Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

◇58◇

Epílogo

"Esperando por ti"

En el libro de dragones, hay una leyenda sobre un dragón marino y una isla fantasma.

Se dice que si cruzas el cementerio de barcos y navegas más allá de los rápidos, entonces encontraras una pequeña isla de apariencia común que se mantiene en soledad sobre aguas calmadas.

Esta isla no posee una belleza llamativa y tampoco resulta ser el hogar de cientos de dragones, pero por alguna razón, las ruinas de una vieja y olvidada edificación yacen allí junto a un montón de árboles con troncos delgados. Se dice que alguna vez fue un coliseo, otros dicen que era una prisión, pero lo cierto es que si en tus viajes te topas con este tipo de isla, sé silencioso todo lo que dure tu estadía y ten cuidado de no perturbar la calma del lugar. Pero si por casualidad empiezas a escuchar un tic tac bajo tus pies, ¡huye de inmediato!

¡Esa isla en realidad es un dragón disfrazado que devora embarcaciones!

Según las historias, una vez se tragó toda la armería de un barco, y desde entonces, aun se pueden escuchar los engranajes de las máquinas en su estómago, creando ecos de lo último que escuchan las personas antes de ser devoradas por él: tic, tac, tic, tac, tic, tac...

—Hermano, estás asustando al niño —advirtió de pronto.

—Coincido con Heather. Mira su rostro, está demasiado pálido.

Esa interrupción hizo que Dagur perdiera el entusiasmo con el que inicialmente estaba contando su aterradora historia y los miró.

—¿Les importa? Trato de contar una historia aquí —protestó, regresando su atención al pequeño sentado delante de él—. Patapez, presta atención. Si quieres dirigir la isla Berserker al lado de mi hermana algún día, tendrás que saber cómo inducir miedo y terror en tu narrativa cuando cuentes las historias de nuestra gente.

—¿Qué yo qué?

Heather miró burlonamente a su hermano.

—A penas estamos reintegrándonos con nuestra gente, ¿ya estás pensando en dejarme todo el trabajo a mí?

—¿Qué quieres decir con todo el trabajo? ¡Compartiremos el título de jefe!

—Aún puedo reconsiderarlo —bromeó, enganchándose al brazo de Patapez con intención.

Justo entonces, una par de botas se detuvieron delante de ese pequeño grupo.

—Oigan, el niño está mirando —advirtió, colocando sus manos sobre los hombros del mencionado como una madre protectora—. Enmascarado, no le habrás estado contando esa exagerada leyenda de nuevo, ¿cierto?

—¿Tú también, Astrid? ¡Ni siquiera llego a la mejor parte!

Ella rodó los ojos y se agachó delante del banquito en el que estaba sentado rígidamente el niño.

—¿Cómo estás pasando el viaje, cariño? —Preguntó amablemente.

El niño abrazó su muñeco de trapo. —No quiero que la Isla Fantasma me devore...pero tampoco quiero casarme...

—.... —luego de un momento, Astrid le dio una palmadita en la cabeza—. ¡Bien! Ese es el espíritu.

—¡Oigan! —La voz de Brutacio se escuchó desde el frente del barco—. Creo que ya estamos aquí.

Escuchando aquello, las personas dejaron de lado lo que sea que estuvieran haciendo y se asomaron por la borda. Incluso quienes no se encontraban en la cubierta salieron y echaron un vistazo al horizonte.

Lo que había delante del barco no era más que una superficie azul que se extendía ante ellos como un mantel sin arrugas, pero por alguna razón, parecía ser justo lo que ese equipo de navegación buscaba.

Todo había iniciado con la Isla Fantasma, o más bien, con los acontecimientos en los que se basó ese absurdo relato.

Como era de esperarse, ninguna de las personas que permaneció en la isla sobrevivió. A los jinetes les tomó un par de horas encontrar un lugar seguro para las personas antes de poder dar media vuelta y volar de regreso, sin embargo, aunque no había sido demasiado tiempo, lo que encontraron fue un espacio vacío en donde se supone debería estar la isla.

Sobrevolaron por kilómetros y kilómetros de agua, sin embargo, por más que miraran, no había un sólo indicio de que alguna vez hubo una isla allí. Ni siquiera un tronco flotando. Todo se lo había tragado el océano.

En ese momento la voz de Patapez había temblado. —¿Creen qué Hipo...? Es decir, ¿él no podría...?

—¡Cállate, cara de pez! Claro que no. Chimuelo fue por él, ¿lo olvidas? Hipo debería...debe estar bien, ¿no es así, Astrid?

En aquel entonces, Astrid, quien llevaba más tiempo allí debido a que se apresuró a volver antes, sólo respondió en voz baja: —Sigan buscando sobrevivientes.

Pero si de casualidad hubo alguien que consiguió mantenerse a flote a pesar de la succión del agua, las furiosas olas no debieron permitirle aferrarse a nada por demasiado tiempo, porque por más que buscaron, los jinetes no lograron dar con nadie.

A la mañana siguiente, varios barcos anclaron cerca de allí y las personas que sobrevivieron pudieron irse a casa, sin embargo, ni siquiera entonces hubo noticias de Hipo o del furia nocturna.

Astrid sobrevoló esa parte del océano una última vez antes de marcharse con sus amigos.

Permanecer allí era inútil. Tenían un montón de dragones exhaustos, dos niños que rescatar, un nuevo líder cazador rondado por allí...y por Odín, alguien tenía que decirle a Estoico lo de su hijo.

Astrid asumió la responsabilidad por ello y le explicó lo sucedido, pero ante todo pronóstico, el jefe de Berk simplemente se dejó caer en su silla y suspiró.

—Ese chico...si me dieran una moneda por cada vez que se ha lanzado de cabeza hacia el peligro, todos en Berk vestirían túnicas de oro —se quejó, demasiado acostumbrado a la sensación como para ser saludable—. Cuando regrese, definitivamente le pondré una correa...a él y a su dragón.

—¿Señor?

—Oh, Astrid, me disculpo por mi hijo —añadió de inmediato—. Esto definitivamente no lo heredó de mí, pero descuida, lo reprenderé debidamente tan pronto ponga un pie en Berk. Ningún vikingo que se haga llamar así mismo un vikingo, debe preocupar de esta manera a su futura esposa.

—Entonces...¿cree que Hipo estará bien?

