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CINCO AÑOS MÁS TARDE

Su olor está impregnado en mi chaqueta. Me encanta. Es como si fuera un delicioso dulce que te hace babear.

Levanto la vista y lo observo. Está a mi derecha, escuchando atentamente a su primo. En ese momento esta alzando una ceja, un detalle que dice abiertamente, bueno, a mí, que lo conozco desde pequeño, que no se cree nada de lo que le dice.

Sonrío, no lo puedo evitar. Me tiene alucinando.

Es guapo a rabiar. Tiene una belleza, atractiva de malote, pero cuando sonríe es un chico guapo, dulce y adorable.

No obstante, su carácter es engañoso, no aparenta lo que es. Es un cabrón de mecha corta. Un piradillo de acción en vez de preguntar, cosa que lo ha llevado a meterse en millones de problemas. Es más, uno de esos le corta, de forma sexy que te cagas, la ceja derecha.

Sus labios son carnosos, pero sin exagerar, ojos color miel, nariz pequeña con un arete pequeño enganchado. Cabello castaño cortado a la moda, aunque todo él va a la moda, última moda. Un estilo roquero sacado del infierno. Un tiarrón de metro ochenta, fibrado, sin estar hinchado, pero bien marcadito.

Y lo mejor para el final; tatuado, desde el cuello hasta los dedos de los pies. Es su segundo traje súper sexy.

Impresionante.

Gael, ese es el nombre de un dios del Olimpo.

Gael es el hombre de mis sueños.

Gael, un amor que se te clava tan dentro en el corazón que no puedes dejar de pensar en él. Soñar con él.

El sonido de su voz atrae mi atención bruscamente como una polilla a la luz. Una de sus sonrisas mejora mi día como una vitamina. Y ya no te digo lo que pasa si me toca... eso es volar.

Le da una calada a su cigarro y me quedo embobada con la forma de sus labios al formar los aros en el cielo. Sin poder evitarlo rompo uno con mis dedos, eso atrae su mirada, la noto en mi mejilla. Me arde. Inconscientemente, o puede porque su mente absorbe tanto a la mía que la tiene dominada, me giro de nuevo, en su dirección, y ahí está, ese color miel de ojos puestos en los míos. Derritiéndome lentamente. Absorbiendo el momento que me rodea, dejando claro que solo él puede ser quien es.

Sonríe, pero solo un poco. Es egoísta con ellas, solo se las da a un número reducido de persona, y una de las privillejadas, yo. Alza su mano y retira una mecha que, por suerte, no ha dejado de caer, dejándolo detrás de mi espalda, luego, con la yema de sus dedos, termina acariciando mi hombro.

- ¿Entras conmigo?

Retiro mi mirada y la fijo en la noche. Hago como que me lo pienso. No tardo ni dos segundos cuando él me aprieta el hombro.

- ¿Tan pronto? -disimulo, pero mis ojos le suplican que se quede un poco más conmigo.

-Estas helada.

-Estoy bien.

-Te puedes quedar conmigo -se ofrece Alex.

Su determinación no me preocupa. El primo de Gael es uno de mis mejores amigos, y su interés es el mismo que el mío, no en Gael, pero sí en los tíos buenos.

-No. Luego me la devuelves contaminada con tus historias.

- ¿Contaminada? Pero si a ella le encantan -se queja Alex.

No puedo evitar sonreírle. Él me guiña un ojo, y Gael niega. Luego se vuelve en mi dirección, y se acerca a mí. Solo un poco, pero ese poco hace maravillas en mí estómago.

-Vamos, copo de nieve, no quiero que te hieles.

Pues sigue acercándote un poco más y arderé como en una hoguera.

Pienso, por supuesto. Mi cabeza me vacila de cada forma que me ruborizo. Él simplemente, sonríe. Y me empuja para que entre.

