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Capitulo I


En una universidad llena de oportunidades, pasillos eternos y sueños por descubrir, me encontré por primera vez con Diego. Aún lo recuerdo como si hubiese sido ayer, era un día lluvioso de otoño cuando nuestras miradas se cruzaron en la biblioteca. Él estaba sumergido entre montañas de libros de literatura, y yo me encontraba toda empapada de pies a cabeza y con las gafas empañadas debido a que mi paraguas se lo había llevado el viento, busqué refugio entre las estanterías de ciencia.

—Está terrible esa lluvia, ¿verdad? —exclamó Diego tratando de contener la risa al verme toda empapada por la lluvia—. Ven, siéntate un rato. Parece que demorará un rato en quitarse.

Cuando estaba por acercarme a la mesa tropecé con la mochila de Diego y terminé estampada contra el suelo. Diego no pudo contener la risa y soltó una fuerte carcajada.

—Muy gracioso —respondí sarcástica acomodandome las gafas.

Se levantó de su asiento y me dio la mano para ayudar a levantarme, nuestras miradas se encontraron frente a frente y lo vi de cerca, había en sus ojos un brillo inigualable, una sonrisa coqueta y una nariz tan perfecta.

—¿Estas bien? —preguntó al ver mi mirada perdida.

—Sí, sí. Todo en orden.

—¿Quieres un café? Deberías calentarte un poco o podrías pescar un resfriado.

—Claro.

Diego se acercó a la cafetera que estaba en la biblioteca y sirvió un poco de café para entregármelo.

—Por cierto, me llamo Diego. ¿Y tú?

—Ximena.

—Es un nombre hermoso.

Comenzamos a platicar acerca de nuestros gustos, descubrimos que compartiamos varias clases, especialmente de filosofía y literatura, lo que nos brindó la oportunidad de iniciar una conversación más allá de simples comentarios acerca del clima.

Los días seguían pasando, y los encuentros casuales entre nosotros se convirtieron en una constante. Era evidente que había una conexión especial, pero fue durante un proyecto de semestre, donde tuvimos que trabajar juntos, que esa conexión se transformó en algo romantico.

Nuestras primeras conversaciones eran tímidos intentos de conocernos mejor, pero rápidamente nos dimos cuenta de que compartiamos muchas pasiones: ambos amabamos la poesía, la música de Queen, The Beatles y Rolling Stones. Ah y los dos odiabamos las matemáticas. Nuestras largas charlas se convertían a menudo en confesiones medianoche, bajo la luz de las estrellas, revelando nuestros miedos, aspiraciones y sueños.

Con el paso de los meses, vivimos juntos momentos significativos que consolidaron nuestra relación. Desde apoyarnos mutuamente durante los exámenes finales, hasta escapadas espontáneas a la playa para ver amanecer. Cada risa compartida y cada lágrima consolada nos acercaba más. Pero fue durante una noche, bajo la tenue luz de una vela, cuando Diego me recitó un poema que había escrito para mí, ahí fue cuando pude darme cuenta de que estaba profundamente enamorada.

—Quiero mostrarte algo, todavía no lo he terminado, pero lo escribí con mucho cariño y espero te guste.

—Claro, adelante, te escucho —mencioné y me acerqué a él para escucharlo mejor.

Se aclaró la garganta y volteó a verme nervioso, después comenzó a leer con mucho entusiasmo aquel verso que había escrito de su poema....

<<Tu sonrisa es mi poesía favorita,
tu voz, una melodía bendita.
En cada gesto, en cada mirada,
veo reflejado un amor que nunca se acaba>>

Jamás alguien se había tomado la molestia de escribir un poema para mí, fue cuando contemplé mi relación con Diego como un tesoro, una hermosa coincidencia que había llenado mi vida de color y música. Nuestro amor fue floreciendo con el tiempo y cuando menos nos dimos cuenta ya llevábamos un año juntos.

La noche de la celebración de nuestro primer aniversario, elegimos nuestro restaurante favorito, aquel pequeño lugar al lado del río donde tuvimos nuestra primera cena juntos. La luz de las velas y el suave murmullo del agua creaban el ambiente perfecto para una cena romántica. Ahí fue cuando pasó lo inesperado, Diego se veía nervioso y yo no sabía por qué razón no dejaba de patear la mesa y volteaba hacia todos lados como esperando a alguien.

—¿Te sucede algo? —le pregunté tomándolo de la mano para tratar de calmarlo.

—No, nada.

Pero sabía que algo no estaba bien...

—Diego, si no me dices ahora lo que está pasando me voy a enojar y...

En ese momento, Diego se levantó de la mesa y se arrodilló frente a mí, varios mariachis entraron por la puerta del restaurante tocando una dulce melodía de amor.

Me llevé las manos a la boca, no podía creer lo que estaba pasando.

—Ximena, eres la persona con quien quiero compartir mis sueños ¿Quieres ser mi esposa?

—¡Sí! —chillé emocionada.

Extendí la mano y Diego colocó aquel anillo con el que sellamos oficialmente nuestro matrimonio.

Así, lo que comenzó como un encuentro fortuito entre bibliotecas y libros de texto, se convirtió en la página inicial de nuestra propia y única historia de amor.

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