—En mi propia experiencia, lo único que podría estar retrasando a Hipo de volver con nosotros, es que algo importante capturó su atención en su camino de regreso —casualmente, apoyó su codo en el brazo de la silla y dejó caer su barbilla en su mano—. Ustedes han estado más cerca de él en este último año, estoy seguro que lo único fuera de lugar es que esta vez me enteré, así que no tienen de que preocuparse. Si su dragón estaba con él, no hay forma de que no lo haya logrado.

—...Supongo que eso es verdad.

Estoico se inclinó en su silla y le dio una palmadita en el hombro que la hizo levantar su afligida mirada.

—A veces tarda un poco, pero Hipo siempre, siempre, regresa con quienes ama. Sólo espera por él.

Su serenidad y su rebosante confianza en algo de lo que no tenía pruebas, hizo que tener esperanza no se sintiera como algo absurdo.

Astrid se sintió mucho mejor después de ese intercambio de palabras, y cuando dejó la sala común, lo hizo con mucha más confianza de la que tenía cuando entró. Su corazón no estaba en calma, pero la creencia de que Hipo volvería era suficiente para que las cosas que debían ser hechas fueran hechas.

La Orilla, Shinn y Azu...todos los asuntos de los que Hipo hubiera querido que se encargaran, fueron solucionados como si él hubiera estado presente para coordinarlos. Y pronto, lo único que quedó pendiente fue una cosa.

—Hermana As —lloriqueó el niño, llamando su atención—, ¿de verdad tenemos que bajar?

Astrid sonrió. El barco en el que se encontraban ya había anclado y los dos que le seguían también, así que ahora sus tripulantes estaban bajando en botes para adentrarse más.

—No hay nada que temer —le dijo ella, mientras lo ayudaba a subir al bote—. En este momento, el dragón está durmiendo en lo profundo del océano, no te hará daño.

—¿Estás segura?

—Así es, pequeño —Brutacio apareció y despeinó el cabello del niño al subir, sentandose a su derecha—. Tú sólo relájate y disfruta del viaje, tu hermano Bru te dará un tour exclusivo por el lugar donde alguna vez estuvo la Isla Fantasma.

—Y si te mareas...—Brutilda se sentó a su izquierda—, Brutacio te dará su casco.

—Ja, sí...¿qué?

Astrid negó con una leve sonrisa y retrocedió, dejando que más personas se subieran.

Un momento más tarde, toda una docena de pequeños botes flotaba lejos de donde los barcos habían sido anclados. Y para cuando las personas dejaron de remar, sólo la mitad del sol era visible por encima del agua.

No había ni alegría ni tristeza. Sólo un silencio respetuoso.

—Donde los paisajes no cambian, donde las siluetas persisten, donde las separaciones no existen.

Había una pequeña figura tallada en madera que se encontraba en las manos de todos. Su tamaño equivalía a la palma de una mano, y al levantarla, se podía apreciar que se trataba de un recipiente poco profundo con la forma de un barco.

Pequeñas flores silvestres de diversos colores adornaban su interior, donde una blanca vela había sido cuidadosamente colocada en el centro.

—Es allí donde espero verte algún día, es allí donde estas luces te llevaran. Deja que se conviertan en tus alas y sean el camino que te guíe hacia el majestuoso salón de Odín, donde todos hablaran de ti y brindarán en tu honor.

Con un chasquido, cientos de pequeñas llamas nacieron bajo el cielo naranja. Su luz parpadeó en el agua y dio vida a cada una de las velas que yacían en los barquitos de madera, hasta que eventualmente las mechas de todos estuvieron encendidas y el conjunto de luces que se formaba podía ser visto desde la lejanía.

—Tu nombre será olvidado, pero quienes vivieron gracias a tu valentía recordaran tus acciones por siempre.

Uno a uno, las personas se fueron inclinando por el borde del bote en el que se encontraban, y con sumo cuidado, depositaron el barquito de madera en el agua. La llama de la vela parpadeó, pero no se apagó, y el pequeño barco fue arrastrado por los gentiles movimientos del agua.

Uno...cinco...diez...

Todos fueron liberados y flotaron a la deriva.

Todos se alejaron y se llevaron la brillante luz de las velas consigo, iluminando el camino que recorrían y dejando atrás las suaves ondas que se formaban en el agua. Las personas tenían un semblante inexpresivo mientras contemplaban esta imagen.

—Ahora, colócalo despacio... —indicó Brutilda al pequeño.

El niño era demasiado pequeño para depositar el barco por su cuenta, así que Brutacio lo sostenía por encima del borde para que pudiera estirar sus brazos lo más cerca posible del agua. Una vez que lo logró, su rostro se iluminó como antorcha

—¡Ya está!

—Bien hecho...¿Hermano, estás llorando?

Mientras Brutilda consolaba a su sensible hermano, el niño se sentó en el asiento junto a ella y miró su barquito alejarse junto a los demás. Mientras lo hacía, notó que había un barco que tenía dos velas en lugar de una.

Astrid aún tenía sus manos ahuecadas fuera del bote, y cuando notó la mirada del niño, simplemente le sonrió con gentileza. A su lado, había un segundo barquito de madera y tenía su vela encendida.

Pero no había nadie para liberarlo.

—Ahí viene el bote de cremación —avisó alguien de pronto.

Justo en el corazón de la formación, Heather hacía uso de dos remos para mover el único bote que no llevaba a nadie más que ella. Pero a pesar de que Heather era la única persona en el bote, este no se encontraba totalmente vacío.

El bote rebosaba de memorias.

—Hermano Bru —el niño señaló inocentemente el bote—, ¿para qué es eso?

—¿Eh? —Brutacio bajó su pañuelo y echó un vistazo—. Ah, sí. Bueno, allí colocamos las cosas favoritas de las personas que...que...

Su labio tembló.

Con paciencia, Brutilda lo atrajo hacia su hombro y le dio palmaditas.

—Así los honramos —le explicó ella al menor.

—Entonces se las enviamos para que no estén solos —comprendió el niño.

—Pues...—el ruidoso llanto de Brutacio la hizo suspirar—. Sip, es un laaargo viaje.

El niño asintió, luciendo pensativo y contempló en silencio cómo el bote que guiaba Heather se iba abriendo paso lentamente por el camino libre que le iban dejando las demás personas.

En su trayecto, algunas personas todavía se tomaban la molestia de continuar arrojando cosas al interior del bote cuando este pasaba junto a ellos. Estiraban sus manos y dejaban caer baratijas, figuras de madera, espadas, ropa e incluso comida.

