Capítulo dos
Ocaso, ese era su nombre. El nombre que ni siquiera se atrevió a dejar que Aurora lo recordara, porque temía que se diera cuenta de cómo sus nombres eran dos rimas de una misma canción. Lo fuerte que jalaba el hilo que las unía y ¿no era el destino una pequeña perra a veces?
Por qué, ¿de qué servía conocer a su persona amada, si esta tenía un destino diferente trazado?
Y no se podía interponer. Merlín sabe cuántas veces su padre le había insistido sobre los cambios en el flujo de los destinos y cómo cambiar un cuento de hadas podría tener un final desastroso para cualquier hechicero que se atreviera.
Nadie quería leer un cuento donde la princesa no termina con su príncipe encantado.
Ocaso lo entendía; pero su corazón, ese necio pedazo de ella todavía se negaba dejar ir los recuerdos de Aurora. Atormentada durante el día ante cualquier flor que la recordara a su jardín, ante los colores del amanecer o cualquier aroma de un postre preparado en el pueblo. En la noche tampoco estaba tranquila, porque Aurora estaba allí y seguía allí. Ella estaba en todas partes. En cada sonrisa, en cada alegría, en cada tristeza.
Y soñaba que eran felices. Soñaba que Aurora la reconocía como la persona por la que despertó. Soñaba que la besaba y se besaban y bailaban y reían. Y todo lucía tan perfecto que no podía ser otra cosa que un sueño. Luego se levantaba, rodeada de los frutos de la recompensa. El peso en oro de lo que le costó entregar su corazón en sueños. Entonces Ocaso lloraba.
Se dice que las lágrimas de las hadas son mágicas, pero Ocaso no lo cree. No cree que haya nada de mágico en tener la nariz enrojecida, el pecho apretado y las lágrimas manchando todo por un amor perdido. Su padre todavía no la había visto. Sabía que si la llegaba a encontrar llorando le diría que guarde sus lágrimas en un frasco como ingrediente de hechizos. Así de obsesionados estaban todos con los hechizos.
Ocaso mismo lo estaba antes de conocerla, cuando su mayor preocupación era encontrar un colmillo de dragón para un hechizo que le permitiera convertirse en un hurón.
A veces se convertía en un hurón blanco y corría por el bosque hasta quedarse en un hueco de árbol. A veces venían pulgarcitos a preguntarle por quién lloraba. Ocaso les mostraba los colmillos. Quería ahogarse en su tristeza y dejar que sus propios pensamientos la condenaran en su agujero para siempre.
A veces soñaba que Aurora la encontraba y la sacaba de ese agujero. Imaginaba que la envolvía en su manta, esa que utilizaba para leerle cuando la tarde se marchitaba, y la llevaba a casa. A su hogar.
Se hubiera hundido en su miseria por años, milenios incluso porque eso hacían las hadas. Se encariñaban con alguien y luego pasaban el resto de su eternidad suspirando sobre su trágica historia para inspiración de los humanos. Porque no había finales felices para las hadas. Ocaso siempre lo encontró lamentable.
Hubiera seguido así, sino fuera por la invitación con aroma a rosas que llegó a su casa. Por supuesto que Aurora la invitó a su boda.
Los reyes seguían recordando su intervención y su buen corazón por ayudar a su hija.
—Puedo ir en tu lugar si tienes miedo —le dijo su padre luego de unos días mientras ambos trabajaban en su taller en un nuevo tipo de hilo. Después de que el último funcionó, de repente, su padre ahora la respetaba y apoyaba con la idea de crear diferentes hilos para hacer magia.
Ocaso dejó de hilar y se estremeció al encontrar la lástima en la mirada de su padre. No le sentaba bien la preocupación a alguien egoísta. Ella no necesitaba esto. Suficiente tenía con su propia lástima.
—La invitación es para mí.
—Como quieras.
Ella necesitaba ponerle un fin a esta historia que nunca debió nacer.
Así que decidió ir. Se dijo, si vería a Aurora por última vez, solo por última vez, y la veía, de brazo a su esposo; su alma se desgarraría en el proceso, pero al menos podría hacerle entender a ese necio corazón suyo que todo había acabado.
Tenía que entender que Aurora nunca vendría a buscarla para llevarla a casa.
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La fiesta era digna de la realeza. Con listones rosas y rosas lilas. Era una primavera artificial demasiado distinta a la que soñaba Aurora. El dorado pintaba cada columna y retablo llenando de gallardía el salón. Cuando Ocaso llegó, el festín ya había comenzado. Se escuchaban liras y risas entrelazando cursivas en el aire. Los candelabros brillaban como estrellas de día con luz propia y los vestidos parecían jirones tejidos por mariposas. La vista era hechizante pero la hechicera no se sintió cautivada.
Recibió la primera copa por cortesía, la segunda por curiosidad y desde la tercera dejó de contar. Se dijo que necesitaba la bebida si quería tolerar todo ese lugar que le recordaba lo que no pudo ser.
