◇54◇
“Cualquiera querría vengarlo sin importar qué"
—¡Tiren!
Los cinco hombres tiraron del extremo de la soga y fueron retrocediendo un paso a la vez.
—¡Ya casi! ¡Un poco más!
Poco a poco, la proa del barco empezó a asomarse por el borde del risco. Cuando el mástil mayor fue visible, tres hombres se acercaron corriendo al borde y sujetaron los costados del barco, tirando de él y ayudando a que la popa suba.
Una vez estuvo estable en tierra, la soga fue soltada y todos suspiraron con alivio.
—¡Fue el último! —Anunció alguien.
Hipo trotó hasta allí al escuchar eso, echó un vistazo al borde y luego miró el barco.
—Tenían razón, no necesitaban ayuda de Chimuelo. Gran trabajo.
—¡Ja! Niño, hay cosas que deben ser hechas por vikingos, no por dragones.
Hipo sintió el impulso de recordarles que serían los dragones quienes los sacarían de allí.
—¿Los demás barcos están en las mismas condiciones? —Preguntó en su lugar, colocando una mano en la superficie de madera.
El vikingo asintió.
—A penas hemos conseguido reparar las fracturas y agujeros, aún tenemos que remplazar la madera dañada.
—¿Cuánto tiempo creen que tome?
—¿A este paso? Tendremos agua hasta en los calzones cuando terminemos.
—Escuchar eso no es alentador —Hipo levantó la vista al percibir una sombra pasar por encima de él. Eran Patán y Colmillo, transportando troncos recién cortados y apilándolos en una esquina—. ¿Tenemos suficiente madera?
—Podríamos construir un bote desde cero con la mitad de eso.
Hipo asintió, decidiendo algo.
—Bien, esto es lo que haremos —habló, alzando la voz para que los demás lo escucharan—. Nos enfocaremos en la reparación total de solamente tres barcos, que un número pequeño se ocupe de los otros dos, pero la prioridad será reforzar y tener listo esos tres.
Naturalmente, escuchar esto hizo que varios rostros se ensombrecieran.
—Tres no será suficiente para llevar a todos —objetó uno.
—Lo sé.
—¡¿Estamos trabajando tan duro para que al final nos abandonen aquí?!
—Tampoco quiero que lleguemos a eso —expresó Hipo, con voz firme y sin demostrar lo inconforme que estaba también con la situación—. Pero la isla está descendiendo más rápido de lo previsto, hay que empezar a considerar la posibilidad de...no poder llevar a todos.
—¡Nos mintieron! ¡Dijeron que si hacíamos lo que nos decían podríamos salir de aquí!
—¡Si! ¿Qué sentido tiene hacer esto entonces?
—Comprendan la situación, yo tampoco estoy feliz con esto —intentó objetar Hipo.
Sin embargo, las personas ya estaban demasiado molestas he inconformes; llegados a este punto, no iban a escucharlo.
—Si no todos van a poder subir a los barcos, ¿cuantos deberán quedarse?
—Más importante, ¿quién lo decidirá? He trabajado tan duro en esto, ¡no pienso dejar que me dejen fuera!
—Alguien deberá ofrecerse voluntario, de lo contrario tendremos que deshacernos del peso muerto nosotros mismos.
—No me mires a mí, tengo tres esposas esperando en casa, ¿cómo podría dejarlas?
—¡Este es mi barco! ¡Si alguien va a subir a el, ese seré yo!
—¡No veo ni una sola gota de sudor en tu frente! ¡¿Cómo es que tu merecer subir a bordo?!
—¿No escuchaste? ¡Es MI barco! ¡Sigue quejándote y no te dejaré subir!
—¡Yo trabajé en el! ¡Es más mío que tuyo!
Hipo sintió la necesidad de llevarse una mano a la frente. ¿Por qué los vikingos tenían que ser tan obstinados? Era realmente difícil razonar con ellos, por fortuna, había vivido bajo el mismo techo que Estoico el Vasto y crecido junto a Astrid Hofferson; así que si alguien sabía cómo lidiar con personas testarudas, era Hipo.