A veces me pregunto si lo nota. Si escucha lo loco que va mi corazón cuando lo tengo cerca. Si nota que no puedo respirar cuando me coge por detrás y me abraza, espontáneamente. O si siente mi mirada clavada en su cuerpo cuando estamos en la piscina, cuando baila, cuando corre, o simplemente cuando está ahí, sin camiseta, con ella, con chaquetón, con lo que sea, pero mis ojos deleitándose con la vista del mejor cuadro vivo que existe en este mundo.

A veces me pregunto si se entera de algo de todo lo que siento por él.

¿Lo verá en mis ojos? ¿En cómo suspiro? ¿En cómo se me pone la piel de gallina?

Supongo que no, y si se da cuenta, lo disimula muy bien. O simplemente le da igual.

Aunque eso es algo que no me gusta pensar mucho, porque si me hago ilusiones, siempre pasa lo mismo, es como si él, me diera un toque de atención para que baje de mi nube a su mundo con; una de esas chicas que me topo, saliendo de su habitación cada fin de semana.

Me destroza un poco, pero no del todo, porque nada más me cruzo con él y su sonrisa, todo se me olvida.

Y vuelta a comenzar.

Nada más entrar de nuevo al club, vamos directos a la zona vip. El piso de arriba, la zona de color naranja y oro. Un reservado único y exclusivo para ellos.

Prácticamente tiene el nombre de Gael grabado en la pared que hay encima del enorme sofá, naranja, que hay al fondo, donde en ese mismo momento, mi mejor amiga Mae, se está peleando con su novio, para no perder la costumbre.

Todos se dirigen al otro sofá. Aprieto los puños al ver que las nuevas chicas aun siguen ahí, y se ven demasiado entusiasmadas de ver a Gael de vuelta.

Maldita sea, y eso que había alargado el momento fuera para que se aburrieran. No ha funcionado.

Gael va directo a ellas y se sienta entre las dos. Alarga los brazos y las rodea para pegarlas más a él.

Pasó de la escena y me dirijo a la barandilla.

Desde aquí se puede ver todo el local, desde las barras, hasta el largo pasillo de los baños y el despacho, también la terraza y la puerta principal. Sin embargo, no se puede ver la enorme pecera donde bailan unas chicas vestidas de sirenas y los chicos que imitan Aquaman. Una lástima.

Odio la zona vip. Sí. La odio.

Odio estar arriba, apartada del jaleo, del baile, del ambiente social y disperso y las risas.

Odios estar sentada en un sofá observando al resto beber sin parar, meterse coca como si fuera una competición, pasarse las pastillas de boca en boca en una fiesta de bacterias, donde no sale bonito.

Y odio ver a Gael en su salsa, rodeado de chicas que beben los vientos por él. Chicas que se apegan tanto a su cuerpo que desean formar parte de sus tatuajes.

Odio que su lengua lama sus cuellos y sus labios se rocen con los de él.

Odio que ellas puedan compartir un recuerdo que yo no puedo tener de él.

Joder. Gael es mío.

Escucho otra risita y miro por encima de mi hombro.

Como siempre, misma escena.

Él ya está jugando y esta vez con las dos. Su mano acaricia la mejilla de una mientras que la otra baja por su espalda, en la misma caricia que me estaba dando a mí no hace ni diez minutos, hasta posarse en su culo, y continúa bajando para llegar a la orilla de la falda, se detiene, y hacia arriba.

No puedo más. Me largo de allí sin decir nada y sin mirar más detrás de mí. Bajo las escaleras y me sumerjo en esa selva de locos.

Me deslizo por los bailarines hasta la barra, le pido un chupito de vodka de cereza, aunque sé que me dará algo de resaca al día siguiente, a la camarera que me reconoce enseguida. Se sirve otro ella y ambas brindamos. Desde la barra observo el lugar y me dirijo a mi sitio preferido, delante de la pecera.

