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Capítulo 7

Las clases de economía eran muy normales: un desastre cuando no había la autoridad responsable de erradicar la ignorancia a los mozalbetes. Una vez dentro, el profesor abrió el libro y luego abrió la boca y la contaminación bulliciosa se acabó en un tris. Él era capaz de crear un silencio de tumba en el aula y de equivocarse al mismo tiempo. 

El tiempo no era problema para el docente, ya que luego de explicar el tema confiaba en que los jóvenes se rehusaran a hacer preguntas que pudieran incomodarlo. En contrapartida, los alumnos sufrirían con las preguntas que él haría para saber si estaban concentrados o pensando en coger el teléfono. Las preguntas orales daban más miedo que ser asaltado. Un bostezo en el aula era un indicio de que su sueldo podría bajar, pero también era el blanco perfecto para disparar su pregunta. 

—¡Usted, Said, respóndame esta pregunta! —exclamó el docente mirándolo con veneno. 

—Sí... —contestó Said y tragó saliva. 

El profesor no había terminado de completar la pregunta cuando la puerta lo interrumpió por octava vez en el año: no sólo tenía que lidiar con el teléfono, sino también con la puerta y la persona que lo golpeaba ferozmente, como si estuviera huyendo de un asesino. El docente tuvo que tragarse su pregunta incompleta y posponerla ante la mirada de Said que se limpiaba el sudor, como alguien que acaba de zafar la pena de muerte. Los segundos restantes de clases, el docente los utilizó para abrir la puerta. 

Las clases concluyeron y Said evitó responder a la pregunta perniciosa: en sus planes estaba responder mal, por como empezaba la pregunta. Por el momento, las clases y la universidad no tenían espacio en su cabeza, porque el descanso y la comida habían acaparado todo. Haber llegado corriendo a casa, por culpa de un perro nada cariñoso, lo había dejado peor que un atleta luego de completar un triatlón. 

La chica del teléfono roto y el señor Tanaka, eran prioridad en su agenda mental. Era poco probable que llegara a olvidarse de aquello. Su mente, para hacerle recuerdo, reproducía sin pausa esos encuentros. Said debía pausar, por un momento, esos pensamientos para evitar que se convirtieran en su única distracción vespertina. Solo debía hacer tres cosas: ducharse, cambiarse y hacer la tarea. Said llegaría a duras penas hasta la segunda. 

Como era de esperarse, sus libros se mantenían muy ordenados y listos para utilizarse, pero eso no pasaría por ahora. No conforme con el almuerzo, Said se preparó un emparedado bestial, abusando demasiado de la mayonesa y abrió la puerta con la mochila en la espalda. 

—¡¿A dónde vas?! —gritó Suzy desde su habitación, poniendo a prueba su fino oído. 

—¿Qué? ¿cómo supiste que voy de salida? —respondió Said con estupor. 

—¡Yo lo veo todo, Said, y veo que no has hecho tus deberes! 

—¡Lo haré en la noche! —dijo Said y cerró la puerta. 

—Ok, chico nocturno. 

* * * 

Por la falta de un par de centavos para el autobús, Said tuvo que armarse de valor y mandarse un maratón hasta la vivienda de Tanaka. Pero a unas cuantas manzanas de llegar y saludar al asiento de bambú, el muchacho, muy fatigado, se mostró reacio a continuar y terminar con una distensión muscular. Por lo que un bordillo para reposar fue su mejor amigo. 

Solo una manzana lo separaba de ver el bigote de Tanaka. Recorrer ese último tramo no lo iba a dejar tirado en una calle esperando a un paramédico, pero los latidos de su corazón se asemejaban a una bomba de tiempo. Aún así, emprendió un viaje ideal para una tortuga y llegó al pórtico sudado y con la boca semiabierta. 

—Buenas tardes, joven —dijo Tanaka de brazos cruzados. 

—Aquí estoy, señor Tanaka, como me dijo —respondió Said y sus jadeos disminuyeron. 

—Muy bien. ¿Listo para empezar? 

—Creo que sí, señor. 

—Necesitas un baño y algo de ropa adecuada —dijo Tanaka y se dio la vuelta. 

El rostro serio y rudo le seguía a todas partes. Tanaka había nacido con el ceño fruncido. El bigote, muy japonés, era la atracción principal de ese rostro frívolo y arrugado. Sus ojos estaban más abiertos que ayer. 

Si el asiento de bambú había conquistado a Said, un baño de aguas termales haría que se olvidara del entrenamiento. Pero el señor Tanaka era un hombre disciplinado y decidido. Si Said no salía dentro de cinco minutos, perdería el privilegio de usar por primera vez en su vida el "keikogi". Tanaka confiaba en que el uniforme de entrenamiento no le quedara como una bolsa de papas. 