Pero incluso antes de que pudiera pronunciar la primera palabra de su ingenioso discurso, de repente, una figura rectangular se alzó por encima de las cabezas de los vikingos, haciendo sombra en sus rostros y obligándoles a detener su discusión. Al levantar la vista al cielo, todos dieron un paso atrás y vieron como un largo y extenso tronco caía a sus pies, estrellándose contra el suelo y creando un gran estruendo que hizo que incluso las personas ajenas a la discusión, se callaran y voltearan a ver.
Todas las miradas cayeron en el tronco, y luego de un corto silencio, miraron hacia el lugar de donde había venido.
Dagur se quitó el polvo de las manos de forma perezosa y notó que lo miraban.
—¡Oh! Mi error, se me resbaló.
¡¿Quién creería eso?!
—¿Tienes un problema, amigo? —Le cuestionó una de las personas a las que había interrumpido.
—¿Un problema? Jajaja, ¿me preguntas sí tengo un problema? —Dagur cruzó los metros que lo separaban del grupo; su caminar era relajado y por su sonrisa, parecía listo para bromear amistosamente—. Oh, no, no es nada, es sólo esta cosa insignificante...
Estando delante de ellos, su sonrisa se borró.
—...llamada: ¡¿Por qué no te callas y pones tus manos a trabajar?! Cada segundo que gastas peleando por tu precioso pedazo de madera, la isla y todo lo que hay es tragado por el mar, ¡¿entiendes?! —Su dedo golpeó el pecho del sujeto—. Mi hermano está tratando de salvar el apestoso trasero de todos los que puede, sino estás de acuerdo con eso, entonces toma tu nave y piensa en algo tú mismo, ¿qué tal eso, amigo?
La última palabra había sido pronunciada con un tono amenazador y una mirada que haría a cualquiera retroceder, así que no tuvo una respuesta inmediata. Algunos se miraron, pero debido a que no tenían argumentos contra eso, simplemente fingieron que nada había pasado y volvieron a sus tareas de mala gana.
Finalmente, el hombre al que Dagur le había gritado, quitó su mano de un manotazo.
—¡Como sea! —Dio media vuelta, ocultando su falta de respuesta con enojo.
Dagur lucía muy satisfecho con sigo mismo, dándoles una mirada de suficiencia con sus brazos cruzados. Hipo se acercó a él, con sus cejas levantadas.
—Quién lo diría, realmente estas situaciones son lo tuyo —comentó.
—¿Qué puedo decir? Está en mi sangre
Hipo estuvo de acuerdo.
—Si después de esto decides hacerte cargo de la isla Berserker, seguro te irá bien como jefe —comentó, dándose la vuelta.
Dagur levantó ambas cejas, quedándose quieto en su lugar. Hipo ya se había marchado, así que no notó la genuina sonrisa de felicidad que le siguió a esa expresión sorprendida.
Sin miedo y completamente acostumbrado a la altura, Hipo caminó hasta el borde del risco en el que se encontraban y dio una mirada hacia abajo.
Desde esa altura, se podía tener una vista clara de toda la isla, al igual que se podía notar el avance del agua en la misma. Minutos atrás no hubiera visto la diferencia, pero actualmente era imposible no notar que la isla se había vuelto considerablemente pequeña en comparación a cuando llegaron. La playa y el muelle hace mucho que no existían, y gran parte del oeste ya había sido sumergido por furiosas olas, de hecho, aún se podía ver la copa y las ramas de unos cuantos árboles que se negaban a ser tragados por el agua.
Afortunadamente, Hipo había tenido la brillante idea de trasladar personas y barcos al punto más alto de la isla; una montaña rocosa ubicada al noreste donde el agua no los alcanzaría sino hasta el final. Pero de eso, ya no faltaba tanto.
—Hipo —Heather y su látigo afilado aterrizaron cerca de donde el castaño se encontraba, atrayendo así su atención—, Cizalladura voló alrededor de la isla y más allá de ella, pero por más que buscáramos no pudimos ver a los gemelos por ninguna parte.
