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Único

¿Otra vez?

Exhalo con pesadez, tres cuarenta y cinco de la mañana. De nuevo.

Irritado, —porque nada define mejor mi estado que esa palabra— me levanto de la cama y me dirijo al baño, liberando mi vejiga.

Repaso los recuerdos de la pesadilla que tuve.

Y es lo mismo.

¿Quién carajos es esa mujer?

En todas las pesadillas que he tenido en las últimas semanas, ella está presente. Pero solo al final, abrazándose a mi hermano mientras son envueltos por las llamas.

Suspiro y tiro de la cadena, luego lavo mis manos, regresando a la habitación. Está parcialmente iluminado por la lámpara, y me quedo mirando a un punto muerto en la habitación.

En eso, un ruido llama mi atención.

Proviene del exterior, así que, alerta, me encamino al balcón y veo hacia el patio. La brisa fría de octubre me golpea pero no me afecta en lo absoluto. Escaneo todo el espacio verde, frunciendo el ceño al ni siquiera encontrar a mi perro o ver a un guardia. Tal vez sea tiempo de contratar un nuevo staff.

Me adentro de nuevo en la habitación y antes de poder gritar, ella me atraviesa, su cara quemada me espanta y—.


        Madara despierta agitado, sentándose del tiro.
—¡Carajo! —brama, golpeando su cama, con el corazón tan acelerado que sentía que explotaría en cualquier momento.

En la habitación no tarda en entrar uno de sus trabajadores, apuntando y listo para defender a su jefe, a lo que guarda el arma al registrar que sólo era él recién levantado.

—¿Todo en orden señor?

Él sólo hace un ademán para que se retire de la habitación y no tarda en obedecer.

Nuevamente solo, se levanta y toma un cigarro de la mesita de noche y lo enciende, así mismo como las luces bajas de su cuarto para iluminar el amplio espacio.

Un largo suspiro acompañado de humo es soltado de sus pulmones, llevándose el estrés y la  frustración del mal sueño.

Octubre 5

Freno de golpe, los oídos me pitan. Miro al frente y sigue ahí. De pie.

Es ella.

¿Cómo no reconocer la piel morena oliva que parece enfermiza acompañada de esa cara tan demacrada, en dónde unas profundas ojeras amoratadas destacan.

Estoy apunto de quitarme el cinturón de seguridad, porque necesito confrontarla y saber quién carajos es. Pero ese indiscutible claxon de camión me aturde y lo siguiente que veo no tiene comparación.

El tráiler, a toda velocidad no tuvo tiempo de frente cuando ella se aventó al enorme vehículo.

           Todo es inquietantemente oscuro. No existe ruido alguno y poco a poco, Madara despierta. El corazón late a millón, el pecho quema y la piel se le eriza.

Otra pesadilla.

Otra en dónde no figuraba su hermano. O su hermano con esa extraña.

Toma el teléfono y revisa sus mensajes.

Mil, sin responder, de una sola persona.

Todos los mensajes de Hashirama eran sencillos, repetitivos a ciertas horas porque no había día que no dijera "buenos días" o "buenas noches" y enviase cinco o seis mensajes adicionales en dónde  un "estoy para ti, siempre" nunca faltaba.

Pero esta vez, había otro. Uno que sí llamó su atención.

"Identificaron el cuerpo."

Octubre 18

Se me atasca el aire en los pulmones.

Arrodillados, uno en frente del otro, putrefactos y desangrados, en medio de la enorme sala, se encuentra mi hermano y ese maldito cuerpo desconocido, uno se apuñala al otro en el vientre, rodeados por un círculo de algo ligado con la sangre de ambos que no sale de ese espacio delimitado donde ellos se encuentran.

Todo es asqueroso, morboso e insoportable.

Trato de dar un paso al frente, mi mente me exige acobijar el cascarón que habitaba el alma de Izuna, me exige que le de descanso, que lo despida.

Pero es la tensión, el miedo inexplicable o quizás es sólo shock lo que no me deja mover un solo milímetro de mi cuerpo y me está asfixiando.

—Hermano.

Padre nuestro.

