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Capítulo. 09

Amo patinar, después de tanto sigue siendo de mis cosas favoritas.

Lo es desde que tengo unos... no lo sé, ¿Cinco o seis años? No importa la edad, es uno de mis más grandes hobbies y fue mi pasión durante un buen tiempo. Me encanta sentir la brisa contra la cara y el pelo, esa sensación de que puedo hacer cualquier cosa mientras esté sobre mis patines me encanta.

Patinar para mí es... sencillamente algo increíble.

Aún tengo bien claro el recuerdo de mi primera vez sobre los patines. Todo empezó con el patinaje en hielo, visualicé el lago congelado del parque Evergreen, los árboles desnudos, el césped con una capa de nieve encima, una Ava de cinco años estaba tomada de la mano de su hermano mayor de quince, intentando no resbalar y caer duro contra el frío lago congelado.

Evan fue quien me enseñó a patinar sobre el hielo, y un año después aprendí en el pavimento.

A mis tiernos he inocentes cinco años, nunca entendí por qué Evan siempre estaba encerrado en su habitación, por qué no salía con sus amigos. Cada que llegaba de la escuela iba a encerrarse a su cuarto y no salía hasta la hora de la cena, y en esos momentos tampoco es que era muy comunicativo que digamos. No entendía lo que sucedía, solo que no me gustaba ver a mi hermano así de aislado.

Hice todo lo posible para animarlo, aún con cinco años, pude idear el mejor plan para sacarlo de su habitación. Le insistí hasta el cansancio de que me enseñara a jugar hockey que no le quedó más opción que acceder a mi petición, y fue en nuestra primera lección que me enseñó a patinar sobre el hielo.

Me gusta recordar aquel día porque fue el primero después de una larga temporada donde no había visto ni escuchado a mi hermano reírse, reírse y sonreír de forma genuina. En nuestra primera lección de hockey armamos un juego improvisado que le subió los ánimos, nos estretuvimos un buen rato hasta el final de nuestro juego, que fue cuando tropecé con algún sobresaliente del hielo, di un giro en mi lugar y caí de trasero al hielo.

Pero eso sí, anoté el punto. Con el trasero adolorido pero victoriosa.

Mi caída fue la causante de la carcajada más genuina de Evan, por esa razón fue que no me eché a llorar, porque sí que le dolió a mi pobre traserio de niña. Después de esa ocasión, y un par de fiestas de té con mis peluches, Evan volvió poco a poco a ser el mismo. Salía de nuevo con los chicos, pasaba menos tiempo encerrado en su habitación, se volvía más hablador, a pasos de bebé él salió de aquel pozo triste en el que se había encerrado y eso me gustaba. Sí que estaba confundida por los repentinos cambios de humor, pero también estaba feliz de ver a mi hermano sonreír nuevamente.

Ya unos años después papá me explicó lo que pasó en ese entonces, Evan había pasado por una recaída depresiva, la segunda después de cuatro años, por eso no salía, por eso estaba triste y por eso «Evan tenía pañuelos en las muñecas», cosa que dije cuando le vi por primera vez los vendajes que le pusieron para que no se le infectase los cortes que se hizo. Muchas cosas cobraron sentido, y si algo así vuelve a suceder, no duden de que haría todo lo posible para estar junto a él como cuando tenía cinco. Evan es mi hermano mayor, una de las personas más especiales para mí, es quien jugó conmigo cuando no tenía compañía, quien cuidó de mí y dedicó mucho de su tiempo en mí. Haría lo que fuera, una vez más, por verlo feliz.

Cuando llegué a su casa, tomé mi tiempo para quitarme los patines y ponerme las zapatillas de cambio que traje. Al estar todo listo, amarré las trenzas de mis patines y las colgué a mi hombro, no había traído la mochila donde siempre los guardo, y no podría hacerlo en la que tengo porque Sandy se incomodaría.

Y créanme, cuando esa coneja está molesta no es nada tierna. Tus cosas corren el riesgo de terminar con su excremento encima. Muy vengativa es esa roedor.

Frente a la puerta, toqué con los nudillos.

—¡Voy! —escuché desde adentro, seguido de pasos acercarse.