—Aún deben estar lejos de regresar...
—Quizás deberíamos enviar una carta a Berk —sugirió Heather, bajando del dragón—. Los jinetes auxiliares serían de gran ayuda si los gemelos no pueden encontrar suficientes dragones.
Hipo negó con la cabeza.
—Envié a papá y al equipo auxiliar a su propia misión anoche —respondió él—, y Berk está demasiado lejos de todas formas, ninguna ayuda llegaría a tiempo. Es mejor no preocuparlos.
—¿Su propia misión? Oh, ¿hablas de...?
—Exactamente eso.
—Parece que alguien te deberá un gran favor —Heather sonrió de forma casi imperceptible, pero casi de inmediato esa alegría desapareció—. Por cierto, ¿cómo está Astrid?
Hipo hizo una mueca triste.
—Es Astrid —sacudió sus hombros— Por fuera aparenta estar bien, pero por dentro...debe sentirse terrible.
Heather asintió ante eso. Ella también había dado una mirada a los cuerpos antes de que les dieran un entierro apropiado y lo que hacía de Tori Karman una de las víctimas más tristes, era que la única herida en su cuerpo había sido su pecho perforado; es decir, el niño ni siquiera había luchado, un signo claro de que lo habían atacado por la espalda.
Y de momento, el culpable aún era desconocido.
—Hablando de Astrid —Heather lo miró con curiosidad—, sé que no es un buen momento para preguntar pero...
—¿Qué? —La expresión de Heather era complicada y de repente Hipo tuvo un presentimiento—. No me digas que...¿quién te lo dijo? ¿Patapez?
—No, no —Heather parecía querer reír—, pero el viejo Ryu le ha dicho a todos que ustedes se van a casar, así que...¿en serio, Hipo? ¿sobre el lomo de un dragón?
—Si, bueno, no fue el mejor de los escenarios pero...no me arrepiento —Hipo la miró, lucía silenciosamente feliz—. Mi padre sólo ha amado a mi madre en toda su vida, y viéndolo a él, tengo la certeza de que también lo haré. Quizás soy muy joven para decirlo con tanta confianza pero...
—No, eso está bien —Heather llevó una mano a su hombro, la sonrisa que le dio fue sincera—. Eres feliz, no hay edad para eso. Me alegro por ustedes...de verdad.
Hipo sonrió. —Gracias.
—¡Hipo!
En ese momento, Patapez corrió hacia ellos. Su semblante iba entre agitado y preocupado, y de inmediato ambos dejaron de lado su conversación y se centraron en él.
—Dime que son buenas noticias —suplicó Hipo.
—Sasha...Sasha despertó, está con Tinkus...bajando la montaña.
—¿Tinkus también despertó?
Patapez movió su cabeza en afirmación. Hipo volteó a mirar a Heather, con la palabra en la boca. Ella en seguida supo lo que quería decir y asintió.
—Yo buscaré a Astrid, ve.
Hipo le sonrió en agradecimiento y echó a correr. Llamó a su dragón en el camino y este soltó la cuerda con la que arrastraba una pila se troncos, y fue corriendo a su encuentro al borde del risco.
Sólo hasta que eso pasó, fue que Heather y Patapez cayeron en cuenta de la presencia del otro. Se miraron un corto momento, pero al final, Heather sólo le ofreció una sonrisa y se dio la vuelta, encaminándose hacia su dragón.
Patapez observó su espalda un momento, y no supo que fue lo que tomó control de él, pero fue y la alcanzó.
—¡Heather!
Casi como si lo estuviera esperando, Heather se detuvo y regresó a mirarlo. Patapez lucía angustiado.
—Heather...yo...¡lo siento! —Exclamó de repente—. Sé que lo correcto es apoyar a la otra persona para que encuentre su felicidad, ¡pero Astrid también es mi amiga! ¡Ellos se gustan desde hace años! ¡No puedo sabotearlos!
Heather parpadeó. ¿Qué diablos?
—Patapez, ¿de qué estás hablando?
