10. La forma de las desilusiones
Capítulo 10.
Grece Lee Carter
No hay peor sacrificio de amor, que cuando nos cegamos , porque queremos más a la otra que persona que a nosotros mismos.
Mi turno había terminado a las 7:00 p.m. Por lo tanto luego de eso fui a mis clases, terminando por fin a las 10: 30 p.m. y de camino a casa iba con los ánimos por el suelo.
Podría jurar que mi mochila pesaba el doble que está mañana. Mis párpados se sentían tan pesados que lo único que rogaba, esta noche era llegar y dormir hasta que la alarma me avisara que es hora de ir a trabajar.
Al caminar por tanto tiempo, tomar el autobús, y luego solo ir entre el frío de la noche por el resto del trayecto, ver el departamento que comparto con mi mamá a tan solo unos metros no hizo más darme ganas de correr hasta encontrarme frente a la puerta.
Con una pequeña sonrisa posicione mi mano en el pomo y me preparé para entrar.
Entonces escuche todo.
Los ruidos que se convirtieron en el elemento principal de mis pesadillas. Los sonidos ahogados, el son de dos voces humanas mezclarse.
Los gruñidos de un hombre, los gemidos ahogados de alguien que parecía pedir más, y más.
Escuche como ella ha roto la única regla de un contrato que aunque nunca fue sólido, ambas firmamos.
Ella ha roto lo único que estaba en letras rojas y mayúsculas.
No tenía fuerzas, pero con las pocas que junte me eche a correr lejos de ahí. Lejos de ella. Lejos de todo lo que se encarga de destruir sin remordimientos una y otra vez.
Sin parar. Sin importarle como me siento. Como me ahogo cada vez más en el mar de desilusiones que desbordan cada que dejó a su cargo una de ellas.
Me fuerzo a no llorar, no cuando hay tanta gente alrededor, aún cuando siento que terminaré por ahogarme entre todo lo que guardo.
Cuando perdí el aliento por completo habían pasado talvez 15 minutos, me di cuenta que termine en un parque. Habían unas pocas personas y el tráfico era mucho más reducido. A pasos lentos me senté en una de las bancas y me apoye en mis rodillas, sintiendo el nudo en mi garganta, mi pecho agitado subir y bajar.
También el dolor de una decepción que se repite.
Hago lo imposible por contenerme. Por no gritar y empezar a llorar ahí mismo, golpear lo que esté más cerca hasta lastimarme, sacar todo lo que hace rato se ha quedado atorado adentro y muere por salir.
Jayce tenía razón cuando dijo. Las lágrimas que no salen terminan por ahogar el alma.
Hable con ella tantas veces, lo prometió, y cada vez yo le creía, por más que rompiera la promesa, se disculpaba vagamente y volvía a repetir. Pero estoy cansada, ese lugar pequeño es nuestro lugar, de ambas, estoy cansada de vivir con el miedo de volver a casa y escuchar eso.
Escuchar como de nuevo lleva hombres, escuchar mis pies corriendo en dirección opuesta. Lejos de lo que me hace daño, y sin embargo me niego a dejar.
Solté algunas lágrimas, sin ser capaz de alzar mi rostro, decepcionada de lo débil que podía ser cuando se trataba de ella.
(…)
Pasaban de las 11 cuando ya no tenía lágrimas, cuando el cansancio había recordado que tenía una cita con mi cuerpo, donde dudaba en llamar a Cherry, o ir y dormir un rato en el café, talvez este parque, talvez está banca donde llevaba rato sentada parecía un lugar más cómodo.
Sin incorporarme aún, lo primero que sentí fue el ardor en mis ojos y mi vista borrosa. La ciudad aún viva, no tanto como a cualquier hora pero si parecía no tener ganas de dormir como yo. Me deshice de los resto de lágrimas y busque en mi mochila mi teléfono.
—¿Estas bien?—. Solté un gritó ahogado por la sorpresa al ver a una niña frente a mí.
Con cabello negro atado en una cola mal hecha, con unos ojos azules que se me hacían bastante familiares, y por último un pijama de flores de diversos tonos.
—¿Estas bien?—. Repitió, se veía tan llena de energía que la envidiaba.
—Estoy bien—. Mentí, y mi voz sonó bastante ronca.
—Mi mamá dice “Nada de lo que sientas es irrelevante”—. Apunto su dedo al cielo y trato de imitar a alguien.
—Fue una mala noche—. Murmuré, y me percate que casi eran las 11:30 Por lo tanto no era una buena hora para que una niña estuviera sola en la calle. —Cariño ¿Estas sola?
Negó con la cabeza. —Vine con mi hermano.