Se me hiela la sangre del cuerpo, y el vomito no tarda en aparecer.

¿Me acaba de hablar un muerto?

           El tracto y los pulmones le arden. El olor sigue intacto, real y fétido. Madara expulsa todo lo que había digerido horas antes.

—Maldita sea...—bisbisea con asco, levantándose de la cama. Lleno de rabia, lo primero que hace, es levantar y tirar el colchón, cediendo a la locura del momento, a la tensión de sus músculos y la adrenalina generada por el mal sueño que lo termino envolviendo en odio.

Nuevamente, tres de la mañana. Casi cuatro.

Luego de destruir el cuarto entero, Madara tomo una ducha. La piel ardía, completamente enrojecida por la temperatura.

Aún así el miedo que tenía en el pecho no disminuía. Las pesadillas no tenían sentido y lo sacaban de quicio; no era un hombre de soñar, nunca en su vida lo fue, ¿Por qué ahora lo tortura su cabeza de esta manera?, ¿Por qué?

Octubre 30

Eran ya las once de la noche para cuando Madara, aturdido y cansado, llegó a casa.

O algo así.

Los Uchiha era un clan bien posicionado en Japón, basto y amplio, y con ello venían ciertas rarezas.

Una de ellas era el complejo en el valle.

Justo donde se encontraba ahora.

El lugar era una belleza, digno de admiración, conservado lo mejor posible tras centenares de décadas; según su familia, es desde antes de que el país siquiera recibiera el nombre que posee, tan sagrado como un mismo templo; los mismos Uchiha son quienes lo cuidan y mantienen. Muy pocos son aquellos quienes atienden el lugar, muy pocos son aquellos quienes lo conocen.

Escondido al final del frondoso bosque que pasa un estado completo, es una obra única.

La cual ha sido descuidada.

Izuna es quién cuidaba y administraba el lugar por si solo, su hermano tenía una rara forma de ser y era genuinamente feliz cortando césped y limpiando de la forma menos práctica el enorme complejo.

Con el cigarro aplastado en frente del enorme portón y dejando escapar un profundo suspiro, Madara ingresa.

Las puertas pesadas rechinan, lo cual es absurdo porque deberían seguir aceitadas.

Una ráfaga de tierra y polvo lo azota y sus ojos sufren las consecuencias, a lo que Madara maldice y se queda quieto por unos instantes que se sienten eternos hasta que es capaz de abrir, nuevamente, sus orbes onix.

Sigue su camino, sin ver a su alrededor; todo era casas y locales vacios, de ventanas selladas —seguramente obra de su hermano para evitar la pronta acumulación de polvo en esos lugares no habitados—, con sus fachadas bien cuidadas. No había nada que llamase su atención, por ello, sin distracción llegó al final de lo que hace siglos se denominaba "el distrito Uchiha"; La casa principal del Clan, era la que lucía mejor de todas, sin embargo, el lugubre aspecto que tenía nunca desaparecía —porque no importaba cuan impecable luciera tanto por dentro como por fuera, los recuerdos de madara sobre este lugar, siempre lucian igual—.

Dejando escapar una profunda respiración llena de melancolía y cierta incomodidad, se abre paso en la casa tradicional.

Al encender las luces y la calefacción, algo se siente extraño. A cualquiera se le eriza la piel ante tal sensación, pero Madara era una de esas personas en el mundo que no parecía tener conexión con esta energía superior que hacia a muchos darse cuenta de cosas que no son visibles ante los ojos de muchos; es por ello que se sacó sus zapatos, guardó el abrigo en el closet y se dejó caer sobre los cojines.

La casa mantenía el estilo tradicional de Japón, así que nada era como su casa.

Y lo odiaba.

No le dió muchas vueltas y abrió su maletín para sacar la bandeja de comida y su laptop, había cosas por leer y aprobar, tenía una serie —que realmente no vería— descargada y una botella de agua; lo necesario para pasar la noche en ese anticuado espacio que, honestamente, ni el mismo sabía porqué demonios condujo hasta allí.

Pero tú si lo sabrás, porque él es estúpido y mundano, un hombre completamente terrenal y desconectado.

