Ahí estaban ambos, sentados uno frente a otro. Ivo acababa de decirle a Julieta todo lo que sentía por ella, desde cuándo y lo que pensaba de la situación. Se había desahogado como nunca antes. Ella se limitó a mirarlo, escuchándolo con mucha atención.

—Y que sacaras esa canción ahora me destruye —dijo él, con las manos temblando por la frustración. —Después de lo que hicimos, o cuando te dije que te amo... ahora escucho eso y me siento como un pelotudo. Estoy sobrando acá... pero no quiero irme.

Ella lo miró confundida, como si intentara procesar sus palabras.

—Pero escribí esa canción en junio.

—No importa eso. La sacaste ahora. —Su tono era más suave, casi resignado.

Julieta suspiró, apoyando los codos en la mesa y enterrando el rostro entre las manos.

—No sé qué querés que te diga. Esa canción no tiene nada que ver con vos... ni con nosotros.

—Eso es lo que más me duele —confesó Ivo, su voz quebrándose al final. —No tiene nada que ver conmigo, pero sí con él. Siempre con él.

Julieta levantó la cabeza, mirándolo con una mezcla de culpa y exasperación.

—No es tan fácil. Yo no elegí sentir todo lo que sentí por él, como tampoco elegí que me dejara. Hice la canción porque lo tenía que sacar nomás.

Ivo la observó en silencio, intentando comprenderla. Julieta, por su parte, sabía que esas palabras no hablaban de amor hacia Cristian, sino de la tristeza que la había dejado su partida. Lo que la marcó fue el vacío, no él. Porque lo último que recordaba haber sentido como amor verdadero había sido con Tomás, y eso quedaba tan lejos que parecía parte de otra vida.

—¿Y lo sacaste? —preguntó él, mirándola fijamente.

Ella sostuvo su mirada un instante y, con una firmeza inesperada, respondió:

—Sí.

Parte de él esperaba que dijera que no, que todavía había algo ahí que justificara el peso que sentía en el pecho.

—Entonces, ¿qué significa esto? —preguntó, casi en un susurro, temiendo la respuesta.

Julieta suspiró, apoyándose contra el respaldo de la silla.

—Significa que necesitaba cerrar algo, no para volver al pasado, sino para seguir adelante. ¿Entendés Ivo?

Él asintió lentamente, sus dedos jugando con el borde de la mesa. Sentía un nudo en el pecho, pero también cierta claridad.

—Mirá, yo no puedo obligarte a que me ames —dijo, con la voz más tranquila. —Pero tampoco quiero quedarme esperando algo que no va a pasar.

Julieta lo miró, sintiendo que esas palabras eran como una advertencia amable, no una presión.

—No te estoy pidiendo que esperes, Ivo. No quiero que sientas eso.

Él bajó la mirada, tragando saliva.

—Es que yo quiero esperarte, pero no sé si puedo seguir haciéndolo sin que me sienta así de mal.

Ella sintió un peso en el pecho al escuchar eso. Su mirada se suavizó, y por primera vez en mucho tiempo, dejó caer la barrera que siempre mantenía en pie.

—Yo sí te amo.

Él levantó la cabeza de golpe, mirándola como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.

—¿Qué?

—Te amo. —Julieta respiró profundo, sintiendo cómo el peso de esas palabras la liberaba y la aterraba al mismo tiempo. —Pero no sé si te amo como vos querés que lo haga.

El silencio que siguió fue casi insoportable. Ivo respiró hondo, procesando lo que acababa de escuchar.

—¿Y entonces?

—No quiero lastimarte, no te amo de la forma que te merecés porque me da miedo que no funcione y terminemos mal.

Él se quedó en silencio un momento, asimilando sus palabras. Finalmente, le dio una pequeña sonrisa triste.

—Gracias por decirme. Prefiero esto a quedarme con la duda.

Ella le sonrió, conteniendose de besarlo. No era el momento. Lo vio sacar el celular, ahora más tranquilo y hablar con voz relajada.

—Te invito una pizza.

Julieta lo miró de reojo mientras pedía la comida, y sintió que, al menos por ese instante, podían ser algo más sencillo. Algo menos doloroso. Quizás, lo intentarían a su manera, sin promesas, sin garantías.

Y eso era suficiente por ahora.