Capítulo 8
Cuando parecía que las clases iniciarían sin el profesor, el rechinido de la puerta cambió los rostros alegres de los alumnos y postergó el alboroto y el parloteo por un par de horas. Tras avanzar dos metros en el aula, el docente se olvidó del saludo, pero sí se acordó de la pregunta para Said, que estaba lista para salir del horno de su boca.
—Said, dígame tres principios de la economía.
El aula se convirtió en un silencio de cementerio tras esas palabras. Said carraspeó todo lo necesario y confió en sus palabras.
—Las disyuntivas, el incentivo y más dinero, menor valor.
Por poco el docente se saca los anteojos ante tal respuesta. Pero había cosas más impresionantes como ver a estudiantes faltar un mes a clases o poner dos ceros al mismo alumno. Por lo que solo levantó las cejas y dijo:
—Muy bien, Said. Cinco puntos extra.
El tiempo que los alumnos mantuvieron la boca abierta ante la respuesta de Said era suficiente como para avanzar el tema. Pero el tiempo restante, el docente se la pasó abriendo y cerrando la puerta. Ya casi no tuvo tiempo ni de mirar la hora cuando las clases ya habían concluido los alumnos vaciaron el aula como animales.
Era la segunda vez que Said dejaba sin aliento a un maestro. Cuando todo parecía que su día sería perfecto, se encontró con unos autobuses de retorno muy abarrotados y a punto de desarmarse. No cabían más personas ni animales. Aunque su cuerpo quisiera reencontrarse con algo cómodo, como el asiento de un bus, las circunstancias lo obligaron a fruncir un poco el ceño y luego usar los pies para volver a casa.
Said llegó un poco cansado, pero no tanto. Habría llegado sin apenas jadear si hubiera evitado acercarse demasiado a un bulldog. Pero se veía más fuerte físicamente y también con más hambre. Un emparedado no fue suficiente para su estómago. Tenía mucha hambre, por lo que fue muy cruel con la heladera.
Ver su cuarto similar a una pocilga, por poco hace que abandone su querida habitación: era un muladar, un lugar cochambroso y poluto. Necesitaba de inmediato las manos de Said para convertir su cuarto otra vez en un lugar habitable. Al principio, le costó, pero luego de tender, barrer, ordenar y golpearse la cabeza en su escritorio quedó satisfecho con la limpieza hecha, pero no quedó satisfecho con el aspecto mugriento que había adquirido, similar a un vagabundo sin bañarse.
Con un buen baño volvió a la normalidad. Las palabras mentales del señor Tanaka lo seguían hasta en la ducha. Por primera vez quería ser puntual. Con su nuevo estado de forma, iba a ser fácil superar aquella marca de una hora de retraso cuando iba a la escuela.
—Suzy, ya estoy yendo. Vuelvo más tarde.
—¡Vuelve entero si, por favor! —gritó Suzy.
A diferencia de la última vez, Said llegó a la casa de Tanaka trotando y sin tener la necesidad de buscar un bordillo para descansar y entregarse a unos jadeos infinitos.
—Buenas tardes, señor Tanaka.
—Joven, justo a tiempo. Me encanta su puntualidad.
—Si... Gracias.
Tanaka cambió su semblante animado por uno serio. Apenas sus labios habían formado un medio óvalo como el de una carita feliz, pero para Said pareció ser solo un espejismo.
—Usted, Joven, tiene que ser flexible como el agua. Bruce Lee lo tenía muy claro. La agilidad te dará energía extra. Tus movimientos tienen que ser efectivos.
—Entiendo, señor Tanaka.
—Hoy veremos las cuatro gamas del combate.
El entrenamiento fue cada vez más duro, Said pensó que no vería un vaso de agua en mucho tiempo. El rostro de Tanaka se veía más rudo y fiero: eso hacía que tambaleara sus esperanzas de salir vivo de la casa de Tanaka. Pero mientras tuviera el corazón latiendo normalmente trataría de cambiar ese rostro de animal salvaje.
