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Capítulo 1. A quien el destino espera

Han pasado dos años desde la última vez que crucé miradas con aquel niño, y otros dos desde que nuestras visitas a la playa cesaron abruptamente. Los desacuerdos entre mis padres los llevaron a distanciarse, y con ello, nuestras salidas en familia se volvieron una reliquia del pasado. En el pasado solían amarse, pero mamá era alguien muy fría, y él demasiado blando para ella.

Sin embargo, a pesar del asunto, yo continuaba siendo el mismo. Iba a fiestas cuando podía y traía amigos a la casa, algo con lo que mi madre no estaba de acuerdo. Desde que tengo memoria, ha sido demasiado sobreprotectora y estricta. Quiere que sea la mejor versión de mí mismo, como si lo que soy no fuera correcto. Sé que no soy perfecto, pero vamos, tan malo no soy, ¿cierto?

Por otro lado, mis hermanos cambiaron su carácter en lo que a mí respecta.

Isabel estaba en su último año de preparatoria, así que su vida se reducía

a sus necesidades básicas y tener la cara metida en un libro la otra mitad del tiempo para entrar a una buena universidad. Elai era diferente, continuaba siendo el mismo niño humorista que recuerdo desde que éramos niños, con el sueño de entrar al equipo de fútbol americano. Por otro lado, Damian pasó del niño serio y curioso, al malhumorado y tajante. Sucedió desde que comenzó a rodearse de malas influencias. Múltiples veces Elai y yo terminábamos envueltos en una pelea por defenderlo. Otras veces lo encontrábamos en detención e Isabel se hacía cargo de sacarlo gracias a que era la favorita de la directora.

En casa cada día era un torbellino por las caóticas personalidades de cada uno.

Así que cuando descendí las largas escaleras con brincos, no me sorprendió que Elai fuera el único en la mesa, pues era un madrugador. Me dirigí al comedor, donde el desayuno ya estaba servido y tomé asiento frente a Elai, quien se inclinó hacia mí.

—Se unió un nuevo miembro al equipo —sonrió ampliamente, interrumpiendo mi bocado a medias—. Pensé que podrías ayudarlo, considerando que tú también fuiste el novato hace unos meses.

—Mm —musité, pasándome el bocado de un tirón—. ¿Y por qué nadie más del equipo ha ofrecido su ayuda?

—Parece que nadie te lo ha contado —estrechó los ojos, rascándose la barbilla—. Este tipo es duro, tanto dentro como fuera de la cancha. En serio, su sola mirada intimida. Parece sacado de un reclusorio —contó de tal manera que parecía un secreto. Elai actuaba como esas chismosas de barrio que aparecen en las telenovelas.

—Tal vez lo están juzgando mal —murmuré. No me agradaba hacer insinuaciones sobre las personas.

—Hablando de juzgar... —Elai juntó las manos y comenzó a susurrar, adoptando el papel de chismoso de vecindario—. ¿Ya viste a las chicas de la clase de música? Quiero decir, tú todo el tiempo estás metido ahí. Es inevitable no ver lo guapísimas que son.

Rodé los ojos. ¿Olvidé mencionar que también es un romántico empedernido? ¿Lo malo? Que se ilusiona demasiado rápido con cualquiera.

—Tú sabes que Sky es la única para mí —comenté.

—Por...favor —arrastró las palabras—, llevas obsesionado con ella ¿desde cuándo? ¿Los trece?

—Y tú, ¿no tienes novia porque te gustan todas las chicas bonitas que ves? —respondí, ya un poco molesto.

—Pues tú tampoco tienes novia —contraatacó.

—Pues tú...

Elai me miró con las cejas arqueadas, esperando continuar la disputa, pero me quedé sin palabras. Éramos solo dos chicos de quince años, inmaduros, discutiendo por cualquier cosa.

—¿Ya se van a la escuela? —Isabel se sentó en la silla del medio a la esquina del comedor, dejando su bolsa al lado.

—¿Por qué? ¿Quieres acompañarnos? —pregunté.

—No, solo preguntaba por educación.

—Tienes suerte que tu novio venga a recogerte —murmuré, sintiendo una punzada de envidia.

—Ojalá yo tuviera un novio así que me recogiera —suspiró Elai en un tono iluso.

—¿No querrás decir novia? —ella enarcó una ceja.

—No, yo debería recogerla a ella. Prefiero que me recojan a mí.

—Oye, eso es machista —objetó Isabel.

Los dejé seguir con su discusión sobre lo que era machismo y lo que no, cuando noté que Damián apenas bajaba las escaleras arrastrando los pies y con los ojos apagados. Se notaba que había estado jugando toda la noche. Siempre era él quien se desvelaba, ya fuera jugando videojuegos o leyendo alguno de sus cómics.

