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◇55◇

"Castigo"

Cada vez que Astrid alzaba la vista, el cielo se veía más y más sombrío; esas nubes presagiaban lluvia.

—¡Vamos! Agilicen esas manos —Animó ella, tirando y comprobando la resistencia del nudo que acababa de hacer—. Si la tormenta nos alcanza no podremos salir.

Viéndola trabajar tan duro con un rostro tan serio, un vikingo de apariencia común le comentó a otro: —¿Por qué las mujeres siempre están tan enfadadas? Es un desperdicio de belleza.

—Ni la mires, escuché que vino aquí con su esposo por su luna de miel.

—Bah, ¿por qué las más bonitas ya están casadas?

En ese momento, un látigo afilado pasó volando a varios metros por encima de sus cabezas y descendió delante de ellos. Debido a que todos estaban ajetreados en sus propias tareas, no le dieron más que un corto vistazo, pero Astrid hizo una pausa y se paró delante de ella.

—¿Hay novedades?

Heather asintió. Astrid no necesitó más, rápidamente avanzó y se subió a Cizalladura con un movimiento hábil y profesional.

Heather le dio una palmada al dragón y este las llevó a ambas a los pies de la montaña, lugar donde Hipo y los demás estaban. Astrid se animó un poco cuando divisó desde el cielo las figuras de los menores, más aún cuando vio que el castaño estaba con ellos.

—¡Hipo!

Hipo reaccionó a su voz y volteó en el acto. Sonrió un poco cuando la vio bajarse de Cizalladura, y se puso en pie para recibirla cuando Astrid se dispuso a correr hacia ellos.

Había dado sólo tres pasos cuando la tierra bajo sus pies de repente se sacudió violentamente. Astrid se detuvo y la expresión de todos se congeló.

¡Otro terremoto estaba ocurriendo!

—¡Cizalladura! —El látigo afilado había saltado y aleteaba a varios metros de la tierra, aún con Heather en su lomo, y se negaba a volver al suelo—. ¡Nena mantén la calma!

Era incluso más fuerte que el de la última vez. Pero si el primer terremoto había indicado el comienzo del hundimiento de la isla, entonces ese nuevo terremoto sólo podía significar que...

¡El dragón estaba volviendo a lo profundo del océano justo ahora!

—¡Hipo! —Astrid acababa de caer en cuenta de ello.

—¡Lo sé! —Hipo se agarró de Chimuelo. El furia nocturna estaba incluso más nervioso que antes, así que trató de tranquilizarlo—. Tranquilo amigo, esto no es nada, sólo espera, pasara pron...¡Astrid, cuidado!

Su atención se había desviado en la última frase y sus ojos se agrandaron cuando notó el enorme y pesado árbol inclinarse peligrosamente sobre la figura de la rubia. Astrid volteó al escuchar su grito y la vista del árbol cayendo fue lo que la saludó.

....

El terremoto fue tan poderoso que incluso logró que más de un tronco cayera. Por un largo tiempo, las ramas de los árboles continuaron sacudiéndose y el agua continuó salpicando fuera de sus recipientes, pero durante este tiempo las diversas personas en la isla también enfrentaron el pánico.

Quienes se encontraban en la montaña frenaron sus actividades abruptamente y se alejaron del precipicio, sujetando los barcos que se hallaban peligrosamente cerca y resistieron con valentía lo que duró el temblor. Sin embargo, las cosas en el campamento Zeta no fueron nada como eso.

—¡Oigan! —Zett sujetó los barrotes de baja calidad y miró a los guardias con una expresión bastante infeliz—. ¡Esta cueva no se ve para nada segura! ¿Qué harán si se cae en pedazos y muero?

Por supuesto que las personas que resguardaban la cueva no le harían caso, no cuando había un terremoto al cual prestarle mayor atención. Zett volvió a quejarse, pero tropezó y su cara se fue contra el suelo.

Desde ese ángulo lamentable, tuvo una vista de varias botas desfilando con dirección hacia la cueva. Era un numeroso grupo de personas con espadas y arcos, cuyos ojos furiosos parecían estar clavados en Zett a pesar de lo mucho que la tierra temblaba, como si su propósito en vida fuera llegar a él sin importar si cielo, mar o tierra colapsaban.