Finalmente, Said no pudo arrebatarle la seriedad, pero por lo menos terminó el entrenamiento de pie y no en el suelo como la primera vez. Nunca se había sentido tan feliz de ver la puerta de su casa, a pesar de que le faltaba una patada para venirse abajo. Justo cuando estaba por pasar de la calle a su casa, escuchó su nombre detrás de él. A solo un metro, estaba claro que Dakota iba a tocarle el hombro otra vez si no le oía. Su agradable presencia dibujó una sonrisa en el rostro de Said.
—Said, por poco me llevo tu puerta a mi casa —dijo Dakota muy risueña.
—Ya te iba a llamar porque tengo muchas dudas con mi trabajo —respondió Said con la mano en la nuca.
—Aquí me tienes. ¿Puedo pasar?
—Claro, pase bella dama.
—Gracias, caballero.
Ambos se establecieron momentáneamente en la cocina. El estómago de Said reclamaba alimentación.
—Siéntate y ponte cómoda —dijo Said que iba al refrigerador.
—Gracias, muy amable.
—No voy a estudiar con el estómago vacío —dijo Said mientras buscaba algo similar a un emparedado.
El fino oído de Suzy se percató de la presencia de Said en la cocina. Ella sabía con toda certeza que su hermano no subiría a su habitación sin antes cargar su volqueta llamada estómago. Solo pedía que tuviera piedad con la heladera.
—¿Hola? —preguntó Suzy con extrañeza.
—Hola, soy una amiga de Said. Me llamo Dakota —dijo ella estrechando su mano.
—Ah, ya —respondió Suzy sin quitar su mirada en ella.
—¿Tu debes ser su novia, no? —preguntó Dakota.
Aquello provocó que Suzy soltara una gran carcajada que casi se alarga un poco más.
—¡No, yo soy su hermana!
—Ah, disculpa.
—Suzy... —interrumpió Said—. ¿No tienes que hacer tu trabajo?
—No necesito que me lo digas. No soy como tú —respondió Suzy alejándose de la cocina.
Said frunció medio ceño y Dakota soltó una risa tímida. Terminada aquella escena imprevista, Said y Dakota subieron a una habitación digna para recibir visitas. Era hora de romperse la cabeza con la tarea.
—La verdad no entiendo este problema y este otro...
—Es fácil, Said. Solo tienes que aplicar los diez casos de la economía a los problemas financieros actuales.
—Ah, los casos de la economía... Sigo sin entender.
—Ay, ja, ja.
Justo en ese momento, Said se tornó algo torpe para comprender una explicación. La dulce voz de Dakota era suficiente para bloquear su mente. Said sacudió la cabeza para volver a tierra firme.
—Creo que necesitas un descanso para recobrar fuerzas e ideas —dijo Dakota.
—Si, pensé que no lo dirías. Veré si todavía no ha amanecido.
Dakota era muy risueña, por lo que ella y la risa se llevaban muy bien.
—Sabes, en la primaria, siempre me ponía nervioso cuando me gustaba... Digo, cuando una chica se me acercaba mucho.
—¿En serio?
—Demasiado...
La oscuridad llegó muy rápido a la habitación de Said. El silencio no tenía oportunidad ante el parloteo ameno de ambos, que parecía nunca terminar. Risas e historias sentenciaron la oscuridad y dieron paso a la luz.
—¿Said, aprendiste algo?
—Si, y mucho más que en la universidad.
—Sabes, me alegra mucho.
De pronto, reinó un silencio de tumba en el cuarto. Un impulso súbito hizo que Said no tuviera otro objetivo que tocar los labios de la muchacha. Ella entendió aquello y se tornó dócil. No había nada que pudiera impedir el beso, a menos que Suzy entrara sin tocar, pero eso nunca había pasado: sería histórico que pasara. Dakota cerró los ojos. Said se puso nervioso al ver ese rostro angelical embellecido por su cabello de ángel y pestañas de modelo. Said cerró los ojos y confió en que sus labios tuvieran el destino deseado.
—¡Ay, lo siento! —dijo Dakota tomándose el pelo.
—Lo sé —replicó Said.
—Mira la hora. Me tengo que ir. Hablamos luego.
—Sí, está bien —replicó Said quedando pasmado por unos segundos.
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