Capítulo. 07
En este momento, no solo yo me siento incómodo.
Ya habíamos llegado a la casa de Ava, donde se encontraba su padre a causa de su día libre, el señor Ross se quedó de piedra con la boca abierta boqueando como pez tan solo vio a la señora Christina, quien le dijo algo en francés que claro no emtendí antes de irlo a abrazar.
Y ahí han estado, desde los últimos cinco minutos.
Ava juguetea con sus pies, también con el dije del collar que siempre lleva puesto, mientras tanto yo paseo la vista por todos lados, viendo la decoración una y otra vez.
Ese posavaso estaba cool... Oh, vaya, igual de cool que el cuadro torcido al fondo de la sala.
A mis pies, Aska chilló por lo bajo cubriéndose los ojos con las patas. Hasta él siente la incomodidad.
—Que... que sorpresa, Christina —balbucea el señor Ross, separándose por poco—. No pensé que llegarías hoy.
Ella le sonríe culpable.
—Quería sorprenderlos.
—Pues vaya, vaya que sí.
Los papás de Ava se miran de una manera que incluso hasta el más ciego se daría cuenta que aún hay amor ahí. Una de las cosas que más admiro de ellos es que por muchas cosas difíciles que hayan pasado, al igual que los años, ellos se siguen amando. No lo demuestran, pero por la forma en que se miran, es algo demasiado obvio.
Es una forma incondicional de amar que ni Evan y Bea tienen, eso es de admirar.
—Eh... mejor vamos afuera —sugiere Ava, asentí de acuerdo yendo tras ella, no quería seguir allí dentro con toda ese ambiente flotando a nuestro alrededor. Salimos de la casa tratando de no hacer ruido—. No entiendo por qué no se dicen que se aman, ¡Se les nota en todo!
Nos sentamos en el primer peldaño de la escalinata con mi perro en medio. Aska parece aburrido, de seguro esperaba que esta salida era para ir al parque a jugar.
—No lo sé, Ava —respondí acariciando detrás de las orejas de mi mascota—, eso es obvio, no hay que negarlo. Quizá... las cosas no son tan fáciles para ellos como antes.
Ella echa un suspiro triste al aire por la nariz, empieza a darle caricias a Aska en la otra oreja, este canino astuto aprovechó el momento de caricias para ponerse panza arriba y que los mimos fueran dirigidos a su punto favorito, su barriga.
Ava sonrió, complaciendolo.
—Me gustaría verlos un día juntos —admitió ahí en lo bajo—, verlos juguetear en la cocina mientras preparan el desayuno, hablar en la sala de noche, verlos bailar una de esas canciones viejitas —sonríe, quizá imaginado esos escenarios—, me gustaría ver eso.
—Mis papás hacen esas cosas —comenté, pensando en las tantas noches que los ví desde las escaleras junto a Sakari bailar en la sala como una pareja adolescente a la melodía lenta de Can't Help Falling In Love de Elvis Presle, la canción que bailaron en su boda.
—Por eso lo digo, son cosas que hacen los papás.
—Puede que algún día.
—Ojalá —medio sonríe, dandole un toque en la nariz a Aska que lo hizo estornudar.
Nos quedamos un buen rato sentados en la escalinata de su pórtico dándole mimos a mi perro y viendo la calle vacía frente a nosotros. El clima estaba perfecto, ni muy caluroso y ni muy frío, la temperatura ideal.
La brisa de esa media tarde trae hacia mí el aroma que Ava despide: chocolate. Desde que somos niños ese es un olor que la caracteriza, de pequeño pensaba que se debía a que ella es muy dulce y que su aroma lo manifestaba, lo sé, una bobería. De todas formas es una cosa agradable al olfato, y cuando es otra fuente que trae ese dulce olor a mí, mi cerebro no puede pensar en otra persona que no sea ella. Se ha vuelto una acción reflejo.
—Quiero pasar a buscar a Sandy, pero no me apetece interrumpir el momento que aún deben de tener esos dos allá dentro.
—¿Crees que aún...?
—Ni lo dudes, amigo mío.