Para cuando el terremoto concluyó, Zett ya estaba rodeado y el árbol que amenazaba a Astrid ya había caído al suelo.

—¡¿Están bien?!

A los pies de la cueva, Astrid abrió los ojos y lo primero que vio fue a Chimuelo olfateando su rostro. Ella palmeó su cabeza y emitió un suspiro; sino fuera porque el furia nocturna la había empujado y quitado del camino, quizás ahora tendría varios huesos fracturados

—Te debo una —le dijo al dragón.

—Astrid —Hipo llegó hasta ella.

—Estoy bien, ¿y los demás?

—Cizalladura se llevó a Heather, Sasha está con Tinkus —mientras hablaba, le dio un vistazo completo a la rubia y realizó el mismo procedimiento con su dragón. En este último, su mirada se detuvo al notar algo y sus ojos se abrieron en sorpresa—. ¡Amigo, tu cola!

No fue hasta que Hipo lo mencionó que Astrid miró más allá y lo descubrió también. La cola del furia nocturna había quedado atrapada debajo del tronco del árbol, y de hecho, seguía debajo de este.

Sin necesidad de usar palabras, Hipo y Astrid se colocaron uno junto al otro y unieron fuerzas para levantar el árbol caído. No era un trabajo que pudieran hacer sólo dos personas, pero juntos lograron levantar el tronco lo suficiente como para que Chimuelo pudiera liberarse.

El puñado de ramas y hojas había amortiguado el golpe, así que a simple vista Chimuelo no tenía lesiones, pero la prótesis se había echado a perder.

—Todavía tienes dos repuesto, ¿no? —Consultó Astrid, mirando la fea forma en la que algunos alambres se torcían fuera de su sitio.

Hipo asintió, pero hizo una mueca.

—Dejé mi bolsa con Patapez —recordó con lamento.

—Buscaré a Heather...

—No hay tiempo —la detuvo—. Cizalladura debió de ponerla a salvo, nos alcanzará luego, nosotros tenemos que subir de regreso y avisarles a todos qué preparen los barcos lo antes posible.

—¿Qué pasará con los dragones qué hacen falta? El barco no irá a ninguna parte sin ellos.

—Brutacio y Brutilda los traerán  —Hipo parecía bastante segura de eso por alguna razón—. No lo olvides, son buenos para hacer que multitudes furiosas los persigan.

¿Por qué eso sonaba tranquilizador?

—¡Lady Astrid!

Los dos menores corrieron hacia la pareja, con sus ojos en la rubia. Astrid se giró, y su semblante se suavizo un poco cuando los vio detenerse delante de ella, sin embargo, no pudieron tener una reunión apropiada.

—¡Jinetes! ¡Jinetes! —Gritó alguien de repente.

Ante esas voces, la atención que antes estuvo en los menores, se desvió al bosque detrás de ellos.

Hipo estaba más cerca, así que fue él quien se apresuró a llegar hasta las dos señoritas que venían corriendo desde lo profundo del bosque. Sus rostros estaban pálidos y parecían sumamente angustiadas mientras trataban de recuperar el aliento, pero tan pronto vieron al pequeño grupo, sus ojos se llenaron de alivio.

—Menos mal —suspiró una de ellas, mirando al castaño—. Son amigos del Zeta Traidor, ¿cierto?

—¿Qué sucede?

—El jefe ha muerto.

Hipo se quedó mudo, y al notar que algo andaba mal con la expresión del castaño, Astrid le pidió a Tinkus y Sasha que esperaran junto a Chimuelo y fue a pararse junto a Hipo, mirando con sospecha los semblantes de cada uno.

—¿Qué ocurre?

Las dos muchachas titubearon, pero Hipo podía hacerse una idea de lo que estaba ocurriendo a varios metros de allí.

—Van a castigar a Zett —comprendió.

....

Las palabras que Hipo pronunció, fueron las mismas que Zett recibió cuando lo arrastraron hasta el centro del campamento. Un furioso grupo de guerreros lo miraba con acusación.

—¿Ah? —Zett había estado forcejeando con los dos hombres que lo sujetaban de los brazos, pero al escuchar esa repentina condena, se detuvo y levantó la cabeza de golpe—. ¿Qué dijiste?

Fue empujado hacia abajo, siendo obligado arrodillarse.

