Capítulo 9
Los primeros rayos del sol auguraban un magnífico clima y la lluvia tenía que aguardar un par de días para inundar las calles y estropear las vacaciones de alguna familia. Un viento salvaje sería la antesala a un aguacero o algo menos cruel que un diluvio.
El sueño había vuelto a dominar a Said a placer. Era una suerte que sus clases iniciaran un poco tarde. Pero cuando el muchacho dormía de día, ningún despertador en el mundo podría hacerle abrir los ojos. Una gran orquesta instalada en su cuarto apenas haría que moviera la boca. La semana había sido digna de la agenda de algún presidente. Suzy esperaba que Said tuviera compasión con la hora.
Solo Said podría despertar a Said, así que el sueño había concluido en la habitación del muchacho. La flojera ni se le acercaba porque no había indicios de bostezos. Prueba de ello, fue su cama, que quedó tendida y limpia, como para ponerlo en venta. Tenía tiempo de sobra como para mantener su aspecto desaliñado y haraposo. Para él, tener las cortinas cerradas era importante si el aspecto desmelenado se alargaba un poco. El espejo y el muchacho habían hecho las paces. Ahora su buen físico no era un espejismo.
Alegre o cabizbajo siempre tenía hambre. El tamaño del alimento aumentaba si estaba de buen humor. Pero últimamente la tristeza no se hacía presente en el hogar. Con su hermana en clases y la casa solo para él y unas cuantas hormigas, era ideal para hacer más ruido de lo normal. Pero su mente jugó con él y puso la escena del beso fallido con Dakota en modo bucle. Era incómodo ya que ese recuerdo reciente lo volvía lento y torpe. Si seguía así su baño se alargaría hasta el final del semestre. «Es cualquier cosa, menos amor», se dijo a duras penas porque su recuerdo le tenía prohibido hablar mentalmente.
Un poco de champú, accidentalmente, llegó a sus ojos: fue vital para pisar tierra y terminar con aquel recuerdo pasajero. Nada más iba a hacerlo reaccionar. Finalmente, pudo volver a bañarse. La hora hizo que los movimientos de sus manos se aceleraran para terminar la faena de la limpieza. Sin rastro de champú, sus ojos volvieron a la normalidad y el recuerdo de aquella escena estaba lista para volver, pero el golpeteo de la puerta lo salvó.
Más de siete golpes en la puerta no le dieron tiempo para ponerse algo de ropa, por lo que la toalla tendría el trabajo de cubrir su desnudez. Se lo ajustó bien y confió en ella; no soportaría otra traición ahora de su propia toalla. Luego de toda esa ceremonia de anti desnudez, giró la perilla de la puerta confiando en que sería un vecino o un perro, pero en el umbral yacía, nada más y nada menos que la chica que había despedazado su corazón. Su sonrisa hacía un esfuerzo para parecer auténtica, pero fracasaba. Su vestuario se veía un poco diferente: su falda dejaba ver un pequeño lunar en uno de sus mulos. Era claro que la palabra "corto" era una de sus preferidas.
—Hola, Said —dijo Emily y una supuesta sonrisa se volvió a formar en su rostro maquillado.
—¿Emily? —preguntó un Said estupefacto por su presencia.
—¿Puedo pasar? —preguntó Emily levantando las dos cejas.
—Si, pasa —respondió Said con el vocabulario muy limitado.
—¿Cómo has estado? —preguntó Emily recogiéndose el cabello.
—Bien, no me quejo, ¿y tú? —Said tenía serias intenciones de meterse a cualquier sitio.
—Yo bien. Por momentos.
—Pues me alegro.
—Said, tengo que decirte algo...
El corazón de Said latía más que cuando iba a dar una exposición. Poco a poco la tensión se iría y la rabia llegaría con puntualidad. Apenas pudo tragar saliva cuando la puerta empezó a sonar.
—¿Esperas a alguien? —preguntó Emily y se acomodó la cartera.
—Iré a abrir —Said se desplazó hasta la puerta sin antes ajustarse otra vez la toalla.
Las manos ya le temblaban cuando empezó a girar la perilla. Abrir la puerta dos veces en una mañana era algo que no era habitual. La puerta se abrió y la figura de Dakota se reveló junto al rechinido de los goznes. Su presencia era la estocada final de una mañana de terror. La sonrisa de Dakota reemplazó un saludo formal y en su brazos cuidaba de un cuaderno como si fuera su corazón expuesto. Said hubiera preferido ser el cuaderno y, sobre todo, estar solo ante su llegada.
—Dakota, qué sorpresa, yo... —dijo Said y su voz disminuyó su volumen.
—Solo vine a... —Dakota se interrumpió notando la presencia de Emily.
—¿Qué pasa, Dakota?
—Ay, lo siento. Tienes compañía...
—Si, digo... no. Es solo una compañera de la Universidad.
—Lo siento, no quise interrumpir —Dakota se volteó y huyó.
—¡No, Dakota, espera! —Said corrió hasta la puerta, pero su toalla desajustada no se lo permitió.
—¡Qué sexy! —exclamó Emily frunciendo sus labios.
—¡Carajo! —gritó Said luchando con su toalla.
Nada pudo hacer Said, Dakota había desaparecido de su campo visual. Pero el problema aquí era Emily y su querida toalla. Said tenía ciertas diferencias con ella, pero esto fue la gota que derramó el vaso. Los tacos de Emily yacían como pegados al piso: no tenía intención de irse, mas comérselo con la mirada. De su habitación se había ido la chica equivocada.
—¿Quién era? —preguntó Emily.
—¡Eso a ti no te importa! —contestó Said con mucho desdén.
—¡Uy!, pero qué genio.
Emily no esperó respuesta y se lanzó a él. Había un serio riesgo de que la toalla de Said se enemistara definitivamente con él. Otro riesgo menor era quedar desnudo.
—¿¡Emily, qué estás haciendo!? ¡Detente!
Ella se puso un poco traviesa y sus manos se pusieron inquietas con el fin de conseguir algo más que una caricia.
—¡Basta! —gritó Said atrapando su mano.
—Solo quiero que te calmes —replicó Emily sin alejarse de Said.
—¿A qué has venido Emily?
—A verte.
—Yo no quiero verte, así que vete.
—Solo quiero acompañarte.
—Sal de aquí, Emily...
—Pero solo quiero...
—¡La puerta está abierta!
—¡Acabas de perderme, oíste! ¡Adiós!
—Buen viaje.
Esa mañana se habían roto dos récords. Nunca su puerta había estado tanto tiempo abierta y él nunca había permanecido mucho tiempo con solo una toalla puesta. Definitivamente un día para recordar, pero de mala manera. Y no había más tiempo para ir a clases, solo para ver salir a los alumnos. Estaba prohibido llorar, pero no matar el hambre, por lo que se hizo un emparedado bestial antes de ir a su último día de entrenamiento.
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