No tardo en llegar, cada uno con quien me cruzo sonríe, saluda o simplemente me deja pasar como si fuera de la realeza. Y no es que yo me lo haya ganado, la verdad, es que hasta incluso me da vergüenza, pero me conocen, y conocen muy bien a mis amigos y a sus familias.

Muchos años viniendo de fin semana con una familia como los Chevalier, asistiendo a actos, pasando semanas en su enorme mansión, acompañadlos en las vacaciones. Todo eso, deja huella y amplitud social de la buena.

Prácticamente podía agradecerle a esta familia mi vida, y no era mentira. Gracias a ellos, seguía respirando.

Llego a la pecera y paso el dedo por la purpurina de su cristal. La superficie esta cálida e incluso llego a notar un poco de electricidad, rastro que deja toda la decoración lumínica que rodea este efecto mágico.

Una de las sirenas se me acerca, y me guiña un ojo, la saludo. Se contonea, su cola de un color verde hoja brilla bajo el agua mientras se azota una y otra vez, subiendo hacia arriba, las luces azules acentúan más su brillo. Rueda, da una vuelta, desaparece, y de nuevo, aparece delante de mí. Me manda un beso y sonrío.

Cuando se retira me fijo en una figura grande a la otra parte de la pecera.

Es extraño y a la vez atrayente. No pega en un lugar como este. Demasiado serio, demasiado fantasmagórico.

Hace que me estremezca. Y su mera presencia me obliga a no poder retirar la mirada de él.

Viste completamente de negro. Elegante, con un traje chaqueta, e incluso de figura hermosa si no fuera por lo siniestro de llevar una máscara tan negra como el traje, y una capucha tapando su cabello.

El único color que existe en ese fúnebre aspecto, es la rosa roja que lleva en el bolsillo derecho de su americana.

Noto por un segundo su mirada. Su rostro esta girado en mi dirección, pero no puedo ver nada de él. Nada. Sin embargo, lo siento. Noto una extraña sensación que se desliza por mi espina dorsal hasta mis piernas. Me pican los dedos de las manos y casi no puedo menarme.

- ¿Por qué te has ido?

Me sobresalto al escuchar su voz a mi espalda. Parece un rumor lejano que ha conseguido calentarme la nuca porque es su voz. Pero tiene la extraña casualidad de que no consigue eliminar ese malestar del todo.

Gael me toma del antebrazo y me gira cara él con suavidad. Sus ojos me escudriñan.

- ¿Por qué? -insiste.

Reacciono, o al menos lo intento. Parpadeando y colocando una de mis sonrisas suaves, tranquilizadoras.

-Quería bailar -contesto, siendo atravesada con esa mirada de estudio. No se la retiro, e incluso no parpadeo, y él, finalmente me sonríe.

-Odio que hagas eso.

Me encojo de hombros, pero solo por quitarme la sensación que me ha dejado la figura del terror.

- ¿Qué os deje solos?

El brillo en su mirada se distorsiona con un sentimiento duro. No le ha gustado lo que le he dicho.

-Que te alejes de mí sin avisar.

-Estabas ocupado.

Todavía no me ha soltado, es más su aliento acaba de chocar contra mi cuello en el momento que se acerca a mi oreja y me susurra con esa voz de cabrón depredador que me vuelve loca.

-Nunca estaré ocupado para ti.

- ¿Qué significa eso?

Me tiembla el pulso, y dudo por un segundo que me haya escuchado, pero lo ha hecho.

Durante unos segundos me mira a los ojos y veo sus pupilas dilatarse hasta casi ser completamente todo negro, pero tras un parpadeo y una reacción, desaparecen.

-Ven a bailar conmigo.

No puedo negarme, por supuesto. A Gael nunca se le puede negar nada, ni nadie. Te atraviesa con esa mirada y tú, simplemente puedes obedecer.

Como te he dicho, puede que tenga esa preciosa sonrisa de niño bueno, pero és y será, un tío chungo que te cagas.