Alguien que tenía una banda en su brazo con un símbolo serpenteante, depositó una lanza rota y una botellita de medicina.

Y cuando el bote pasó delante de Astrid, ella dejó caer en su interior un libro de navegación y una cuerda con un nudo perfectamente elaborado. Incluso después de hacerlo, aún lucía insatisfecha, así que antes de que el bote pudiera pasar de largo, se agachó y buscó algo bajo su propio asiento. Una vez lo encontró, rápidamente se estiró y lo arrojó.

Esto despertó la curiosidad del niño, así que cuando el bote estuvo lo bastante cerca, se inclinó todo lo que pudo y dio una mirada expectante a su interior. Sin embargo, no resultó ser la gran cosa, pues sobre uno de los asientos del bote, lo que yacía allí era una lanza partida en dos pedazos desiguales, y sobre uno de dichos fragmentos, el arma de un arquero se encontraba.

Lanza y arco, dos armas opuesta que finalmente habían logrado reunirse.

—Hermana Bru —llamó el niño de pronto—, ¿puedo poner algo yo también?

—Si quieres hacerlo, hazlo —contestó Brutilda, todavía concentrada en hacer sentir mejor a su sensible hermano—. ¿Trajiste algo contigo?

El niño hizo algo parecido a un puchero y sacudió su cabeza. Entonces, miró su muñeco de trapo.

"Mi padre debe extrañarme, esto le recordará a mi" pensó, a la par que dejaba caer el muñeco al interior del bote.

Heather remó pacientemente hasta llegar al final de la línea y antes de que se alejara demasiado, guardó los remos y saltó hacia el bote más cercano, donde su hermano la esperaba. Desde allí, usó su pie para darle un último empujón al bote, y este fue enviado detrás de los faroles.

Quizás era la perspectiva, pero visto desde lejos, lucía como si las velas estuvieran creando un camino dorado que el bote seguía como si fuese una polilla atraída por la luz.

Era una imagen triste, pero hermosa.

—Lo de las velas fue una gran idea —comentó en voz baja Patapez—, cuando anochezca su luz será aún más brillante.

Astrid echó un vistazo a su lado, donde la pequeña llama de una vela parpadeaba; donde cierta persona debería estar.

—Son brillantes ahora —afirmó, regresando su vista hacia el horizonte—. Combinan con el atardecer.

Y el naranja era un color significativo.

Así que, para cuando el cielo estuvo en su naranja más brillante, un número de flechas con puntas ardientes fueron lanzadas hacia el bote y crearon una brillante flor de fuego que se agitó sobre el agua. Sus llamas bailaban en despedida y se alejaban con un flotar tranquilo y sereno.

—Que los espíritus de los guerreros caídos sean guiados por la luz hacia el Valhalla.

La oración terminó, los arcos fueron bajados.

Incluso después de regresar a los barcos, la luz ardiente todavía podía verse a lo lejos. Eventualmente se apagaría, pero ningún vikingo quiso quedarse a verlo; y al arribar, cada uno tomó su propio camino.

Probablemente, nunca más volver a reunirse.

—Lady Astrid.

Ante ese familiar llamado, Astrid giró su cabeza inconscientemente.

—Tinkus —reconoció—. Yo...no te vi allá.

Él agachó su cabeza, algo apenado.

—No pensé que fuera buena idea...pero de todas formas quise venir aquí. —Levantó la mirada y sonrió un poco— Lady Astrid, sé que ya no es nuestra líder y que ya no somos su responsabilidad, pero de todas formas quería informarle lo que decidí sobre mi vida.

—¿Oh? —Cruzó sus brazos—. ¿Decidiste quedarte en Berk?

—No —hizo una pausa—. Los Zeta...a algunos Zeta les impresionó la flecha que lancé para empezar el fuego en el coliseo, y...piensan que quizás tenga talento en la arquería, así que me ofrecieron...

—Unirte a ellos.

—Uh...¿Cree que sea buena idea?

—Supongo que no lo sabrás hasta que lo veas por ti mismo —se encogió de hombros— Pero sabes que Sasha eligió Berk, ¿no? Ella quiere conocer a sus parientes y convivir con ellos, difícilmente la verás de ahora en adelante.

—Creo que eso está bien. —Imitó su encogimiento de hombros, pero de alguna forma se vio más lamentable—. Sasha no lo diría pero...sé que es difícil verme ahora que Tori ya no está.

—¿Y cuándo te irás?

—Justo ahora —contestó—. Me dieron un mapa para llegar a su nuevo escondite, pero...tengo miedo de perderme, así que pensé irme con ellos cuando termine la cremación.

—Aún no se han ido, deberías ir a buscarlos ahora.

—Sí, ah...—Parecía tener algo más en mente—. De casualidad...¿Shinn y Azu...?

—Oh, ellos están aquí ahora, ¿quieres saludarlos?

Escuchando eso, Tinkus inclinó su cabeza hacia un lado y echó un vistazo detrás de Astrid. Los hermanos Nezumi, de hecho habían venido a la ceremonia, y justo ahora se encontraban charlando entre ellos al final del muelle. Inicialmente, Tinkus parecía feliz de reunirse con ellos, sin embargo...al final, no lo hizo.

—Salúdelos por mí, lady Astrid —dijo en su lugar—. Así como Sasha quería liberarse de los cazadores para encontrar a su familia, Shinn y Azu siempre dijeron que querían viajar por el mundo tan pronto pagaran sus deudas con el señor Ryker. Estoy feliz por ellos.

Astrid asintió. —En ese caso, se los haré saber.

—Ah, y...Lady Astrid...

En ese momento alguien llamó a la rubia.

—¡Astrid! ¡Oye, Astrid!

Ella frunció el ceño y miró hacia un lado.

—¿Qué? ¡Estoy ocupada!

—¡Pero este niño está realmente pegajoso! ¡No suelta mi pierna!

—Piensa que estás practicando para cuando tengas tus propios hijos, Patán.

—¡¿Me estás amenazando?!

Era una charla de un extremo a otro, pero se podía percibir cierta camaradería a pesar de los gritos. Presenciando esto, Tinkus incluso sonrió un poco.

Ella...siempre tuvo su propia su familia.

—Lady Astrid —su voz fue mucho más suave—, debería volver con ellos. Esa persona parece a punto de patear a esa personita.

