Epílogo
Los meses se fueron volando: tan rápido que los calendarios necesitaban actualización. Said ya era un graduado. Él esperaba con ansias pronunciar esa palabra tan agradable. La última vez que lo pudo escuchar fue cuando había reprobado. Y en ese entonces, la graduación solo podía existir en sus sueños, junto a su novia. Aunque Dakota sabía que iba a graduarse y con honores.
Said no se había olvidado de su padre ni cuando solía prepararse sus clásicos emparedados. El taller de la familia Vanik, el orgullo de la familia y generador de ingresos para chocolates o para cualquier contingencia familiar, recibió un lavado de cara y un nuevo nombre: "Taller mecánico Jerkov" y su único dueño Said Vanik. El Volkswagen estaba intacto y con todas las ruedas, para alegría de su padre Jerkov en el cielo.
Said acordó con Suzy vender la casa de su padre: costó demasiado trabajo persuadir a su hermana y mucho más por el precio. La vivienda se vendió a un suculento monto que por un momento pensaron que era parte de un bonito sueño. Y con la promesa de ser un poco tacaño, Said se fue a vivir a un departamento independiente junto a Dakota. En cambio, con la promesa de no ser tan tacaña, Suzy se graduó y se fue de vacaciones junto a su novio escritor.
* * *
—Dakota, ¿dónde te encuentras?
—Estoy cerca del parque.
—Ok, vendré a recogerte. Espérame ahí.
—Ay, gracias, amor. Te espero.
La puesta del sol era un llamado para que las luces artificiales se encendieran dentro de poco. El parque, donde solían venir a platicar o a disfrutar del WiFi gratis, se veía más apacible y rústico que otros días. Las hojas secas caían a morir a las banquetas de madera. Y la temperatura animaba a abrigarse un poco.
—¿En qué piensas? —preguntó Dakota en los brazos de Said.
—En nuestra boda.
—¿¡Qué!? ¿Ya te quieres casar?
—Si, creo que sí.
—Said, nuestros hijos tienen que llegar a un buen hogar.
—Tienes razón. Necesitamos una casa muy grande.
Dakota sonrió y Said se le unió.
La noche había llegado y los viejos faroles se pusieron a trabajar: eso era un aviso de que la temperatura iba a aumentar un poco más. Said y Dakota, abrazados, abandonaron la banqueta para regresar al vehículo.
A poco de llegar a él, Said notó que una persona, de complexión delgada, rodeaba su Volkswagen de forma sospechosa. No era un policía civil ni de lejos, por su aspecto chamuscado y harapiento: era cualquier cosa menos un policía. El susodicho se abalanzó hasta la puerta delantera para abrirla a la fuerza.
—¡Hey, que pasa! —gritó Said levantando una mano.
El tipo se detuvo como una máquina luego de accionar el botón de apagado. El facineroso, sin darse vuelta, metió sigilosamente su mano derecha a su bolsillo y sacó una navaja plegable. Dicha navaja se perdió entre sus manos como arte de magia. Luego, más relajado, se dio la vuelta.
Said quedó, varios segundos, desconcertado al ver ese rostro maquiavélico.
—¡No pasa nada aquí! —respondió el hombre con una sonrisa breve.
—Yo te recuerdo —dijo Said haciendo memoria.
—Sí, no te olvidaste de mí, ¿verdad?
—Tú eres un convicto.
—¿Convicto? Tengo nombre. Me llamo Ángelus Ivanovich, pero no para servirte, sino para servirme.
—No me suena ese nombre...
—¿Recuerdas esto? —dijo el hombre levantando un objeto al aire.
—Ese reloj... Es de mi madre. Tú eres el mismo tipo que me asaltó hace dos años.
—Creo que así fue. Siempre lo llevo conmigo, y no sabes la suerte que me ha dado en mis atracos, hasta este día.
—Eso no te pertenece. Será mejor que lo devuelvas a su dueño legítimo —exclamó Said con desdén.
—¿O qué pasará? —preguntó Ángelus con una ceja levantada—. ¿Me lo quitarás?
—Si es necesario, pues sí.
—Said, por favor —interrumpió Dakota.
La calle, que hasta hace poco se veía vacía, empezó a cobrar vida gracias a la gente que se fue aglomerando tímidamente.
—¡Ven por él! —objetó Ángelus balanceando, en el aire, el reloj con su mano derecha.
De pronto, de entre la oscuridad que creaba un arbusto, aparecieron dos esbirros de Ángelus con una actitud muy hostil. Ambos llevaban pasamontañas y sus únicas armas eran sus puños.
Más gente curiosa se fue agolpando hasta crear un círculo alrededor de ellos. Unos cuantos, que tenían suficiente batería en sus móviles, le dieron al botón de grabar, otros llamaban a la policía.
—¡Dakota, ponte a resguardo! —gritó Said mientras su novia retrocedía.
El primer hombre, con pasamontañas, se abalanzó a la humanidad de Said queriendo hacerle daño, pero Said esquivó su ataque y respondió con un golpe seco por la espalda: el tipo terminó dando una voltereta para luego caer al suelo. Aquello provocó los vítores de la gente que veía la escena con asombro.
El segundo hombre, bastante enojado, se acercó a un metro de él y lanzó una patada que tenía como destino su rostro, pero el brazo de Said lo evitó y luego lo rechazó con la otra mano: era hora de devolverle el ataque. Esta vez, una patada certera dibujó un semicírculo en el aire y lo mandó al suelo.
—¡Mierda! —exclamó Ángelus—. ¿Qué? ¿No pudieron dos contra uno?
Los gritos de algarabía de la gente se mezclaban con los gritos de miedo.
—Conmigo no será tan fácil.
Ángelus desenfundó su navaja y se abalanzó de sorpresa contra él y le desgarró su chaqueta. Inmediatamente, Said se incorporó y le dio una terrible patada por la espada. Ángelus cayó al suelo y su navaja unos metros más allá. De inmediato, el facineroso se levantó furibundo a devorarlo con sus brazos, pero Said se zafó en segundos y respondió con una patada ascendente que lo dejó mareado y a punto de caer al suelo. Ángelus gritó de ira y Said le propinó una patada de media vuelta bastante alta y lo derribó completamente, provocando la algarabía total de la muchedumbre. Desde el suelo, Ángelus movió la cabeza y se rindió.
Un victorioso Said se acercó a Ángelus y le arrebató el reloj que le había robado hace dos años.
—Esto me pertenece —objetó Said ante el júbilo de la gente que se hacía escuchar por toda la calle.
—¡Said! —gritó Dakota que salía de entre la multitud—. Amor, ¿no estás herido?
—No, no me pasó nada, Dakota.
—Ay, me asusté por un momento, pero les diste su merecido.
—Tenía que hacerlo. Por mi madre, mi padre y el señor Tanaka.
—Que hermoso reloj.
—¿Vamos a comer algo?
—Said, me tienes que enseñar como haces esos movimientos.
—Si, pero antes quiero un emparedado.
—Ya me lo imaginaba.
Fin.
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