No hemos dado ni siete pasos cuando la sirena de alarma del local suena estrepitosamente por todas partes. Las luces se encienden y se apagan dejando solo las de emergencia. La gente tarda dos minutos en darse cuenta del peligro. El Dj, pide por los altavoces tranquilidad y que salgan en orden por las dos salidas que ya han abierto.

Gael, me atrapa más fuerte de la mano y se dirige, contrariamente al resto, al pasillo de los baños, quitándose a la gente de en medio de simples empujones.

Atravesamos una de las puertas que dan a un despacho grande, lujoso, lleno de cámaras. Gael saca su teléfono del bolsillo y me empuja hacia otra puerta que se sitúa detrás del enorme escritorio de cristal que hay en la esquina de la habitación.

- ¿Dónde estás? -pregunta y espera a que la otra persona le responda-, saca a mi hermana y encárgate de ella. Si le sucede algo, te sucederá a ti también.

Es una amenaza real, nada de tonterías.

-La tengo yo.

Me echa un vistazo por encima de su hombro, con el intenso color de sus ojos, y sé que habla de mí. Le aprieto la mano, no sé porque, pero siento que necesito responderle de alguna forma, él tira de mí y me acerca a su lado. No estoy pegada, pero sí más cerca.

Protegida, a salvo, en el cielo, así me siento siempre que estoy a su lado, ya puede caerse el mundo entero a mis pies, que con él, no temo a nada.

Salimos al exterior, justo a la zona trasera de la discoteca, a un pequeño parquin privado, controlado por dos seguridades tan enormes como dos portones de iglesia. Gael tira de mí hasta su coche, un Abarth 205, un clásico rojo de 1951. Abre la puerta y se echa hacia un lado.

-Pasa y espérame, voy a por Mae y Tilo.

Asiento y antes de entrar, cierra un poco la puerta y su cuerpo se tira un poco hacia el mío, sin tocarme. Me quedo quieta, pendiente del aura de su aroma y de esa intimidación que le da el poder.

Se me escapa una leve sonrisa, que él aprecia devolviéndomela.

- ¿Has cambiado de idea? -pregunto, y en mi voz, susurrada, hay un deje de deseo que no puedo ocultar.

Sus ojos están clavados en los míos.

- ¿Te escaparas de nuevo?

- ¿Irías a buscarme?

Hay algo raro en todo este juego. Nunca pasa nada entre los dos, pero siento que existe una historia, o puede que solo exista en mi cabeza y para él sea simplemente una forma de picarme, de mantenerme a su lado.

-Ya sabes cuál es la respuesta.

-Pero me gusta escucharla.

Sonríe ampliamente.

-Nunca te vas a deshacer de mí.

Alza una ceja y ahí está mi duda. No es un gesto positivo. Esa ceja también se alza cuando engaña a su padre, cuando lo aluda para conseguir algo que quiere.

Suspiro y me meto en el coche quitándole la mirada.

-Mentiroso -suelto antes de que cierre la puerta.

Gael no me escucha. Y si lo hace le da igual.

Me recuesto en el sillón, tratando de no desmoralizarme, cosa difícil. Se la respuesta, se lo que puede pasar entre los dos. Nada. Pero es como si la maldita esperanza no pudiera eliminarla.

A veces siento que existe la posibilidad, en su mirada, en sus caricias, en muchas de sus palabras, en que él pueda sentir algo más especial por mí. Pero entonces sucede, el típico comentario de;

-Eres tan importante como mi hermana, eres mi familia... Te quiero copo de nieve... Y bla, bla, bla.

Y me hundo.

De pronto, veo algo en el parabrisas, no es que fuera raro, o muy pequeño, no, es solo que, no entiendo que hace una rosa roja, con un tallo largo, enganchada de los limpiaparabrisas como si fuera un anuncio puesto ahí para su venta.

Salgo fuera y al acercarme para tocarla, el ruido a mi espalda me sobresalta.

