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Capítulo 15

Había tenido un sueño tan turbulento que por poco me olvido de levantarme. Ya ni el desgraciado despertador podía sacarme de mis sueños. Abandoné mi cama y lo primero que noté fue mi ropa interior que ya no podía estar más mojada, porque ya no podía más. Por otro lado, tenía exceso de buen ánimo y eso era un gran aliciente. 

En poco tiempo, ya me encontraba vestida y lista para afrontar un nuevo día. No había razón para poner una mala cara. El día era hermoso y el sonido ambiente era el más apacible del mundo. Mi sonrisa era capaz de resucitar una flor marchita. Tal vez podía contagiar mi alegría a algún ser anodino o con el semblante compungido. 

El autobús llegó a tiempo. A pesar de su aspecto destartalado y el mal genio de chófer, que por poco no rompe el volante, me senté feliz y con una total calma. La gente a mi alrededor desprendía un desdén impresionante. Pero el acero de mi buen ánimo era resistente a su antipatía. Tampoco me molestó la velocidad a la que iba el motorizado: el chófer parecía la reencarnación de Ayrton Senna. 

Llegué a la universidad toda risueña. Una gran masa de alumnos arremolinados se peleaban por entrar al campus. Muchos de estos dificultaban el tránsito normal. En otro momento, esta escena hubiera exacerbado mis ánimos, pero ahora me parecía algo insignificante. Incluso me burlaba mentalmente de todo ese grupúsculo de alumnos desalmados. 

Bajé del bus para volver a respirar aire puro, porque adentro el ambiente era semejante a una alcantarilla. Cada vez, el alumnado se amontonaba como garrapatas. Pronto derrumbaría la pobre reja de entrada. Mi buen ánimo podía lidiar con la situación. 

Minutos después, las clases se suspendieron y eso tampoco interrumpió mis ganas de sonreír. Mi amiga llegó en ese preciso momento, trayendo consigo algo comestible en una mano: eso también no alteró mi parsimonia. 

—Hola, Karina. 

—Hola, Violeta... Tú siempre vienes cuando no hay clases. 

Rio con la boca llena. 

—¿Quieres? —dijo Violeta convidándome su alimento. 

—Se ve apetecible. ¿Qué es? 

—Ruedas con picante. Aunque en realidad no me pica nada... 

—¿Segura? 

«Tampoco me afectó su mentira. ¡Ay, mi lengua se quiere salir por culpa del picante!». 

Olvidé el desliz con las ruedas con picante y me despedí de Violeta. Me subí al primer autobús que apareció. Había un exceso de pasajeros. Conmigo, el bus había quedado congestionado, por lo que tenía que viajar parada y un poco apretujada. Esto tampoco mermaba mi buen ánimo. Había una gran probabilidad de que fuera manoseada hasta por una mochila. 

Afortunadamente, la tempestad pasó y llegué a casa muy atareada y con el semblante a punto de mostrar una pica de desdén. Pero esto tampoco podía desmoronar mi buen ánimo. 

Entré a mi habitación y al poco rato mi madre entró para decirme que hoy almorzaríamos té con pan de hace unos días. Mi buen ánimo comenzó a tambalearse un poco. Pero mi razón de estar feliz era Tristán y por él no iba a hacer mis habituales berrinches. En ese momento mi nivel de tolerancia era increíble e irrepetible. 

Me acosté un momento, mientras la figura de Tristán revoloteaba dentro mis pensamientos. Mi momento de sosiego era indiferente a la hora. Podía estar horas pensando solo en ese chico. Ese era mi gran hándicap cuando me enfrascaba en algo. 

Cerré mis ojos y los volví a abrir. Me encontraba sentada en un bordillo de la acera, a lado de una alcantarilla. Un poste de luz hizo un chirrido y yo me espanté. Antes de que las chispas cayeran yo me levanté, pero mi pie me hizo una zancadilla y terminé magullada en el áspero pavimento. Me miré las manos y ya no se veían como antes: la emanación de sangre y dolor me horrorizaban. 

A los pocos segundos, un ruido semejante a una locomotora nació cerca de las inmediaciones. Era tan ensordecedor que tuve que cubrir mis oídos. Cojeando corrí por una calle bastante empinada. El sonido se tornó desagradable y me produjo escalofríos. Lo sentía tan cerca como tan lejos. Veía a mis alrededores pensando que podía aparecer y despedazarme en un tris. 

Me detuve en un zona bastante escabrosa. No había más que un paredón que estaba próximo a convertirse en escombros. Todo esto me parecía extraño. «¿Dónde está Tristán? ¿Por qué no viene?», me preguntaba mientras respiraba con dificultad. 

Me sentía observada por una presencia maligna. Percibía sombras por todos los recovecos de un lugar inhóspito. Era imposible que fuera Tristán, porque aquella presencia emitía ruidos crujientes como un hueso que se acaba de romper. El sonido se tornó intermitente y mis oídos sufrían. Me acurruqué en mi sitio y me tapé los oídos, esperando que esta pesadilla terminara. 

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