—El líder Hanz ha muerto —le repitieron, con voz firme que no dejaba lugar a dudas—. Y en sus últimos momentos, te reconoció como el único responsable de su fatídico final.

—Zett, el Zeta Traidor —habló otro—, ¿qué tienes que decir en tu defensa?

Zett, quien estaba arrodillado en medio de un circulo de filosas armas y rodeado de miradas de odio, no respondió de inmediato. Le tomó un tiempo masticar las palabras que había recibido, y aún después de eso no tenía claro que debería decir exactamente.

¿Había matado a Hanz? No.

¿Alguien le creería? Definitivamente no.

Y lo más importante...no podía asimilar la idea de que Hanz había muerto.

—¿Ven? ¡Ni siquiera puede defenderse!


—¡Déjenme! Cortaré sus brazos y piernas.

—Tonterías, hay que romper sus huesos uno a uno.

—No —una persona con un aura imponente, atrajo las miradas hacia él y levantó al aire el arma tradicional de la tribu—. Somos Zeta y vamos a ejecutarlo como nuestros ancestros lo hacían: ¡Usando arco y flecha!

Una declaración como esa sin duda recibiría aprobación, así que las personas empezaron agitar sus armas y corear al unísono:

—¡Flechas a la carne! ¡Flechas a la carne!


—¡Esperen, esperen! —Detuvo alguien—. ¿Ese método no es demasiado misericordioso? Una oveja negra como él no merece tan buen trato.

—¡Qué ridiculez! ¿Qué tiene de misericordioso Flechas a la carne? ¡Estás insultando a tus abuelos!

"Flechas a la carne" era un tipo de ejecución que había existido incluso antes de que la tribu tuviese un nombre. Consistía en atar al traidor en medio del campo de entrenamiento y disparar alrededor de mil flechas contra el objetivo, utilizando una venda en los ojos para más diversión. Justo como tiro al blanco.

—Carecemos de flechas, sólo le haríamos cosquillas con las pocas que tenemos —objetó—. ¿Por qué no intentamos un castigo donde solamente necesitemos un cuchillo?

Escuchar eso hizo que Zett temblara.

Ciertamente, había dos tipo de castigos que gustosamente estaba dispuesto a evitar. Uno de ellos era, por supuesto, flechas a la carne.

Y el otro era lluvia de hojas.

....

—¿Lluvia de hojas? —Repitió Hipo con confusión—. ¿Qué significa lluvia de hojas? ¿Qué es eso?

—Es un castigo de nuestro pueblo —respondió una de las chicas, con un tono afligido—. Es hacer un corte superficial en el cuerpo de la víctima.

—No se escucha tan mal.

—Un corte por cada persona enfadada.

—Oh.

—Cortarse con papel, es por eso —comprendió Astrid, girándose a mirar a Hipo— Si una hoja puede cortarte, entonces el castigo ideal sería que mil hojas cayeran sobre el criminal.

—Nadie sobreviviría a eso —habló Hipo, frunciendo el ceño—. Quizás si fueran veinte tendría una oportunidad, pero si todos ellos usan un cuchillo para crear cicatrices...

—Hanz era amado por nuestra gente desde que era niño —justificó una de las señoritas, con sus ojos enrojecidos—. Si hubieran sido otras circunstancias, entonces ellos no estarían tan furiosos por vengarlo, pero debido a que el responsable fue alguien que ya nos traicionó, ellos no están dispuesto a tenerle piedad.

—Pero Zett dijo que no fue él —protestó Hipo—, y después de todo lo que hizo, no me parece justo que le hagan esto.

—¿Hizo?

Astrid ignoró la confusión de ambas chicas. —¿Saben a donde llevaron a Zett?


—Fueron a buscarlo a la cueva-prisión cuando nos fuimos.

—Astrid, iré yo —dijo Hipo de pronto, atrayendo su atención—. Encárgate de que tengan listos los barcos, llévate a Chimuelo contigo.

—¿Qué? ¡No! —Se giró hacia él, con sus ojos bien abiertos—. ¿Irás solo?

—No podemos ir los dos —objetó Hipo, siendo razonable—. Uno de nosotros tiene que volver a la montaña y poner en sobre aviso a los demás, de otra forma, aun si salvamos a Zett no podremos salir de la isla a tiempo.

