Capítulo 4
Un nuevo día se iba y el sol le daba paso a la oscuridad. Para algunos, veinticuatro horas, era suficiente como para sonreír unas cuantas veces. Pero para otros, hacía falta añadir un par de horas más para cumplir con todas las tareas pendientes.
A Dakota Braun le invadía una impresionante alegría. La sonrisa había llegado a su rostro para no irse más. Y todo debido a unos números escritos con tinta roja. Una simple hoja era capaz de transformar su semblante. El esfuerzo había dado sus frutos. Ese examen lo atesoraría por un tiempo: valía más que una nota baja. Tal noticia le daría un poco de oxígeno a su madre que empezaba a sufrir los primeros achaques de la edad.
La alegría era descomunal que incluso esperar por el autobús, se hizo muy ameno. Dakota abordó el motorizado que la llevaría a casa, el cual desbordaría su alegría con alguien más. En ningún momento sintió deseos de cambiar su actitud risueña y campechana. Todo era bueno, incluso lo que no era; aprobar era mejor que tener novio. La muchacha no pudo aguantarse más y cogió el móvil para esparcir un poco su felicidad.
—Hola, Varinia, ¿estás acostada, verdad? —dijo Dakota rebosante.
—Hola, amiga. Si estoy cerca de algo cómodo.
—Gracias al cielo —respondió Dakota y tomó aire.
—¿Y cómo te fue en la prueba? —preguntó Varinia.
—Muy mal.
—¿Mal? ¿Por qué mal?
—Mal porque me esperaba una prueba más difícil.
—¿Más difícil? No me digas.
—Estaba nerviosa por el examen. Ahora me digo que exageré con mis nervios.
—Veremos si dices lo mismo en los finales.
—¿A ti cómo te fue?
—Como siempre, Dakota...
—¿Bien?
—No, salvada por la campana.
—Ja, ja, me lo imaginaba.
* * *
No satisfecha con habérselo dicho a su amiga, había algo que debía hacer con urgencia: era un momento crucial antes de que su sonrisa se fuera por algún fumador empedernido. Escuchar una canción era como comer una hamburguesa y tenía muchas ganas. No podía olvidarse de algo tan importante como sus audífonos. Si llegara a olvidarse de aquello, sería hipotecar su buen humor.
No lo pensó dos veces, así que cogió el móvil que nunca se despegaba de sus manos, se recogió su cabello castaño y sus audífonos se volvieron a reencontrar con sus oídos. Una hermosa canción llamada "Never felt so lonely" la transportó a un lugar surrealista. Un mundo creado por ella, un mundo donde solo hay felicidad y no se permite la entrada a los problemas.
Antes de que la canción finalizara, inesperadamente comenzó otra canción sin su permiso. Casi nunca había tenido la necesidad de cambiar una canción que aún no había acabado, y más si era una de sus favoritas. Aquella pista muy distinta hizo un doble trabajo: le cambió el semblante a la muchacha y la despachó de su mundo mágico y la llevó a uno donde la maldad se respira.
Dakota no iba a aguantar mucho en aquel mundo desolador, por lo que abrió los ojos y su semblante volvió a la normalidad. Miró por la ventana y el tiempo no ponía de su parte para que ella volviera a sonreír: una nubes grises no eran muy alentadoras. Lo volvió a intentar, pero el móvil pedía carga y sus ojos no pudieron vencer una basurita que se había colado por su ventana.
Y para colmo, su mente se fue llenando de cientos de recuerdos nada agradables para sus ánimos. Recordar a su progenitor, vividor, le provocaba cierto escalofrío. Ella solo buscaba ser feliz. Por lo menos sonreía un poco, pero, desafortunadamente, le había tocado un padre borracho, egoísta y que no conocía la palabra madurez.
Todo ese calvario terminó cuando la muerte tocó la puerta y su padre fue a abrir. Su negro y arrugado corazón dejó de funcionar y lo único que Dakota pudo recordar de él fueron sus insultos y la cantidad de botellas que se bebía a la semana. Las cosas cambiaron y la muchacha volvió a reconciliarse con la alegría. En su cabeza ya no había espacio para su padre, pero si para la universidad.
Mientras Dakota continuaba viendo sus recuerdos en su mente a una calidad ultra realista, las nubes grises se habían arrepentido y el aguacero se había suspendido. El sol entró en acción y la ciudad se iluminó como si hubiera amanecido. El semblante alegre se mantenía muy vigente.
Con tres palabras, Dakota hizo detener al autobús que venía a toda pastilla. La puerta se abrió, pero sin antes regalarle a la chica un rechinido espeluznante que casi provoca que frunza el ceño. Ella bajó del motorizado e inmediatamente este arrancó hasta perderse entre la humareda que le obsequiaba al ambiente.
Una casita chalet le daba la bienvenida. Hacía mucho que Dakota no traía una sonrisa auténtica, ya que cada vez tenía que fabricar una antes de cruzar por la puerta.
—¡Hola, mamá! —Dakota entró con ganas de compartir su alegría.
—¡Estoy en la cocina, hija! —gritó
Rebeca que preparaba algo sabroso.
Dakota se fue directo hasta la cocina atraída por el agradable aroma a postre o a un detergente perfumado. Rezó para que fuera algo comestible.
—Hola, mamá, ¿qué andas haciendo?
—Hija, ya te extrañaba.
—Yo también, mamá.
—Mira, te preparé lo que más te gusta.
—¡Ay, avena con pasteles! Se ve tan rico como siempre.
—¿Cómo te fue en tu examen?
—¡Muy bien, mamá!
—¡Que bueno, hijita! Debí haberte hecho una tarta.
—¡Es verdad! Mañana sacaré otra buena nota.
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