Capítulo 9
Sophia me mira de reojo mientras manejo, mi cuerpo está ligeramente tenso y sé que lo nota.
Miro mi celular varias veces, esperando un mensaje o una llamada de mi padre.
Pero no llega.
Me pregunto que hacer, sintiéndome impotente al dirigirme a un lugar donde no quiero ir, sabiendo que no tendré control sobre nada de lo que pase.
—Sé que no te gusta como me visto, pero esto ya sobrepasa límites.—me parqueo frente a una calle llena de tiendas, Sophia se cruza de brazos cuando ve los vestidos elegantes a través de la vitrina.
Volteo a verla, mirándola de arriba a abajo, sin descaro alguno, viendo su jeans y su expuesto abdomen. Pienso en todos los atuendos que ha usado desde que llegó sin poder pensar en siquiera uno que no me ha dejado sin aire por al menos unos segundos.
—¿Cuándo he dicho que no me gusta?—su ceja se levanta, su sonrisa amenaza con aparecer, dispuesta a hacer más preguntas sobre qué es lo que específicamente me gusta, pero ruedo los ojos, empujándola hacia la tienda—La cena es algo formal y como estoy seguro de que no quieres que nadie sepa adonde vives.—digo con una leve sonrisa de lado, ella me la devuelve, dándome a entender que no negará ni afirmará mi comentario.—Lo menos que puedo hacer es buscar algo para que no te sientas fuera de lugar.
Sophia se desase de mi agarre, encargándome con sus preciosos ojos verdes que hasta el momento me parecen irreales.
—¿Por qué no podemos ir a comer a algún lugar donde no necesite cambiarme?—hago una mueca, abro mis labios para explicarle a quién veremos en la cena, pero el temor a que no quiera ir es más grande, así que decido callarlo.
Lo que me convierte en una mierda de persona, al no considerar lo que ella quiera, pero con más miedo a estar solo que a ganarme su enojo.
—Puedes escoger lo que quieras, ¿sí?—cierro los ojos, arrepintiéndome de mis palabras al ver su sonrisa, porque al haber observado sus atuendos puedo saber que mi cuenta bancaria llorará un poco esta noche.
Miro mi reloj una vez más, impacientándome sin haber considerado cuando tiempo tardaría en elegir un maldito vestido.
Pero su sonrisa cada vez que sale del cambiador con un vestido que la hace ver más bella que el anterior me dice, que sabe bien lo que hace.
Sabe que no le estoy contando todo, que el tiempo es limitado y que mi molestia crece con cada vestido que se pone.
Pero no le doy la satisfacción ni de verme molesto ni de mostrarme completamente anonadado por lo bien que le queda todo.
Casi suspiro de alivio cuando finalmente escoge uno, evito ver la pantalla cuando el precio aparece, veo su sonrisa sin remordimiento alguno ante los ceros menos en mi cuenta.
Pero pienso una vez más hacia adonde la llevo, pensando en que más podría comprarle para que no me odie tanto.
Unos libros, podría comprarle libros.
La pelinegra se sorprende cuando un señor trajeado sale del auto al lado del suyo, pero no dice nada mientras cambio me entrega un saco y unos pantalones formales.
El cuerpo de Sophia está tenso, sus ojos fijos en el menú y no en la señora que proclamó ser mi madre sin ningún descaro.
Puedo sentir la molestia saliendo del pequeño cuerpo de la pelinegra, pero estoy tan tenso ante la presencia de mi tía que no puedo hacer más que respirar para no salir corriendo del maldito restaurante.
—Creo que no nos han presentado.—el reproche en su voz casi me hace gruñir.— Soy Isabeth Hill, la madre de Ian.
—Madrastra.—gruño, sintiendo esa palabra igual de ajena en mi vocabulario. Veo de reojo como los hombros de la chica se caen, sorprendida ante mí tono y ante la información que la mujer delante de mí, no es mi verdadera madre.
—Sophia Young, mucho gusto. Ian y yo estamos en algunas clases justas.— me tenso, no pudiendo soportar que Sophia use un tono amable con ella, como si necesitara que ella la despreciara tanto como yo.
¿Pero como podría? Si la he traído aquí sin ninguna advertencia sobre que es lo que podría encontrarse.
—Me sorprende que Ian conozca a más personas aparte de sus amigos usuales. Ian traía mucho a sus amigos a casa cuando era pequeño, pero parece que se ha distanciado de nosotros.—dice y un pequeño pitido suena en mi oído, tratando con todas mis fuerzas de no gritarle que ella no ha aparecido en mi vida hasta que le pareció conveniente.
—Lamento que no haya podido encontrar las palabras para explicarle a mis amigos como la hermana de mi madre ahora es la esposa de mi padre.—mis palabras salen con veneno.