Solo se trata de los dos seguridades con los que nos habíamos encontrado al salir. No se me acercan, sin embargo, permanecen atentos a mí. Deduzco que es una orden de Gael.

Los ignoro y cojo la rosa con cuidado para no clavarme las espinas. Me la llevo a la nariz, y aparte de su olor típico, profundo y floral, tiene otro aroma extraño que no logro adivinar. Es fuerte y me provoca un leve picor en la nariz.

Al limpiarme levanto la vista y a lo lejos, lo veo de nuevo. Vestido de negro, bajo la luz amarillenta de una farola. Quiere que lo vea porque no se esconde, y permanece estatua en mi dirección.

De nuevo me estremezco.

¿Qué hace?

No hace nada. Por un momento se me pasa por la cabeza si es una estatua puesta ahí para acojonar a la gente.

Mierda, ha dado un paso, y otro, y otro...

Una risa me sobresalta y me vuelvo a mi espalda. Un grupo de gente pasa de largo por el cruce, riendo y bailando. Vuelvo a mirar al otro lado, donde el tío de negro.

Ya no está.

Deslizo mi mirada de punta a punta de la calle, buscándolo. Ni rastro.

Decido entrar al coche, nerviosa, escuchando el latir de mi corazón a toda velocidad. Pero otra risa que conozco muy bien, por lo escandalosa, me anima a caminar en su dirección. Alejándome de esa calle.

Al fondo, y por fin, Gael aparece con su hermana y el novio de esta. Vienen rodeados de cuatro armarios tan grandes como los que me han estado vigilando.

Todavía me impresiona el liderazgo de Gael sobre la gente. La discoteca no es suya, pero los empleados le sirven como si fuera su amo, ya no es respeto, es una forma de chupar el culo que hasta a mí, me da vergüenza ajena.

Pero es normal, los Chevalier tienen una marca en el mundo.

Gael y Mae, pertenecen a una de las tres familias que controlan todo el imperio europeo. No tienen ni sangre azul, ni descienden de mitos que han dejado un legado importante en la historia. No.

Son otra clase de realeza, otra clase de familias. Diría, de sangre negra. Y mucho más importante que esa misma. Controlan el poder. El poder de todo. No hay nada que no pase por ellos.

Llegan hasta mí y Gael me observa con una sonrisa hasta que algo ve en mí que le hace fruncir el ceño.

- ¿Estás bien?

Asiento y finjo una sonrisa.

-Habéis tardado mucho.

No me cree. Él ceño se frunce más todavía.

- ¿Seguro? -repite, ladeando un poco su cabeza.

Asiento de nuevo, pero continúa con esa expresión.

Por suerte, su hermana se pone delante de mí y concentra toda mi atención en ella.

- ¿Has visto lo que ha sucedido? -Niego, principalmente porque no deseo continuar con el estudio intenso de Gael y con eso, seguramente ella, me lo contará todo-, Alguien ha originado un fuego en la zona trasera de las barras. Donde guardan los productos tóxicos. Menuda explosión se podía haber originado.

-Por suerte, alguien lo vio todo y tiró de la alarma de incendios -añade Tilo, rascándose la cabeza. Parece realmente preocupado.

-Demasiado revuelo por algo que han controlado enseguida.

-Es seguridad, Mae.

-Ha sido histeria.

-Podía a ver sido una masacre.

Mientras ellos discuten, miro a Gael de reojo. No ha dejado de observare en ningún momento.

Me acarició los brazos instintivamente, y él, pasa el dorso de sus dedos por mi brazo derecho, con suavidad. Suspiro con fuerza, notando la caricia con una intensidad absoluta. Ya no paso la mano por mi brazo, no quiero borrar esa zona que arde.

Lo que sí hago es mirarlo. Él continua fijo, y me siento intimidada.

-No seas exagerado -replica Mae, atrapándome del brazo, tira y me coloca a su lado.

Su novio, con los ojos abiertos por la sorpresa de su contestación, se enfrenta a ella, alzando un dedo y apretando su nariz. Mi amiga le da un manotazo.