Vio de reojo al príncipe, de rojo, con una sonrisa brillante en un rostro encantador como debe ser cualquier príncipe de un cuento de hadas. Contaba de su pelea con el dragón y como se ganó el corazón de Aurora con el beso del amor verdadero.
Ocaso tragó el sabor agrio y se guardó sus palabras porque no era apropiado revelar que la pelea con el dragón fue una mentira añadida por los escribas bajo la órden del rey para hacer la historia de Aurora más atractiva y también, porque no, para avivar la discriminación a los hechiceros del reino, porque, ¿cómo pudieron encerrar a una princesa? ¿convertirse en dragón y pelear con un príncipe tan encantador? Ocaso no exime de culpa a la mujer que maldijo a Aurora, pero la forma en la que exageraron toda la historia para el cuento de hadas la enfermaba.
Ojalá se pudieran transformar en dragones. De esa forma Ocaso podría quemar el lugar hasta los cimientos.
Su Alteza Aurora y su prometido aún no tenían el baile que estaba reservado para cuando la noche estuviera alta con la luna sobre ellos, pero Ocaso se cansó de esperar para escuchar cómo se rompía su corazón. Así que decidió salir de la fiesta y adentrarse en el bosque.
El bosque también era encantador a su manera, familiar para una hechicera que creció en un jardín. Con el aroma a lluvia impregnado en el verde. Y las luciérnagas trazando caminos entre la maleza. Con el susurro de sus hojas y su magia en cada diente de león que se encontraba. Ocaso caminó sin cuidado, tropezando a veces, preguntándose si es que podría llegar al bosque de sus sueños si seguía caminando lo suficiente.
—...te conocí en un sueño.
Una voz suave, tan ligera como un sueño antes de despertarse vino desde las profundidades del bosque, jugando con las ramas y agitando a los animales. Cantaba sobre el encuentro en un sueño, sobre un amor. Ocaso se detuvo, pero luego sus pasos la guiaron para seguir esa voz.
—...Caminé contigo una vez en un sueño.
Hechizada se dejó guiar hasta que llegó a un claro del bosque, bañado por la luz de la luna y el verde salpicado de dientes de león. No había una cabaña, ni tampoco un jardín, pero estaba Aurora. ¿Y cómo era posible que se siguiera viendo tan encantadora como el día en que la conoció en un sueño?
Estaba tarareando una canción, en voz baja y despreocupada como si no supiera el efecto que tenía en el bosque y en las hadas.
Ocaso tragó saliva preguntándose si debería regresar al banquete o hablar con ella. Pero Aurora no parecía recordar cuando la vio la última vez. ¿Para qué traer esos recuerdos? Fue ella, después de todo, quien insistió en hacerle olvidar todo a Aurora. Y no importaba cuanto le lastimara, no quería que Aurora tuviera ese mismo dolor.
Pero luego Aurora volteó a verla, sus ojos claros la encontraron y Ocaso olvidó todas las razones por las que había decidido dejarla.
Ella inclinó la cabeza mostrando una sonrisa. Aurora se acercó más hacia ella mirando su rostro con curiosidad. Ocaso no pudo desprender la mirada mientras sentía su rostro arder.
—Mis padres me hablaron de ti. Eres el hada madrina que ayudó al príncipe a despertarme, ¿no?
Ocaso casi se atraganta con la risa que quiso brotar. Pensar que el príncipe se había autoproclamado como el que rescató a Aurora con un beso era tan narcisista que resultaba escalofriante.
—Puedes llamarlo de esa forma.
—Ya veo—Aurora asintió para sí sin dejar de mirarla—. No sabía que las hadas madrinas eran lindas. Siempre me las imaginé viejitas y con canas.
—No soy tu hada madrina.
Aurora volvió a asentir, pero no dejaba de mirarla. Y Ocaso no sabía cuánto tiempo más podría resistir su corazón si seguía así.
—Deja de mirarme.
—Lo siento—Dicho esto solo entonces se alejó un poco luciendo un poco avergonzada—. Es que tu rostro me resulta muy familiar. ¿No nos hemos visto antes?
Ocaso dudó por un momento.
—No. No lo hemos hecho.
Aurora volvió a asentir, pero no lucía muy convencida. Juntó sus manos en su espalda mientras empezaba a caminar. Ocaso debería concentrarse en lugar de sentirse distraída por la forma en la que la luz caía sobre su cabello rizado y dorado, por la forma en la que su vestido igual que una rosa se balanceaba.
—No creo que nos hayamos visto antes de esta forma, pero, ¿quizás en un sueño? Siento que te he visto en un sueño.
Sintió su cuerpo tensarse.
—No.
—¡Sí! —Y su voz vibraba con convicción—. Fue en un sueño. Te conocí en un sueño. ¿no es así?
—No. —volvió a repetir, porque si lo repetía lo suficiente podría convencerse a sí misma.
El entusiasmo de la princesa solo perdió algo de brillo con su respuesta, pero luego volvió a sonreír. Y Ocaso sintió su pecho más apretado, porque tenía que buscar ahora un hechizo para recordar siempre esa sonrisa.