—Vaya par de chalados, me recuerdan a Evan y Bea.
—Ellos son peor.
Los dos nos reímos, dejando de acariciar a Aska, se quedó por completo dormido.
—¿Estás listo para el último año? —me pregunta, mirándome sobre el hombro.
—Más o menos. ¿Estás lista para cuarto curso?
—Un poco nerviosa, pero sí —se encoge de hombros.
Se supone que Ava debería de estar conmigo y con mis amigos en último año, pero con todas las cosas que pasaron hace dos años, todos los problemas médicos no le permitieron asistir con tanta regularidad a la escuela, por lo que reprobó ese año aún cuando hice todo lo posible para que ella estuviera al corriente, ayudándole con las clases y trabajos a entregar, no fue suficiente.
Estar en salones diferentes por primera vez en nuestras vidas resultó... extraño. Siempre ocupaba asiento con Ava, y no estuvo mal pasar el semestre sentado junto a mi mejor amigo, sin embargo... la eché de menos todo el tiempo.
Y ahora que entraría a último año, a nada de ir a la universidad, ese sentimiento de nostalgia se incrementaría. Sigo echándola de menos sentada a mi lado izquierdo.
Ella afirma que está bien, que lo entiende, con todo eso, es imposible que me engañe a mí, la tristeza en su mirada dice todo lo contrario.
—Sigue siendo injusto —no pude evitar decir, frunciendole el ceño a la nada frente a mí.
Ava rió.
—Ya ha pasado el tiempo, Sam.
—Igual es injusto.
—Hey —la miro, está formando una sonrisa de labios cerrados, esa que tantas veces me ha dedicado a mí para asegurar que todo iría bien—, no pasa nada malo, la cosas sucedieron así porque así tenían que pasar. Recuerda, existen los almuerzos.
Bendito sean los almuerzos.
Puso una mano en mi hombro.
—Todo está perfecto.
Y aunque me costó, tuve que convencerme de ello.
-
—Me duelen los pies —se quejó Astrea, dejándose caer en el sofá grande de mi sala.
—A mí me duele todo —cayó Liam a su lado, apoyó su cabeza del hombro de la castaña.
—¿Así de mal estuvo la clase hoy? —les pregunta Issa.
—Nos machacaron hasta más no poder —respondió mi mejor amigo.
—Relevè, battement tendu, relevè, battement tendu —dijo Astrea, exagerando el acento francés.
Solté un silbido, asombrado.
—Vaya, suerte que yo no entré a las divisiones.
—Tuviste mucha suerte, bro.
Durante un tiempo cuando era niño, estuve en esas mismas clases de ballet que Astrea y Liam, solo que no pude continuar en el programa porque no me admitieron en las divisiones de ballet. Esa semana estuve enfermo de varicela, por lo que no pude asistir a las audiciones para entrar a la Liga junior de Ballet de la ciudad. Aunque, para ser honesto, ahora me siento un poco feliz de haberme enfermado esa semana, (hubiera preferido que haya sido de otra cosa) claro, a mí yo de once años le pareció una tragedia perderse semejante oportunidad, ahora que veo hacia atrás es... meh', no me afecta tanto como lo hizo en su momento.
Ver cómo las clases dejan tan agotados a mis amigos me hace pensar que haber pasado enfermo esa semana con varicela fue de las mejores cosas que pudo ocurrirme.
Tampoco es que el ballet les deja mucho tiempo para hacer otras actividades, es un programa exigente con una temporada de presentaciones desgarradora. Hay ocasiones en que ni siquiera pueden venir a las reuniones de los Dizzydancers o los ensayos.
Definitivamente, estaba feliz de haber ido solo a un curso de ballet.
Issa miró toda la sala, notando que nos falta personal.
—¿Dónde están Ava, Sean y Price? ¿Acaso se les olvidó que había reunión o qué?
—Ava no va a venir —respondí—, su madre llegó ayer de Fosberg, quiere pasar tiempo con ella antes de que se vuelva a concentrar de lleno en cosas del trabajo. Sean y Price... no tengo idea de qué con ellos.
