Capítulo 14
Luego de luchar contra el calor pude conciliar el sueño. Era un sueño bastante fogoso e incómodo. Veía mucha neblina y caminé sin rumbo por un sendero tétrico. Tenía muchas ganas de sentir el candor de sus brazos y ya no despertar nunca más. Si me encontrara a algún genio de la lámpara le pediría quedarme con él en vez de pedirle dinero.
Me quedé inerte en un poste descompuesto. Apenas podía ver el camino. Me movía sin saber a dónde ir, sin tener un itinerario. Esta era la oscuridad que Tristán amaba y yo me estaba habituando a ella. Yo sabía que en cualquier momento vendría a mí. Era una caja de sorpresas infinitas. Este lugar apagaba, temporalmente, mi aflicción y era como mi refugio secreto: era muy afortunada de vivir esta experiencia.
Antes de que empezara a crear conjeturas sobre Tristán, un brazo me tomó de la cintura y yo me di la vuelta para descubrir su rostro apacible y dulce que quería besarme la mejilla. Hacía calor, por lo que las palabras se evaporaban y solo nuestros gestos hacían todo el trabajo. Sus manos eran la chispa que encendía mi libido.
Tristán intentó besarme en la mejilla, pero yo le di un beso en la boca. Sus mejillas se arrebolaron al instante; él no esperaba eso. Su silencio decía más que un montón de palabras. Este era el umbral de algo sexual. De pronto, nos abrazamos desaforadamente: eso solo acrecentaba mi excitación.
—Tristán, ¿estás excitado?
—¿Qué? No, no...
—Tus palabras podrán decir no, pero allí abajo me dice otra cosa.
—¡Por Dios! —dijo y se miró fingiendo sorpresa.
—Descuida, la excitación es recíproca. Si tu quieres está bien...
—Luego de unos abrazos, ¿qué sigue? —preguntó él.
—Hum, lo que tenga que venir... —dije y lo miré con profundidad.
Él mantuvo sus mejillas ruborizadas.
—Cuando me miras así solo haces que me...
—¿Qué?
«Estaba segura que lo iba a decir, pero, por si las moscas, debía preguntar. Podía salir con otra sorpresa».
—Que quiera hacerte el amor. No iba a decir follar: no me gusta tanto ese vocablo.
—Ja, ja, ja...
«Mi sexto sentido es infalible».
El abrazo fogoso llegó a su fin y sus labios se reencontraron con los míos. Fue breve, pero suficiente para mojarme las bragas hasta más no poder. Por un momento, me desconecté de mi alrededor y fue muy hermoso sentir mariposas. Hace mucho que no disfrutaba de algo así. Nunca pensé que soñar con un chico fuera tan maravilloso.
Nos dimos otro beso y, mientras tanto, nos deshacíamos de nuestra ropa: en un momento así estorbaba mucho. Con una rapidez increíble se quitó el polo y el pantalón y yo el suéter, pero me atasqué al quitarme la falda. La cremallera se había atorado increíblemente. Por suerte, Tristán me socorrió e impidió que el amor se enfriara.
Ese contratiempo solo nos encendió más. Estando desnudo, Tristán estalló en excitación. Llegamos hasta una banca y allí me entregué totalmente a él. Fue tan delicado y amoroso al principio. Luego, se tornó rebelde y comenzó a ejecutar movimientos bruscos, producto de una excitación feroz: me gustaba mucho. Toqué su miembro firme mientras lo movía. Lo abracé y gimoteé un poco, porque la sensación era inefable. Solo exteriorizaba mi satisfacción.
El volumen del placer aumentaba y yo me tapaba la boca para no hacer escándalo. Era complicado pedirle a Tristán que se detuviera: él, desvergonzadamente, estaba gimiendo más que yo y no se detendría hasta terminar. Lamentablemente, mis manos no eran suficientes para bloquear los gemidos.
Tristán ya había cruzado la línea de la excitación y yo era un festival de gemidos. No sabía donde apretujar para mitigar un placer inconmensurable. Mis manos resbalaban en su piel. No quería parecer una tigresa y lacerar su cuerpo. El placer me quitaba la palabra de la boca. Mi corazón era un motor bullicioso.
En la fase final no me quedó otra que sostenerme de sus brazos y zollipar ante un inminente orgasmo. Tristán terminó por eyacular con un gemido sórdido y disonante. Sacó su miembro un instante y lo volvió a introducir. Unos movimientos bastaron para que yo gimiera sin detenerme, mirando las estrellas.
Tristán se detuvo a tiempo, antes de que pusiera los ojos blanquecinos. Las contracciones se habían desatado y Tristán no podía calmar mi cuerpo. Mis suspiros se habían desbordado en placer: yo no podía atenuarlos ni con gimoteos estrepitosos, pero sin con un llanto que alertó a Tristán. Al instante, me palpó las mejillas con preocupación. El amor era lo que le sobraba.
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