—Te tomaré la palabra —dio un paso atrás y miradas cortas—. ¿Vas a estar bien?

Asintió. Después de hacerlo, parecía como si quisiera poner en palabras su respuesta, pero para entonces, Astrid ya se había alejado.

Tinkus no la detuvo.

¿Quién podría detener a alguien que lucía tan feliz de marcharse?

—Me voy unos minutos y ya estás agotando la paciencia de Patán —regañó Astrid nada más llegar, con sus ojos en el niño.

El pequeño parecía muy satisfecho abrazado la pierna de alguien que claramente no lo quería allí, pero tan pronto vio una cara agradable, la soltó y brincó a los brazos de Astrid.

—Hermana As, hermano Pez, hermano y hermana Bru, gracias por cuidarme en el viaje —expresó con sinceridad infantil.

—Oh, ternurita.

—¿Qué hay de mí? —Protestó Patán—. Yo te cargue al subir, estuviste en mi pierna hace un minuto, ¿no me vas a agradecer?

—...Hermano Patín, malo.

Brutilda rió. —Me agrada.

—¡¿Cómo qué malo?! ¿Y quién es Patín? ¡Mi nombre es Patán! ¡Patán Jorgenson, pequeña bestia!

—Creo que no debimos dejar que pasara tanto tiempo con Dagur —meditó Patapez.

—No, no. Este niño es bastante inteligente —Astrid lo bajó y le dio palmaditas cariñosas—. Ven a la Orilla cuando quieras, hay bastante espacio en la cabaña del hermano Patín, ¿cierto, hermano Patín?

—...Jodete, Astrid.

Jodete, jodete, jodete —tarareo el pequeño.

—¡Patán! ¡¿Qué le estás enseñando al niño?! —Exclamó Brutacio, horrorizado.

—¿Yo? ¿Cómo iba a saber que repetiría esa tontería?

—Tontería, tontería, tontería...

—¡PATÁN!

Después de eso, Patán no tuvo más opción que mantener la boca cerrada hasta que el niño se marchó. Eventualmente todos lo hicieron, incluso los hermanos Berserker, y pronto, los únicos en el muelle de Berk fueron los cinco jinetes de siempre.

Ya era bastante tarde. Esa noche la pasaron en sus viejos hogares, pero a la mañana siguiente cada uno se alistó para partir sin necesidad de que alguien lo dijera.

—¿Están seguros de que quieren irse? —Preguntó Bocón, de pie frente al grupo—. Escuché que mientras estaban en la Isla, gran parte de la Orilla fue quemada y saqueada. No será un bonito lugar para dormir en los próximos días.

—Justamente por eso debemos apurarnos y volver —señaló Astrid, acariciando a Tormenta, de quien era casi inseparable desde su reencuentro—. Hay mucho en lo que trabajar, no podemos quedarnos aquí a descansar mientras haya trabajo en la Orilla.

—Sin mencionar que tenemos muchos barcos de cazadores que quemar —declaró Patán, subiéndose en Colmillo y ganándose una mirada extraña de todos—. ¿Qué? Casi quemaron mi "S", no voy a dejar que se salgan con la suya.

—Dale las gracias a Hillary por eso, estoy segura que ella sabía sobre la quema a la Orilla y no dijo nada.

—¡Agh! Ni lo menciones, cara de pez. Ya rompí lazos con ella de por vida.

—Hablando de la hija de los Adrikson, ¿qué pasó con ella después de que dejaran la isla? —Preguntó Bocón.

—Brutacio y Brutilda escoltaron a su majestad de vuelta con sus padres —respondió Astrid con ligera burla—. En su situación, no le quedó más alternativa que confesar todo lo que hizo. Creo que estará castigada hasta los treinta.

—Oh, ¿y cómo le hicieron para que hablara?

—Brutilda la puso de cabeza sobre un risco —Brutacio se rió al recordarlo—. Su padre estaba taaan furioso; se enojó aún más cuando supo que su esposa apoyaba lo que hacía su hija, pero no pudo decir mucho cuando Hillary sacó el tema de su otra esposa y sus otros hijos. ¡Fue todo un espectáculo!

—Nunca me había sentido tan bien por destruir una familia —se burló Brutilda.

—Al menos ya no tendremos que ver la cara de Hillary nunca más —Astrid estaba aún más feliz por ello—. Y si aún tiene las agallas para pararse en la Orilla...

—Oh, cuenta conmigo —Brutilda palmeo los músculos de su brazo—. Siempre quise darle un sólido derechazo de todas formas.

—No sé qué es más aterrador —comentó Bocón a Patapez, en tono confidencial—. Lo que le espera a la siguiente chica que trate de meterse en la Orilla, o que esas dos estén de acuerdo en algo.

—Siendo sincero, ambas cosas me dan escalofríos.

Aterrador o no, al final no hizo falta darle un sólido derechazo a nadie. Hillary no volvió a poner un pie en la Orilla del Dragón y tampoco volvió a cruzarse con los jinetes. Naturalmente, todos asumieron que Hillary los despreciaba tanto que no quería verlos, pero la realidad era que...

Después de jugar a ser un cordero y recibir nada más que adoración, aún si era una actuación, Hillary ya se había acostumbrado a tener un lugar entre ellos. No soportaba la idea de ser despreciada, así que fingió resentimiento y se alejó para conservar su orgullo.

Por supuesto, los jinetes nunca supieron esto.

Tan pronto pudieron volver a la Orilla del Dragón, se olvidaron de Hillary y lo único en lo que pudieron pensar fue en las reparaciones por hacer. Por lo que sabían, algunos barcos de cazadores habían arribado y se habían divertido en su ausencia, pero no habían tenido la oportunidad de hacer una revisión de daños hasta el momento.

Patapez incluso hizo una lista: —Puertas quemadas, establos destruidos, paredes manchadas, cajones fuera de su sitio...¿Algo más que deba añadir?

Brutilda levantó una mano. —Se llevaron mi figura hecha de cabello.

—....

Esa misma tarde, cientos y cientos de volantes con el dibujo de Brutilda-cabello fueron repartidos en el mercado. Los carteles tenían escritas las palabras "Se busca" y "Recompensa".

Desafortunadamente, nadie se contactó con ellos.