Y como si los hubiera invocado, los mellizos Renaud entraron agitados a la sala de mi casa.
—¡Perdonen la tardanza! —excusa Price, apoyando las manos de sus rodillas para recuperar el aliento. Su hermano está igual o peor de agitado que él.
Para ser hermanos mellizos, no comparten muchos parecidos físicos. De hecho, si no los conociera de hace años, pensaría que son familiares lejanos, nunca te harías la idea de que esos dos son hermanos, mucho menos hermanos mellizos.
Para empezar, Sean es castaño claro de ojos azules, piel lívida y algunas ligeras manchas en los pómulos, como un rastro de pecas. Price, en cambio, es castaño oscuro de ojos verdes, de piel tostada por las tantas horas que pasa bajo el sol, eso sí, los dos tienen esa cosa de manchas pecosas en los pómulos. Sean es más alto que Price, Price es más esbelto que Sean.
Es decir... ¡No tienen ningún parecido para ser mellizos!
—¿Por qué rayos están tan rojos? —les cuestiona Issa, acusándolos con la mirada.
—Y sudados —agrega Astrea haciendo una mueca.
Vaya la ironía, como si ella no chorreara sudor también.
Price ocupó el espacio libre junto a mí, su hermano se fue a sentar con Issa para usar su regazo como almohada gratis. Habiendo tantos cojines...
—Prefiero omitir detalles —responde el chico a mi lado, cerrando los ojos.
Todos los miramos desconfiados. Conocemos a este par de locos, algo pasó para que hayan terminado así de agitados, y lo más seguro es que ellos hayan estado huyendo de algo.
—¿Qué fue lo que hicieron, descerebrados? —insiste Astrea.
—Solo diré —habla Sean aún desde el regazo de Issa—, que incluye a un camión de helados y un niño de unos... ocho o nueve años.
—Muy malvado, cabe recalcar —añade su hermano.
Bueno, ahora todos tenemos muchísima curiosidad.
—Nada más diremos eso —concluyó Price, conociendo bien que nos picaba el bicho de la curiosidad.
Sean abrió los ojos, miró alrededor y finalizó frunciendo el ceño.
—¿Y Ava?
—Si fueran un poquito más puntuales sabrían el motivo por el que no está aquí —respondió Issa.
Silencio por parte de los mellizos.
—¿Y está...? —insiste Sean.
Puso cara de querer matarlos, yo aguanté mi risa porque sino entraría en el mismo saco.
—Está con su mamá —contesta Astrea—, están pasando el día juntas.
Sean se pone más cómodo, si es que eso es posible, aún en el regazo de Issa.
—Oh, que guay. ¿Y saben si consiguió el contrato?
—Lo consiguió —los chicos festejan—, oficialmente Bea y la señora Lebreton son parte de la editorial más relevante de Fosberg.
Volvieron a celebrar con algunos vítores y comentarios de que eso era una gran noticia.
Estos chicos son los mejores amigos que cualquiera sería afortunado de tener. Se alegran por tus logros, ya sean propios o familiares y están contigo en las buenas y sobretodo en las malas. Son una fuente segura de risas y dolores en el estómago por tanto reírte. Elegiría una y mil veces a estas personas como mi grupo íntimo de amigos.
-
—¡Hola! —exclamó Ava del otro lado de la pantalla.
La emoción en su voz es tan contagiosa que fue imposible no sonreír por ella.
—Hey.
—¿Qué tal? ¿Cómo estuvo la reunión con los chicos?
—Nada interesante pasó, Astrea y Liam estaban machacados por las clases de ballet, Sean y Price llegaron tarde, ya sabes, lo de siempre.
—¿Por qué los mellizos llegaron tarde?
—La verdad es que no lo sé, pero estoy casi seguro de que le hicieron algo a un niño de nueve años —murmuré inseguro de lo último.
Ella meneó la cabeza.
—Esos dos están locos.
—Ni que lo digas —es un largo historial que lo demuestra, igual los hermanos siguen siendo personas agradables y amigos increíbles, por muy... raros que sean de vez en cuando—. En fin, ¿Qué tal tú? ¿Cómo pasaste el día?
