Capítulo 16
Me desperté de forma abrupta y miré la hora. Eran las siete de la noche y ya me perdía en la oscuridad de mi cuarto. Fui de inmediato a la puerta y la cerré con el picaporte. Con eso daba a entender a mi madre que ya tenía sueño, aunque no lo tuviera. Por extraño que parezca la oscuridad penumbrosa de mi cuarto despertaba mi libido. Me acosté de nuevo y junté los párpados.
Abrí mis ojos y ya no me encontraba en mi habitación. El lugar era deplorable: casi igual que mis sucios pensamientos. Las calles yacían cubiertas de desperdicios. Presentía que en cualquier momento hallaría a una rata saliendo toda feliz de una pestífera alcantarilla.
Caminé por una calle estrecha buscando el puente del amor. Al llegar a una esquina oí mi nombre: esa voz era difícil de confundir. Tristán se encontraba apoyado a una pared enjalbegada y pulcra. Su ropa entallada despertaba mi deseo lascivo de comérmelo entero. Su abrigo de cuero era demasiado para ese cuerpo. La brisa se convertía en ventiscas fogosas.
Tristán me miró con ternura, pero, a la vez, con un deseo desenfrenado de llevarme a una cama.
—Hola, nena...
—¿Nena? Ja, ja, ja.
«La risa sustituía mis palabras, porque no encontraba las indicadas».
—Te esperé —dijo él y me llamó con sus dedos.
—¿En serio? Yo igual —dije y me puse tan cerca de él para abrazarlo.
Nos besamos y nos excitamos a un ritmo galopante. Nos abrazamos y acariciamos hasta que la ropa empezó a estorbar. Nos volvimos a besar y nuestras vestiduras quedaron en el piso. No nos importó quedar desnudos en medio de una calle oscura y desolada. Éramos dos cuerpos desnudos que ardían por dentro y quemaban todo a su paso.
Cuando me excitaba mi calentura llegaba a un nivel superlativo. Podría cocinar su miembro si quisiera. No quería asustarlo, pero cuando me ponía así me convertía en una fiera salvaje. Él no se quedaba atrás porque sus manos llegaban a los lugares más recónditos de mi cuerpo. Sentía en su respiración unas ganas acuciantes de hacerme gemir: solo esperaba que no llegara a provocarme zollipos angustiantes.
Sus manos habían recorrido todo mi cuerpo sin itinerario. Luego, su boca se despegó de mis labios y descendió con una rapidez impresionante hasta llegar a mi zona íntima. En ese momento la privacidad de mi genial había firmado su acta de defunción. Su excitación lo había llevado a besarme por todos lados. Ahora podía conocer su otra faceta.
Tristán suspiró y me levantó las dos piernas para que pudiera darme más amor. Se veía a leguas que me tenía un aprecio desmedido porque se preocupaba de que yo sintiera placer. Pero él no sabía que yo sentía mucho más de lo que había imaginado. Él era muy comedido y complaciente. Gemía mucho y era como si se sintiera mal por sentir placer en solitario y no compartirlo. Y yo se lo agradecía a mi manera.
Me abrazó fuerte y su amor se convirtió en movimientos vertiginosos.
—¡Ay, ay, ay!
«Estaba segura que ahora despertaría por el orgasmo».
De pronto, él se detuvo y menguó sus jadeos. Por consiguiente, todo rastro de placer mutuo se esfumó en un tris. Su rostro de placer se convirtió en uno de incertidumbre. El sexo había pasado a un segundo plano. Algo lo perturbaba y yo me di cuenta de eso desde el minuto uno.
—Lo siento, Karina. Tengo que hacer algo ahora...
—¿Qué? ¿Hacer qué?
Él agarró su ropa como algo insignificante y se vistió con extrema rapidez.
—Tristán... No. Ahora sí que no te irás hasta que me digas que sucede.
—Karina...
—¿Qué pasó? Es como si hubieras visto a un monstruo.
—Algo parecido...
—¿Qué dices?
—Si quieres que te cuente ven conmigo —dijo solemnemente y yo no supe qué decir.
Me tomó de la mano con frenesí para huir del lugar.
—¡Espera mi ropa!
El recorrido fue un periplo abrupto hasta que llegamos a un lugar arbóreo y rústico. Al detenernos no pensé en otra cosa que hacerle muchas preguntas.
—¡Tristán! ¿¡Qué pasa!? ¿Qué tienes?
—Pronto llegará... Pronto llegará...
—¿Quién?
—¡Ya viene! —dijo Tristán apuntando al cielo.
Miré al cielo preguntándome por esas luces y por ese sonido continuado. Me sonaba familiar. Mi inocente curiosidad se convirtió en preocupación.
—Oye, ¿qué hace un avión volando tan cerca de nosotros?
—Ahí viene...
—¡Me estás asustando!
—¡¡¡Escóndete, Karina!!!
Ante el peligro inminente, corrimos hacia unos contenedores y yo lo perdí de vista.
Desde un contenedor vi como un gigantesco avión comenzó a descender sobre la calle en penumbras. El ruido que manaba de sus motores era ensordecedor. A los pocos segundos, sus colosales alerones fueron destruyendo las precarias viviendas. El morro delantero se precipitó en tierra y provocó un temblor escalofriante. Se me estremeció el cuerpo al sentirlo muy cerca.
La aeronave se detuvo al impactar en una edificación abandonada. Luego, las llamas comenzaron a consumirlo desde la cabina. Yo salí de inmediato del contenedor y comencé a buscar a Tristán.
—¡Tristán! ¡Tristán! —pregunté, pero ya había desaparecido.
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