Pero el chico realmente parecía haberse estado conteniendo por mucho tiempo.
—¡Y aun sin Astrid, mi corazón no podría apoyarte de forma sincera! ¡Me gustas! ¡No soportaría verte casándote con uno de mis mejores amigos! ¡Lo siento! ¡Espero que aun me dejes seguir siendo tu amigo!
Heather lo miró, sin saber que decir. Todo ese tiempo creyó que el silencio de Patapez era por estar lidiando con la decepción y la incomodidad, ¡nunca esperó que en lugar de eso estuviera preocupado por no saber a quién apoyar!
—¿Esto es...en lo que has estado pensando? —Preguntó con cuidado.
Patapez asintió, afligido.
—Sé que estás confundida, pero aun si las cosas cambiaron en estos meses, no quiero que estemos incómodos entre nosotros. Todavía...me gustaría que...
—Por Thor, no. No estoy confundida, Patapez —Heather imitó algo parecido a un encogimiento de hombros—. Te seré sincera, lo que dijiste ya lo había escuchado de alguien más, pero cuando lo escuché de ti...
—Lo sé, fui imprudente, no debí meterme.
—Al contrario, si no lo hubieras mencionado, jamás me habría dado cuenta de que te preocupaba —dijo ella suavemente—. Hipo y yo siempre nos hemos tratado como hermanos, así que estar cerca uno del otro nunca ha sido extraño, pero esta ha sido la primera vez que alguien cuestiona nuestra relación.
—Y no pudiste evitar preguntarte si de verdad te preocupabas por él como una hermana se preocupa por su hermano —adivinó él, en un tono bajo.
Heather asintió.
—Incluso pensé en hablar con Hipo al respecto, pero realmente no hizo falta. Hipo es....sólo Hipo.
Los ojos de Patapez reflejaron sorpresa, pero su rostro se iluminó visiblemente.
—¿Entonces no...?
Heather negó, dándole la misma sonrisa sincera.
—No estaría tan feliz de que vayan a casarse si me gustara Hipo —alegó.
—¡Qué alivio! —Patapez se rió entre dientes—. ¡Estaba tan preocupado de que esto fuera a causar problemas en el equipo y...! Espera, ¿dijiste casarse?
—Sí, van a casarse.
—¡Odín santísimo! ¡Qué increíbles noticias!
Heather se echó a reír y luego tomó sus manos.
—Lo siento, Patapez, aunque fueran sólo dudas, te preocupé. No fue justo para ti.
—No te disculpes, no te disculpes, todo está bien ya —contestó él, más alegre que antes—. Lo único que me preocupa ahora es el regalo para Hipo y Astrid, ¿qué crees que les gustaría recibir en su boda?
Heather entrecerró sus ojos, teniendo una vaga idea al respecto, pero una tercera voz se sumó a la conversación.
—¡Boda! ¡Boda! ¿Por qué todos hablan de una boda? —Patán caminaba hacia ellos mientras enrollaba una larga cuerda—. Esos pequeños Zeta no dejan de chismear como un montón de ancianas sobre una pareja comprometida. ¡Estamos en el lomo de un dragón! ¿Quién demonios se compromete en el lomo de un dragón?
Heather y Patapez lo miraron con monotonía. Patán parpadeó.
—¿Qué?
—Nada —Heather le dio una mirada significativa a Patapez—. Buscaré a Astrid, hablemos después.
Patapez sólo pudo asentir repetidas veces, y con un evidente sonrojo, observó como Heather se subía a Cizalladura y se perdía al rodear la montaña. Patán se detuvo a su lado y notó su particular expresión.
—¿Tú y Heather se van a casar?
Patapez casi muere al escuchar eso.
—¡¿N-Nosotros?!
—Una lástima, pudo ser la señora Jorgenson —Patán ya estaba dando media vuelta—. Ella y Astrid se lo pierden...
—¡T-Te equivo...!
De repente, una mano apretó el hombro de Patapez, deteniéndolo.
—Hey, Patapez —la voz cantarina de Dagur se escuchó a sus espaldas—, ¿qué es eso sobre casarte con MI hermanita?