Suspira a la vez que su sonrisa se amplía, se le remarca el hoyuelo.
—Lo pasé increíble con mamá, nos divertimos mucho.
—Me alegro por ti, hoyuelitos.
—Incluso les compramos unos regalos —agregó.
—¿En serio?
Ella asintió.
—Umjú, a Trea y Liam les compramos un par de zapatillas nuevas, sé que Liam amará las que elegí para él, son cómodas, bonitas y... —reí al notar que se había emocionado, suele entrar en detalles cuando lo hace—. Vale, vale, me desvié, no hablaba de eso. Eh... a los mellizos les compramos zapatilllas también, pero para el baile, noté que las suyas estaban un poco quizá... muy desgastadas —hizo una mueca—, a Issa le compramos una memoria para su cámara, me dijo que se estaba quedando sin espacio y no tiene ahorros para una nueva.
No puedo dejar de sonreír por escucharla. Ava entre todos es la más detallista, la más dulce, cariñosa y atenta del grupo. Es como el pegamento entre todos nosotros, las peleas suelen darse raras veces, pero cuando suceden, es mi mejor amiga quien termina arreglando la situación. Ella es tan... brillos, arcoíris y amor, como un osito cariñosito hecho persona.
—Y para ti compré... —alarga la palabra, creando suspenso.
—¿Me compraste...?
—¡Ruedas para tu skateboard! —su mano sostiene un paquete de ocho ruedas pequeñas de poliuretano—, me dijiste que se te estaban desgastando las que tienes puestas, no quiero que tengas un accidente y mueras, así que te las compré. Ahora vivirás más tiempo.
—Vaya, gracias, Aves.
Le restó importancia con un gesto.
—No hay de qué, Sami. Eres mi mejor amigo, lo que sea por ti —en mi pecho, mi corazón aceleró su pulso—. Incluso compramos algunas cosas para Aska y Odín.
Mi perro, que se encontraba echado a mis pies en la cama, alzó la cabeza junto a sus orejas, interesado. Se acercó a mí como quien va cazando una presa para husmear en la pantalla de mi teléfono.
—Hola, peludo amigo pelirrojo —saludó Ava, haciendo que él empiece a jadear feliz.
Una de las personas favoritas de Aska es Ava, a veces considero que la ama más a ella que mí, que soy quien le da alojo, amor constante y comida. Con todo eso, no lo juzgo en lo absoluto.
—Mira, te compré esto, Aska —por la pantalla Ava nos muestra una visera roja con una «M» amarilla en el centro.
—¿Una visera de McDonald's? ¿En serio? —miré riendo a mi perro, imaginando como se vería con ella puesta y un micrófono en su oído.
Exageradamente tierno.
—¡Le quedaría muy lindo! —asentí de acuerdo. A Aska la mayoría de los accesorios que le he comprado lo hacen ver tierno y abrazable, además que a él le encanta disfrazarse—, esto es para Odín.
Se trataba de un pequeño ratón de peluche que cuando lo presionan emite un chillido, eso hizo al golden ladear la cabeza y olfatear.
Los juguetes chillones son sus favoritos, ya he perdido la cuenta de cuántos le he comprado y cuántos ha dañado.
—Deberías dárselo tú, si lo hago yo lo va a odiar aún cuando es un regalo tuyo.
—Exageras.
—Sabes que no, ¡Ese gato me odia, Ava!
Mi mejor amiga se burló de mí, ella no lo entiende porque todas las veces que he intentado demostrárselo, Odín se muestra muy amable conmigo, cómo si ese gato estúpido quisiera demostrar que estoy loco.
—Vamos a decir que te creo —yo sé que no lo hace—, me tengo que ir. Nos vemos mañana, ¿Vale?
—Está bien, te veo mañana —sacudo la mano en despedida—. Adiós.
—¡Adiós, y adiós para ti también, Aska!
—¡Guau, guau! —ladró mi perro, despidiéndose.
Después de eso colgamos la videollamada.
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