Empiezo a cantar cuando Evan abre:

Joyeux anniversaire, joyeux anniversaire, joyeux anniversaire Evan, joyeux anniversaire, Yay! —aplaudí, haciéndolo sonreír.

—Guao, gracias, A.

Fui a darle el más fuerte abrazo de hermana menor de toda la historia.

—¡Feliz cumpleaños, hermano! —exclamé, aún apretujandolo—. No sigas creciendo más, por favor.

—Eso debería decírtelo yo a ti, Ava —se rió, devolviéndome el abrazo. Se sintió como todos los que me dió en mi infancia cuando me alzaba del suelo como una muñeca de trapo.

Y como si hubiera adivinado lo que estaba pensando, Evan me alzó unos pocos centímetros del piso, ya no podía ser como antes.

—Ah, aún no me creo que ya no eres una niña —dijo, alejándose, puso una mano en mi cabello y lo medio desordenó—. ¿En qué momento creciste?

—No crecí, de hecho.

—Sí, te quedaste enana, enana —gracias a mi más fiel acompañante, mi trastorno respiratorio. Nadie me había sido tan fiel como esa cosa—, igual ya no crezcas.

Lo empujé apenas un centímetro.

—En fin, mira, te traje un regalo —le extiendo la canasta—, ojalá te guste.

Evan la agarra por el asa, mirando todo lo que hay dentro sorprendido.

—Esto... Ava, gracias, hermana.

—¡Revísalo! —le pedí, sacando a Sandy del bolso para sujetarla en manos.

—Vaya, cuánta emoción —Evan despide una risa rápida, luego alza la mirada—. Oh, hola, Sandy.

Ella chilló devolviéndole el saludo.

—Vamos, abre tu regalo —insistí.

—Vale, vale —comienza a escarbar entre las cosas que metí en la canasta. Es una sensación agradable ver cómo su sonrisa se acentúa, me encanta dar regalos y esta sin dudas siempre será mi parte favorita—, ¡Hey, tus cupcakes de chocolate húmedo!

Asentí igual de emocionada que él, a Evan le encantan mis cupcakes de chocolate, sobretodo cuando los relleno con dulce de leche.

—Sigue revisando, aún hay más.

—A ver... galletas de chispas de chocolate y menta, gomitas, caramelos y todos mis snacks favoritos —Evan niega con la cabeza—, por eso eres la mejor hermana menor del mundo.

Una sonrisa de suficiencia se forma en mis labios. Me gusta escuchar ese tipo de cumplidos.

—¿A qué sí? Soy increíble.

Él puso los ojos en blanco, volviendo a negar y capaz pensando que paso mucho tiempo con Astrea, nadie más que ella podría pegarme los comentarios arrogantes de ese tipo. Bueno, ella y Aidan.

—Venga, pasa.

Dentro en la sala dejé a Sandy en el suelo, ella se fue entre brinquitos al área de juego de Archer, otro de sus lugares favoritos. Mis patines también los dejé en el suelo junto al sofá con algunos peluches en forma de manzana de mi sobrino, a Archer le fascina los peluches con esa forma, y el puré, y el jugo... Desde ahora todos sabemos cuál será su fruta favorita de grande.

Evan salió del recibidor ya comiendo uno de los cupcakes, su cara es de completo deleite. Jamás se lo diré, pero aprendí a hacer esa mezcla principalmente porque sé que a él le encanta, y quería hacerle un regalo especial para su cumpleaños veinticinco, desde esa fecha se ha vuelto una especie de costumbre mía regalarle cupcakes o mini pasteles de ese sabor.

—Entonces —hablé, quitándome el bolso y dejándolo en el sofá—, ¿Qué planes tenemos para hoy? —seguí a Evan a la cocina, dejó la canasta sobre la barra.

—No lo sé.

Me hice la desentendida, obvio yo sé los planes para hoy.

—¿Cómo que no lo sabes?

—Así, Ava, no lo sé.

—Bueno, vale, ¿Pero y Bea? ¿Dónde está?

Evan encogió los hombros.

—Eso tampoco lo sé.

—Venga ya, hermano, cómo no vas a saber donde está.

—Solo no lo sé, A. Desperté hace poco y cuando lo hice, Bea no estaba por ningún lado.