Extrañaba a su hermano.

Unos minutos, quizás una hora, pasó Madara mirando a la nada; de piernas cruzadas y entre ellas su computador, con una postura desgarbada, divagando entre sus memorias, aquellas que no suele permitir fluir y siquiera detenerse a repasar, pero era imposible no hacerlo en ese lugar.

Se veía así mismo, de niño, corriendo con su hermano, con un cepillo lleno de jabón, jugando con él mientras se suponía que debían tallar el suelo de madera.

Era duro.

Apenas podía sobrellevarlo.

Izuna tenía dos meses desaparecido, un muchacho tan frívolo y banal desapareció un día de todos lados, sin dejar señal alguna. Madara los primeros dos días no le prestó atención, pues a su hermano a veces simplemente le gustaba llamar la atención. Luego notó que no había ni una sola publicación en redes sociales y allí sí que algo no le cuadró. ¿Su hermano, el desmedido, amante del desenfreno y ser el centro de atención en todo momento tenía más de 48 horas sin exponer nada de su vida al público? Imposible.

Es allí cuando movió sus contactos y abrió una investigación. Necesitaba, por su propio bien, encontrar a ese mocoso que amaba con cada célula de su ser y que sacaba lo peor de él.

Su corazón se heló cuando en dos días más tarde de iniciar la búsqueda, se encontrara un cadáver en una de las propiedades de Izuna, situada en Kyushu.

Cosa que le costó millones mantener en bajo perfil a nuestro pobre hombre, pues a las acciones de la empresa no le convenían que en las noticias y blogs amarillistas saliera la noticia.

Y ni hablemos de cómo la pasó, apenas y comía y mantenía la calma para llevar a cabo sus responsabilidades. No fue hasta comienzos de octubre que pudo respirar en paz, sabiendo que el cuerpo no era su hermano. Ahora mismo, no importaba que él estuviese siendo buscado bajo la sospecha de asesinato —porque ese cuerpo fue dejado allí—, él simplemente necesitaba ver a ese bastardo y enseñarle una lección de cómo no preocupar genuinamente a alguien de quién dependen mas de diez mil empleos.

Ya eran las dos y quince de la mañana del 31 de octubre y el sonido de las tripas del treintañero le dieron el aviso de que tenía que comerse lo que trajo de comer —y que creyó haber engullido cuando sacó la vianda—. Saciado, luego devorar su cena mientras veía un capítulo de una serie de mierda americana, sus ojos empezaron a cerrarse solos, haciéndolo despertar de tanto en tanto, hasta que finalmente cayó rendido ante el sueño.

Y en ello, como todas las noches, fue sometido a una vívida pesadilla.

No puedo, no consigo evitar quedarme congelado en mi lugar, me tiemblan hasta los huesos y hasta la última gota de sangre de mi cuerpo está probablemente a menos cero.

¿¡Qué estoy viendo!?

Es un sueño. Es un sueño. Es mentira.

No es cierto.

No es cierto.

—¿Izuna? —alcanzo a articular sin poder creerlo, apenas y pude escuchar mis propias palabras, las manos me tiemblan y el pitido de mi cabeza me ensordece.

Un nudo en mi garganta me inhibe el habla.

Un crack, acompaña el tosco movimiento de su cuello, sus cuencas están vacías, cuando una voz inhumana brota de su garganta para vocalizar un—: llegaste.

Y odio, de repente, jamás haber creído en algún dios.

Pero las oraciones de Hashirama atraviesan mi cabeza tan rápido como empiezo a murmurar un—: Padre nuestro que estás...

Y corro en dirección contraria, escaleras arriba, con la adrenalina al millón y la respiración entrecortada mientras trato de murmurar algo sagrado, algo que me proteja.

Porque no se qué es toda esta mierda.

Y es que la piel se me eriza cuando mis oídos registran dos pisadas más detrás de mí.

¡En nombre de dios!

Corro como puedo entre los largos pasillos, y casi, casi siento un poco de alivio cuando consigo visualizar la puerta principal, a pesar de sentir las pisadas más cerca.