Pero a excepción del arte robado de los gemelos, realmente no hubo pérdidas significativas. Las cosas materiales que se quemaron en el incendio fueron reemplazadas y aquello que se rompió o desapareció en el saqueo, fue tirado y olvidado. Incluso los dragones que huyeron regresaron. Y después de tres días de arduo trabajo, la Orilla del Dragón volvió a ser la Orilla del Dragón.

—Es una lástima que Hipo no haya regresado aún —expresó Brutacio en una ocasión—. Quería ver su reacción cuando viera cómo los cazadores dejaron su cabaña. Pero ahora está casi como nueva, ¿cuál es el sentido?

—Lo sé. Tuvimos que reparar el techo de su cabaña y ni siquiera está aquí para agradecernos, es tan injusto —Brutilda se cruzó de brazos. De repente ambos se miraron—. Oh, ¿estás pensando lo mismo que yo, hermano?

—¿Incendiar su cabaña como bienvenida?

—Incendiar es una palabra un poco fuerte, llamémoslo: Hacer que viva la experiencia. No estuvo aquí cuando pasó, pero eso no significa que deba perdérselo.

—Cierto. ¿Qué clase de amigos seríamos si lo excluyéramos de estas cosas?

—Unos terribles —reconoció Brutacio.

—Entonces a partir de ahora hay que guardar un recuerdo de cada cosa que hagamos. Una roca, una rama quemada, las vísceras del pez que cenamos...

—Eres brillante, hermana. Pero espera, ¿qué pasa si se siente excluido cuando escuche nuestras felices historias? Historias en las que no estuvo...¡Eso sería aún más cruel!

—Tienes razón, no lo había pensado...

—¡Ya se! —Brutacio chasqueó sus dedos—. Podemos hacer un Hipo sustituto para que viva con nosotros la experiencia. ¡De ese modo no será excluido y sentirá que estuvo con nosotros!

—Brillante. Iré por la paja.

Ese mismo día, Patán casualmente pasó por la cabaña de Hipo después de darle un baño a Colmillo y notó que la puerta estaba abierta. Lo primero que pensó fue que Hipo había regresado, así que de inmediato saltó al umbral y se asomó por la puerta. Sin embargo, lo que se encontró fue a los gemelos, rodeados de un montón de paja, decidiendo cuál camisa de Hipo se vería mejor.

—.... —Patán se alejó lentamente.

El siguiente evento significativo que ocurrió en la ausencia de Hipo, fue un correo de terror terrible que llegó a mitad de una cena en el salón principal. En los últimos días, los únicos que habían llegado habían sido de parte de Heather, pero el correo que llegó en esa ocasión era un paquete sin remitente.

Sin embargo, no se necesitaba ser demasiado inteligente para saber quién lo había enviado.

—Krogan buscó aliarse con Ryker para que le diera la ubicación del Ojo del Dragón, creí que a estas alturas ya lo tendría en sus manos —razonó Patapez.

—Viggo debió de esconderlo en un lugar del que ni siquiera su propio hermano sabía, es...bastante astuto si lo piensas —comentó Astrid, sosteniéndolo entre sus manos.

—Astuto mi trasero —refutó Patán—. La última vez se fue sin decir una palabra, ¿por qué de repente nos regala el Ojo del Dragón cómo si Hipo y él no se hubieran estado matando el uno al otro por él?

—En la Isla, le ofreció el Ojo del Dragón a Hipo a cambio de mantenerlo con vida —recordó de pronto Patapez—. ¿Sería posible qué Viggo...respetara este trato?

—Si es así, acabamos de obtener una gran ventaja —comentó Astrid, colocándolo sobre la mesa como si no fuera la gran cosa.

—¿Ventaja? —Patán resopló—. La Orilla acaba de convertirse en el blanco de los cazadores...de nuevo. Para la tarde tendremos a toda una flota y cientos de cola quemante, tratando de...

—No mientras no lo sepan —interrumpió Astrid, mirándolo con una sonrisa oculta.

—¿Eh?

—Krogan seguro piensa que Viggo está muerto, y un muerto no puede ir a su propio escondite y desenterrar su tesoro. Estará corriendo en círculos tratando de hallar algo que ya no está, incluso pensará que está compitiendo con nosotros para encontrarlo, cuando en realidad...

—...Cuando en realidad nosotros ya hemos ganado —Patapez estaba radiante—. ¡Por Thor! Esto es increíble, esta interminable guerra por fin cesará y podremos ir a casa, ¿escuchaste eso Albóndiga?

—Pero...—Brutilda tenía el ceño fruncido—, ¿por qué Viggo haría algo bueno por nosotros? ¿Soy la única que se lo pregunta?

—La Torton masculina tiene un punto, ¿hablamos del mismo Viggo? —Consultó Patán.

—Quizás estar a punto de morir en el lomo de un dragón, le hizo tener un punto de vista diferente de las cosas —sugirió gentilmente Astrid

Ante eso, las caras de todos se convirtieron en un "Sí, claro, como si esas cosas pasaran", sin embargo tampoco se les ocurrió otro tipo de justificación.

Astrid simplemente sonrió.

Aquella vez en la Isla Fantasma, la forma en la que Viggo se había acercado al dragón de Zett y cómo lo había tratado; no se podía decir que fuera amigable, pero tampoco se sintió como el trato presa-cazador. Había cierto respeto en su mirada, como quien ve a un igual. Probablemente eso era lo que ocurría cuando un dragón desconocido te salvaba la vida dos veces en un mismo día.

Viggo los había cazado toda su vida, y quizás un solo dragón no podía cambiar la forma en la que los veía a todos, pero...también podría ser que sí. Podría significar un nuevo comienzo para él y un problema menos para los jinetes.

—Parece que todas las piezas están cayendo en su sitio —comentó Astrid, con cierta satisfacción.

No importaba como lo mirara. De alguna forma, hasta lo más insignificante estaba conociendo su final. Eso dejaba a los jinetes con una única cosa por hacer.

Esperar.

En los días posteriores al hundimiento de la Isla realizaron largos vuelos de búsqueda, y aunque no pudieron obtener ni una sola pista del paradero Hipo, se mantuvieron firmes en su creencia. Era Hipo, seguro había encontrado algo interesante y estaba demasiado ocupado lidiando con ello como para volver pronto, pero sin duda lo haría. Sólo tenían que esperar.

Los primeros días fueron así.

Los días que le siguieron también.

Pero mientras más pasaba el tiempo, más difícil era mantener esa confianza. En una ocasión, incluso llegaron cuestionarse si realmente había alguien a quién esperar.