Entonces reparé en el atuendo que lleva puesto: pantalón holgado a cuadros y una camiseta gris, está descalzo. La pinta de alguien que, en efecto, recién está despertando.

—¿Y no te dejó tu clásico desayuno de cumpleaños?

Negó con la cabeza.

—No, cuando desperté no estaba Bea, ni Archer ni desayuno de cumpleaños.

Hago un siseo junto a una mueca, esa es otra parte de nuestro plan para festejar a Evan: que Bea no haga todo lo que típicamente suele hacer para esta fecha.

Y aquí es donde vengo a sugerir la idea, aunque esta parte siempre me pareció más cizaña que otra cosa:

—¿No crees que Bea haya...?

Evan suspiró.

—Eso tampoco lo sé, últimamente a estado muy... distante con este tema —no paso por alto que su voz se oye triste.

Guardo silencio, fingiendo pensar. Tuve un poco de pena por él, está triste porque todos aquellos que quiere «olvidaron» su cumpleaños y casi caigo en la tentación de decirle la verdad, pero no, me mordí fuerte la lengua y esperé los segundos necesarios para sugerir la idea.

Tres... cuatro... cinco... seis... siete... ocho... nueve...

Estrellé las palmas de mis manos contra mis muslos.

—Bueno, ¿Qué tal si yo te preparo su desayuno especial de cumpleaños?

—Tranquila, Ava, yo puedo preparar algo —el necio de Evan empieza a sacar los ingredientes de la alacena.

—Oh, no. No, no, no, no, no —camino hasta él y lo tomo de los hombros para obligarlo a sentarse en uno de los taburetes de la isla—. Tú, quieto ahí. Hoy es tu cumpleaños, y quieras o no, te prepararé tu desayuno especial.

—Ava... —intenta levantarse.

—Que dejes tu trasero ahí, necio —lo volví a sentar, esta vez usando la fuerza que poseen mis bracitos de fideo—. Todo está bien, en casa le preparé el desayuno a mamá y papá. Soy una experta, Deano.

Evan ladea una sonrisa de labios cerrados.

—Va, Claudette, te dejare cocinar.

Busqué en la alacena todos los ingredientes que necesitaría. Aún con una considerable diferencia de edad de diez años, mi relación con Evan es de las mejores y por ello suelo pasar mucho tiempo en su casa. Me he quedado a dormir un montón desde que se mudó, también fui de ayuda en la mudanza, así que conocía su casa y cada rincón como si fuera la mía.

—Muy bien —dejo los ingredientes sobre la isla—, ¿Qué tal panqueques?

—¿Con mantequilla? —sugiere.

—¿Y miel de Maple? —agregué.

Amplió su sonrisa.

—Estaría perfecto.

—Pues, manos a la obra.

Ajusté mi coleta antes de empezar a cocinar, Evan quiso meterse a ayudar pero no se lo permití. Vamos, hermano, es tu cumpleaños, ¿Qué tan difícil es quedarte sentado y ya? Supongo que eso de ser padre primerizo le sigue afectando. Igual conseguí que se quedara quieto en su lugar. Hablamos en todo el rato que estuve cocinando, por mucho que lo pueda venir a visitar, quedarme a dormir o que él vaya a casa, la verdad es que no pasamos tanto tiempo juntos como antes. Ya no íbamos tan a menudo a patinar al parque en invierno, ya no jugábamos a las fiestas del té. Desde hace varios Halloweens que no salgo a pedir dulces con mi hermano cómo cuando era más pequeña.

Esto es lo que me parece triste de crecer, de tomar responsabilidades, las costumbres y buenos ratos de la infancia se pierden, ya no suceden.

—¿Sabes? Extrañaba esto —comenté, sacando el tercer y último panqueque.

—¿Esto?

—Esto —nos señalo—, hablar, reírnos, ponernos al día con nuestras cosas. Echaba de menos hablar contigo.

Evan suspiró, agachándose un momento, cuando volvió a acomodarse en su asiento, llevaba a Sandy en manos.

—Sí... yo también lo extrañaba —admitió, acariciando a la coneja—, ya no pasamos tanto tiempo juntos como antes, ¿Verdad?

Negué con la cabeza, torciendo los labios.