—¿Y estás seguro de qué te escucharan?

—Sin alguien que pueda probarlo, intentarlo es todo lo que nos queda —echó un vistazo hacia atrás—. ¡Chimuelo!

El furia nocturna levantó la cabeza de golpe al escuchar el llamado. Fue a su encuentro, mirándolo con atención, pero Hipo sólo acarició su cabeza.

—Quiero que acompañes a Astrid de regreso a la montaña —solicitó con suavidad—. Tienen que cambiarte la prótesis dañada por una nueva, así que esta vez no puedes acompañarme.

El dragón protestó, pero Hipo volvió a negar.

—No es sólo por eso, los dragones allá arriba no tienen entrenamiento, ¿recuerdas? Necesitan a alguien que los guíe para poder llevar el barco, de otra forma, no sabrán que hacer —razonó Hipo, con paciencia—. Confío en ti para hacerlo, ¿si, amigo?

Chimuelo lo miró con ojos tristes, pero incluso él sabía que con su cola en ese estado sus capacidades se volvían limitadas, así que sólo podía ser razonable y aceptarlo. Hipo miró a la rubia.

—Astrid...

—No digas nada —dijo ella—, lo que quieras decir, dímelo cuando regreses.

—Aún no te he mostrado la lista.

Sonrió.

—Entonces vuelve rápido.

Era una promesa.

Hipo le dio una mirada a las otras dos chicas, y los tres partieron de allí.

—¡Ten cuidado! —Le gritó Astrid.

El destello de un relámpago brilló en el cielo, y el castaño se marchó sin mostrar algún signo de haber escuchado sus palabras. Pero por alguna razón, Astrid sintió que lo había hecho.

—Lady Astrid —Sasha se paró a su lado, mirando en la misma dirección que Chimuelo y Astrid miraban—, ¿qué pasó? ¿Por qué se fueron?

Astrid abrió la boca, pero de inmediato volvió a cerrarla. Se giró, y al verla tuvo un momento de epifanía.

¡Claro! ¡Cómo pudo olvidarlo!

—Sasha, antes de quedar inconsciente tú estabas con Zett, ¿correcto? —El tono de Astrid era cauteloso, pero suave—. Tú...¿viste lo que pasó entre él y Hanz?

Ella la miró, confusa.

—¿Ah? Así es...pero...

—¿Pero?

—No lo recuerdo bien —admitió—, sólo recuerdo que Hanz resultó herido por alguna razón y Zett trató de ayudar. Luego, llegaron algunas personas y Zett me pidió que me fuera para no involucrarme.

—Dijeron que Zett te empujó cuando la estructura se desmoronó.

—¡¿El señor Zett hizo eso?! —Exclamó Tinkus, volteando al escuchar esas palabras.

—¡No! ¡Zett me salvó! —Corrigió Sasha, sorprendida por la acusación—. Se dio cuenta de que el techo sobre nosotros estaba a punto de colapsar, así que me empujó para sacarme del camino, fue por eso.

La expresión de Astrid se volvió complicada. Si algo tan pequeño como eso había sido malinterpretado por ojos externos, entonces no podía ser lo único que los Zeta habían malinterpretado.

—Ahora que lo pienso, ¿donde se encuentra él? —Sasha era totalmente ajena a los pensamientos de la rubia—. Con todo el asunto de Tori, no he podido darle las gracias por...

—Van a castigar a Zett por la muerte de Hanz —soltó Astrid de pronto, dándole una mirada seria—. Están seguros de que él fue el responsable.

—¡¿Hanz está muerto?!

—Y Zett lo estará también si no escuchan tu versión de los hechos —contestó Astrid, colocando sus manos sobre los hombros de Sasha—. ¿Lo ayudaras?

Sasha aún no terminaba de procesar toda la información que había recibido, sólo pudo mirar a Astrid con ojos bien abiertos y su boca colgando. Pero al final, su respuesta era obvia.

....

El rugido de un trueno fue el único aviso de los cielos antes de que pequeñas gotas empezaran a caer. Una suave llovizna que ni siquiera era capaz de empapar un pañuelo, pero su presencia era suficiente para comenzar a humedecer las hojas de los árboles.

Bajo este clima húmedo, un joven chico se paró delante del Zeta Traidor y le preguntó: —¿Realmente no tienes nada más que decir?