En ese momento, Patapez sintió el verdadero terror.
×××
Sasha no hacía otra cosa más que derramar lágrimas sobre el regazo de Tinkus; entre lamentables sollozos, repetía una y otra vez el nombre de Tori mientras lloraba. El pequeño Tinkus sólo podía frotar fuertemente sus ojos con su manga y morder fuertemente su labio inferior, conteniéndose a sí mismo.
Era una escena verdaderamente lamentable; las pocas personas que se habían detenido camino a la montaña no podían evitar mirarlos con incomodidad y curiosidad. Unos cuantos se cansaron de sólo mirar y se acercaron.
Hipo, quien había permanecido de pie al margen de la escena desde que llegó, hizo un sonido desaprobatorio que provocó que lo miraran.
—¡Ese niño sabe lo que le pasó a nuestros amigos! —Objetó uno de ellos, señalando a Tinkus—. ¿Cuándo empezará a hablar?
—Acaban de perder a uno de los suyos, dales algo de tiempo.
—No son los únicos en esta situación, o lo hace hablar tú o lo hacemos hablar nosotros.
De repente, Sasha se levantó y volteó a mirarlos con furia.
—¡Por favor sean considerados! —Exclamó con su rostro lleno de lágrimas—. ¡No somos como ustedes! ¡No somos vikingos experimentados que pueden pelear sobre la tumba de un camarada! ¡Sólo somos niños!
—¡S-Sasha! —Tinkus la detuvo.
Ella agachó la cabeza y volvió a llorar, sin importar que todos allí vieran como su rostro se contraía por el llanto. Los hombres que antes habían estado impacientes, se movieron con incomodidad.
Si fuera una situación normal, discutirían a gritos, pero ante esas gruesas lagrimas no sabían cómo responder. Hipo, por otro lado, estaba bastante conmovido por esos niños.
—Ni el guerrero más fuerte podría mantenerse firme ante la pérdida de un amigo —les dijo, con una mirada seria—. Si Tinkus no quiere hablar está bien, pero cuando se sienta seguro de hacerlo, todavía habrá muchas personas dispuestas a escuchar —clavó sus ojos en el menor—, espero que lo sepas.
Tinkus se encogió en su sitio, sin atreverse a mirar a los ojos a Hipo, en su lugar se aferró a la manga de Sasha y murmuró palabras de consuelo, tratando de que deje de llorar.
Hipo miró de reojo a los vikingos, a la expectativa. Finalmente, estos rodaron los ojos y dieron media vuelta, yendo a recoger sus cosas para continuar subiendo la montaña. Pasaron junto a Chimuelo al momento de marcharse y el furia nocturna entrecerró sus ojos, regresando al lado de Hipo en un andar lento.
El castaño acarició su cabeza en un gesto inconsciente, pero su mano se quedó quieta cuando vio dos figuras acercándose por el frente.
—¿Qué haces aquí?
Nunca creyó que un día vería a Viggo caminando despreocupadamente al lado de un dragón, mucho menos uno que no tuviera cadenas o se encontrara en una jaula.
—Eso debería preguntar yo —objetó Viggo, recogiendo una roca y arrojándola a la cesta de un pesadilla monstruosa—. ¿No deberías estar adiestrando unos cuantos dragones?
Hipo no respondió, en su lugar le echó un vistazo al dragón que lo seguía. No parecía feliz de tener que acompañar a Viggo, pero por la forma tan elegante con la que caminaba y que no se alejara de él más de cinco pasos, indicaba que era más un soldado que un dragón.
—¿Es el dragón de Zett? —Preguntó Hipo, algo incrédulo.
—La ironía es grande —Viggo notó la expresión complicada del castaño—. Descuida, Hipo, no tocaré a este dragón...a menos que él haga el primer movimiento.
Esto último lo había dicho en un cuidadoso tono de advertencia. Al escucharlo, el pesadilla monstruosa bajó la cabeza sólo para darle una helada mirada y Viggo se rió entre dientes, sacudiendo el polvo de sus manos.