—Joven, las artes marciales implican mucha disciplina mental para que venza sus temores y sea fuerte en cuerpo y espíritu. 

—Estoy de acuerdo, señor Tanaka. 

—El "Jeet kune do" es más que un arte marcial, es una filosofía y también una forma de vida. Y usted tendrá que adaptarse a él. Aquí no hay límites. 

—Muy bien, señor Tanaka. 

—Los pilares del Jeet kune do son: velocidad, alineamiento y desplazamiento. La simpleza y la efectividad son puntos muy importantes, así tu oponente se cansará antes de poder hacerte daño. 

—Entiendo. 

—"La mejor defensa es la mejor ofensiva" Comencemos, joven. 

—De acuerdo. 

—Deme su mejor golpe —dijo el señor Tanaka con las manos atrás. 

—Ahí voy. 

Said tomó una posición clásica de película de boxeo: listo para dar un nocaut certero. A la cuenta de tres, su mano derecha se puso en acción e intentó tocar a Tanaka, pero fracasó rotundamente y dejó a Said a merced de un gran sopapo desorientador, pero Tanaka tuvo piedad y solo lo mandó a besar el suelo. 

—Buen, comienzo —dijo Tanaka como si no hubiera hecho nada. 

Un par de movimientos más dejaron a Said a punto de pedir respiración boca a boca. Ante tal eventualidad, Tanaka dijo algo que a Said le gustó mucho. 

—Suficiente por hoy, joven. 

—Gracias, señor Tanaka... —exclamó Said intentando buscar algo de oxígeno. 

—Usted necesita meditar y ejercitar los músculos. Debe encontrar su energía interior. 

—Lo entiendo, señor. 

—Lo veré de nuevo mañana, joven —Tanaka se despidió y bajó la cabeza—. Con permiso, tengo que tomar el té. 

Said concluyó que lo más conveniente era tomar un bus y así llegar vivo a entregarle el teléfono a la chica de cabello marrón. Esperaba no tener que esperar mucho porque algo que odiaba demasiado era tener que esperar. Estar en una cola de un kilómetro era más aterrador que ver apariciones fantasmales en su casa. 

Lastimosamente, Said llegó, pero ella no. Y para colmo, la batería baja de su móvil ponía su granito de arena para ponerlo tenso. Antes de fruncir el ceño trató de apaciguar su corazón de una posible orquesta de latidos. Una pared adornada con grafitis mal pintados fue su única compañía. 

Miraba por un lado, miraba por el otro, y no había rastro de aquella chica, aunque ya no recordaba con exactitud cómo era físicamente: en su cabeza solo estaba el teléfono roto. Ni por derecha, ni por izquierda, hasta que sintió un toqueteo en el hombro. Al segundo toque, él se volteó y la chica misteriosa le regaló una sonrisa. Said, estupefacto, tardó un par de segundos, pero la reconoció por su cabello marrón. 

—¿Cuánto llevas esperando? —preguntó la chica con un rostro pletórico. 

—No mucho, solo una hora —objetó Said palpando su quijada. 

—Vaya, no tardé mucho —replicó la chica. 

—¿Ahora quién es la graciosa? 

—Mira, chico listo. Vine a recoger mi teléfono y también a disculparme... 

—Traje tu teléfono... Espera ¿Qué dijiste? 

—Ayer me comporté muy dramática por un celular y estuve mal. Yo tuve la culpa porque venía muy embobada con el móvil y no me fijé en quién estaba enfrente. Por eso, quiero pedirte yo unas disculpas. 

—Ah, bueno... Pues si fue tu culpa... 

—Si, bueno no tienes que decirlo —replicó la chica levantando un poco la ceja. 

—Quise decir que ambos tuvimos la culpa y ambos estamos perdonados. 

—Bueno, no esperaba que dijeras eso, pero bueno, ja, ja. 

—Aquí está tu teléfono —dijo Said y le devolvió el móvil. 

—Gracias, y de verdad me siento apenada contigo. Te debo una. 

—No es nada, más bien... 

—¡Ah!, qué maleducada que soy. No me presenté. Me llamo Dakota, Dakota Braun. 

—Un gusto, Dakota. Yo me llamo Said, Said Vanik. 

—Un placer, Said. 

—Bueno, me tengo que ir. Debo ponerme al día con algunas materias. 

—Pues yo igual. Si necesitas una ayuda extra, puedes contar conmigo. Sabes que te debo una. 

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