—No, no lo hacemos —respondí por lo bajo, eso es otra cosa que me parece triste—, pero lo entiendo, tú ya tienes una vida de adulto —me reí—, ya no eres ese adolescente idiota que no sabía que hacer con lo que sentía.

Evan se sumó a mi risa, recostando los antebrazos de la superficie de la isla con Sandy en medio. Mi coneja parece bastante agusto. He notado que le gusta mucho cuando Evan le da mimos.

—Y tú ya no eres esa niña que jugaba a la fiesta del té con sus peluches y galletas rancias.

—Oye, no juzgues mis fiestas de té, eran geniales —defendí.

—Claro, y la mejor parte eran las galletas viejas que servías, ¿No? —ironizó—. Siempre tuve una duda, ¿De dónde las sacabas?

Dejé derretir la mantequilla en el primer panqueque antes de agregarle la miel.

—Un mago nunca revela sus secretos —hago lo mismo con el siguiente panqueque.

—No eres maga, Clau.

—¿Y quién a dicho que no?

—El vídeo que grabó mamá de tu patética presentación de magia en quinto grado lo dice.

Dejo de preparar su desayuno para dirigirle una mirada ofendida.

—¡Oye! —exclamé, dolida—, ¡Mi presentación fue buena!

El muy idiota se rió.

—¿En qué parte? ¿En la que se te cae el maso de cartas o la tira de colores se te sale por la manga?

Volví a concentrarme en su desayuno ahora con un puchero en los labios y el ceño fruncido.

—Me habías dicho que salió bien... —murmuré, recordando sus palabras.

—Tenías once, Ava, no podía decirte «Salió horrible, hermana» sin que te echaras a llorar.

—Aún duele, idiota.

Evan volvió a reírse de mí, le encanta molestarme.

—Venga, sabes que te amo, hermanita —hizo morrito y tiernos ojitos.

—Cuando te conviene nada más.

—¡Oye! —ahora él es el ofendido—, eso no es cierto.

—Sabes que sí es así.

Llevó una mano a su pecho, dramático.

—¿En serio crees eso de mi? ¿De tu querido hermano mayor que te ha cuidado, te ha mimado y te ha dado mucho de su amor? ¿De veras crees eso de mí?

Lo miré frunciendo las cejas.

—¿Por qué rayos Bea aceptó casarse contigo? —le pasé su desayuno—, eres irritante.

—Ella sí me ama, no como otras que solo dicen que las quiero cuando me conviene.

Alcé una ceja antes de menear la cabeza con un suspiro.

—Sí, aún no lo entiendo.

En esta ocasión los dos nos echamos a reír juntos, burlándonos de nosotros mismos. Lo he dicho, nunca podemos tener una pelea realmente seria, siempre termina así. Nunca a llegado al punto de gritarnos cosas horribles o dejarnos de hablar. Sí, hemos tenido algunos desacuerdos pero eran por cosas tan pequeñas que conseguíamos resolver hablando. Es genial tener una relación así con tu hermano.

Ya después, Evan dió el primer bocado a su comida, la expresión parecida al deleite hizo que diera saltitos emocionada en mi lugar.

—Vaya, sí que sabes —comenta con la clara sorpresa en su voz.

—Si lo dijeras en ese tono sonaría mejor, pero gracias.

Empezamos un nuevo tema de conversación, le pregunté qué haría hoy ya que Bea "olvidó" su cumpleaños, respondió en que se quedaría en casa viendo la televisión y comiendo los dulces de la canasta que le regalé, puesto que hoy era su día libre también.

Fue ahí que entró la segunda parte del plan: mi negación ante esa idea. Bea dijo que eso es lo que haría si se creía la idea de que todos se habían olvidado de su fecha especial, y no puede pasar. Evan tiene que pasar el día fuera de casa.

—Oh, no. No harás eso, en lo absoluto —me encontré diciendo, Evan arquea una ceja hacia mí, masticando más lento—. Venga, Evan, ¡Es tu cumpleaños veintisiete! Tienes que ir a celebrarlo de alguna forma.

—Ava, incluso mis papás olvidaron el día en que me sacaron del útero —dramático—, ¿Qué voy a disfrutar teniendo eso en cuenta?