Lentamente, Zett levantó la cabeza.

Los grilletes en sus muñecas mantenían sus brazos extendidos hacia arriba, donde la gruesa rama de un árbol sostenía las cadenas que lo obligaban a permanecer de pie, casi colgando. Era una posición incomoda, pero nadie le prestaría atención a eso cuando lo llamativo eran las innumerables líneas carmesí dibujadas en la ropa y en la piel del pelirrojo. Marcas de tan sólo una parte del castigo que estaba recibiendo.

Zett lo miró. —Si lo dijera...¿me creerías?

—Tú me enseñaste a disparar una flecha —respondió el muchacho, como si eso significara algo—, y el hombre que me enseñó a disparar flechas no era un asesino.

—¿Y lucía cómo un traidor?

—No, por eso tengo curiosidad —Se cruzó de brazos, su ceño estaba fruncido—. Eras la mano derecha de Hanz, ¿cómo terminaste así?

A pesar de que lucía similar a alguien que estaba allí por compromiso, su voz fue suave en la pregunta final, como si le preocupara que se estuviera cometiendo una injusticia. Zett lo observó un largo momento antes de desviar la mirada.

—No lo hice —admitió en voz baja—. Los Zeta me adoptaron y me hicieron lo que soy, ¿cómo podría hacer algo en contra de ellos? ¿Cómo podría dañar a su líder?

—¿Y puedes probarlo?

Silencio.

—Oye, si vas a mentir al menos falsifica pruebas, ¿no lo dijiste tú mismo? —Soltó un suspiro—. En fin, ¿hay alguna otra cosa que quieras decir antes de que continuemos con esto?

Nuevamente no parecía estar dispuesto a responder, así que el muchacho se rindió después de un momento y se dio la vuelta.

—En el futuro...—habló de pronto Zett, provocando que se detuviera—, no sean imprudentes con sus acciones. No hay culpa en robar barcos adinerados, pero trae consecuencias. Háganse un favor y lleven una vida honrada.

El chico frunció el ceño. ¿Qué clase de persona utiliza sus últimos momentos para darle consejos a quienes lo quieren muerto?

—Tú...

—¡Hey! —Habló alguien de pronto, señalando algo—. ¿Eso es lo que creo que es?

Esa persona señalaba el cielo en el horizonte, por lo que quienes lo escucharon movieron sus cabezas en la misma dirección. Algunos tuvieron que entrecerrar los ojos o usar una mano de visera  pues las gotas de lluvia se hacían cada vez más gruesas y caían con más ritmo, dificultando tener que mirar hacia arriba.

Justo allí, atravesando las nubes lluviosas, cientos y cientos de pequeños puntitos se movían por el cielo nublado, similar a una nube de mosquitos siendo espantada por alguien, pero esas figuras no eran precisamente insectos. Mientras más se acercaban, más se empezaban a distinguir las siluetas, las alas y los colores, revelando su verdadera identidad.

Zett miraba fijamente esas figuras, tan anonadado que no notó que alguien se había acerca a él hasta que sintió un repentino ardor en su pecho. Contuvo un jadeo, y miró con ojos bien abiertos cómo un hombre sacudía un cuchillo.

Una fina línea roja se dibujó en el centro de la camisa de Zett. Junto a otros cortes menos profundos ya rodaban algunas gotas de agua.

—Mientras más rápido termine el castigo, más rápido nos iremos —la persona con el cuchillo le dio una mirada indiferente a Zett y volteó a mirar a los demás—. ¿Quién seguía?

....

—¡Señor Hipo!

El castaño disminuyó sus pasos, agitado, y volteó a mirar. Acto seguido, le hizo una señal a las otras dos chicas que iban por delante de él y los tres se detuvieron.

—¿Sasha, qué haces aquí? ¿Donde...Donde está Astrid?

—Lady Astrid me envió —Sasha se detuvo, dando grandes bocadas de aire y limpiándose la humedad de la cara—. Señor Hipo, yo presencié lo que pasó entre Hanz y Zett...y-yo puedo...

—Entiendo, tranquila —Se apresuró a decir Hipo, comprendiendo lo que trataba de decir—. El terremoto se detuvo pero aún se siente como si vibrara, ten cuidado al caminar.

—¿Y el campamento?