Cuando se sentó a la mesa, al lado de Elai, no dijo palabra, como era usual a menos que mamá o papá estuvieran presentes.

—Debe haber sido un buen juego el de ayer —intenté iniciar una conversación, inclinándome hacia él mientras sonreía.

—Lo fue —respondió agarrando el tenedor.

—Tal vez la próxima vez podrías invitarme a jugar —sugerí.

—Sin ofender, Damon, pero eres el menos indicado para eso. Apenas si sabes cómo agarrar un control, y no aguantas despierto a más tardar de las once.

Mordí mi mejilla. Creo que eso no salió como esperaba, aunque bueno, al menos dijo más de dos palabras, eso ya era algo.

—¡Ya cierra la boca! —gritó Isabel.

—Pues no me hubieras hablado para empezar —contraatacó Elai.

De repente, un gato saltó sobre la mesa, gruñéndole a Isabel.

—¡Maldición! ¿Qué hace esa cosa en la mesa? —Isabel levantó las manos, horrorizada.

—Está bien, solo es Mia —dijo Elai.

Agarré a Mia y la llevé a mi regazo.

—Muy bien, preciosa —susurré en su oído, agradecido porque finalmente alguien callara a esos dos. Cuando se ponía así prefería ignorarlos.

—Dios —Isabel se apartó el cabello—. Algún día van a sacarme de quicio. Como sea, me voy. Rainer llegó —se puso de pie, tomando su bolsa mientras revisaba su celular.

—También deberíamos irnos, Damon, el transporte está por pasar —Elai hizo un gesto con la cabeza.

Miré el plato de Damián, que aún no había terminado.

—Damián...

—En un rato vendrán mis amigos —respondió seriamente.

Damián era dos años menor que nosotros y me sentía culpable por dejarlo solo. A pesar de que mamá estaba en casa, podía llegar a ser demasiado dura.

Esperé un segundo, uno en el que él nunca me miró. Elai estaba esperando, así que tomé mi mochila y salí de la casa con él.

Elai era con quien tenía una relación más estrecha de los tres, quizás porque éramos de la misma edad o compartíamos intereses. Sin embargo, a menudo sentía que nadie me entendía del todo. Sí, con él todo eran risas, lo cual estaba bien, pero a veces deseaba algo más profundo que simplemente sonreír.

Cuando llegamos a la escuela, Elai y yo nos separamos, ya que yo debía dirigirme al salón de música para hacer lo que siempre hacía: tocar. O al menos, pretender que lo hacía. He recibido varias reprimendas porque la maestra de al lado se molesta por tocar a esa temprana hora, y además, mal. Pero no es mi intención, aún estoy aprendiendo.

Desde que escuché a aquel niño, siempre he sentido curiosidad por aprender a tocar, pero mis intentos no han sido muy exitosos, ya que no tenía a nadie que me enseñara. Las clases de música estaban reservadas para aquellos que habían elegido este taller. ¿Por qué no lo elegí yo? Bueno, el Damon de 14 años creyó que sería un gran actor algún día al dramatizar un monólogo de Shakespeare. Y por si no ha quedado claro, sí. Estoy en el taller de teatro.

De pronto, oí la puerta abrirse a mis espaldas. Tenía dos opciones: una, mi fastidioso hermano Elai; o dos, Adam, mi archienemigo de por vida. Pero era más probable la primera. Adam no solía rondar por aquí a estas horas, ya que sabía que yo estaba aquí y odiaba meterse conmigo.

Siendo más explícitos, Adam es ese chico que conoces desde que eras pequeño, al que le mostrabas la lengua en preescolar, o en todo caso le dabas un tirón de cabello. La única razón por la que continuamos odiándonos hasta la fecha, es que nuestra diferencias son demasiado intolerables para el otro, él sigue siendo el mismo engreído que se cree mejor a los demás, y yo sigo siendo el mismo que se ofende por todo.

Sí, me tomo muy personal su actitud condescendiente, así que desde que tengo memoria, competimos por lo que sea, por quién tiene las mejores notas, quién le va mejor en deportes, y un millón de etcéteras.

—Oye, olvidaste tu desayuno en mi mochila —anunció Elai.

—Y viniste a traérmelo —dije, girándome en el banco.

—No, en realidad me lo iba a comer, pero pensé que sería grosero no decírtelo. Así que...¿puedo comerme tu almuerzo? —sonrió, apretando inocencia.

—Como sea. Ya me compraré algo en la cafetería —hice un gesto con la mano.

—Aw, por eso eres mi hermano favorito —levantó el labio inferior.

