Capítulo 7
Esperaba que este día fuera mejor que el de ayer. Aunque cualquier cosa era mejor que ver el rostro de un ex novio. Es que la palabra infiel era muy suave para alguien como él. Ayer la sacó muy barata, aunque en mi mente me decía que debía haber hecho algo más, como regalarle una patada en los huevos.
Llegué a la universidad y de inmediato busqué a Violeta para coordinar la exposición. Era poco probable que el docente faltara a otro día de clases. Aunque, por si las dudas, no me hubiera importado que ya no viniese. Mi mente me podía traicionar vilmente.
Mientras los alumnos se peleaban como animales rumiantes por asuntos, que me valían un comino, yo y Violeta preparábamos las diapositivas para la exposición. Todo iba viento en popa. Lo importante era salir vivas de este obstáculo que odiaba medio curso.
Llegó el docente que apodaban "el cabezón". El purgatorio comenzó cuando el antedicho pegó los glúteos en un vetusto pupitre. El docente se sentó atrás, como un fanático esperando a su artista favorito. De inmediato, Violeta fue la primera en disertar frente a un público que fingía silencio y disciplina.
Pasó un minuto y Violeta ya había terminado. Mi amiga expuso tan rápido que apenas empezaba a acomodarme. Tuve la mala suerte de que me tocara el tema más largo por perder en piedra, papel o tijera. Violeta lo había hecho tan bien que empecé a sentir mariposas. Iba a ser un poco difícil superar su exposición. Era una verdadera lástima que la nota fuera grupal y no individual. El que faltaba no había venido a clases.
El docente bajó la cabeza, como presa de su propio peso. Una calabaza pesaría menos que su cabeza. El hombre escribió la nota en su cuaderno con demasiada tranquilidad. Por su expresión, era un hecho que Violeta había zafado del suplicio: había vencido al nerviosismo. Violeta se sentó junto a mí. Era mi turno.
—Flores Karina, adelante.
Me paré al frente, controlando de forma sobrehumana el nerviosismo. Solo tenía que hablar, no ocuparme de los nervios ni de las fieras miradas que podrían boicotear mi disertación. Inhalé tan profundo como si estuviera a punto de tirarme a la piscina.
«¡Por favor, nervios! He estudiado mucho para esto. No me traiciones. Mi nota está en juego».
—A mi me tocó el tema de la... Contravención —Por poco no llego a decir la última letra. Apenas empezaba y sentía que el tema aprendido me abandonaba muy rápido.
Sin haber tocado el tema de fondo ya había tirado la toalla. Estaba indefensa ante el público y el maestro. Solo tenía la cabeza para los últimos acontecimientos negativos. El tema memorizado se fue de mi cabeza cuando yo recién llegaba. Sucumbí ante el silencio y el público se impacientaba. Yo quería decir algo, pero mi boca se secaba antes de construir algo coherente que salvara mi exposición.
—Señorita Flores, tome asiento.
Esas palabras eran tan demoledoras como tranquilizadoras. Pero para qué quería tranquilidad sin tener una buena nota, que es la gasolina para sobrevivir en esta universidad. No me atrevía a verle la cara a mi amiga. Lo más seguro era que, mínimo, frunciera el ceño y, por dentro, ya me estaría despedazando.
Las clases concluyeron, aunque yo hubiera querido que no. Los alumnos vaciaron el curso y yo esperé en mi asiento, como una niña tierna que no hizo nada malo. Violeta era un volcán activo. A pesar de eso, yo seguía con la cabeza en otra parte.
—Kari, ¿qué pasó? ¡Pensé que habías estudiado!
—Sí, estudié, pero...
—Sigues pensando en Ezequiel, ¿no?
—¿¡Qué!? Me ofendes.
—No puedo creer que haya tenido una mala nota por culpa de tu ex novio y de ti.
—Es mi culpa, lo siento, Violeta. Pero no es tan mala la nota.
—¡Está bien! No me voy a ahogar en un vaso con agua.
Violeta respiró profundo y se levantó, sin tener en cuenta que yo también me levantaba. Solo dimos un paso y ambas tropezamos y caímos aparatosamente, derribando varios pupitres que no pudieron amortiguar el descalabro no planeado.
—¡Me lastimaste la mano! —gritó Violeta con gimoteos.
—¿Yo? Tú te tropezaste, Violeta.
—¡Claro que no! ¡Todo fue tu culpa! ¡Ya no me hables más! ¿¡Entendiste!?
—¿¡Sabes qué!? Me parece bien.
—¡También eres una amargada y celosa!
—Ahhh, espera, espera no te vayas. ¡Tú eres una glotona, come empanadas!
—¡Ay, dios! ¡Tú Kari eres una zorra!
—¿¡Qué!? ¡Tú eres eso y más!
Por poco no nos agarramos de los cabellos para el deleite de algún alumno excitado. Estuvimos a solo un pelo de llegar a esa instancia. Violeta se fue hecha una granada y yo fui menguando mi rabia con la tristeza que nacía. Tal vez ella tenía razón: todo era mi culpa. Tal vez había perdido a la única amiga que me entendía.
Salí de la universidad tan pronto como pude. Mientras más me alejara de ese ambiente negativo era mejor para mis ánimos que estaban a flor de piel. Ahora sí que nada iba a calmar mi fuego interior. Sin que me diera cuenta el día se había convertido en uno de los peores, pero algo me decía que este día podría ser mucho peor.
A dos manzanas de casa, vi a mi madre de cuchillas en el pasto, viendo algo con detenimiento. Poco después, un vecino se acercó a cerciorarse junto a ella. Yo solo podía imaginarme a mi padre, dejando un cráter en el suelo por culpa del alcohol. La vista era poco clara.
Caminé con premura, sintiendo nervios por la curiosidad. Pero conforme me acercaba algo iba desplomándose en mí. Cada paso fue una puñalada letal que yo no quería recibir. Mantuve mi incredulidad hasta llegar ahí. «¡No creo, no creo, no creo... ¡Ay, no, no, no, mi...!»
Las lágrimas interrumpían cualquier rastro de palabra. La escena era algo que jamás hubiera querido ver.
—¡¡¡Broly!!! —Mi cara era una catarata lacrimosa—. ¡Broly, ¿¡quién fue el maldito que te hizo esto!?
—Hijita, no llores... Tú padre vino ebrio y se fue, dejando la puerta abierta y el perro se salió a la calle: seguro a perseguir vehículos. Y cuando salí lo vi ahí tirado.
—¡Broly, por favor, tú también no me dejes! No te vayas, por favor...
Mis palabras, en vez de conseguir algo, fueron las últimas que yo pude dedicarle.
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