Astrid fue la única que nunca se tambaleó.

Uno pensaría que estaría devastada por la incertidumbre, pero sorprendentemente, era la persona que más creía en Hipo.

El día que rindieron honores a los fallecidos, se tomó la molestia de llevar una vela adicional consigo. Estaba bastante segura de que Hipo aparecería con Chimuelo en cualquier momento.

Cuando regresaron a la Orilla del Dragón, se encargó personalmente de las reparaciones a su cabaña. Pensaba que para cuando estuviera lista, Hipo seguro ya habría vuelto.

Y la vez que fueron invitados a la Isla Berserker, Astrid fue la única que permaneció en la Orilla del Dragón. Temía que no hubiera nadie para recibirlo si Hipo decidía volver esa noche.

En todas esas ocasiones espero y esperó, sin embargo, Hipo en ningún momento apareció. Los jinetes ya estaban preocupados, pero por alguna razón Astrid seguía teniendo confianza.

—Si no es hoy, será mañana —dijo con voz serena.

Eso le decía de vez en cuando a Patapez cuando se ponía inquieto, y lo repetía aún más cuando hacían un vuelo corto y volvían con las manos vacías. Uno pensaría que eventualmente se cansaría, pero Astrid continuó repitiéndolo por varios amaneceres más.

No fue hasta una mañana fría, que la Orilla que nadie visitaba, fue inesperadamente visitada.

—¡Lady Astrid, vine para usted para que vayamos a Berk!

Astrid miró a Sasha un momento.

La miró y la miró hasta que decidió fingir no haber visto nada y continuó cepillando las alas del pesadilla monstruosa.

—¡Lady Astrid, no me ignore!

De acuerdo, opción descartada.

—No lo hago, no lo hago —le dio un segundo vistazo, uno corto—. ¿Pero qué haces aquí de todas formas? ¿No estabas...preparándote para tu iniciación Torton?

—¡Exacto! En unos días seré añadida al árbol familiar, pero usted no parece tener intenciones de ir a ver, así que decidí tomar la iniciativa y vine por usted. ¡Busque a Tormenta y vámonos!

—No lo haré, Sasha.

—...Lady Astrid, ¿cómo puede ser tan cruel?

Astrid se rió suavemente.

—La iniciación Torton es algo...exclusivo de la familia de Torton, no creo que los extraños sean bienvenidos a observar —alegó ella—. Además, ¿por qué me necesitas allí? ¿No crees que puedas hacerlo sola?

—...Claro que puedo —se cruzó de brazos, desviando la mirada con un puchero—. Pero...¿qué pasa con el apoyo moral? Shinn y Azu estarán atrapados en la Isla Glaciar hasta que paguen lo que perdieron en una apuesta, no podrán llegar a tiempo. Y me niego a triunfar sin nadie para verlo.

—¿Shinn y Azu de nuevo están estafando personas? —Astrid sonrió con burla—. Parece que haber tenido que trabajar para los cazadores no les enseñó nada en absoluto.

—Dígamelo a mí, menos mal no se fueron con los Zeta. Habrían aprendido cosas peores o dejado en vergüenza a todos nosotros.

—Quién sabe, los Zeta ya no son lo que eran —contestó Astrid, en un tono indiferente—. Escuché que decidieron ya no robar más y están viviendo del trueque. Incluso dejaron los nevados para empezar a sembrar vegetales.

—Ja...—Sasha dejó ver una sonrisa amarga—. Parece que intentan vivir una vida honorable. No creí que fuera posible ahora que ni siquiera tienen a Hanz.

—Honorables o no, los jinetes de dragones ya no tienen nada que ver con ellos. Los gemelos incluso quemaron el regalo que enviaron.

—¿Enviaron un regalo a la Orilla?

—Ropa de invierno —sonrió sin gracia—. Ahora que dejaron los nevados no la necesitan más, así que creyeron que nos serviría para futuros inviernos.

—...Mis primos hicieron lo correcto —asintió y asintió, muy de acuerdo al respecto, pero tras una corta pausa, su expresión se volvió complicada—. Y a todo esto...

Sólo con ver su cara, parecía que acababa de pensar en algo y que ese algo era difícil de pronunciar. Astrid evitó sonreír.

—¿Qué?

—Uh...—miró hacia otra parte—. Nada, olvídelo.

La rubia finalmente rió, terminando de atender al dragón delante de ella.

—Tinkus está bien —dijo—. Me envió una carta hace una semana y parece que no lo está haciendo mal. Pronto recibirá el apellido Zeta de ser así.

—....—Sasha parecía un poco avergonzada—. Me alegro por él.

—Deberías ir a visitarlo.

—No presione, lady Astrid. Usted ni siquiera visita a sus padres.

Astrid levantó una ceja. —¿Acaso...?

—¡Sí! ¿Ser jinete de dragón quita tanto tiempo? ¡Dijeron que hace mucho que no los visita! —Protestó Sasha, finalmente recordando el otro tema que quería tocar con ella—. Ellos podrían estar preocupados por usted, ¿sabe?

—Les escribí.

—¡¿Les escribió?!

—No es para tanto —Astrid tomó la cubeta y caminó fuera de los establos, con Sasha siguiéndole como un pollito—. Si todo resulta, podremos volver a Berk pronto. Sólo estamos esperando discutirlo con Hipo antes de hacer cualquier movimiento.

—Siento que lo dice sólo para echarme.

—En realidad sí, pero hey, cuando regreses a Berk puedes ir y decirle a mis padres que su hija y su futuro yerno estarán cenando con ellos pronto.

—¡¿Ah?! —Sasha negó, avergonzada—. Lady Astrid, sus padres ni siquiera saben que usted se comprometió con el señor Hipo, ¿cierto? ¡No puedo ser yo quien les de la noticia! ¡Debería ir y decirles usted misma!

Astrid negó, todavía sonriendo.

—Creo que eso va a tener que esperar, no puedo irme todavía, y no es algo que pueda decirles en una carta —hizo una pausa, tocando su barbilla—. O quizás si pueda...

—¡Hay cosas que no deben decirse en cartas! —Sasha resopló, sin saber todavía cómo reaccionar ante ese lado suyo tan casual y despreocupado. Ella y los otros sólo habían conocido su lado guerrero, ¿quién demonios era esta chica tan relajada?—. Lady Astrid, por favor aléjese del papel y venga a Berk de inmediato. Es por su propio bien.