—¿Y donde está él?—. Giré, para observar a todas partes, y habían varias personas.
Pero ninguna parecía estar al tanto, de como una niña pequeña se acercaba a un extraño.
—Primero ¡Ten!—. Me extendió una dona de chocolate a la cual ya había dado una mordida.
—Es tuya cariño, puedes comerla…
—¡Nop! Nada de eso ¡Es para ti! ¡Para que te sientas mejor!—. Me dio una gran sonrisa, y con esos ojos azules rogando que la aceptará no pude negarme.
—Bueno, gracias…— me detuve. —¿Cuál es tu nombre cariño?
—Me llamo Ginger—. Sonrió y se sentó a mi lado en la banca.
—Yo soy Grece, es un gusto Ginger.
—También es un gusto Grece—. Tomo mi mano y yo estreche con suavidad la suya.
Ambas nos quedamos en silencio, compartiendo la dona de chocolate que me había ofrecido. Me pregunto algunas cosas, como si había asistido a la escuela, o si me gustaba pintar, también si tenía hermanos.
—¿No viene tu hermano?—. Me preocupe al ver que nadie aparecía.
—Seguro lo hace, a veces puede ser muy tonto—. Movía sus pies de un lado a otro, sin preocupaciones.
Quisiera ser como ella.
Después de rato más parecía que me olvidé de todo, de lo que había pasado solo hace nada, del dolor y las lágrimas de las que me había deshecho y todo porque una niña de…
—¿Cuántos años tienes Ginger?
—Tengo 5 y medio—. Volvió a mirar la calle.
Porque una niña de 5 años y medio, me había hecho compañía, mientras me había compartido de su dona.
—¡Ginger carajo!—. Ambas nos miramos al ver una silueta extrañamente correr hacia nosotras.
Por impulso sostuve a Ginger y la acerque a mi. Fruncí el ceño y me preparé para cualquier posible situación, mientras quién sabe quién se acercaba.
—¡Ginger! ¡Ginger, carajo!—. Repitió la voz agitada.
Una voz conocida.
Que, cuando estuvo lo suficiente cerca logré reconocer.
—¡¿Qué pasa contigo?!—. Gritó a unos pasos. —Te dejo sola mientras pagaba por 5 minutos Ginger. ¡5 malditos minutos!
Solté mi agarre de la chica y pude ver un puchero en sus labios, mientras Jace Adams, totalmente enfadado llegó frente a ambas.
—La vi sola… Y vine aquí—. Murmuró conteniendo las lágrimas.
No hizo falta más para tragarme todo lo jodido de mi vida, alzar la cabeza y enfrentarme a él.
—No hace falta que la regañes más—. El chico me miró con el ceño fruncido.
—No te metas Grece… Esto no te importa—. Escupió de mala gana.
—Si lo hace. He estado con ella desde hace un buen rato ¡Así que quieras o no! ¡Esto se ha vuelto mi asunto!
Abrió la boca y la cerró, en algún punto el nudo en mi garganta volvió. Pero no permití que él se diera cuenta.
—Da igual ¿Estas bien?—. Empezó a revisar a la chiquilla mientras aún parecía preocupado.
—Estoy bien Jace… Estuve con ella todo el tiempo—. Se acercó a él y trato de susurrar algo que fui capaz de oír. —Ya ha dejado de llorar.
Jace me miró. Pero no dijo nada, y creo que eso me hizo sentir mejor. No ver pena, no hacer que me sintiera menos.
—Es hora de irnos Ginger… A Jay le va a pegar un infarto.
—También lo creo—. Sonrió al verme, y supe que algo se le había cruzado por la cabeza. —No la podemos dejar sola.
Abrí los ojos un poco, y lo mire a él. Quién pareció perderse en su cabeza, mientras su hermana sujetaba con fuerza mi mano.
—¿Quieres venir a nuestra casa Grezlii?—. Se pasó la mano por la frente.
No me veía aceptando, pero tampoco quería dormir en un parque y volver al trabajo hecho un desastre.
—¿Si quieres?—. Preguntó Ginger.
—Si quiero—. Mencione al incorporarme.
—¡Bien!
—¡Vámonos!
Camine al lado de 2 de los hijos de mi escritor favorito. Pensando que la noche no había sido del todo un asco.
—Deja lo llevo—. Jace me arrebato mi mochila y me pidió que no soltara a Ginger mientras iba por el auto.
Al final ella y yo esperamos pacientemente, hasta que su hermano apareció, en aquel auto negro que me recordó por alguna razón al viejo Mercedes del que su papá mencionó algunas veces en sus Libros.
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