Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 1

Las clases de la Universidad aún no empezaban. Con el curso repleto y a punto de estallar, todos los alumnos esperaban al docente de economía. Su tardanza era buena para los alumnos y malo para la institución. Era el pan de cada día en todas las facultades. A pesar de eso, los docentes llegaban a clases como si fueran alumnos. 

Para Said, el alumno más recatado y taciturno de la clase, un día de suspensión era como sacarse la lotería: era como si un día se convirtiera en trescientos sesenta y cinco días. Para un alumno regular, las suspensión era equiparable a recibir otro tubo de oxígeno. En cambio, para su hermana Suzy, que contrastaba en ciertos aspectos con Said, era una ocasión perfecta para parlotear hasta quedarse sin saliva, y comer hasta reventar. 

Finalmente, no hubo rastro del docente y las clases se suspendieron por enésima vez. Semejante noticia provocó un breve sismo en el curso y los alumnos lo celebraron como si se hubieran graduado. Said junto a su mejor amigo Franco, se retiraron de aquel zafarrancho festivo para celebrarlo comiendo chocolate. 

Ese día, Said regresó de la universidad algo extenuado por el trajín y el estrés ocasionado por viajar apretujado, a la hora pico, en un bus de hace varias décadas. El poco oxígeno daba paso a la concentración de un aroma corporal nada agradable para sus fosas nasales. Todo ese batiburrillo de olores pasaban inadvertidos por sus teléfonos de última generación, mucho mejores que el que suele usar Bill Gates. 

Como cada tarde, Said iba a visitar a su carismático padre, el señor Jerkov, que era dueño del "Taller Mecánico Vanik": el orgullo de la pequeña familia Vanik. La relación, padre e hijo, no era de las mejores, pero no había nada que un poco de comprensión y dinero no pudieran resolver. 

Incluso, su propio padre admitía no ser el modelo del que todo hijo rebelde estaría orgulloso. Aún con ciertos desaciertos y metidas de pata, él siempre trató de sacarlos adelante, a pesar de la constante hambruna familiar. La muerte de su esposa y la hipoteca de la casa, caló hondo en el desdichado hombre y antes de agarrar la soga, encontró esperanza en la gente cándida que aún existía por esos lares. Con mucho esfuerzo, unión y fe en Dios, los tres levantaron un humilde taller mecánico. El bienestar familiar había llegado para quedarse. 

En el taller, el señor Jerkov intervenía en casi la mayor parte del trabajo, y no por nada siempre terminaba, sucio, grasoso y pidiendo agua; sus ayudantes lo respetaban mucho. Jerkov tenía su mano derecha, llamado Jimmy, alias el Tuercas: un tipo mayor de barba y muy bufón. El viejo ayudaba mucho en las tareas sencillas. Sin su presencia, el trabajo sería una fábrica de infartos. 

Ese día, el sol comenzaba a bajar, como también los ánimos de Said por seguir en el taller oyendo los malos chistes de Jimmy. 

—Listo, papá. Yo creo que ya te he ayudado mucho el día de hoy —dijo Said resoplando de cansancio. 

—¿Ya te cansaste, Said? Pero si solo me has pasado cinco herramientas. 

—¿Así que venías contando las herramientas? Aguantar los chistes de Jimmy también es un trabajo. 

—Hoy no tuviste clases, por lo deberías ayudarme mucho más. 

—Sí, pero me he sentido extraño últimamente. Siento como si mi cuerpo pesara una tonelada. 

—Seguro que es algo del pasado... Said, solo piensa en el ahora y en el mañana. Nada más. 

—Lo intentaré. Ya me tengo que ir. ¿Me prestas tu auto? 

—Pero si la casa no está lejos, hijo. 

—Quiero sentirme poderoso unos momentos. 

—Si con el Toyota te sentirás como Batman, entonces puedes usarlo. 

—Yo pensaba en tu Volkswagen, papá. 

—Cuando termines la universidad podrás tener tu propio auto. Tal vez me vista de Papá Noel y te regale uno. 

—Tendrás que empezar a comer, papá. 

—Muy chistoso. Más bien salúdame a tu novia. Quisiera conocerla uno de estos días. 

—No es mi novia, solo estamos saliendo. Tú sabes que nunca he tenido novia. 

—Da el primer paso, hijo... El primer paso para subirte al Toyota de una vez. 

—Está algo destartalado, papá. 

—Puede que esté algo deteriorado, pero lo demás está de... 

—Papá, ese auto debe funcionar con carbón, no con gasolina. 

—Y solo por eso te irás a pie. 

—Está bien, papá —dijo Said con una sonrisa natural. 

—Ponte la chaqueta, que está haciendo frío. 

—Ya sé... ¿Espera y mi reloj de pulsera? —Said se volvió angustiado. 

—Aquí lo tengo. Lo dejaste en la silla de madera. 

—Gracias, papá. No sé qué haría si lo perdiera. Es el único recuerdo que me queda de mi madre. 

—Lo sé, hijo. Cuídalo bien. 