—¿Yo no cuento? —fingí ofenderme—, me tienes a mí. No lo sé, podemos ir a comer helado, ir al parque a patinar...

Hizo una mueca por esa idea.

—Estoy viejo para eso.

—Estás cumpliendo veintisiete, no setenta y seis, dramático.

—¿Acaso sabes desde cuándo yo no patino? —otra vez, alza una ceja, en plan irónico.

—Bueno, en ese caso me tienes a mí, tu querida hermanita menor que sabe patinar perfectamente y evitará que te caigas de culo contra el suelo —Sandy chilló—, ella también evitará que pegues el culo al suelo.

—Piensa en otra cosa, por favor. Prefiero evitar caídas.

Resoplo, pensando en algo.

—Podemos... no sé, ¿Ir al centro comercial a jugar en el arcade? Nos encantaba ir ahí, no vendría mal hoy.

Evan estaba sopesando la idea, lo sé por cómo tuerce los labios de un lado a otro.

Tras pasar unos segundos así, empezó a sonreír y asentir.

—Vale, esa idea me gusta. Salgamos, día de hermanos.

—¡Sí!

—Voy a cambiarme, bajo en unos minutos.

Asentí viéndolo irse de la cocina.

Cuando escuché el sonido de una puerta arriba cerrarse, saqué mi teléfono para escribirle a Bea.

¡Ha funcionado, ha funcionado! No pasará el día en la casa, vamos a salir.

No tardó nada en responderme con una nota de voz, la puse en el volumen más bajo para que no haga eco.

—Uuff, menos mal. Creí que se pondría terco para no salir —lo intentó, hay que decir—, no te olvides, distraelo todo el día. Te avisaré cuando todo esté listo aquí.

Le respondí con un sencillo «está bien»

Nuestro plan está yendo mejor de lo que esperaba.

-

Cuando Evan estuvo listo, ambos nos subimos a su auto. Ahí inhalé el aroma que estaba impregnado en el aire, curiosa.

—¿Por qué huele a... —olisqueo un poco más—, manzana y fresas?

Me dió una mirada obvia de soslayo.

—¿Tú por qué crees? —cuestiona encendiendo el auto.

—¿Bea y Archer? —sugerí.

—Esos mismo.

—Deberían dejar de darle tanto puré de manzana a ese niño—murmuré, poniéndome el cinturón de seguridad y acomodando en mi regazo el bolso donde Sandy estaba hecha una bolita. Evan arrancó—, y Bea... bueno, ese aroma ya es de ella.

Evan se rió echando a marchar.

Durante el camino le distraigo para que no tome el teléfono, cuando se puso en plan insistente insoportable tuve que quitárselo y meterlo en mi bolso.

—Es día de hermanos, así que nada de teléfonos.

Con eso se quedó tranquilo. A veces odio que mi hermano sea tan cabezota.

Empecé a preocuparme cuando el camino por el que íbamos no era para el centro comercial. Creí que Evan estaba tomando otra ruta para ir a casa y reclamar sus felicitaciones a nuestros papás, (es muy capaz) estuve a punto de cuestionarle a dónde estábamos yendo cuando un local familiar apareció en mi campo de visión.

Bajé ya emocionada apenas estacionó en una plaza.

La campana sonó a mi entrada. El lugar seguía igual que siempre, las únicas pequeñas diferencias es que retocaron la pintura, habían remodelado la barra y agregado nuevos platillos al menú, pero de resto, sigue teniendo la misma vibra que años antes.

El CallyCafé no había cambiado mucho en los últimos diez años.

Busqué por todo el lugar a una cabellera crespa pelirroja. Di con ella hacia el final del café.

—¡Madrina Cally! —exclamé estando unos metros de ella.

Mi madrina se giró confundida ante el llamado, ya luego su expresión cambió al verme solo un par de metros lejos de ella.

—¡Ava!

Sin más fui hasta ella para darle un fuerte abrazo. Hace meses que no la veía, empezaba a extrañarla.

Alguien se aclaró la garganta detrás de nosotras.

Nos volteamos a ver a Evan ahí de pie.

—¿Y para el cumpleañero no hay un abrazo?

Cally se acercó a él a darle uno de sus abrazos de mamá oso. Ella es una vieja amiga de mis papás y mi madrina, nos tiene cariño a ambos.