—A unos metros, ¡vamos!

Hipo se dio la vuelta, listo para continuar con su carrera, pero dio sólo dos pasos y nuevamente frenó, casi cayéndose por su rápida reacción. Inconscientemente había levantado ambos brazos para cubrir a Sasha, quien se estrelló contra su espalda por su rápido frenar, pero un momento después relajó sus hombros y le hizo una señal de "está bien" a las otras dos chicas.

Un pesadilla monstruosa de colores que iban entre el celeste y el turquesa, aterrizó en una pose elegante delante de ellos. Los miró con indiferencia y los ignoró, manteniendo la cabeza en alto mientras la lluvia caía. La persona en su lomo, por otra parte, lucía bastante alegre a pesar de tener el cabello goteando ligeramente.

—¿Tuve razón? —Fue lo primero que dijo Viggo, mirando directamente a Hipo.

Pero el castaño no tenía tiempo para eso.

—Es cierto, no estabas involucrado —dijo rápidamente, refiriéndose a lo que había ocurrido con Tinkus—. Y nunca creí decir esto, pero necesito que nos lleves.

Viggo levantó ambas cejas, inexpresivo.

—¿Oh?

.....

—Oye, tú.

Una chica que se refugiaba de la llovizna, volteó al escuchar ese llamado.

La dueña de la voz resultó ser Hillary. Había llegado caminando después de que el terremoto hubiera interrumpido su momento de reflexión, y sin entender lo que pasaba, se acercó a la primera persona que vio.

—El mundo se terminar, ¿por qué nadie aborda los barcos? —Cuestionó Hillary cuando recibió la atención de la desconocida.

—Nadie se moverá hasta que termine el castigo.

—¿Es una broma? ¿Un castigo es más importante que salvar sus vidas? —Hillary suspiró—. Como sea, ¿hacia donde están los barcos?

—Subiendo la montaña.

—Gracias —Hillary se movió, dando una corta mirada al grupo bullicioso que se hallaba a unos cuantos metros de allí—. Por cierto, ¿a quien se supone que están castigando?

—Al Zeta Traidor, ¿a quién más?

Hillary, quien ya había dado media vuelta y empezado a caminar, se detuvo tan pronto como escuchó eso. Casi al mismo tiempo, dos señoritas decidieron que sus compañeros ya se habían divertido bastante con el traidor, así que emitieron una serie de aplausos para atraer la atención de todos y se metieron en el medio.

—¡Bien, suficiente! ¡Ya es suficiente!

Un vikingo de cuerpo musculoso, quien estaba a punto de tomar el cuchillo para ser el siguiente, se detuvo y miro a las señoritas que de repente habían dado un paso al frente. Incluso quienes habían estado animando a los demás a participar pausaron sus victoreos y guardaron silencio, sin entender la repentina interrupción.

—¿Qué sucede? —Le tendió el cuchillo a la chica que había gritado—. ¿Era tu turno?

—Nada de eso, los turnos se terminaron —declaró—. Desátenlo, ya es hora de irnos.

—¿Ah? ¿Por qué? ¿No nos estamos divirtiendo aquí?

—Si la tormenta empeora, ni siquiera cien dragones podrán sacarnos de aquí, no podemos seguir perdiendo tiempo con él —declaró—. Además, ¿no se han divertido ya? ¿No han jugando bastante con él?

—¡No es justo! —Se quejó alguien—. Ni siquiera tuve mi turno, ¿vamos a dejarlo así?

—No se desquiten con nosotras, los ancianos pidieron verlo vivo, ¿lo olvidan?

Si fuera por cualquier otra razón, entonces definitivamente lo ignorarían, pero habían mencionado a los venerables ancianos, así que no les quedó de otra que aceptar de mala gana y apartarse. Las dos señoritas tampoco estaban muy entusiasmada de acercarse a esa lamentable figura, pero si ellas no lo hacían, entonces nadie lo haría.

—Sigo pensando que es injusto —el mismo hombre de hace un momento volvió a quejarse—. En casa tuvimos que comer raciones asquerosas porque este tipo robó el oro de los Zeta, ¿y ahora ni siquiera puedo castigarlo como se merece?

—Sé paciente, no es como si fuera a sobrevivir después de todo el daño que recibió.

Pero el hombre seguía sin estar contento, mientras más veía como una chica intentaba bajar al Zeta Traidor, más enojado se sentía y más rancio estaba a dejar que el castigo terminara. Comenzó a apretar la espada en su cinturón, mientras todos los demás sólo se resignaban y se alejaban.

Quizás no fue el mejor momento, pero fue justo allí cuando Hillary entró en escena. Se suponía que estaban llevando a cabo una ejecución, se suponía que debía encontrar a Zett muerto, pero en su lugar, lo que vio fue como las personas comenzaban a desalojar el área y como dos señoritas trataban de bajar las cadenas del árbol, estando el pelirrojo aún con vida. Mirando esto, Hillary se quedó quieta un momento.

Pero, como si no pudiera aceptar lo que veía, de repente se lanzó hacia delante y le quitó el arco del hombro a un chico Zeta. En el camino, incluso recogió una flecha del suelo.

—¡Hey! —Se quejó el chico.

Quizás fue una jugada del destino, pero Hipo y los demás eligieron ese momento para hacer su aparición. El pesadilla monstruosa descendió con elegancia cerca del claro, a unos pocos metros del árbol en donde Zett estaba encadenado.

Un dragón no podía llevar a demasiadas personas, así que quienes estaban en su lomo eran sólo Hipo, Sasha y Viggo, pero quien más estaba ansiosa por la situación era la joven rubia. Así que tan pronto el dragón tocó tierra, ella fue la primera en saltar del lomo y correr.

—¡Sasha, espera! —La voz de Hipo fue opacada por el ruido que hacía la lluvia al caer.

Astrid le había encomendado la situación a Sasha, y ella de alguna forma se sentía responsable por los malentendidos que habían surgido, por eso, todo lo que le importaba era ver que la persona encadenada al árbol estuviera bien. Pero quién hubiera pensado que lo primero que vería sería a Hillary apuntando una flecha hacia Zett.

Había muchas personas yendo aquí y allá, ninguno parecía notar lo que ocurría ahora que la lluvia había empeorado. Y las dos chicas que estaban liberando las cadenas de Zett se encontraban de espaldas hacia la multitud, por supuesto que tampoco se darían cuenta de lo que Hillary estaba haciendo, así que Sasha no lo pensó dos veces antes de actuar.

Justo cuando los dedos de Hillary estaban liberando la flecha, Sasha se arrojó sobre Hillary y la empujó. La flecha salió disparada, pero se desvió y se clavó en algún árbol al azar.

—¡Sasha! —Hipo llegó corriendo, usando su brazo para cubrirse de la lluvia—. ¿Qué...?

—¡Trató de dispararle a Zett! —Acusó ella.

Hillary la empujó, llena de furia.

—¡Niña idiota! —Le gritó, con su rostro empapado—. ¡La flecha no era para él!

La mirada de Sasha se volvió confusa, y entonces un quejido lastimero se escuchó.

Hipo levantó la vista, y a través de la cortina de agua vio a un hombre retirar su espalda del abdomen de Zett.

—¡No! —Las chicas que habían estado tratado de bajar a Zett, se giraron y le dieron un empujón al repentino atacante—. ¿No te dijimos que ya había sido suficiente? ¡Mira lo que haces!

Hipo cruzó el claro, yendo directo a las cadenas envueltas alrededor del tronco.

—Hipo.

El castaño miró hacia atrás, justo a tiempo para detener lo que Viggo le arrojaba. Se trataba de Inferno.

Varios golpes después, las cadenas finalmente se deslizaron por la rama y cayeron. Sin nada que lo mantuviera en pie, el cuerpo de Zett se desplomó hacia delante, donde Sasha consiguió atraparlo antes de que cayera al suelo.

—¡Hillary! —Hipo se arrodilló delante de ambos, ayudando a Sasha a colocarlo en el suelo—. ¡Hillary ven!

No tuvo que llamar demasiado, en menos de un minuto Hillary ya estuvo a su lado. Realizó un chequeo rápido y sin decir una palabra, empezó a rasgar uno de los pliegues de su ropa.

—¿Aguantará hasta salir de la isla? —Preguntó Hipo, en voz baja.

Hillary apretó los labios y negó, sin levantar la vista de lo que hacía. La expresión de Hipo decayó.