Y debo estarme orinando encima.

Porque al abrir la puerta, me encuentro una horda de cuerpos quemados, desfigurados, y en mal estado de descomposición, arrastrándose en mi dirección.

—Te estuvimos esperando.

Un grito profundo desgarra su garganta al despertar, con todos los sentidos alertas y sudando frío, Madara se encuentra a sí mismo solo, con luces y calefacción apagadas en la puta sala del maldito distrito Uchiha, con la endemoniada laptop al lado y aún encendida, reproduciendo un capítulo de la serie que veía.

Con una mano en el corazón, trata de regular su respiración, apenas y logra enfocar su visión mientras su otra mano toca su pantalón para verificar que no estuviera mojado.

Bien. Que la verdad sea dicha.

Jamás se interesó por lo espiritual o lo esoterico, de niño se dormía en los templos y se incomodaba en las fechas de rituales; simplemente no era lo suyo, no es que tenga algo en contra de ello, es que simplemente no se alineaba con él y su persona.

Y eso estaba bien, no había nada de malo en ello.

Hasta ahora, que estaba a tres horas de la ciudad, solo en lo profundo de la naturaleza, bajo un frío techo y sobrepensando, por primera vez, en algo que no fuera relacionado al trabajo.

Por sus tres hermanos y padres fallecidos que no lloraría, al contrario, lleno de ira y altanería, se levanta a pasos furiosos a encender la luz nuevamente y poner la puta calefacción porque se estaba congelando.

Y cómo no podía ponerse peor —aunque claro que sí, porque siempre puede ser peor—, parecía que la luz se habia ido, porque las luces no se encendían.

Gruñe y golpea el interruptor, pagaba una gran suma en impuestos en el país como para quedarse sin electricidad en el medio de la nada.

Se regresa a la sala con una expresión dura, inconscientemente, prefería estar enfurruñado y enojado que recordar su sueño o dejar que el miedo lo domine.

Es cuando le da el primer trago a la botella de agua que la piel se le eriza ante los pasos que correteaban a lo lejos, pero lo suficientemente cerca para ser escuchados.

Era quizás en el tercer corredor y rápidamente se alarma, en estado de alerta, toma el celular y se esconde tras una puerta de la habitación conjunta que le sigue a la sala.

¿A quien carajos se le ocurría venir a robar —segun él—, a esta inmensa propiedad privada que...?

Ya no era vigilada.

Y era de conocimiento público que le pertenecía a una podrida familia multimillonaria.

Sí, más bien, ¿A quién no se le ocurriría?

Nervioso —porque hasta ahora es que cae en cuenta cuán estúpido fue llegar allí sólo— trata de marcar a emergencia, pero como todo siempre puede ponerse peor; tal cual película de terror, no tenia señal.

Y sí, que él podía salir a enfrentar a quién sea que estuviera allá afuera... Pero no tenía un arma tangible más allá que el borde de su móvil y nociones basicas de boxeo como apoyo.

—calma —murmura para si mismo, tratando de volver en sí y maquinando rápidamente alguna maldita estrategia para dejar el lugar.

Y fue una odisea, porque su mente se nublaba con diez pensamientos negativos por cada segundo que pasaba tratando de encontrar una solución.

Hasta que una realidad golpeó su cabeza y es que nadie conoce mejor cada rincón que él.

Y con eso en mente y tratando de agudizar su sentido auditivo, empezó una extraña dinámica de presa-cazador entre él y lo que sea que este allí siguiéndolo.

Con el paso de los minutos empezó a dejarle de importarle reducir el ruido de sus pisadas o movimientos. Madara Uchiha estaba asustado hasta las bolas para este punto, arropado por la cobardía y sin pensar en mirar hacía atrás.

No fue hasta la segunda vuelta que le dio a la inmensa casa de una sola planta que recordó algo importante. Una salida subterránea.

Bien, originalmente era un templo bajo tierra, sagrado como la mierda, pero hace siete décadas atrás se abrió un largo túnel que pasaba por todo el distrito y terminaba lejos del amplio complejo de casas que conforman el distrito.