La cesta con rocas similares a las que Patapez siempre le daba a Albóndiga, le dijo a Hipo que al parecer Viggo sólo estaba recogiendo alimento para los gronckles —petición de Patapez, de seguro—, así que se relajó un poco y abrió la boca para añadir un comentario al respecto.
Sin embargo, de repente Tinkus gritó. —¡E-Él fue!
Los vikingos que ya iban a mitad del camino, voltearon de inmediato, y el mismo Hipo se sorprendió cuando giró su cabeza y vio un dedo apuntando en su dirección.
—¿Qué?
—¡Él lo hizo! —Continuó gritando Tinkus, señalando desesperadamente hacia Hipo—. ¡Fue su culpa! ¡Los mató a todos!
Sasha ya había dejado de soltar lágrimas, y sostenía a Tinkus de los hombros, con una expresión desconcertada mientras miraba entre Hipo y su amigo. El ceño de Hipo se fue frunciendo con cada acusación que escuchaba.
—¿De qué está hablando ese niño? —Cuestionó alguien, con amenaza.
Hipo volteó, finalmente notando que aunque Tinkus señalaba en su dirección, realmente sus ojos estaban en un punto detrás de Hipo.
Viggo apoyaba su peso en una pierna, cruzando sus brazos de forma perezosa mientras miraba el escándalo que armaba Tinkus. Cuando notó que Hipo lo miraba con una expresión complicada, levantó una ceja hacia él.
—¿Qué? ¿Piensas que la persona detrás de esos tres cuerpos fui yo?
Hipo no respondió, los gritos de Tinkus lo distraían. Estando entre los brazos de Sasha, no dejaba de gritar y gritar mientras señalaba a Viggo; probablemente todos en la montaña sabían ahora quién era el responsable.
Viggo había mantenido una pose bastante confiada mientras veía como ese niño soltaba mentiras a los cuatro vientos, pero al ver como las personas comenzaban a alinearse a sus alrededores, no pudo mantenerla por mucho más tiempo. Uno de ellos empezó a apretar el agarre de una pequeña hacha mientras tenía una clara mirada de amenaza en él, así que apresuradamente tomó una decisión.
Hipo estaba distraído mirando y escuchando atentamente cada una de las palabras de Tinkus, intentando relacionar su acusación con el escenario que había visto hace un momento, así que sólo sintió un leve tirón en su cinturón y lo siguiente que pasó fue que tenía una hoja ardiente pegada a su cuello.
Viggo sostenía a Inferno contra él.
—¿Qué estás haciendo?
—Una disculpa, Hipo —dijo con cortesía, sujetando su codo y empujándolo—. Ciertamente esto no estaba en mis planes.
Chimuelo se giró de inmediato y mostró sus dientes; sus ojos furiosos veían bailar las llamas de la espada que amenazaba a su jinete pero no se atrevió a dar un paso más. Las personas que presenciaban como se desenvolvía la escena, sacaron sus armas en un parpadeo.
—¡Tú...!
—Oh, yo no haría eso si fuera ustedes —opinó Viggo, manteniendo a Hipo en su agarre—. Si Estoico el Vasto se entera que la cabeza de su hijo fue cortada por culpa de la imprudencia de todos ustedes, desearan haberse quedado en esta isla.
—¡Miren quien habla!
A pesar de su amenaza, algunos todavía estaban rancios a retroceder. Más que salvar la vida de un chico inocente, estaban ansiosos por darle una lección y no medían los riesgos, pero para sorpresa de todos, fue el pesadilla monstruosa de Zett quien se plató delante y les gruñó. Incluso le siseó a Chimuelo, demostrando que tampoco le tenía miedo.
—Qué curioso —Viggo lo miró fijamente—, un dragón resultó ser más inteligente.
—¿Tienes idea de lo que estás haciendo? —Cuestionó Hipo, manteniendo una voz calmada.
—Ese niño no me ha dejado alternativa, es más listo de lo que parece —dijo en un tono confidencial.
—¿Insinúas que miente?
—Quiere deshacerse de mí y si no tienes cuidado serás el siguiente. Lastimosamente no puedo probarlo.
—¿...Quieres apostar?
Sasha sentía que no podía tan sólo quedarse viendo, así que se levantó y torpemente caminó hacia ellos, buscando entre sus bolsillos algo filoso para usar. Sin embargo, tras dar solamente dos pasos, su mano fue agarrada de forma brusca.
—¡Sasha, no! —advirtió Tinkus.
—¡Es la pareja de lady Astrid! —ella lo miró con sus ojos bien abiertos—. ¡¿Con qué cara la veremos si permitimos que dañen a su futuro marido?!
—P-Pero es peligroso...
—¡¿Tori midió los peligros cuando fue al bosque sin su armadura?!
El labio de Tinkus tembló, pero sujetó con más fuerza su mano.
En ese momento, Viggo de repente empujó a Hipo hacia Chimuelo. El castaño tropezó y cayó torpemente sobre su dragón, ese pequeño giro de acontecimientos sirvió de distracción momentánea y Viggo lo aprovechó para correr hacia el pesadilla monstruosa.
Nunca había montado un dragón, pero había observado a Hipo y demás lo suficiente como para subirse sobre el lomo de uno sin parecer un novato. El dragón de Zett gruñó, pero fue dócil y lo dejó subirse, para después desplegar sus alas y volar.
—¡No dejen que escape! —Gritó alguien—. ¡Pagará por la muerte de nuestros amigos!
Guiados por la sed de sangre, el circulo de vikingos empezó a correr; persiguiendo la silueta en el cielo como un montón de pollos detrás del maíz. Incluso parecieron olvidar que la mitad de la isla estaba sumergida en agua y que era imposible igualar la velocidad de un dragón.
—Hey, tranquilo —Hipo se aferró a Chimuelo, tratando de serenarlo—. Déjalo, está bien.
—¡Señor Hipo! —Sasha se agachó junto a él, su rostro estaba lleno de preocupación—. ¿Cómo se encuentra? ¿Se hizo daño?
—Estoy bien.
—Es bueno escucharlo —Sasha se levantó, con su vista en la ruta por la que Viggo había escapado—. ¡Descuide! ¡Iré tras él!
—¡No! ¡No hace falta! —Se apresuró a decir Hipo, logrando que frenara sus movimientos—. Viggo no es el culpable.
Tinkus seguía sentado en el mismo lugar, apretaba sus manos contra la tela de su pantalón y se puso pálido cuando escuchó al castaño decir esas palabras.
Un momento después, Hipo se arrodilló delante de él, colocando una mano sobre su hombro. Su mirada no era dura, lucía más como un padre a punto de regañar por primera vez a su pequeño.
—Tinkus, tú y yo sabemos que Viggo no mató a esas personas.
Tinkus se paró de inmediato, nervioso.
—¡Lo hizo! ¡Fue su culpa!
—No, no lo fue —negó, poniéndose de pie también—. Las pocas marcas que había en el lugar fueron camufladas bajo otras marcas, así que los demás no lo notaron, pero cuando se trata de dragones Astrid y yo no somos tan fáciles de engañar; reconoceríamos los daños causados por un dragón donde fuera.
Los ojos de Sasha se ensancharon y corrió a su lado, sorprendida
—¡De ninguna manera! ¡¿Dice que un dragón lo hizo?!
—No digo que lo haya hecho, digo que estuvo involucrado —aclaró de inmediato—. Astrid y yo no quisimos decir nada porque no queríamos empezar disputas, pero ahora ya no tengo dudas.
Hizo una pausa, miró directamente a Tinkus.
—¿Fue el dragón de Zett, cierto?
Tinkus no respondió. Sasha por su parte, negó repetidas veces
—¿El dragón de Zett? ¡No es posible! —Expresó de inmediato—. ¿Cómo llegó a esa conclusión?
—El dragón no tiene nombre y no lleva una montura, pero es obediente y responde al llamado de Zett sin importar donde esté, así que debió recibir un entrenamiento estricto y difícil —expuso Hipo, reviviendo en su memoria cada detalle del escenario que vio—. Y en el lugar...las marcas que había en los troncos fueron hechas por ataques precisos, las ramas en las copas fueron evitadas con sumo cuidado y no hubiera notado el fuego extinto de no ser porque descubrí cenizas en la suela de mis zapatos. Es casi como si un mercenario lo hubiera hecho, sólo un dragón entrenado para matar o con un duro adiestramiento lo hubiera podido hacer, y el compañero de Zett luce como es ese tipo de dragón.
—A-Aun si lo dice...—habló Sasha—. Tiene que haber un error, usted no conoce a ese dragón, ¡es toda una princesa masculina! ¡De ninguna manera haría algo tan salvaje sin razón alguna!
—Yo creo que tuvo una razón —Hipo dio un par de pasos, pensando en ello—. Aún no logro unir todas las piezas pero si algo es cierto es que su amigo Tori fue atacado por sorpresa y no pudo ser un ajuste de cuentas. Ese niño no podría ofender a nadie, mucho menos al punto de que quisieran asesinarlo, así que sólo se me ocurre que pudo ser un malentendido con los otros dos hombres que encontramos.
—Por Thor...
—Si un malentendido o un accidente provoca que veas morir a tu amigo, cualquiera querría vengarlo sin importar qué. Y eso fue lo que Tinkus trató de hacer —indagó Hipo, echándole un vistazo al mencionado—. Aún si era una batalla que no podía ganar, lo intentó, pero sólo consiguió enfurecerlos. Fue ahí cuando el dragón de Zett intervino, seguro estaba buscando a su jinete cuando casualmente pasó por allí, pero reconoció a Tinkus y lo protegió. Atacó a quienes te atacaron y te ayudó a vengar a Tori, ¿cierto, Tinkus?
Sasha mordió su labio inferior y miró al menor, con suma tristeza.
—Tinkus, ¿todo eso es verdad? —su voz se era débil—. Tonto, ¿por qué no me lo dijiste?
Llegados a eso, Tinkus ya no pudo contenerse más. Sus hombros empezaron a temblar y finalmente comenzó a llorar.
—L-Lo siento...—se agachó en el suelo, sus ojos estaban llenos de lágrimas—. Lo siento...Lo siento...Fue mi culpa...
Hipo se agachó a su lado, colocando una mano sobre su hombro como un consuelo silencioso. Tinkus continuó.
—Tori quería que volviéramos pero yo tenía miedo....ellos pensaron que me estaba atacando, pero no fue así, ¡fue un malentendido!
—Lo sé.
—Fui yo el que se lanzó sobre él...no quería dañarlo, sólo quería asustarlo. Nunca creí que las cosas resultarían así.
—Entonces...—la expresión de Hipo era complicada—, la razón por la que culpaste a Viggo...
—Viggo me prometió que le perdonaría la vida a Sasha si le decía lo que haríamos en el coliseo —confesó, agachó la cabeza—. Creí que si todos pensaban que había matado a esas personas, entonces nadie creería en su palabra.
Así que esa era la verdad.
—Viggo me lo contó cuando salimos del coliseo pero no sabía si debía creerle —confesó—. Sino dije nada fue porque realmente no pienso en ti como una mala persona...y estoy seguro de que Tori tampoco.
Tinkus sólo pudo sollozar más fuerte.
Chimuelo había estado presenciando toda la escena en silencio, algunas veces mirando a su jinete y otras mirando a los otros dos niños, pero en algún punto dejó de prestarles atención y comenzó a mirar el suelo, con una voz de alerta resonando en su cabeza. Al mismo tiempo, una figura descendió de la montaña.
—¡Hipo!
Astrid había llegado.
N/A:
Cientos de capítulos atrás, se insinuó que tal vez a Heather le gustaba Hipo, incluso ella se lo creyó por un momento, pero no, era sólo yo jugando jaja.
El próximo capítulo hará que sus corazones duelan, EXIJO LASTIMA.
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