Siento los ojos de Sophia sobre mí, pero estoy tan avergonzado ante la situación que no sé como creí que todo esto era una maldita buena idea.
Traer a la chica que más secretos tiene, aquí, para describir uno de mis más profundos secretos.
—¿Para qué querías verme? Porque si me dices que solo querías saludar me iré de aquí.—trato de recordarme, de respirar.
Viendo de reojo como el cuerpo de Sophia tiembla ligeramente, pero el terror de ver su reacción ante la situación es más fuerte que mi preocupación. Porque no podría soportar que sus ganas de salir de aquí fueran tan fuertes como la mía, pero por una razón deferente.
Isabelle me sonríe, indiferente ante mi clara molestia.
—Tienes razón, aunque amo verte, te llamé para otra cosa. Quería anunciarte que hice una pequeña donación a tu nombre.
Me quedo en silencio, tratando de calmar mi rostro ante cualquier reacción, porque sus negros ojos se llenan con diversión, como si realmente esperara una reacción de mi parte.
—¿Para qué fundación?— mis palabras salen entrecortadas, mi respiración tan inestable como mi corazón.
—Para el psiquiátrico, claramente.
Mi puño hace temblar la mesa. Recordándome, una y otra vez, adonde estoy, quien está en la mesa conmigo y porque sería una muy mala idea arrancarle la sonrisa de su rostro.
—No mencioné nada sobre tu madre, la gente no sabrá nada, pensarán que fue una organización cualquiera, una que no recibe muchas donaciones de todos modos. Te verán por lo que eres, un muchacho que se preocupa por la salud mental de las personas.
—Nos vamos.—digo, aliviado de la interrupción del teléfono de Sophia.
Le tiendo mi mano, tratando que esta no tiemble tanto como mi cuerpo entero.
Agradezco el toque de su mano cuando toma la mía, aliviando al ver que la molestia en sus verdes ojos van directamente hacia Isabeth.
—Fue un gusto en conocerte Sophia Young.—me tenso ante las palabras, volteo a ver a la chica pelinegra, pero ella se ha girado a encarar a mi tía con una letal sonrisa en sus labios.
—Lamento no poder decir lo mismo. Buenas noches.
Mi cuerpo tiembla necesitando toda mi fuerza de voluntad para no tomar su rostro en mis manos y besarla en este mismo segundo.
Salimos del restaurante. Le pido al señor de traje que traigan el carro de Sophia antes de acercarme a ella.
Busco sus ojos con mi mirada, esperando cualquier reacción de su parte, con una gran disculpa en mi lengua y aun con la sorpresa del pequeño arrebato que casi cometo hace unos segundos.
—¿No estás molesta conmigo?—pregunto, acercándome a ella, sin poder evitar tocar su brazo, necesitando de su presencia más de lo que me gustaría admitir.
—¿Por presentarme a la que parecía ser tu madre unas horas después de lo que hablamos de los padres de Asher? Mucho, estaba muy, muy molesta.—dice y me preocupo entendiendo su molestia, una de las razones por la cual no quiso ir al evento de la madre de Oli fue porque ahí estarían los padres de Asher, y aunque el castaño se veía nervioso él estaba dispuesto a llevar su relación a un siguiente nivel, presentando a sus padres, pero ella había logrado escapar de eso—Pero debo admitir, que a mí no me hubiera gustado estar sola con ella tampoco.
La miro sorprendido.
—No te traje aquí porque no podría hacerlo solo.—digo, ganándome una risa ante mi clara mentira.
—No, claro que no.— su carro aparece, se separa de mí para tomar sus llaves—¿Vienes?
—¿Planeabas dejarme aquí tirado?—bromeo, intentando que la tensión de mi cuerpo desaparezca.
—Algo me dice que no me dejaras llevarte a casa.—sus verdes ojos brillan cuando voltea a verme.
Noto que ella ha llegado a la misma conclusión que yo, ella no sabe donde vivo, nunca he hecho porque vengan a casa más que esa primera vez que Oli había insistido en ayudarme a mudarme cuando vine.
—Las pocas cosas que compartimos Young. ¿Quién dijo que no nos llevamos bien?—sonrío, acercándome a ella quitándole las llaves de sus manos, por seguridad de todos. —No quiero entrar aún.—admito viendo como un mechón travieso, tapa su rostro, se lo muevo sin acomodárselo detrás de su oreja, pero apartándolo de su rostro.
Pienso en las pocas veces que lleva el pelo amarrado, las numerosas veces que veo como quita su cabello detrás de su oreja, como si le molestara que estas estuvieran expuestas.
—¿Qué tienes en mente?—pregunta y no puedo evitar que una sonrisa salga de mis labios.
—¿Qué tan buena eres bailando Young?— sonrío, sintiendo como mi corazón palpita ante su risa.
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