—Es de esperarse, nadie sobrevive a lluvia de hojas —comentó un Zeta, en un tono presuntuoso.

Sólo entonces, Hipo notó que las personas no se habían retirado. Unos pocos se encontraban de pie en un desordenado semi circulo, mirándolos desde arriba y murmurando. Otros ni siquiera parecían tener interés.

Viéndolos, Hipo se sintió increíblemente frustrado.

—¿Tienen idea de lo que han hecho? —Reclamó.

Sólo lo miraron. Sus palabras no fueron dichas a nadie en particular, y debido a la lluvia no todos pudieron escucharlo claramente, pero el timbre de su voz hizo que más de uno volteara a mirarlo y se detuviera. Hipo aprovechó el momento para ponerse de pie.

—¿Saben por qué los cazadores los dejaron en paz? ¿Saben por qué no tomaron represalias después de que ustedes estuvieran meses robando sus barcos? —Las expresiones de algunos se volvieron confusas por el repentino aborde del tema—. Si los asuntos se solucionaran sólo tomando las cosas de vuelta, ¡jinetes y cazadores no tendrían tantos conflictos de por medio!

Hizo una pausa. Señaló arbitrariamente al chico sobre la hierva.

—Esta persona...ha dedicado los últimos meses de su vida a mantener a toda la tribu Zeta a salvo —declaró—. La razón por la que se cambió de bando, la razón por la que le empezó a servir a Viggo...¡todo fue para que ustedes pudieran vivir tranquilos! —Exclamó mirando a cada uno—. Incluso ahora, ¿saben cuál fue la otra cosa que pidió para poder traicionar a los cazadores? Además de que Hillary estuviera a salvo, me pidió que enviará gente de Berk a proteger la aldea Zeta, ¡a protegerla! —Negó, mirándolos con desaprobación—. Zett no iba a mover ni un sólo dedo si no le dabamos la seguridad de que nadie los tocaría, ¿y qué hicieron ustedes?

—...Ridiculeces.

—No es ninguna ridiculez —Viggo estaba refugiado de la lluvia bajo las hojas de un árbol y perezosamente había decidido hablar—. Ustedes asaltaron mis barcos innumerables veces, aunque fueran insignificantes estaban colmando mi paciencia, así que tuve un encuentro amistoso con el líder Zeta y su mano derecha —espetó, narrándolo como un hecho trivial—. Nunca pensé que su mano derecha me buscaría para ofrecerme un trato; el oro robado más intereses adicional a cambio de dejar pasar el asunto. Aceptar el oro de vuelta era una cosa, pero solamente un tonto confiaría en que el asunto no se volvería a repetirse sólo porque alguien dio su palabra. Fue así cómo ofreció su vida en garantía y se unió a mis filas.

Escuchandolo, unos pocos rostros comenzaron a ponerse pálidos.

—Eso...eso no puede ser.

—Cierto, el jefe Hanz jamás hubiera permitido que...

—Si Hanz lo hubiera sabido —interrumpió Hipo con voz solemne—, ¿creen qué lo habría dejado?

—.....

—Si las cosas fueron así...¿entonces por qué Zett y Hanz se pelearon y...?

—¡No fue Zett! —Sasha tenía su rostro empapado, difícil saber si por lagrimas o por la lluvia—. Ahora lo recuerdo...ellos estaban discutiendo porque Hanz quería hablar y Zett no. Pensé que Hanz quería herirlo así que lo ataqué, pero no era nada como eso, Hanz solamente quería hablar con él y....y entonces una persona apareció de pronto y disparó una lanza a Zett.

—¡¿A Zett?!

Asintió.

—En ese momento nuestra guardia era baja, Hanz era el único que estaba mirando, así que...

El resto no necesitó decirse.

Hanz, quien aún pensaba en Zett como un amigo, ¿acaso no se arrojaría sobre la lanza y lo protegería?

Zett debió tratar de ayudarlo, pero los demás sólo lo malinterpretaron. Incluso cuando trató de explicarlo, ninguno estuvo dispuesto a escuchar.

Al final, resultó que castigaron a la persona equivocada.

—Felicidades —Hipo los miró con monotonía—, acaban de hacer que el sacrificio de su Jefe sea en vano.

Y en medio de la culpa creciente, una ola de más de dos metros se alzó y arrasó con el lugar.

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