—No puedo, estoy esperando a alguien.

—Berk o la Orilla, ¿cuál es la diferencia? También podría esperar al señor Hipo en Berk, ¿no?

—Él vendrá aquí primero —afirmó, mirando el frente—. Estoy segura.

—...¿Realmente lo cree?

—¿Por qué no lo haría?

Hipo nunca se rindió en encontrarla, ¿por qué ella se rendiría en esperarlo?

Sasha no pudo decir mucho después de eso. Dijera lo que dijera, Astrid todavía la rechazaba cordialmente, así que al poco tiempo se resignó y se marchó. Patán apareció un momento después.

—¿Se fue? Que lastima, ni siquiera pude darle un recorrido por la Orilla.

—Aléjate de ella Patán —advirtió amistosamente Astrid—. Créeme, no quieres molestarla.

—¿Qué? ¿Serás la clase de mentor que es sobreprotector con sus alumnos?

—Lo digo por tu propio bien —dio media vuelta con una sonrisa—, recuerda que fui la que le enseñó a golpear.

Pensando en todas las veces que acabó con una mandíbula desencajada, de repente Patán ya no se sentía interesado en la belleza Torton. Es más, si todas las chicas que aparecían en su vida continuaban siendo así de agresivas, acabaría pensando en Brutilda como una mejor opción.

En algún lugar de alguna fosa de jabalíes, Brutilda estornudó.

—Y...aquí está tu desayuno —Astrid vació una cubeta de pescado a los pies del dragón—. Lamento la demora, realmente no esperaba una visita.

El pesadilla monstruosa que hace un momento estaba bañando, miró la pila de pescado, después a Astrid y...la ignoró

—¿Es en serio? Zett ni siquiera se preocupaba por darte de comer, ¿cómo es que eres tan quisquilloso? —Se quejó Astrid, posando sus manos en sus caderas.

—Creo que aún está muy deprimido —comentó Patapez, entrando en compañía de Albóndiga—. Este amigo debió de haber estado muy apegado a su jinete, me pregunto cuanto tiempo estuvieron juntos.

—Quién sabe, Zett rara vez lo montaba. Era él quien siempre estaba siguiéndolo en secreto —relató Astrid—. Pero aún si su relación era distante, siento que fueron muchos años.

—Qué extraño que teniéndolo tanto tiempo a su sombra, nunca le haya dado un nombre —Patapez la miró—. ¿Crees que deberíamos darle uno?

—Supongo que nunca es tarde para eso —Astrid golpeó suavemente su codo en el costado de Patapez—. Te advierto que es muy exigente, si logras que responda a uno será todo un logro.

—Oh, no te preocupes por eso Astrid —dijo de inmediato, sacando alegremente un pequeño cuaderno—. Desde que lo trajiste aquí, he estado pensando en cientos de nombres que le caerían...

A penas había pasado tres páginas, cuando repentinamente dejó salir un grito y casi suelta su libreta.

—¡Los gemelos! —Exclamó horrorizado—. ¿Cuándo tomaron mi cuaderno? ¡Garabatearon por todas partes, esos...!

Las palabras que dijo a continuación fueron totalmente inapropiadas y no debían ser repetidas en público, sin embargo, después de que los terrores aletearan lejos, inesperadamente el pesadilla monstruosa levantó su cabeza y se sentó, mirando a Patapez con lo que parecía ser un nostálgico reconocimiento.

—....

—....

¡Qué demonios! ¡¿Así llamaba Zett a su dragón?!

—...Te lo encargo, Patapez —rígidamente, Astrid buscó la salida—. Que les vaya bien a ti y a Albóndiga con la terapia de grupo.

—.....—De repente, Patapez sentía que ese dragón tenía problemas con los que no iba a poder ayudarle.

Sin nada más que hacer, Astrid decidió ir por su hacha.

No había mucho que hacer en la Orilla, en realidad. La maleza no había crecido desde la última vez, los dragones tenían agua fresca para beber, y esa mañana la guardia le tocaba a los gemelos. Fuera de entrenar no tenían nada más que hacer.

Sus días eran bastante simples en verdad.

Si había cazadores de los que ocuparse, lidiaban con ellos y volvían. Si no había nada que hacer, Astrid entrenaba y volaba con Tormenta. A veces mandaría a Patán a los mercados para tener noticias y a veces iría ella, pero rara vez se alejaba de la Orilla. Al menos no demasiado tiempo.

Siempre estaba esperando a que cierta persona apareciera. En cada cosa hacía, esperaba que al terminar ya estuviera de regreso, y aunque era decepcionante descubrir que no, nunca dejó que eso la deprimiera.

En algún momento regresaría, no tenía dudas. Se trataba de la misma persona que una vez la llamó mejor amiga y sin embargo le propuso matrimonio. La misma persona a la que dejó atrás y sin embargo no descansó hasta encontrarla. El mismo a quien le dio motivos y sin embargo jamás la culpó. Hacer lo inesperado era lo suyo, ¿cómo no creer que volvería?

Esperar no era la gran cosa.

—Nena, ¿estabas durmiendo aquí? —Astrid no pudo evitar ser cariñosa y abrazarla poco—. Si ya estas despierta, ¿por qué no vas a los establos y ayudas a Patapez a animar un poco a nuestro amigo? Albóndiga no se atreve a molestarlo demasiado.

Tormenta se frotó un poco, pero su respuesta fue perezosa.

—Anda, no es tan malo. Es sólo un poco asocial, es todo —la animó—. Sé que ustedes se llevarían bien, intenta ser su amiga.

Desde que se habían reunido nuevamente, Tormenta había estado algo pegajosa con Astrid, como un gatito necesitado de amor, así que bastaba que Astrid le hablara en un tono dulce para que accediera a cada una de sus peticiones. Ella realmente aceptó y obedientemente aleteó lejos, con dirección hacia los establos.

Astrid sonrió complacida y caminó hacia un nuevo y renovado campo de entrenamiento. En la reconstrucción de la Orilla había aprovechado para añadir más blancos y aumentar la distancia de lanzamiento, pero aún no se había animado a probar este último con algo que no fuera un hacha.

Estuvo arrojando su hacha varias veces, al menos para calentar, antes de echar un vistazo al barril de cosas filosas que los gemelos habían traído desde su cabaña. Evaluó un par de dagas gemelas, hasta que eventualmente se decidió por el arco.