—Es curioso, sigo soñando con esta persona ¿sabes? Sueño que vivíamos en una cabaña. Yo leía mientras ella dormía en mi regazo. A veces yo preparaba pie de manzana, pero a ella le salía mucho mejor la receta. Hay sueños en los que simplemente estamos en un jardín riendo mientras me cuenta los nombres extraños de las flores. Pero no recordaba su rostro. El príncipe Felipe dice que él era esa persona, pero-
—Por supuesto que no es él.
Aurora se detuvo y su sonrisa se amplió mientras sus ojos agudos regresaban a ella.
—¿No? ¿Sabes de quién se puede tratar entonces? Porque yo tengo a alguien en mente.
—Aurora...
—¿Por qué simplemente no lo admites? ¿Por qué te asusta tanto la idea? ¿De qué tienes miedo? Soy hija del rey, te protegeré.
Ocaso quiso reírse agriamente, pero al ver el rostro determinado de Aurora se abstuvo. A pesar de que tenían la misma edad, Aurora había vivido demasiado tiempo en una burbuja de fantasía.
—No es tan sencillo. Además, ¿acaso lo olvidaste? Hoy es tu boda.
—Lo es, pero no me importa perderla por ti.
Esta vez sí se rio sintiendo que toda la situación era absurda.
—Ni siquiera me conoces.
—Claro que te conozco. Así como tú me conoces a mí.
Su corazón se removió en recuerdos y de repente se vio más perturbada cuando Aurora se acercó más hacia ella y tomó sus manos entre las suyas, estudiándolas con la dedicación de un amante.
—No deberías poder recordarme...—susurró.
—Pero lo hago. Eres la mejor hechicera, pero mi memoria es mejor que eso.
—Estás loca.
—Tal vez. Mis padres siempre lo dicen. Desde que me desperté, dicen que he cambiado. No puedo quedarme mucho tiempo en palacio usando esa ropa incómoda y siguiendo esas etiquetas sin sentido. Siento que mi lugar está aquí, en este claro del bosque, con un hada como tú. No quiero casarme con un príncipe ni dedicarme a un reino al que no conozco ¿No es una locura? A veces me pregunto si algo está mal conmigo.
—No lo está. —dijo sorprendiéndose de lo rápido que respondió. Su mirada estaba sobre Aurora. Tan hermosa con un pueblo que no la merecía. Un reino que la había abandonado cuando se enteró que tenía una maldición y la había dejado al cuidado de las hadas para luego obligarla a volver—. No hay nada de malo contigo, Aurora. Tú eres todo lo que está bien en este reino.
Apretó sus manos y sus rostros estaban tan cerca que Ocaso recordó lo que se sentían sus labios. Luego de tanto tiempo solo guardaba una sombra de ese toque. Y a veces pensaba lo maravilloso que sería poder besarla cuando quisiese, de poder explorar juntas cada vez más. De poder tocar su cabello y besar su sonrisa hecha de sol. Porque Aurora era un rayo de sol para Ocaso.
Con su corazón trémulo se acercó hacia ella y la besó. No era como lo recordaba. No cuando Aurora se apresuró a corresponderle y sus labios se unieron una y otra vez buscando una manera correcta de unir el amanecer con el atardecer. Por un momento sintió sus manos pasar por su cuello y se estremeció bajo su toque. No importa lo que hiciese Aurora, ella estaba encantada.
Siguió besándola una y otra vez como si el sueño se fuera a romper en cualquier momento. Cuando se apartó, Aurora tenía la mirada vidriosa y las mejillas encendidas. Sus labios lucían tan maltratados y rojos que Ocaso se sintió orgullosa de ser la causa.
—Oh.
—¿Oh?
—Me gustas mucho.
Ocaso estaba sí se echó a reír mostrando una sonrisa.
—¿Es enserio? No soy un príncipe.
—No necesito que lo seas.
—Espero que sea cierto, después nos besamos por-
—Es cierto —Su mano se movió por el cabello de la hechicera. Sus ojos nublados la miraban con anhelo—. ¿Podemos seguir en dónde estábamos?
Ocaso ladeó su rostro evitando el contacto igual que un gato arisco. Su mirada se enfrió.
—Felipe.
Ella parpadeó, se relamió los labios y luego bajó la mano con un suspiro.
—Hablé con él en la mañana. Le dije que no iría a la boda.
Ocaso alzó las cejas.
—¿Y qué te dijo?
—Se burló —respondió mirando hacia el cielo de estrellas con una sonrisa triste—. Me dijo que no era capaz de oponerme a él o a mis padres.
—No te conoce.
—No. Supongo que no—Jaló de su mano. Acompañada de una sonrisa cálida igual que un amanecer—. ¿Vamos?
Ocaso se dio cuenta entonces que su destino era ese, no había destruido ningún camino, simplemente había formado otro. Porque no era posible que un amor como ese fuera el resultado de un error. Mientras tomaba la mano de Aurora y se alejaban del reino se dio cuenta que estaba formando su propio cuento de hadas.
FIN
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