—¿Tienes opción? —enarqué una ceja. Ambos sabíamos que Damian apenas si le hablaba, y con Isabel se la pasaba discutiendo, igual a esta mañana. Me giré nuevamente, y coloqué mis manos en las teclas.

—¿Sigues obsesionado con eso? —fafulló—. Hombre, supéralo, la música no es para ti, pero en cambio...los deportes sí —asomó la cabeza por encima de mi hombro, sonriendo con todos los dientes.

—No me importa lo que sea para mí, yo quiero aprender esto —fruncí el ceño fuertemente, girando la cabeza con desdén directo al piano.

Quizás me molestaba que él tuviera razón. Desde que comencé con esto, no había logrado que nada me saliera bien. Mi música no tenía ritmo, y yo era el más torpe cuando se trataba de tocar. Comenzaba a impacientarme.

Claro, tenía una opción: pedirle ayuda a la única persona que sabe tocar esto mejor que yo (aunque cualquiera es mejor que yo), pero por nada en el mundo me atrevería a hacerlo. No, primero muerto.

—Como quieras, pero no olvides ir al entrenamiento —Elai se acercó a la puerta y antes de irse me señaló—. Ah, y recuerda lo que te dije del nuevo.

—Recirda li qui ti diji del nievo —hice una mueca exagerada mientras lo imitaba. Estaba claro que siempre me dejaba lo que él no quería hacer.

—¿Con quién hablas?

Solté un grito ahogado y pegué un brinco en mi sitio al escuchar una segunda voz. Al girarme, me encontré con nada más y nada menos que Sky, mi amor platónico de toda la vida. No es que haya tenido muchas experiencias de vida ni muchos amores, pero se entiende.

—Ah... con nadie. Solo estaba recitando la canción que estoy componiendo —sonreí, mostrando los dientes. Era una sonrisa fingida, pero no de esas que haces cuando alguien te cae mal, sino una de "me quiero morir".

—¿Compones una canción? —corrió hacia mí emocionada y se sentó en el banco, tomando algunas de las hojas de mi supuesta canción.

—Sí, pero no es gran cosa. Realmente no es muy buena —me rasqué la nuca, inquieto por su cercanía.

—¿Y si la tocas? Tal vez no sea tan mala como crees.

«La canción es para ti». ¿Cómo decírselo sin decírselo?

—No creo que sea buen momento —comenté.

—Oh, entiendo —vi la expresión de decepción en su rostro, y odié ser el responsable de ello. Si deseaba conquistarla, no me estaba saliendo muy bien. Debía hacer algo mejor que esto.

—Bueno, solo un pedazo, ¿está bien?

La ilusión volvió a iluminar su rostro.

Respiré hondo y puse las manos temblorosas sobre el teclado. Estaba a punto de mostrarle a Sky en lo que había estado trabajando durante años, lo que esperaba que fuera desde que oí a aquel niño. Quería que mi música llegara a ella de la misma forma en que la música de aquel niño llegó a mí, tocando mi corazón y mi alma sin necesidad de hacerlo físicamente.

Pero eso no iba a pasar.

—Niños, ¿qué creen que hacen? Las clases ya empezaron —la supervisora entró al salón, interrumpiendo cualquier momento romántico que pudiera haber surgido entre nosotros.

Aunque estaba decepcionado, sabía que las cosas pasaban por algo, y tal vez, solo tal vez, aún no era nuestro momento.

Así que confiaba en que el destino nos pondría en una situación mejor. Quién sabe, quizás le confesaba mi amor paseando por el parque un día, tal vez ella se tropezaba y yo tenía que cargarla hasta su casa, y ella me lo agradecía con un beso.

Soñar es gratis.

—Lo siento, ahora vamos —Sky se disculpó—. Tal vez pueda escucharla después, Damon.

—Está bien —«en realidad no es tan buena»

Quise ocultar mi cambio de humor, así que preferí no mirarla, por lo que no supe cuál fue su reacción.

Sky salió por la puerta, y sentí que finalmente podía respirar con tranquilidad. La supervisora permaneció mirándome con expectativa hasta que me marché.

Pasadas las horas, llegó el entrenamiento, en el que los integrantes nos colocamos en fila. Asomé la cabeza disimuladamente para buscar al nuevo integrante del que Elai me habló, y entre los chicos vi un rostro desconocido que parecía estar contemplando la vida con desgano.

Debía ser él.

—Bien, equipo —exclamó el entrenador, capturando la atención de todos—. El día de hoy vamos a practicar sus tacleadas. Quiero verlos a todos haciendo parejas y colocarse uno frente al otro.

