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6


LANDON

Cuando todos ya estaban en la reunión virtual, que había creado, pude por fin compartir pantalla. Les mostré un archivo que marcaba las pautas y criterios que debíamos seguir para realizar con eficacia el proyecto asignado, teníamos que realizar cuatro tareas. Cada una más difícil que la anterior o, al menos, a mí me pareció que así era, porque los números de párrafos y, por ende, también de palabras iban en aumento según el orden de las tareas evaluadas.

No me demoré más de diez minutos para explicar detalladamente cada ejercicio evaluado.

―Detesto las tareas.

―Wow, recién empezamos y tu increíble optimismo ya me ha subido los ánimos, Axel.

Tiana habló, de manera sarcástica.

—Como sí tu humor fuese mejor que el mío, amargada

—¡Yo no soy ninguna amargada!, gruñón.

Ellos eran muy conflictivos, la verdad.

―Preferiría que no empezasen una discusión ―dije antes de que comenzasen un pleito como de costumbre―. ¿Quién quiere hacer el primer ejercicio?

Hubo unos segundos de silencio.

―Yo podría realizar esa tarea ―confesó Vanessa―. Digo, puedo hacerlo, si nadie tiene problema con ello.

―Me parece bien ―contesté dándole mayor confianza a la par que colocaba en el chat su nombre a lado de la tarea que había escogido.

Los minutos siguientes, terminamos de escoger quienes iban a realizar tal tarea. Al finalizar ello, todos se veían conformes con lo que habían escogido, incluyendome. Acto seguido, decidimos dedicar la próxima media hora en realizar un avance de nuestros ejercicios, yo no me opuse a la idea, ya que, era quien más quería dar por concluido el proyecto.

Además, si dabamos por culminado el trabajo grupal antes del tiempo asignado tendría la oportunidad de revisar los trabajos de mis compañeros y así podría estar seguro de que no habían cometido ningún margen de error.

―Entonces, ¿esto es todo por hoy?―preguntó dubitativamente, Axel, después de haber pasado media hora.

―Sí, eso es todo―confirme volviendo a la pestaña de la reunión―. Ya pueden retirarse.

Tiana masculló entre dientes, enfada.

―Yo me voy porque quiero―me dijo antes de salir.

Seguidamente, finalice la reunión.

Los siguientes días ya había realizado todos los trabajos individuales que me habían dejado, pero todavía tenía el asunto del trabajo grupal. Era lo único que me faltaba, estaba a la mitad, no había podido culminar este trabajo porque había estado ocupado revisando y volviendo a revisar mis demás tareas antes de entregarlas en sus respectivas fechas, las cuales eran anteriores al del trabajo grupal .

He de admitir que era muy perfeccionista, no era por nada especial, no era cómo si existiese una causa en sí.

No buscaba impresionar a mi mamá con mis notas ni mucho menos a mi papá. La verdad, era más bien un impulso que sentía por ser el mejor, jamás me había imaginado sacando malas notas. Y aunque, mi mamá me pidiera que no fuera tan perfeccionista con mis tareas, no podía controlarlo, era algo que no podía frenar.

Por eso mismo, solía estresarme cuando nos dejaban tareas, pero eso no era nada comparado con el tiempo que dedicaba a estudiar para mis exámenes. Quizás, solo quizás parte de mi adicción por ser el mejor estudiante del grado se debía a la promesa que le había hecho a mi abuela Lucinda días antes de su muerte en la casa azul.

Así que se habrán dado cuenta que mi etapa adolescente no era la que mejor llevase o me gustase. ¿Y si tuviera que escoger mi etapa favorita, cuál sería? De hecho, creo que mi etapa infantil fue la que más me gustó, bueno, hasta el momento. Todavía me acuerdo de todas las idas y venidas que hacía con mi abuela Lu a mi, en ese entonces, jardín de niños. Muy pocas eran las veces que mis padres me recogían de aquel lugar ruidoso e infantil, puesto que, dedicaban gran parte de su tiempo a sus trabajos, los cuales me parecían muy tediosos a decir verdad. Solía creer que todos los padres preferían su trabajo sobre pasar tiempo con sus hijos, luego me di cuenta que no era así.

Sin embargo, aún recuerdo borrosamente algunos momentos divertidos que pase con los seres que me dieron la vida, todos los recuerdos son de ellos y yo en viajes familiares-supongo que solo nos divertíamos viajando-, por lo contrario, los malos momentos que vivimos juntos predominan.

Debe ser cierto el dicho ese que los buenos recuerdos se esfuman mientras los malos perduran, ojalá no fuera así. A los seis años, según la mamá de mi mamá, ya era bastante independiente, tal vez solo lo había dicho para hacerme sentir mejor después del divorcio de mis padres. Lo bueno de todo era que, a pesar de haber atravesado por un momento muy doloroso, siempre pude contar con ella y sus entretenidas historias de juventud.

Creí que siempre estaríamos juntos, que nunca me dejaría solo, pero lo hizo tan solo un año después del difícil momento familiar que atravesé. Al principio, cada vez que traían a colación el tema de mi abuela Lu, me sentía como si estuviera en un precipicio sin fondo, como si el dolor presente en mi ser jamás iba a desaparecer e iba a tener que lidiar con ello por toda mi eternidad. Con el tiempo, y después de varias sesiones de terapia a la que mi padres me había inscrito por "el cambio de mi actitud desmedida, de ser una persona muy sociable a muy retraído", logré traer la memoria de mi abuela materna sin sentir que era de lo peor.

Muchas veces en mi niñez había pensado que si tal vez yo hubiera estado con mi abuela ese día, ella todavía estaría viva. Ahora, comprendía que no podía estar más equivocado.

Prendí mi cámara con la intención de filmar algo nuevo e inusual, mi pasión por la fotografía había comenzado a los ocho años, cuando mi papá me regaló en mi cumpleaños número siete, una cámara roja para armar que se cargaba con la luz solar, esa fue mi primera cámara, poco después de aquel regalo empecé a hacer expediciones con mi papá a diferentes lugares turísticos, al notar que él llevaba su cámara consigo, yo decidí imitarlo, y de ahí mi pasión por la fotografía.

Me encaminé con tranquilidad hacia la puerta del apartamento de mi mamá, quería ir a la azotea en busca de aire fresco, aunque ya no había nada más interesante que filmar allí, cabía la posibilidad de que volviera aparecer algún que otro fenómeno estelar, y más valía prevenir que lamentar. Justo cuando estaba por cerrar la puerta del apartamento me percaté de que no traía conmigo la llave, así que volví a mi cuarto por esta, porque de otra forma no podría ingresar a mi hogar actual, ya que mi mamá estaba en el trabajo. Y no era una opción para mí, llamarle a mi padre para que me dejase dormir en su casa.

Las veces que me quedaba a dormir con él, lo aceptaba. Pero, prefería evitar pasar por esa situación, dado a que esa casa no me traía los mejores recuerdos, ahí había pasado mis primeros seis años. Cogí la llave, volviendo a poner mi plan en acción salí rumbo a aquel lugar, que estaba en el último piso del edificio. En el cielo ya habían aparecido estrellas como señal de que la noche ya estaba presente, eran aproximadamente las siete y media.

Durante los siguientes veinte minutos silenciosos no había nadie más que yo, en aquel lugar. Minutos más tarde la presencia de una chica de ojos verdes grisáceos se hizo presente, la chica me miró y me saludó con una sonrisa a medias, luego fijó su vista en el cielo azul y de nuevo clavó sus ojos en los míos con detenimiento, acto seguido, se me acercó.

―Buenas noches―me dijo a secas a modo de saludo―. ¿Por qué has venido aquí?

―Supongo que por la misma razón que tú.

Ella asintió levemente apartando su vista de mi rostro.

―Ya, entiendo―contestó simplemente segundos más tarde.

Tembló a causa de la brisa del viento.

―Hace mucho frío, deberías de haber traído una casaca.

―¿En serio, no piensas disculparte?―me preguntó con incredulidad.

Le observé desorientado, sin saber de qué estaba hablando.

―Creo que te has equivocado de persona.

―¿Lo estás diciendo en serio?―dijo alzando una ceja mientras abría aún más los ojos como si no diese crédito a lo que oía. Asentí. Y continúo hablando―. Fuiste grosero conmigo.

―Y, según tú, cuándo te he ofendido.

Vanessa frunció aún más el ceño.

―No quiero pasar la noche discutiendo, Landon―confesó mirándome a los ojos y bajando su tono de voz, estaba convencido de que con cada palabra suya me perdía aún más―. Así que, sólo admite que no soy masoquista―dijo haciéndome atar cabos, ahora, entendía mejor su enfado―Sabes, no es como si me importara tu comentario―balbuceó.

―Entiendo―contesté en medio del no tan tenso ambiente―. ¿Tanto te importa lo que piense de ti? No deberías darle gran importancia...

―Tal vez en tus mejores sueños―respondió negando con la cabeza―. Solo no me gusta que las personas tengan una opinión errónea de mí.

Asentí soltando una sonrisa irónica.

Prendí mi móvil, abrí la aplicación de búsqueda y googleé la palabra: masoquista. Hice clic en enter, y automáticamente muchas páginas web aparecieron.

―Masoquismo, complacencia en sentirse humillado o maltratado―dije leyendo la definición de la Real Academia Española―. Por cierto, tú forma de hacer cambiar de opinión no es demasiado convincente.

―Bueno, pues también significa perversión sexual de quien disfruta de verse humillado por otra persona, y a mí no me gusta eso―contraatacó.

―Dejémoslo en un empate―sugerí yo, encogiendo los hombros―. Ah, y espero que encuentres otra técnica sexual más complaciente.

―No pienso hablar de mi vida sexual contigo―bufo, perdiendo la calma en sus facciones y en su voz―. Y, para que sepas, no me importa lo que pienses sobre mí.

No me dio tiempo a contestar, porque desapareció completamente de mi vista en un pestañear.

Me quedé en la azotea por un par de minutos más, el frío cada vez era más fuerte. Caminé hasta llegar a mi cuarto, cerré la puerta de este y me eché de inmediato en mi cómoda y suave cama.

―¿Cómo estás, Landon? Supongo que ya estás en la cama, ¿verdad?―preguntó mi madre, una vez que conteste la llamada telefónica.

Me senté apoyado en el respaldo de mi cama.

―Sí, mamá, ya estoy dentro de las suaves sábanas―contesté sinceramente a la par que tranquilizaba sus nervios―Prometo levantarme media hora antes de mi primera clase.

Intercambiamos un par de oraciones más, para luego, colgar la llamada.

Después de varias horas, ya había culminado todas mis clases virtuales del día, las últimas dos clases habían sido bastante agotadoras, porque me costaba seguir el ritmo del dictado de aquellos profesores. Me senté en el sofá de la sala y prendí la tele, con la clara intención de despejarme un rato, de distraerme por completo y disfrutar del tiempo libre que tenía.

Media hora después, el almuerzo ya estaba servido, en esta oportunidad era comida casera. Aquel platillo era una de las especialidades de mi madre, su famosa y deliciosa patatas al horno. Tengo que admitir que desde pequeño amaba todo lo preparado por mi madre, es que en serio cocinaba fenomenal.

Durante el almuerzo mi mamá me hizo un montón de preguntas sobre cómo me había ido en las clases y también sobre si no había comprendido algún tema; contesté sin sobrepensar mi respuesta, le dije que tenía todo claro, aunque, aún me faltaba entender el último tema de la última clase. Pero, ya luego, iba a revisarlo a detalle.

―He conseguido un par de boletos para ir al cine―dijo sacándome de mis pensamientos―. Más bien, un autocine―se corrigió un segundo después―. No me mires así, ¿acaso no te agrada la idea? Probablemente la pasaremos igual de genial como si estuviéramos en un auténtico cine.

No me encantaba la idea de ir a un autocine, para ver películas antiguas que evidentemente también podía verlas en mi móvil. Sin embargo, no gasté mi voz en réplicas, porque sabía que tenía las de perder.

Cuando acabamos de comer, lavé los platos, pues, según la agenda de labores hogareños, era mi turno. Mientras mojaba mis manos en la tibia agua a causa de lavar los platos, cubiertos y vasos sucios, no pude evitar transportar mi mente en la extraña conversación que había tenido con Vanessa, creo que era la primera vez que se había enfadado conmigo sin contar el encuentro del primer día en el edificio...

Ni bien terminé de lavar, fui hacia donde estaba mi mamá, ya que habíamos acordado ver una película, eso era lo que usualmente hacíamos juntos. Escogimos una película de misterio, que prometía tener una buena trama, acto seguido, le dimos play.

―¡No puedo creer que haya entrado ahí!―dije negando―. ¿Acaso no sabe que ir solo a lugares prohibidos es peligroso?

Mi mamá me volvió a recordar que era una película, pero a ella también se le olvidaba que todo era ficción, algunas veces. La verdad, la pasamos muy bien o, al menos, yo sentí que fue un tiempo bastante agradable.

Acabada la película entré a mi gmail institucional, para revisar si había un mensaje nuevo del grupo de mi salón.

Noté que no había nada nuevo en aquel chat, por lo contrario, tenía un mensaje nuevo de Vanesa, decía:

<<Aquí te mando el link. Atte, la chica no masoquista>>

Le había pedido a ella al igual que al resto de mi grupo de proyecto que me enviasen sus trabajos antes del límite de entrega de esta tarea.

Después de ese mensaje que había logrado sacarme una sonrisa ligera, estaba un link que debía ser donde estaba escrito su parte del trabajo grupal.

Este era el único trabajo que me faltaba revisar, leí detenidamente lo escrito por Vanessa. No había casi ningún error ortográfico, su trabajo seguía todos los criterios, casi todo estaba perfecto.

―Listo, trabajo enviado―suspiré al mandar el proyecto.

Lo había mandado dos días antes de la fecha límite.

Solo uno del grupo debía enviar el trabajo, así que, yo me ofrecí como voluntario para asegurarme de que todo estuviese en orden.

Escribí en el chat del proyecto un <<Ya envíe el proyecto>>, y los <<Gracias>> no tardaron en hacerse presentes por medio de mensajes, menos uno, sí, el de Vanessa. Por lo que, supuse que seguía enfadado conmigo.

¿Debía ofrecerle una disculpa? Pues claro que no, ella estaba siendo muy infantil al seguir enfadada conmigo por un comentario certero.

Le escribí un par de mensajes a su gmail institucional, porque no sabía su gmail personal ni mucho menos su número móvil.

Yo: ¿En serio no piensas volver a dirigirme la palabra?

Yo: Estás siendo muy infantil, ¿lo sabías?

Pero, no recibí respuesta.

Yo: ¿Piensas dejarme en visto? No es de muy buena educación.

Minutos más tarde, le envié un último mensaje.

Yo: Si no hablas conmigo me da igual, no me importa.

Abrí una pestaña nueva, coloque el tema que me faltaba comprender al cien por ciento y, seguidamente, me puse a ver un vídeo donde enseñaban sobre esto, de manera entretenida, porque de otra forma se me iba a hacer más complicado comprender de lo que se estaba explicando.

―Bien, esto es todo por hoy―dije en voz alta cerrando el vídeo.

Me levanté de la silla y fui a la cocina con la intención de encontrar un sabroso bocadillo.

―Landon, voy a salir a comprar las cosas para la cena―me informó mi madre, desde la sala―. No te llenes de dulces―agregó antes de salir por la puerta.

Saqué un par de caramelos de menta de uno de los cajones de la cocina, me los metí a la boca, uno por uno, dejando que el sabor desapareciera poco a poco.

De repente, la música que tenía por tono en el móvil comenzó a sonar, me fijé en la pantalla de este, para saber quién llamaba. Decía <<videollamada entrante de papá>>.

Contesté.

―Hola, papá. Qué tal.

―Estoy bien, todo tranquilo, qué hay de tí. ¿Alguna novedad?―me interrogó desde el otro lado de la línea.

Me senté en la silla, apoyando la espalda contra el respaldo.

―Nada nuevo, sigo con mi aburrida rutina, ya sabes, lo de siempre: estudio, tareas y exámenes.

―Me parece bien, hijo, tienes que priorizar tus estudios. Ya, luego, cuando estés de vacaciones podrás disfrutar plenamente de tu tiempo, ¿vale?―dijo mi papá quien estaba orgulloso de mí porque el bimestre pasado había conseguido el primer puesto del grado.

Escuché atentamente lo que me decía, era consciente de que no debía descuidar mis estudios por nada del mundo, así que no era como si no siguiese ya el consejo de mi padre. Luego, respondí sus preguntas casuales, las cuales solían ser: ¿Qué almorzaste? ¿Qué tal te fue en tu último examen? ¿Y, cómo estás?

―Entonces, ¿ganaste aquel caso que estabas llevando?―pregunté en un intento de seguir la conversación, pero también por curiosidad.

Él soltó una risa vacilante ante la pregunta que le había hecho.

―Claro, ¿Acaso no sabes con quién estás hablando?―respondió en un tono arrogante―. Debo admitir que fue complicado pero, al fin y al cabo, gané como de costumbre.

Se podría decir que parte de mi arrogancia la había heredado de él.

―Me alegro que te haya ido bien.

―Gracias, no olvides que el siguiente fin de semana lo pasaremos juntos.

Pude notar claramente la emoción en su voz, sabía muy bien que la idea de que fuese a visitarlo era de su completo agrado, a mí también me alegraba pasar tiempo con él porque era una persona bastante servicial y amable y, bueno, después de todo era mi papá. Pero, por qué teníamos que pasar el rato en esa casa que prefería olvidar, debido a las malas vivencias que había pasado ahí.

―Sí, espero pronto verte―contesté.

―Es bueno oírlo―dijo. Y, aunque no podía verle el rostro, estaba convencido a juzgar por su tono de voz que estaba sonriendo de oreja a oreja―. Nos vamos a divertir un montón, ya tengo planeado todas las actividades que realizaremos.

Sonreí.

Era genial pasar tiempo con él, por lo general, planeaba actividades divertidas que siempre me hacían olvidar todo lo relacionado con el colegio. Sin embargo, también me explicaba sobre los temas que no entendía tanto en mi estadía en su casa como cuando no estaba con él. Siempre que le pedía ayuda, claro está.

Habían veces, que no hacíamos ninguna actividad, todo dependía de sí tenía muchos exámenes en la semana.

―Suena bien, y qué vamos hacer―interrogue sintiendo una ligera intriga.

―Buen intento, pero es una sorpresa―me encogí de hombros, ya sabía que no me iba a decir nada, pero no me había costado nada tratar de indagar...

Una de las grandes diferencias entre mi papá y yo, era que a él sí le gustaban las sorpresas.

Estuvimos hablando por más de diez minutos, me contó las últimas noticias y sobre cómo estaba la situación de nuestro país. Compartimos diferentes perspectivas sobre si el gobierno había hecho un buen trabajo controlando la crisis sanitaria. Luego, nos despedimos.

El timbre del apartamento me sacó de mis pensamientos, me paré y me dirigí hacia la puerta. Siguiendo las indicaciones que mi mamá me había enseñado desde que era apenas un niño de seis años y que ya se me había hecho costumbre, observé a través de la mirilla para saber de quién se trataba. Era mi mamá, así que con rapidez fui a abrir la puerta.

―Hola, hijo―me saludó mi mamá, mientras sujetaba con ambas manos un par de bolsas.

―¿Te ayudo en algo?―pregunté después de haberle ayudado a meter en la cocina las pesadas bolsas.

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La canción es de Astrid S, por si alguien no lo sabe la canción se llama: Hurts So Good.

Muchas gracias por leer.

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