Sosteniéndolo y usándolo para apuntar una flecha hacia un blanco alto, hizo que se sintiera un poco feliz por alguna razón. Sin embargo, su sonrisa decayó cuando miró lo que había junto a la rama de uno de los blancos.

—Brutacio, Brutilda, ¿no les dije que se deshicieran de esa cosa? —Se quejó a los cuatro vientos, bajando el arco y caminando hacia el árbol—. Por última vez, no necesitamos un Hipo sustituto...

Si los gemelos hubieran estado cerca, ya hubieran aparecido para burlarse y simular conversar con ese saco de paja, pero evidentemente no estaban, así que Astrid decidió que era un buen momento para encargarse de ese muñeco.

Cuando la acusaran de asesinato, fácilmente podría fingir que había confundido al Hipo sustituto con un blanco. Así que estando a los pies del árbol, Astrid levantó una flecha hacia la rama más alta.

Sus dedos tensaron la cuerda y...

—Inefable.

El cuerpo de Astrid se puso rígido y la flecha salió disparada a cualquier lugar menos al que había apuntado.

—Charla, ósculo.

Con un rostro lleno de emociones contenidas, bajó lentamente el arco. Sus manos temblaron mientras lo sostenía.

—Silencio, ramé.

No se atrevía a moverse, ni siquiera a respirar porque temía estarlo imaginando, sin embargo, su corazón ya latía fuertemente y una sonrisa inevitable comenzaba a crecer.

—Ademán, forelsket.

La última letra apenas había sido pronunciada, cuando Astrid volteó con la misma rápida con la que se movería para bloquear un ataque. Sin pensarlo echó a correr.

—Lucero...

En la entrada del bosque, un dragón y su jinete se encontraban. Las siluetas que tanto había ansiado ver, finalmente se reflejaban en sus ojos cristalizados.

—Naranja y...

Astrid saltó a su abrazo, sin dejarlo terminar lo que le tomó casi una vida decir, y entre lágrimas y risas, ambas figuras cayeron sobre la hierba.

Chimuelo se agitó, mostrando un intento de sonrisa mientras los veía rodar por el suelo alegremente.

Con un peso extra sobre él, Hipo se rió suavemente y levantó su torso un poco, apenas apoyándose en un codo y sin poder hacer nada ante esos brazos que se aferraban a su cuello y se negaban a dejarlo ir. Acarició sus cabellos y besó gentilmente su cabeza.

—Y...perenne —concluyó por fin.

Astrid mantuvo su rostro enterrado en un rincón de su cuello, apretándose contra él y descubriendo por primera vez el significado de llorar de felicidad.

Una vez pudo calmarse, levantó su cabeza y lo miró, como quien ve el paraíso por primera vez. Inicialmente, parecía que fuera a besarlo, pero quién hubiera pensado que de repente su rostro se oscurecería y le daría un fuerte golpe en el hombro.

—¡Ah! ¿Qué...?

—Eso, fue tardarte.

Hipo soltó una risita, pasando una mano por el lugar afectado.

—Supongo que me lo merezco —aceptó.

—¡Por supuesto! ¿Sabes lo preocupada que estaba? ¿Lo preocupados que estaban todos? Brutacio y Brutilda incluso hicieron un muñeco hecho de...

Como una bendición del cielo, Hipo tomó su rostro y la besó, cortando toda su lista de adorables quejas.

—Se supone que debías besarme y decir "esto es por haber vuelto" —murmuró Hipo, asomando una pequeña sonrisa.

—Tú...—Astrid estaba sin aliento—, ¿ahora te adelantas a mis movimientos? ¿Quién eres y qué hiciste con mi Hipo?

—Si usas siempre los mismos trucos, tu enemigo acabará prediciéndolos, ¿no es eso lo que una vez dijiste, mi lady?

—Supongo que tendré que pensar en mejores excusas para besarte.

—Como si necesitáramos excusas —bromeó.

Compartiendo una sonrisa, su cálido momento fue interrumpido por una serie de gritos.

—¡Lo sabía! ¡Te dije que vi algo entrando a la Orilla! —Exclamó Brutilda, desde los cielos—. No hay que volver a dormir en nuestra guardia.

Con emoción, Brutacio ahuecó sus manos alrededor de su boca y gritó: —¡Oigan todos! ¡Hipo volvió! ¡Hipo volvió! ¡Realmente volvió!

Viendo al cremallerus acercándose, Hipo sonrió y agitó su mano en saludo. Sus demás amigos probablemente ya escucharon la serie de gritos y estaban también de camino.

—Alguien tendrá que dar muchas explicaciones —advirtió Astrid, estirando su mano para acariciar a Chimuelo—. Y espero que estés listo para conocer a tu doble idéntico.

—Lo haré, lo haré...cuando cierta persona me diga cuál es esa tercera palabra que usaría para describirme

Astrid soltó una carcajada.

—¿Cómo es que aún te acuerdas de eso? —Preguntó entre risas—. Bueno, supongo que te lo ganaste.

Acomodándose a su lado, se inclinó y susurró a su oído algo que ni siquiera Chimuelo pudo escuchar. Sorprendido, Hipo levantó sus cejas y volteó a mirarla.

—¿Cómo? ¿Incluso en ese entonces ya...?

Astrid le sonrió. —¿Acaso importa desde cuándo?

Hipo parpadeó y finalmente dejó salir una risa.

Cuidadosamente, tomó la mano que antes lo había golpeado y besó su dorso, mirándola con una sonrisa

—Te amo, lo sabes ¿no?

Astrid había esperado mucho para poder responderle.

—También te amo.

Sin importar el tiempo que esas palabras tardaron en llegar el uno al otro, una vez pronunciadas, ya no había marcha atrás.

Ya sea en un campo de entrenamiento bajo un árbol de hojas amarillentas.

En un arco de flores, luciendo ropas blancas y doradas.

O en el pórtico de una cabaña mientras la nieve caía y dos personitas los acompañan.

Esas palabras serían repetidas por siempre.














◇◇◇◇◇

《Te amo, Astrid Hofferson》Ha llegado a su fin.

Espero que les haya gustado tanto como yo disfruté escribirla. Muchas gracias por haberme acompañado durante tanto tiempo, esta historia existe por ustedes ❤

Pronto subiré una última nota para despedirme como se debe, hasta entonces, tomen agüita y no se olviden de respirar 👋

Este intento de escritora los ama ❤

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro