a la terraza.
Algunas veces tenía conversaciones con su voz interior, y la mayoría del tiempo terminaba arrepintiéndose. Por el simple hecho de reprocharle las malas actitudes que tuvo con personas que no lo merecían.
El corazón de Verónica estaba estropeado, toda su vida llevó golpes amorosos donde no tuvo la oportunidad de sanar como debió, donde solo se dedicó a llorar en silencio y echarse la culpa cuando no la tenía. Entonces, llegó una luz en toda esa tiniebla, una calma que cesó con el huracán que atravesaba sus sentimientos, una voz que le cantó al oído versos irrepetibles.
El miedo la embargaba, porque cada día que pasaba se enamoraba más de esa persona. Le aterraba el qué dirán, le preocupaba que manera tan brusca utilizaría la sociedad para juzgarla, quién se encargaría de destruir su carrera artística, y de paso, acabar con su poca felicidad. Para aquellos tiempos ese era su pensar, porque no se trataba de un hombre casado, que ya es bastante denigrante a los ojos de los demás, no se trataba de alguien prohibido. Era una fascinante mujer con rasgos orientales, una cantante de música romántica y ranchera, compositora de sus propias canciones. Un ser humano de calidad, que plasmaba sus vivencias en cada letra que entonaba.
Quizás esa mujer lo hubiera dejado todo por ella, pero Verónica jamás hubiera dejado su carrera, su vida por nadie. Y eso le costó la felicidad eterna al lado del amor de su vida.
Ana Gabriel fue el gran amor de Verónica Castro, aunque ninguna haya negado o confirmado tal rumor. Era un secreto a voces, todos lo sabían, pero nadie decía nada.
Todos esos eran los pensamientos con los que Verónica se torturaba cada noche. El arrepentimiento abofeteaba dejando una marca invisible, pero sumamente dolorosa.
Caminó a pasos quedos adentro de la propiedad, cerrando tras de sí la puerta de la terraza. Llegó a la cocina y se sirvió una taza de café tibio. Subió las escaleras a su habitación y una vez estuvo allí, tomó el mando a distancia del televisor, oprimió un botón que la dirigió a una aplicación de música, y colocó un CD cantado por su hijo, Cristian Castro. Se titulaba Amar es... Y consistía en una lista de baladas románticas con letras maravillosas.
La primera canción que sonó logró cantarla a medias. Sin embargo, la segunda le llegó al alma. La había escuchado, sí, pero jamás le prestó tanta atención hasta ese momento.
Conectó sus recuerdos con cada verso, la culpa acrecentaba en ella y le oprimía el pecho de manera asfixiante. Dejó el café a un lado, y corrió agarrar el teléfono.
La canción terminó, en una mano tenía el mando a distancia y en la otra el celular. Pausó la música y arrojó el control, se sentó una mecedora e hizo memoria de algunos datos.
Desconocía completamente sí ese seguía siendo el número de la casa de Ana Gabriel, de Lupita, su chinita; como disfrutaba decirle.
Ese día era su cumpleaños, la imaginaba felizmente casada y el sabor amargo le llegaba al paladar, ¿cómo estaría festejando?, ¿la habrá olvidado?, ¿sería buena idea hacer lo que estaba a punto de hacer?
No lo sabía, estaba a punto de averiguarlo.
Marcó de memoria aquel número telefónico y activó el altavoz.
El corazón le rugía en su caja torácica, percibía un hormigueo por toda su anatomía y el infaltable vacío en su estómago. Las manos le temblaban, pero necesitaba continuar con su plan.
Un, dos, tres...cuatro, cinco, seis, siete... Y cuando creyó que contestaría, la llamada pasó a una operadora. Verónica colgó desganada. Apretó el teléfono con su débil mano, y tuvo cinco segundos para tomar la decisión de volver a marcarle o dejarlo así.
Estaba por desistir de todo, se sentía ridícula haciéndolo. No obstante, su sabia voz interior le partía la cabeza con preguntas que la desconcertaban.
¿Es en serio, Verónica Judith?
Fue tu culpa todo esto, y aparte ¿¡vas a dejar tirada la única oportunidad que tú misma conseguiste, para arreglar tu error!?
Vamos, Verónica, llámala. Haz lo que tengas que hacer.
Han pasado décadas, ya no son niñas. Es hora de que pongas la cara.
Libérate, has cargado con ese sufrimiento desde el instante que la dejaste ir.
Ella te amaba, tú la amabas.
Encuentra tu paz, Verónica Castro.
Llámala.
¡Suficiente!
La mujer volvió a marcar el número, aunque este ya estaba registrado en el teléfono; prefirió oprimir todas las teclas por ella misma nuevamente.
Respiró hondo y realizó el proceso anterior.
reproduzcan la canción, niñas.
https://youtu.be/FQon213BfS4
Uno, dos...
Una voz agotada contestó del otro lado.
—¿Hola? —Era ella. Se escuchaba distinta, los años no habían pasado en vano.
