Capítulo 18
Entro a la oficina dando un portazo a la puerta principal.
—¡Maldita sea Ian casi me matas de un susto!— río al ver a Silas con un dedo de espuma que se trajo de recuerdo de uno de los partidos de la ciudad vecina.
Me disculpo con él, quitándome la chaqueta, tratando de que aire entre a mi pecho.
Le agradezco al chofer cuando me dice que ha regresado a casa de Sophia para llevarla a casa de Oli para que recoja su carro.
Me siento, frente a Silas, paso mis manos por mi cabello con desesperación, tratando de quitarme la molestia de mi cuerpo.
Mis sentimientos están a flor de piel, lo han estado desde hace mucho, pero hoy parece todo tan surreal.
—¿Necesitas hablar de algo?—la voz de Silas parece baja, veo al chico delante de mí.
Sin olvidar que tiene la misma edad que Sophia y que posiblemente se llevaran bien si se conocieran.
Ahí es cuando recuerdo que yo tengo secreto igual que ella, el chico delante de mí es uno de ellos.
Suspiro, recostándome en la silla, pensando lo mucho que necesito desahogarme con alguien, pero considerando si sería buena idea contarle a mi compañero que, no solo conozco a una de nuestras clientas, pero que también pasé la noche con ella.
Niego con la cabeza.
—¿Recibiste respuesta del contacto de Sophia Young?—pregunto, esperando una negativa de su parte.
—Lo hice.—mis ojos suben a los suyos, sus castaños ojos me miran con duda, atando cabos de mi cambio de emociones, todos relacionados con esa chica.—Aceptó verte.
Reviso una vez más la ubicación en mi teléfono, miro el pequeño bosque delante de mí. Una sola luz brilla a lo lejos.
Abro el compartimiento del auto, viendo una pequeña pistola negra dentro.
Cuando Silas no pudo convencerme de no venir, solo suspiró, sacando la pistola, sorprendiéndome más de lo que debería.
Aunque me negué, no logré venir sin ella.
Miro la luz delante de mí, cerrando el compartimiento con la pistola dentro, esperando no arrepentirme por completo.
Ajusto la capucha de mi suéter oscuro, agradecido de mis grandes botas al ver el camino lleno de lodo.
Disminuyo mis pasos cuando veo la pequeña cabaña, las luces de adentro están encendidas, un leve olor a café llena el lugar.
Repaso una vez más el pequeño mapa que Silas logró hacer una vez nos envió la dirección del lugar a través de un mensaje encriptado.
La dirección venía con una hora, casi salí corriendo de la oficina al ver que la cabaña delante estaba a casi una hora.
La luz de mi celular ilumina mi cara, aliviando que aún falten un par de minutos antes de la hora acordada.
Veo la entrada, pensando si estoy traicionándola de algún modo al estar aquí. Si sobrepasé una línea que ella no quería que atravesara.
Pero estando aquí, mi curiosidad florece de donde ha estado encarcelada tanto tiempo.
Necesito respuestas.
Toco la puerta tres veces, contando hasta diez antes de tocar una última vez.
Retengo la respiración cuando escucho ruido dentro.
La puerta se abre dejándome ver una acogedora sala. La cabaña es tan pequeña que desde la entrada puedo ver la cocina al lado, una puerta que da al baño y una pequeña puerta de vidrio que deja ver una silla en la terraza.
Mis ojos bajan al señor delante de mí.
El sentimiento de familiaridad me invade.
Sus pálidos ojos azules me analizan, su cabello está blanco por la edad, sus ojos parecen cansados, pero hay determinación en ellos.
El señor se hace a un lado, señalándome el sofá de la sala.
Me siento, sin apartar mis ojos de él, cuándo sirve un poco de café en ambas tazas delante de nosotros.
Se sienta delante de mí, tomando un sorbo de su café.
—Nunca me imaginé que un abogado aprobara que su hijo fuera un hacker.—su voz es rasposa pero no suave.
Trato de no estremecerse ante sus palabras.
Sabe quién es mi padre, sabe quién soy yo. Lo cual es lógico, si no hubiera tanto en la mesa no se arriesgaría a revelarse.
El hecho que yo esté rebelándome delante de él índica lo estúpido que puedo ser a veces.
—Mi padre tiene otras cosas de las que ocuparse.—me limito a decir, una pequeña sonrisa aparece en sus labios.
—Me imagino que sí, una nueva esposa un poco controversial es algo de la que cualquiera necesitaría ocuparse con cuidado.—trato de respirar, dándome cuenta que he retenido la respiración.
—Por mucho que me gustaría seguir hablando de mi familia no es a lo que vine.—mis palabras salen más duras de lo que espero, pero su sonrisa no desaparece.
—Me imagino que no, dime señorito Hill, ¿a qué debo el placer de su curiosidad?
Pienso con cuidado mis palabras, pienso en las preguntas que corren y corren en mi cabeza pero las aparto.
Sé a lo que vine. Lo demás llegará cuando tenga que hacerlo. Al menos eso espero.
—Quiero ayudar a Sophia Young a destruir a su padre.
Bostezo una vez más en lo que van de diez minutos.
Veo que he perdido la mayoría de mis clases de la mañana, pero la idea de llegar a casa para pensar en todo lo hablado en la cabaña es casi tan aterrador como la clase de la profesora Brown y sus horribles gráficas.
Mi estómago gruñe con hambre. Camino hacia una de las cafeterías para comprar algo, sintiéndome estúpido por creer que Sophia y yo tendríamos una relación lo suficientemente normal como para poder desayunar juntos.
Camino hacia una mesa por las canchas, esperando a que Luna y Oli vengan a comer después de sus clases.
Me dejo caer en la banca, poniendo mis manos detrás de mi cabeza.
Haciendo una lista de las cosas que tengo que hacer, las cosas que tengo que investigar, las personas que necesito contactar y la manera en que todo esto funcione sin que ella salga herida de ningún modo.
No me doy cuenta cuando me quedo dormido, escucho a personas hablar, pero mis ojos parecen tan pesados que no permito que se abran.
Siento que levantan mi cabeza, los abro sobresaltados un poco al ver sus ojos verdes.
Sophia me regala una pequeña sonrisa incómoda, antes de acomodar mi cabeza sobre sus piernas.
Me doy cuenta, aun con los ojos medio cerrados, que mi cuerpo abarcaba toda la banca y que Luna, Asher y Oli están del otro lado.
Regreso mis ojos a los suyos viendo tristeza y culpabilidad bailando en ellos. Le regreso la sonrisa sin mostrarle mis dientes.
Molestia corre en mis venas al recordar sus duras palabras esta mañana, su clara culpabilidad es apenas reconfortante.
Cierro mis ojos, tratando de concentrarme en algo más que en su perfume, en su desnudo abdomen, cerca de mis labios y en cabello negro, tan largo, qué rosa mi nariz.
Entrecierro los ojos cuando una luz me ciega, veo el destello del sol a través de la cadena dorada que la pelinegra ha decidido usar para decorar su abdomen.
Mi dedo se mueve sin mi permiso, pasándolo en medio de su abdomen y su cadena.
Cuando la chica se sobresalta por el toque casi me río. Cierro mis ojos, disfrutando de su cercanía, no dando por hecho que la tendré por siempre.
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