Poco le importaba el que estuviera descalzo y que probablemente tardaría horas en salir del túnel —que seguramente ni iluminación tiene— pero no veía factible salir siquiera por la puerta principal —porque quién sabe qué lo espera afuera—, así que engañó —según él— pasando por varias habitaciones a quien lo acechaba y con desespero, encontró la puerta que llevaba al santuario.

Lo siguiente que pasó, no tiene comparación.

Y según él, tenía que ser una maldita broma o seguir soñando.

Las escrituras sagradas, talladas en piedras, estaban llenas de lo que parecía ser sangre seca, la misma que probablemente era la que recubría las paredes rocosas con simbologías desconocidas para él. Velas completamente derretidas que no se apagaban y su mayor pesadilla.

La misma posición, sus manos sosteniendo el cuchillo que está enterrado en el abdomen bajo de ese cuerpo y las de esa persona, clavando también un cuchillo en la misma zona en el cuerpo de su hermana.

Sus pies pesaban, no había forma que el moviera un milímetro de su cuerpo debido al medio.

—I-

Madara no fue capaz de llamarlo.

Pero fue así, tal cual pasó en su pesadilla.

El mismo sonido del cuello de su hermano, la misma voz inhumana, diciendo "llegaste". Las mismas cuencas vacías.

El mismo círculo que no se desbordaba de la sangre.

Eso sí, un último pensamiento cruzó su cabeza.

"Te encontré".

Y cayó de rodillas.

Noviembre 10
Tokio, Japón.

"¡EL ALARMANTE CASO QUE SACUDE EL PAÍS!
LA FAMILIA UCHIHA, ACUSADA DE BRUJERÍA Y DE HACER SACRIFICIOS.

Se confirman más de doscientos cuerpos  encontrados en el complejo de casas más antiguo que data en el país. Con el deceso del magnate y heredero, Uchiha Madara, se encontró en cada casa que componía el complejo de uno a tres cuerpos rodeados de talismanes y simbologías.
Adicional de un ritual perturbador en la casa principal, en dónde se halló el cuerpo del, también fallecido, Izuna Uchiha. Se dice que en la escena falta un cuerpo, aún así, de sospecha que debe ser el que se encontró en la residencia de Izuna Uchiha en Kyushu."

           Y así como esas, un millón de notas más abundaban en internet.

Noviembre 27

           Los medios de comunicación no tardaron en crear un montón de escándalos cuando, tras la denuncia de Hashirama Senju, se descubrió lo que se califica como escena del crimen, por algún asesino serial —que sigue siendo buscado hasta la fecha—, en las tierras de la familia de su amigo.

Devastado, en su oficina, Hashirama está casi borracho, son las dos de la tarde, pero eso no importaba.

Simplemente no lo aceptaba.

El bolsillo le vibra y saca el celular con dificultad, es un mensaje de su hermano y se fuerza por leerlo.

Pero rápidamente espabila.

"Van cuatro forenses fallecidos y cinco policías, todos envueltos en el caso y perdieron la vida en accidentes."

El siguiente le heló la sangre.

"El cuerpo de esa mujer desapareció. El de Izuna también."

"¿Que Demonios ocurría con esa familia?" Pensó el moreno, consternado.


Noviembre 28
8 AM

Las notas del menor de los Senju eran un borrón y tachón. Bebía su café en el auto mientras golpeaba el bolígrafo contra la pequeña agenda que tenían miles de hipótesis y preguntas junto a una foto de Izuna junto a una muchacha que parecía reunir las características del cadáver encontrado —y ahora desaparecido— en Kyushu, fotografía directamente sacada de su Instagram.

Pero una de sus preguntas eran ciertas, era la única que salía de la norma en su cabeza cuadrada y lógica. También, a la que menos atención le prestaba.

"¿Izuna estaba metido en alguna secta?"

Una mente como la de él, jamás descubrirá lo que sucedió realmente.

Y mucho menos los policías, forenses y especialistas envueltos en el caso que morían cada día.

Probablemente jamás lo vayan a descubrir pero...

¿Y tú?

¿Qué crees que pasó?

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