Inmediatamente uno de mis compañeros se me acercó y nos pusimos en posición con las piernas separadas y las rodillas flexionadas. El entrenador hizo sonar su silbato y todos empezaron a empujarse, hasta que unos gritos me distrajeran e hicieron que todos nos detuviéramos, ubicando finalmente la escena de donde provenían tales ruidos.

El entrenador reprendía al chico nuevo, mientras uno de los chicos se retorcía en el césped con las manos en las costillas. Dios, se trataba de Ryan. No es que fuera alguien muy resistente.

—Si continúas así, no pasarás de la banca —le gritó el entrenador, y el chico, visiblemente molesto, se quitó el casco y se dirigió hacia las gradas.

Miré a Elai antes de seguirlo.

El chico se dejó caer en la banca y se pasó las manos por el pelo negro azabache.

—Oye, sé que es un deporte de fuerza, pero tampoco se trata de lastimar a nadie a propósito —intenté sonar amigable, aunque no salió muy bien.

—Estoy en este deporte porque siento mucha ira dentro, ¿no son para eso los ejercicios físicos?, ¿para sacar el estrés? —respondió el chico con amargura.

—¿Por qué estás enojado?

El chico me miró sorprendido, como si hubiera esperado que lo reprendiera por lastimar a un compañero o lo corrigiera sobre su idea del deporte.

—Ni siquiera quería estar aquí —se pasó el dorso de la mano por la nariz, desviando la mirada molesto, y yo me senté a su lado—. Acabo de mudarme —ahora me miró y vi sus ojos color chocolate, teniendo la esperanza de que fuera él, el chico al que no había vuelto a ver.

—¿Tus padres te obligaron? —pregunté.

—No —contestó—. Ellos... ni siquiera saben que estoy aquí. Vine por mi cuenta, pero eso no significa que me guste este lugar.

Quería preguntar más, pero sabía que no era lo correcto.

—Dices eso porque no has probado la comida de la cafetería —sonreí, y él me miró extrañado, alzando una ceja. Me levanté, mirándolo desde arriba, y él tenía una expresión ingenua—. ¿Qué dices si te invito a comer? Y si al final del día no has cambiado de opinión, te invitaré a comer por el resto de la semana.

Al ponerse de pie, noté que era casi de mi misma altura. Lo recordaba un poco más pequeño que yo, pero obviamente debía de haber crecido.

Al final, aceptó mi invitación, y vaya que con gusto, pues ya estaba por devorarse el segundo plato, mientras yo apenas había probado el primero.

—¿Te vas a comer eso? —preguntó, y le extendí mi plato, negando con la cabeza.

—¿Y por qué te mudaste? —pregunté.

Él suspiró pesadamente.

—Tú sí que eres muy preguntón.

—Si voy a pagar tu comida, por lo menos tengo derecho a una plática, ¿no?

Se limpió la boca con el dorso de la mano y sonrió.

—Debí suponerlo. Bien, estoy buscando a alguien —dijo—. No hagas preguntas sobre quién es, no es asunto tuyo.

No lo haría.

—Y... ¿te gusta tocar algún instrumento? —me incliné hacia adelante, claramente curioso—. Tal vez... ¿el piano?

—¿Por qué?, ¿tú lo tocas? Dudo que alguien tan bruto como tú lo haga —comentó burlón.

Fruncí el ceño, sintiéndome ofendido. No sé qué parte de mí creyó que sería amable. No sentía esa conexión que había tenido años atrás con aquel niño, pero sus ojos eran tan similares. Quería creer que era él, que lo había encontrado, pero a la vez estaba un poco decepcionado de que aquel niño callado y tierno se hubiera convertido en un chico tan altanero y problemático.

—¿O al menos lo has intentado? —inquirí.

—Qué grosero eres. No has dejado de hacerme preguntas desde que nos sentamos, y ni siquiera has sido capaz de preguntarme mi nombre.

Claro, el nombre. ¿Por qué no empecé por ahí?

—¿Y cómo te llamas?

Él se bufó y sentí un hormigueo de ansiedad en mi pecho mientras esperaba su respuesta. Si era él, no sabía qué haría: podría saltar de emoción o desinflarme como un globo.

—Theo. Me llamo Theo —contestó, y algo en mi pecho se detuvo. No me había dado cuenta de lo rápido que había latido mi corazón en ese momento de espera.

Me había equivocado.

Y me alegraba de haberlo hecho.

Okey, sé que no es Ethan, pero es alguien importante para la trama jijiji

Y no se impacienten, el encuentro está muy cerca

Mientras cuéntenme qué les ha parecido este primer vistazo

También cabe aclarar que estos son los capítulos borrador, por lo tanto están algo mal hechos, creo yo

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