—Claro que sí. 

El invierno estaba próximo a llegar y el aire gélido comenzaba a sentirse en las calles y lugares recónditos de Minddey City. El frío justificaba la ausencia de ratas gigantes. Las bajas temperaturas eran un alivio luego de la breve ola de calor que azotó a la pobre ciudad. Menos consumo eléctrico y menos preinfartos colectivos por facturas. 

Said, como de costumbre, llevaba siempre sus audífonos desechables cada vez que volvía de la universidad; era una pesadilla estar sin audífonos más de dos días. El muchacho canturreaba en voz baja, con el fin de no provocar una carcajada por su disonante canto similar a un gallo en plena faena. 

Las calles yacían apacibles y desérticas: casi daba miedo caminar. El frío hacía que todos se refugiaran en sus casas para beber algo caliente. Con el predominio del silencio, solo oía los chasquidos de sus zapatos y bamboleo de los arbustos. Y a lo lejos, uno que otro sabueso se comunicaba con otro perro en medio de un atardecer que empezaba a pedir luz artificial. 

A unas cuantas zancadas de una esquina, la buena música que escuchaba Said se empezó a oír mal por una bulla repentina. Él pensó que era la alarma bulliciosa de algún destartalado vehículo. Pero al acercar más la oreja se percató que eran los gritos de horror y auxilio de una persona se hallaba en serios problemas. 

Tomar un atajo, era una opción que aparecía como la más puntuada en su cerebro, pero la curiosidad sometió a Said. Por lo que se desplazó con lentitud hasta llegar a la esquina y dobló a la derecha. Se escondió en una pared pintarrajeada y vio que un forajido, con arma blanca en mano, trataba de arrebatarle el botín a una persona inocente: Said veía un atraco en vivo y directo. 

El maleante, que vestía unos vaqueros azules y un polo gris muy deshilachado, logró quitarle la billetera a la víctima y, de paso, le dejó un recuerdo sanguinolento que se inauguraba en su abdomen. La víctima cayó al suelo como un costal de papas. 

El timorato de Said miraba impotente, detrás de la endeble pared, la dramática escena. Su rostro de estupor y de miedo lo decía todo. La escena podía dar un vuelco radical si tuviera un arma y mucho valor. Pero eso era mucho pedir. 

El ladronzuelo comenzó a recoger el dinero de la billetera, incluso las monedas de cincuenta centavos; no se daría el lujo de desperdiciar dinero que le serviría para pagar su pasaje. La víctima, aún consciente, miraba con estupefacción como el maleante se robaba el dinero que se había ganado con el sudor de su frente. Pero el dinero no era el principal problema, sino la Muerte que ya pedía permiso para hacer acto de presencia. 

Said sabía que debía hacer algo y no necesariamente salir huyendo. El Valor se había ido hace ya rato y tampoco se convertiría en un héroe sin capa. Hizo lo más sensato y agarró el móvil para llamar a emergencias. Pero, desafortunadamente, sus dedos resbaladizos lo traicionaron y su móvil terminó impactando en el suelo: el ruido fue suficiente para llegar a los oídos del ladrón. 

—¡Oye, tú! —gritó el ladrón—. ¿A quién llamas? 

—¿Yo? Pues a una ambulancia. El hombre está herido. 

—¡Tú no harás nada! —exclamó el maleante. 

—¿Qué piensas hacer? —dijo Said tragando saliva por enésima vez. 

—¡Me darás tu celular! 

—Bueno, está bien. Si eso es lo que quieres, no hay problema. 

—También me darás el reloj de tu muñeca. 

—No, no, no... Eso sí que no. 

—¿¡Qué cosa!? —exclamó el hombre elevando el tono de voz. 

—Esto no te lo puedo dar. Puede que no cueste mucho, pero para mi tiene un gran valor simbólico. 

—Eso no me importa, dámelo. 

—Toma mi teléfono, ¡llévatelo!, pero no mi reloj. 

El maleante giró su cabeza hacia su derecha. 

—Detrás de ti vienen mis colegas —masculló el hombre. 

—¿¡Qué!? —dijo Said volteándose. 

Ese fue un momento propicio para el ladrón que aprovechó el descuido de Said y se abalanzó a él como un guepardo para arrebatarle el reloj de manera tosca: por suerte, no le arrancó su mano. El forcejeo duró unas milésimas de segundos y le dejó al pobre de Said una herida superficial en el brazo izquierdo. 

Con el delito consumado exitosamente, el maleante emprendió la huida del lugar. En segundos, desapareció de la escena del crimen antes de ver a su pesadilla: la patrulla. 

—¡Maldito! —gritó un desconsolado Said que sostenía su brazo herido. 

El dolor interior supuraba más que la herida, incluso ya no sentía dolor por lo que había perdido. 

La policía llegó al lugar del hecho demasiado tarde. Nadie pudo auxiliar a la víctima, por lo que su agonía se fue a tiempos extras. Al poco tiempo, una ambulancia llegó antes de que el hombre dijera sus últimas palabras. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro