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12



LANDON

El siguiente fin de semana me levanté temprano, ya que, le había prometido a Vanessa que iría a bicicletear junto a ella. No era fan de los deportes ni de hacer ejercicios, sin embargo, hacer esto dos veces a la semana no me costaba nada y me ayudaba a estar en forma.

En el trayecto de ida yo era quien llevaba por mucho la delantera a decir verdad, luego de varios minutos nos sentamos exhaustos en una banca de madera y con facilidad aparcamos nuestras bicicletas al lado.

Era un día soleado.

Así que, ambos estábamos sudando bastante. Tomé aire a duras penas, mi cuerpo estaba adolorido porque ayer había tenido clase de educación física, por ende, no había sido una gran idea a ver decidido hacer más deporte.

―¿Estás cansada?―le pregunté en un suspiro débil.

Vanessa me miró y negó.

―¿Y tú? ¿Estás cansado?

―Para nada. Ni un poco.

Ya va, estaba cansadísimo.

Vanessa se recostó cómodamente contra la banca. Tenía los brazos cruzados y alzó la vista hacia las colinas verdes que aún no habíamos recorrido, y menos mal no lo habíamos hecho porque yo ya no tenía fuerzas ni para dar un solo paso.

―Podría andar en bicicleta hasta recorrer setenta kilómetros más, ¿sabes?―aseguró.

La examine unos segundos y supe que a lo mejor decía la verdad.

―Te entiendo, yo también.

Me miró de inmediato al igual que yo lo hice, ambos teníamos una expresión de angustia.

―¡Paso de la idea!―exclamamos al unísono negando con las manos como pidiendo clemencia.

Nos echamos a reír.

Se hizo un silencio. Al parecer, los dos estábamos en el mismo estado y no lo queríamos admitir en voz alta. Sí que éramos unos orgullosos, la verdad.

―¿Desde cuánto te has convertido en un chico mentiroso?―inquirió con una nota de diversión.

Bien, a veces se me daba por mentir porque tenía un ego muy fuerte. Pero, no lo hacía muy a menudo que eso quede claro, por favor.

―Fíjate, qué cosas, yo podría aplicar la misma pregunta para ti. ¿Recuerdas? Prometiste no volver a mentirme.

Me sonrió.

—Buen punto—me dio la razón—. Entonces, supongo que ambos somos mentirosos de primera categoría.

Dijo, mientras sacudía sus manos como si fueran un abanico con el que esperaba obtener menos calor. 

Imite su acción esperando que diese algún resultado, pero no funcionó.

El día era demasiado soleado.

Me paré de la banca ganándome una de las típicas miradas confundidas de Vanessa Ford.

—¿Qué haces? Creí que estabas exhausto más o igual que yo.

—Y no te equivocas. Solo que se me antojo ir por un helado, ¿quieres?—le ofrecí a la par que me montaba en la bicicleta—. Vamos, no está tan lejos. Invito yo.

Ella me miró indecisa e incrédula como si no creyese que de verdad le estuviera haciendo una invitación a la heladería.

—¿Hablas en serio?—inquirió. Yo asentí. Guardó silencio un instante y se puso de nuevo la mascarilla—. Vale. Acepto, ¡vamos por los helados!

Poco después, llegamos a una heladería que se encontraba a tan solo cinco minutos de la banca donde habíamos estado sentados.

Al entrar, Vanessa y yo nos formamos en la cola.

—Ya que, tu invitas, ¿Puedo pedir varias bolas de helado?

—No quiero sonar grosero, pero no creo que sea posible. Creo que solo podrás elegir un máximo de tres bolas de helado—dije con pena, avanzando en la fila —. Es que no traje mucho dinero.

—No te preocupes. Entonces, serán dos bolas de helados—dijo en un tono pensativo dándome una palmada en el hombro—¿Fresa y mora? O, ¿Coco y mandarina? No sé, ¿Qué combinación elegir? Es una cuestión muy complicada. Todo un dilema.

—Gran problema—comenté en un mezcla sarcasmo y una sonrisa de diversión. Advertí que me lanzó una mirada fulminante—. ¿Qué? No me mires así, era una broma. Pero, ya en serio, no puede ser tan complejo elegir sabores de helado. A ver, dime, ¿Cuál es tu sabor favorito?

Se llevó la mano bajo la barbilla, por lo general, solía hacer eso cada vez que le costaba decidirse en algo. Aún faltaba mucho para que llegase a la cajería donde se hacían los pedidos, así que, no me preocupe de que mi vecina no todavía no se hubiese decidido. Me parecía curioso e intrigante que no hubiésemos entablado una verdadera conversación, antes de la pandemia.

Ella me caía bien.

Muy, muy bien a decir verdad.

―Ya sé, mi sabor favorito es el helado de pino. No... no; sabes, prefiero helado de vainilla bañado con nutella y trozos de galleta oreo, chispas de chocolate y coco rallado.

Respondí asintiendo lentamente a la par que memorizaba cada una de las cosas que había dicho.

―¿Algo más?

Jugó con su cabello, mientras meneaba con la cabeza.

―No. Bueno, sí, también me gustaría que mi helado tuviera nueces pecanas.

―Vale.

Eran momentos como este en los que daba gracias de tener memoria fotográfica. Unos minutos más tarde, hice los pedidos y la señora que nos atendió observó algo extrañada a mi vecina de ojos verdes cuando redactó su pedido. Vanessa solo se encogió de hombros, sin importarle mucho lo que pensase la cajera. Y eso me sorprendió.

Ni bien nos entregaron nuestros helados, fuimos a buscar una mesa disponible y algo alejada de los demás.

―Te gusta el plátano, ¿verdad?

Me preguntó después de haberse llevado un gran bocado de helado a la boca.

―Bueno, tiene un sabor agradable―respondí. Yo había pedido helado de plátano―. ¿Quieres?―le ofrecí bromeando, claramente. No le invitaría esto porque ella era alérgica a esta fruta.

Abrió los ampliamente, perpleja.

―Eres un tonto, lo juro. ¿Acaso ya olvidaste mis alergias? Justamente, tú, el chico de memoria fotográ...―se detuvo. En su rostro se formó una sonrisa entre divertida y burlona―¿No se suponía que tenías memoria fotográfica?

Le había contado sobre esto un par de días atrás.

―Pero, es verdad. Tengo ese tipo de memoria―repuse siendo sincero―. Solo te estaba tomando el pelo―expliqué al mismo tiempo que me acomodaba nuevamente en mi asiento.

―Sí, sí, como digas―dijo sin creerme y volviendo a comer su helado.

Cuando acabamos nuestros postres que, dicho sea de paso, sabían muy deliciosos; nos levantamos para marcharnos. Vanessa regresó a la mesa donde habíamos estado porque se había olvidado su mascarilla ahí.

―Gracias por avisarme―me dijo montándose en su bicicleta roja.

―No hay de qué―le miré esperando a que dijese algo más, pero no lo hizo. Así que, pregunte―. ¿No quieres decirme algo más?

Movió las cejas de manera vacilante, luego, negó.

Me acerqué a mi bicicleta adoptando una postura de rendimiento. Por lo visto, Vanessa no creía en una de mis habilidades más importantes. Seguí andando en bicicleta, por un buen rato más, hasta que llegué a mi edificio temporal.

―Te voy a decir algo y espero que esto no aumente mucho tu ego―me llamó mi amiga de cabello dorado con mechones celestes, Le miré atento―. De verdad, creo que tienes memoria fotográfica...

La interrumpí.

―¿En serio, lo crees?―pregunté―. Es decir, yo estoy seguro de eso.

Se acercó a mí, estábamos muy cerca porque tan solo nos separaban un par de centímetros, colocó sus manos sobre sus caderas y dijo:

―Primero que nada, no me vuelvas a interrumpir―hizo que su tono de voz fuera serio apropósito y soltó una risilla de lo mal que le salió―. En segunda; por si no lo has notado, déjame decirte que no me gusta que me hagan bromas―dijo, pero esta vez ya no bromeando porque su tono mostró una nota de sinceridad y seriedad―. Y, en tercera, de verdad creo que eres un genio. De otra forma, no me explico como puedes recordar tantos datos históricos.

Acto seguido, se dio la vuelta y se marchó dejándome boquiabierto con las mejillas sonrojadas.

Subí por el ascensor. Me encaminé con mi bicicleta por el pasillo que me llevaba a la puerta de mi apartamento, dejé mi vehículo ecológico apoyado en la pared del pasillo. Toqué la puerta y abrió mi madre quien me saludó y me brindó pase.

Fui de inmediato al baño, abrí la llave del lavatorio y me enjuague con agua fría el rostro.

Los días siguientes, no tuve clases virtuales porque había salido de vacaciones. Cuando me entregaron mi libreta virtual del segundo bimestre noté que había obtenido el segundo puesto del salón de clases, lo que no me pareció genial. Por cierto, Vanessa se había sacado diecinueve en el examen de biología que la tenía aterrada. Ella me había dicho algo de que no podía no sacar una nota que no fuese sobresaliente; y cuando le pregunté el porqué no me respondió, pues, cambió de tema de conversación.

Ayer había sido el último día que había pasado en la casa de mi padre. De hecho, me quedé con él cuatro noches seguidas. Vimos películas policiacas y una que otra de drama, sin embargo, siempre era incomodo ver como mantenía todas las cosas intactas desde que mi mamá y yo nos habíamos ido de allá. Es decir, eso jamás me había parecido normal. Por otro lado, la relación de mis padres era bastante cordial y amigable.

No obstante, no me gustaba mucho ir de casa en casa. Tenía la sensación de que no tenía un verdadero hogar, en realidad.

―¿Ya estás listo, hijo?―preguntó mi madre quien quería saber si ya podíamos ir al autocine.

―Sí, ya voy―respondí cerrando la puerta de mi cuarto.

Íbamos a ver una película antigua desde el auto. ¿Genial? No lo sabía ni tampoco quería averiguarlo, pero me guardé los comentarios.

―Me alegra que hayas aceptado venir...

―A mí también. Al fin y al cabo, mamá, pasar tiempo contigo siempre es genial―le asegure con franqueza. Ojalá hubiéramos podido pasar más tiempo en compañía del uno al otro pero me reconfortaba estos pequeños momentos en los cuales mi madre dejaba los asuntos del trabajo por un momento de lado y se interesaba en cómo había sido mi día.

Me subí a la camioneta azul de mi madre y, durante en el camino hacia el lugar donde veríamos la película, vi a Tiana y a Alex quienes estaban caminando juntos calle abajo. Debo confesar que verlos a los dos andando pacíficamente sin intención de acabar el uno con el otro, me pareció algo de otro mundo.

Desvié la mirada de la ventanilla del carro y volví a fijar mi vista en mi móvil el cual vibró porque me llegó un mensaje.

Vanessa: ¿Qué haces?

Dos días antes, me había brindado su número móvil y yo también le compartí el mío ya que, al fin y al cabo, me agradaba conversar con ella.

Yo: Dirigiéndome a un lugar desconocido.

Vanessa: ¿Todo bien contigo?

Yo: Claro. Voy a ver una película con mi mamá.

Vanessa: Vale. Espero que la pasen de maravilla.

Vanessa: Mándale saludos de mi parte a la Sra. Nidia.

Yo: Ya se lo hago saber. Cuídate, nos vemos luego.

Vimos una película de acción que duró dos horas para ser exacto. De acuerdo, les voy a confesar con mucha vergüenza que no me aburrí como había pronosticado desde el principio; por lo contrario, pase un momento bastante agradable y no pude dejar de mirar ni por un rato cada escena que se reproducía. Mi madre compró palomitas y dos botellas de gaseosa, una para cada uno, de sabores diferentes.

Después de eso, regresé al apartamento de mi mamá.

Ya para cuando estuve dentro de mi dormitorio, el estado de alerta de mi organismo disminuyo gracias a que mis músculos empezaron a relajarse porque estaba siendo invadido por unas ganas inmensas de sueño, sin embargo, una parte de mí quería acabar la interesante novela de mi extravagante vecina. Por lo que, aproveché que mañana no tenía clases y, finalmente, me decidí por continuar con la lectura de su libro. 

A cabo de media hora, no pude seguir luchando más contra el sueño y caí  profundamente dormido justo antes de darle clic al apartado donde estaba redactado el capítulo final, así que, está de más decir que tampoco pude leer el epílogo.

Al día siguiente, me desperté con mayor energía lo que era de esperarse considerando que me había quedado dormido hasta casi las once y media de la mañana. Me lave la cara y durante el camino hacia la cocina, pase por la sala en donde encontré sobre la mesa una nota que decía:

 Disfruta tu desayuno y no olvides de darle un repaso a tus materias.

Con cariño, Mamá.

Al lado de la nota,  se hallaba una cajita de Yogurt Yomost de fresa y un sándwich triple envuelto en una bolsa de plástico transparente. 

Mientras estaba ingiriendo mi bebida fría, recibí una llamada.

―Hola. Que bueno que contestes―me saludó con la respiración apresurada desde el otro lado de la línea―. ¿Le has contado a alguien sobre el secreto? Es que no puedo dejar de pensar en que si mi tío se enterase de eso se armaría un lío enorme...

―Tranquilízate, chica artista. No le he contado a nadie. Sabes que no lo haría, ¿verdad?

Se hizo un silencio, pero no de esos incómodos.

Antes de que pudiese volverle asegurar que de mi boca no saldría ningún secreto que me hubiese confiado, Vanessa habló:

―Bueno, se podría decir que más o menos―contestó y me la pude imaginar haciendo gestos con las manos.

Enarqué las cejas con ademán de incertidumbre.

¿Acaso no me tenía confianza? Daba igual. Eso no me importaba mucho...

―Soy consciente de que a veces puedo llegar a comportarme como un tonto arrogante y puede que tal vez haya hecho un montón de payasadas que te llegaron a enfadar. Pero, quiero que sepas que, a pesar de eso, puedes contar conmigo siempre. Puedes confiar en mí. Lo sabes, ¿verdad?

―Me caes bien―dijo evadiendo mi "pregunta"―. ¿Podemos vernos en la azotea, por favor?

Me pidió.

―Claro―le respondí esperando verla pronto―. Te veo allá en media hora, pequeña.

Soltó un bufido.

―No me llames así, Landon.  Recuerda que solo me ganas por unos centímetros―dijo queriendo resaltar que la diferencia entre nuestras estaturas no era mucha―. ¡Juro que a veces eres muy insoportable!―fue lo que menciono antes de colgar.

Dejé mi móvil en la mesa junto a la ahora caja vacía de yogurt y fui a ducharme antes de encontrarme con mi compañera de clases quien a veces solía ser muy entusiasta y risueña.

Hola, lamento mucho la confusión de anoche con respecto a los capítulos actualizados. De verdad quisiera darles más capítulos, pero, a veces se me es complicado y soy algo especial a la hora de editar y publicar estos.

Si no es mucha molestia, me gustaría que me dijesen cual es su parte favorita y menos favorita de este capítulo.

Les mando muchos abrazos acaramelados, como los helados que se comieron Vanessa y Landon.

En fin, nos vemos en el siguiente capítulo de esta historia. Gracias por leerme y darme una oportunidad, los quiero mucho.

Y si les ha gustado el capítulo, podrían considerar, votar o comentar. O, como prefieran. Ahora sí, me despido.

Avril.

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