-Ha sido muy peligroso.

-Estamos bien. Es más, el local no ha sufrido casi ningún percance.

Tilo se gira hacia Gael y le pide ayuda con la mirada.

-Por qué no le explicas tú, a la confiada de tu hermana que casi morimos envenenados.

-Ohh, déjalo ya.

Tilo se vuelve de nuevo cara su novia. Ya no sé si esta de broma, enfadado o simplemente juegan a un juego que solo ellos pueden entender. Mi mirada esta puesta en ese momento en Gael. No retira sus ojos de los míos.

Le pregunto en silencio, a través de un movimiento de cabeza.

- ¿Y esa rosa? -pregunta, de golpe, señalando con la mirada, la flor que aún conservo en mi mano.

La miro, alzando como si fuera algo que alguien me ha colocado en la mano. Algo sin importancia.

-Es para ti -, él sonríe yo se la ofrezco-, estaba en la luna de tu coche enganchada. Alguien la ha dejado para ti.

Insisto, ofreciéndosela, pero Gael se frena antes de cogerla. Mira la rosa, durante unos segundos, y finalmente la coge, aunque para mi sorpresa y la de la pareja que nos observan con atención, la tira al suelo. Después, sin decir nada más, da la vuelta al coche y se monta.

-Sube, Camelia.

Me muerdo el labio mientras miro esa flor tirada en el suelo. Tengo un mal presentimiento. Después me despido de mi amiga y su novio, quienes se dirigen, remontando la discusión, hacia el Mercedes plateado que hay justo enfrente al de Gael, y entro en el coche.

Gael conduce todo el camino en silencio. Esta de lo más raro, como sumergido en sus pensamientos. Se me pasa por la cabeza que se ha olvidado de mí. Porque es automático. A su marcha, con la música puesta y casi sin mirar el camino.

- ¿Por qué has tirado la rosa?

Aprieta el volante con fuerza.

- ¿La querías?

-No. Y no era para mí.

Se gira de pronto y me mira a los ojos directamente.

- ¿Te hubiera gustado que fuera para ti?

Me encojo de hombros y noto tras ese gesto, una amenaza en su mirada. De pronto no me gusta que dirección toma esta conversación.

-No.

Devuelve la mirada a la carretera en un tiempo que me parece eterno. Tiro todo el aire contenido.

No hablamos más. No dice nada más.

Llegamos a mi casa, frena, apaga el motor y deja caer los brazos en sus muslos. Abro la boca, harta de este silencio justo cuando él, por fin, se digna en hablar.

-Quiero que te quedes esta noche conmigo a dormir.

Me pega un golpe bestial el corazón. Pero inmediatamente me repongo.

No es la primera vez que me lo pide. Ha habido muchas, y siempre me he quedado, solo que en la habitación de invitados, o si ésta está ocupada, con Mae, en su cama. El problema, y eso es mi locura de corazón, es que, Didac el primo de Venecia, está de visita y ha preferido quedarse en casa de los hermanos que en la mansión de la familia Chevalier. Y con Mae, tampoco me puedo quedar, supongo que después de esta noche, ella y Tilo tendrán una reconciliación movida.

- ¿Y donde duermo? Tilo se queda con Mae, y Didac está en la habitación libre.

-Conmigo.

Y ahí esta, fuerte, casi rompiendo las costillas, el segundo golpe que me da el corazón.

- ¿En la misma cama? ¿Los dos?

-Sí, Camelia.

Wow.

- ¿Estás seguro?

-Te lo estoy pidiendo.

Dudo durante unos segundo, aunque estoy como loca por decirle que sí, alto y claro. Pero necesito que no me note la desesperación. Me muerdo el labio.

Deja que vea que dudas...

-Vale... pero...

-Tranquila.

Su sonrisa se amplia, y arranca para ir a su casa. A dormir los dos en la misma cama.

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