El corazón de Verónica se detuvo por un segundo, no supo que hacer, su piel se erizó.
Rápidamente se recompuso, y se apegó al plan, ignorando el cúmulo de sensaciones que su cuerpo empezó a padecer.
—Hola amor, quiero despedirme —comenzó a cantar, intentando sonar afinada—, antes de irme necesito oír tu voz. Hace tiempo, que no hablamos, que dejamos en silencio nuestro amor.
» Te llamé, porque te quiero todavía, porque en mí la rebeldía ya pasó. Porque, sé que nuestro amor que fue tan grande, aún está en algún lugar del corazón. Te llamé, porque no aguanto mi tristeza y no puedo soportar tanto dolor... «
—Porque nadie va a borrar toda la huella, que dejaste con tu amor, —Ana se unió a ese cántico, con la voz atropellada debido al impacto que le causó esa llamada. Sin embargo, conocía la canción y vaya que las describía luego de toda su debacle. Verónica se sorprendió, sonrió y siguió—, que dejaste con tu amor... Te llamé, porque la vida es una sola y en la mía está faltando tu calor. Te llamé —cantaban al compás de la canción, al unísono, compenetradas. La sensación era mágica, inexplicable, necesaria—, porque un amor que fue tan grande, aún está en algún lugar del corazón...
La línea quedó en absoluto silencio, Verónica ansiaba un respiro, así que dejó de emitir sonido alguno. Lo único que se escuchaba eran los sollozos de Ana, que prontamente fueron acompañados por los de Vero. Oírla deprimida era como clavarse un puñal a sí misma.
Transcurrieron cinco minutos que sintieron eternos.
Por su parte, Verónica se hallaba incrédula por lo que acababa de hacer, no hubo tiempo que nada luego de esa llamada. Ambas seguían en línea llorando, desahogando las rencillas del pasado, soltando las perturbaciones que las acompañaron durante tantos años.
Ana cubría su boca con su mano libre, mientras que con la otra sujetaba con fuerza el teléfono. Estaba a punto de dormir cuando él sonó, la sacó de onda puesto que nadie llamaba a esas horas, entonces se preocupó. No lo podía creer cuando escuchó esa respiración, porque incluso antes de que ella cantara ya sabía de quién se trataba. Ese sonido que tantas veces escuchó a su oído no lo olvidó jamás. Seguía en un estado de shock, desconcertada, intentando calmarse, respirando con profundidad. Pero era en vano, nada iba a tranquilizarle, todo le temblaba, hasta el cabello.
Tenía tantas preguntas que hacerle, hasta percibió aires de reproche y quiso reclamarle demasiadas cosas que en su momento le afectaron muchísimo. Sin embargo, no haría nada. Solo iba a escucharla. Esperó ese día por bastante tiempo, y cuando había creído que ya no le importaba, ese día llegó...
—Perdóname, mi chinita —musitó Verónica más calmada. Ana se enjugó las lágrimas, y se dedicó a ponerle atención en silencio. Le enternecía que aún recordara aquel apodo—. Mira, es muy tarde para redimirme, sé que la regué demasiado, pero necesito estar en paz conmigo misma. Te dañé, a ti que fuiste mi ángel de la guarda y creo que lo serás siempre. —Suspiró—. Eres lo mejor que me pudo dar la vida, y yo no lo supe aprovechar. Quisiera retroceder el tiempo, pero ya sé que es imposible. Así que, me quedo con lo eufórico y atenuante a la vez, contigo aprendí cosas magníficas y estaré agradecida para siempre. Lupita, quiero tu perdón para poder irme en paz. No sé cuándo me toque, pero sé que lo haré tranquila luego de esto.
—Te perdono, Vero —murmuró, incapaz de decirle algo más.
—Gracias, mi chinita. Te quiero. —Conservaba la minúscula esperanza de que le dijera un te quiero devuelta, pero obtuvo algo mejor—. Por cierto, feliz cumpleaños.
—Yo a ti te amo, Verónica. Y lo haré incluso después de mi muerte.
Verónica apretó los labios con el fin de no llorar otra vez. Iba a decirle que la amaba más, pero Ana colgó la llamada.
—Qué alivio —se dijo a sí misma, cerrando los ojos con suma satisfacción.
Mientras que en algún lugar remoto del planeta tierra, Ana Gabriel lloraba de felicidad sin hablar, solo deseaba sacar todas las emociones a través del llanto.
Volver a escuchar a Verónica la devolvió a la vida, y aunque no estuvieran juntas; se alegraba de poder finalmente cerrar esa herida.
fin.
N/A:
esto se me ocurrió gracias a una mini historia que le narré a una amiga, entonces ella me sugirió que lo plasmara en un escrito, y aquí estoy.
el apodo de "mi chinita", lo tomé de la historia de Vero de Araujo, se llama "como yo te amé" y me destrozó la existencia.
espero les guste, comenten que les pareció.
gracias por leer.
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