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Capítulo 4: Más especialistas.

Capítulo 4: Más especialistas.

Mi niño se pone feliz al ver la caricatura de la cerdita rosada más famosa del mundo. Salta sobre la cama infinidad de veces. Nunca logro determinar el motivo de su emoción. ¿Brinca por imitación o por la adrenalina que adquiere al ver las luces y los colores brillantes de la pantalla?. Tal vez piensa que se encuentra en un gran charco de lodo o al menos eso me gusta pensar.

Una mueca gigante se refleja en mi rostro al mirarlo. Es increíble que estos momentos de felicidad se borren de mi mente automáticamente cada vez que asistimos a un médico. Esta semana, volvimos a visitar a su antiguo pediatra. Al que lo atendió cuando era un recién nacido. Quizás nunca tuve que haber buscado una pediatra más especializada... No significa que quería quedarme con una opinión errada. Internamente yo sabía que era irrelevante la respuesta; él tiene mirada conjunta. Pero aquí estábamos nuevamente en su consultorio.

—Fui a pedir una segunda opinión. La especialista me dijo que tiene "trastorno sensorial". Lo mandó a realizar sesiones de terapia ocupacional— le mencioné al pediatra de cabecera.

—¿A quién fuiste?— me responde con voz sorprendida y una expresión que rozaba la indignación. A su comentario agregó que conocía a esa pediatra pero sin dar detalle entendí por sus gestos que le parecía una chanta—. Que siga yendo a terapia y te voy a derivar con un neurólogo. Es cara la consulta pero es excelente. Quiero su opinión.

Fue tan determinante que no tuve opción. Cuando conseguí un turno con el neurólogo había pasado un mes. Pero debo estar agradecida porque era extremadamente solicitado, a pesar del precio.

El día que fuimos, ocurrió lo de siempre. Le entregaron varios juguetes a mi hijo para observar lo que hacía con ellos. Las ruedas de los autos las giraba, armaba los encastres correctamente y perdía su atención inmediatamente. Recorría el consultorio sin parar mientras yo lo perseguía como una loca.

En resumidas cuentas visitar al neurólogo era el equivalente a tener que hacer infinidad de estudios. Algunos más complejos que otros porque para hacerlos Pupi tendría que estar dormido con anestesia. No había otra manera. Pero sinceramente lo prefería porque a veces lidiar con su llanto, movimientos y la fuerza que ejercía para no ser revisado por un médico era agotador.

—Nos volvemos a ver cuando tengas todos los estudios— fue lo último que me dijo el neurólogo antes de marcharnos.

—Dile adiós Pupi— le digo a mi niño mientras intento que salude con su mano al dirigirle sus movimientos.

Unas semanas después volvimos al neurólogo con la esperanza de tener buenas noticias o al menos ese era el deseo.

—Los estudios se encuentran perfectos. No tiene ningún daño neuronal. Su diagnóstico es TEA. El se encuentra entre los colores grises oscuros a negro. El autismo que tiene es severo. Si hablamos de una escala de grises que va desde el color blanco al negro. Tenemos que ayudarlo a que pueda ir aclarando su color— el médico comenzó a hablar sin parar. Necesitaba una pausa—. ¿Tienes alguna pregunta?.

—¿Puede llegar al color blanco?.

—Es difícil y poco probable. Pero lo ayudaremos y trabajaremos en eso. Tiene que hacer terapia dos veces por semana y agregaremos fonoaudiología. Te recomiendo que lo mandes a un jardín maternal. Necesita tener contacto con otros niños. Y tienes que comenzar a tramitar el certificado de discapacidad. Con el CUD vas a poder acceder a la cobertura de sus terapias con la obra social y otros derechos— lo escuchaba atentamente y solo asentía porque las palabras las tenía atoradas, era mucha información.

—¿Le dará medicación para la hiperactividad?— necesitaba que su energía disminuyera un poco.

—No, es muy pequeño por ahora. La medicación se da cuando hay episodios de agresividad. Nos volvemos a ver en tres meses y cuando necesites llenar planillas para el CUD la llamas a mi secretaria— me despacha para seguir atendiendo y nosotros nos vamos nuevamente con las manos vacías pero con un nombre para su patología.

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