—Oh, Evan, ¡Feliz cumpleaños, cielo! —acaricia su mejilla—. Cómo pasa el tiempo, apenas ayer estabas trabajando de mesero aquí y cantando tus canciones en el escenario.

—Sí... —rió Evan—, extraño eso. Dónde mi mayor preocupación era no llegar tarde al turno.

—Y no cagarla con Bea —agregué.

Cally se separó de mi hermano, me miró divertida.

—Tú también estás muy cambiada, mi niña. Eres toda una adolescente —da una caricia a mi pelo como solía hacer cuando era niña—, todavía me acuerdo como corrías por ahí con siete años pidiendo más rebanadas de pastel.

Dejé ir una risa al recordar esos grandes días de mi infancia. Ah, que buenos tiempos. Supongo que por ahí debí de darme cuenta que la repostería se haría como lo mío, me encantaba estar en la cocina con mi madrina ayudándola a decorar pasteles.

—Que grandes días —comenté en medio de un suspiro.

Cally y mi hermano sonrieron.

—Vengan, vamos a sentarnos, quiero ponerme al día con ustedes. Los eché mucho de menos en mis vacaciones —ocupamos asiento en una mesa vacía junto a la ventana—. Evan, cuéntame, ¿Qué tal los planes de boda? ¿Y cómo está tu niño?

—Todo está yendo muy bien, a decir verdad, tenemos casi todos los preparativos listos.

—¿Y aún sin fecha para la fiesta?

—Probablemente para...

—¡Inicios del próximo mes! —exclamé, aún estaba emocionadísima por esa fecha.

—¿En serio? —preguntó mi madrina sorprendida.

Evan asintió.

—Mi tía Ness está a cargo de la decoración, la pastelería de Aldana de los postres, la comida y bocadillos ya están hablados con la gente del catering al igual que el lugar... así que, sí, lo más probable es que la boda sea para inicios del próximo mes.

—Vaya, cielo, felicidades —Cally no deja de sonreír—, a de ser toda una alegría para ti y para Bea, con lo emocionados que están.

Mi hermano agachó la mirada, un suave color rosa se apareció en las mejillas, una acción suya que conozco tan bien. Se imagina más allá de la boda, el futuro que le espera a él y su próxima esposa.

—Ah, que chalado estás, Evan —le molesté.

—Quisiera decir que me sorprendió la noticia del compromiso, pero realmente no lo hizo —admitió mi madrina.

—Era cuestión de tiempo nada más.

—Así es.

—Todos contra mí y el amor que le tengo a mi futura esposa, ¿No?

—Sí —respondimo ella y yo a la vez.

Evan aunque nos miró mal, terminó riéndose.

—Pronto estaremos enviando las invitaciones.

—Esperaré la mía, entonces —Cally se pone de pie—, ahora, si me disculpan, debo buscar el regalo para el cumpleañero de hoy.

—No es necesario, Ca...

—¡Sí, regalo! —le interrumpí.

Cally se fue a la cocina y volvió un rato después con un pequeño pastel de chocolate con vela encendida y todo. Después del improvisado canto de cumpleaños feliz a mi hermano, nos ponemos a charlar de todo un poco, de como ella se la pasó en sus vacaciones familiares, cómo está su familia y la nuestra. En más de una ocasión tuve una pequeña pelea con Sandy, quien se había dado el permiso de subirse a la mesa, ella insitía en comer de las rebanadas de pastel. Solo se quedó tranquila cuando Cally le convidó un trocito de pastel de zanahoria, los ojitos de Sandy brillaron por el nuevo sabor de su comida favorita.

Sin darnos cuenta, pasamos el resto del día en la cafetería charlando con mi madrina y recordando buenos tiempos.

En medio de una charla, mi teléfono sonó en mi chaqueta, indicando la llegada de un mensaje.

—Perdón, tengo que responder, hermano —excuso ante la mirada de Evan, algo como «Nada de teléfono en el día de hermanos»—. Ya vuelvo, tranquilo, es rápido.

Me alejo un poco de la mesa para ver el mensaje de Bea:

Ya está todo listo, puedes traer a Evan.

Es aquí donde empieza la tercera parte de nuestro maravilloso plan.

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