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Capítulo 10

Cerré los ojos y ya me hallaba vagando por el mismo lugar de siempre. Cuando sueñas no piensas que es un sueño, sino algo que está pasando en realidad. Pero había una pizca de surrealismo. Me sentía desorientada; necesitaba a un guía de mi propia ensoñación. La oscuridad era preponderante y las calles no tenían un aspecto apacible. 

Me detuve un momento para asimilar el escenario estrambótico. Miedo no había; ni una pizca. En este sueño, el miedo me limpiaba el calzado. La brisa era una cosquilla incesante. Ni yo sabía qué hacer. Por un momento olvidé que tenía que ver a alguien. Contemplar la precariedad de las casas se apoderó de mi tiempo. A lo lejos, vislumbraba una iglesia fastuosa y casi imperceptible. En las inmediaciones de ella todo era fúnebre. 

Caminé un poco con el fin de romper la monotonía a la que había entrado. Todo el ruido que había en el lugar lo hacían mis calzados. Era un espectáculo sonoro difícil de aplacar. El nombre de Tristán quería salir al exterior. Sentí deseos de vocear su nombre a los cuatro vientos, pero mi voz, por estos lares, se empequeñecía. Si decía algo la oscuridad se tragaría mis palabras. 

Un buen susto me hacía falta. El chico de mis sueños no estaba en mis sueños. La atracción principal de esta ensoñación se había ausentado sin mi beneplácito. No tenía ganas ni de bostezar. 

Caminé hasta llegar al puente del primer sueño. Di un paso demás y me desestabilicé peligrosamente. En una fracción de segundo vi a alguien que venía hacia mí. No pude retomar la verticalidad  de mi cuerpo y terminé en los brazos de Tristán. En consecuencia, acabamos en el suelo y él se quejaba más que yo. 

—Pensé que una excavadora se había venido hacia mí... Digo, ¿estás bien? —Tristán se tomó la cabeza y me dio la mano. 

—Sí estoy bien. Nuestros encuentros son algo aparatosos... Y no te preocupes, no hay indicios de enojo por la broma que hiciste —Sonreí adolorida y me puse de pie. 

—Me da gusto verte otra vez, Karina. Ya era hora que vinieras a apagar mi soledad. Me siento algo extraño. Es una sensación difícil de describir. Tendría que inventar otro idioma para decírtelo. 

«Se ve tan tierno cuando se pone así. El cariño que le tengo creo que está pasando a una segunda fase. Esto es lo más surrealista del mundo». 

—Yo también. Me alegra verte —Me puse nerviosa—. Quiero sentarme. 

«Fue lo único que se me ocurrió. Mi vocabulario escaseaba cuando él me miraba por más de cinco segundos. 

—Acabo de ver una banca... Espero que sea una banca o lo siga siendo cuando lleguemos. Pero descuida, nadie se ha suicidado por estos parajes. 

—Ay, gracias. Nunca está demás saber eso. Esta oscuridad no me da mucha confianza. 

Tristán se adelantó y por sus pasos pensé que lo perdía en la espesa oscuridad. Parecía tener ruedas en sus calzados. Yo lo seguí con una confianza excesiva. 

Llegamos a una banca convencional. No había nada sobresaliente en ella. Era rústica y acogedora. Lo importante era que podíamos sentarnos. Él se acomodó a la derecha y yo a la izquierda. Había tantas cosas que quería decirle, pero todas mis ideas se atascaban al mismo tiempo y eso era algo inexorable. 

Tristán miró lejos de mis ojos, como filosofando sobre cualquier cosa. Su seriedad me arruinaba los planes. Segundos después, habló con mucha calma. 

—Me gusta este lugar. Me da mucha paz. La oscuridad no rechaza a nadie. La oscuridad me es tan familiar... 

Lo miré con sosiego. Luego, continuó. 

—Exactamente no sé cómo es que llegué acá. Siento como si hubiera otro yo. ¿Tú te sientes igual? 

—Sí, creo... Recuerdo tener una familia. Una mamá dadivosa y un padre despreciable que ya no recuerdo su nombre. 

Tristán me miró fijamente y su semblante no sufrió cambios. 

—Yo también debería tener unos padres. Y si no, creo que solo te tengo a ti. En otra vida debí ser un chico raro y cohibido. Son contados los momentos en que me verás serio. 

—Yo soy un poco difícil de comprender. Hasta yo no me entiendo a veces. Creo que hace falta un manual para poder entender a cabalidad mis palabras. Me quiebro fácilmente. Y no creo en el amor. 

«Creo que eso estaba demás... ¡No debí decirlo!» 

—¿No crees en el amor? No te preocupes. Yo hace mucho dejé de sentir eso que decís. No hay nada que pueda provocarme un sentimiento de amor o como se llame. 

«¡Yo estoy aquí!». 

—Pienso igual, porque... —dije y sus ojos me interrumpieron. 

Tristán se quedó mirándome raro. 

—¿Qué pasa? ¿Tengo algo extraño en la cara? 

—No, es que tienes unos labios perfectos. 

—¿En serio? Gracias. 

Nos miramos raro durante muchos segundos. Estuve a punto de reírme, pero es que ninguno de los dos tenía intenciones de hablar. Había un armisticio de palabras. Su mirada era un vicio del cual no estaba pagando. 

—¿Te sucede algo? —dije antes de salir corriendo a tomar aire. 

—Tienes una espinilla en la mejilla. 

«¿¡Qué!? ¡Maldita espinilla siempre jodiéndome la vida! 

—¿En serio? —Reí con timidez—. ¡Creo que tú también lo tienes! 

Por fin sonrió. 

—Presiento que esta conversación no volverá a repetirse y eso me aflige. 

—¿Por qué lo dices? 

—Porque una bestia vendrá y nos comerá. 

Sonreí estrepitosamente. 

—Creo que no te la creíste. 

—Ni en quinientos años. 

—Quisiera poder hablar contigo por horas, pero tengo que ir a... 

—¿A dónde? —pregunté y mi rostro se demudó por su repentino comentario. 

—Luego te lo digo. 

—¡Dime ahora! —dije airadamente. 

—No tardaré, volveré pronto... 

—Está bien... Te quiero. 

«Creo que no escuchó el "te quiero"». 

Pues ese pronto no llegó y desperté a regañadientes. Apenas podía ver por la abundante lagaña en mis ojos. Mi humor comenzaba a tambalearse. Tristán había sembrado la semilla de la intriga en mí. 

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