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◇53◇

"Todos están muertos, genio"


Patán estaba teniendo un mal día.

Para empezar, el terremoto y los signos de hundimiento harían que cualquiera perdiera los nervios, pero como no era la primera vez que su vida corría peligro, su atención estaba más enfocada en su molesto dragón.

El terremoto había hecho que Colmillo estuviera más irritante de lo normal, así que estuvo alrededor de una hora discutiendo con él hasta que pudo acercarse lo suficiente como para montarlo.

Pero en un parpadeo, estuvo rodando por la tierra como si fuera un tronco viejo.

—¡Colmillo! —Patán levantó su cabeza, luciendo furioso—. ¿Que piensas que haces? ¡No arrojes así a las personas!

El pesadilla monstruosa giró su rostro hacia otra parte, ignorando su indignación.

—¿Sigues molesto por haberte despertado temprano hoy? —Inquirió, levantándose del suelo y sacudiendo la tierra de sus pantalones—. ¡Yo tuve que montarte desde muy temprano y no me estoy quejando, eh! —El dragón acabó dándole la espalda y se fue por su cuenta—. ¡Oye! ¿A quien crees que estás ignorando? ¡Vuelve aquí ahora!

A pesar de sus palabras, ya estaba yendo tras él. Se quedó a mitad de una maldición antes de cerrar la boca y detenerse por completo. A una distancia de diez pasos, un joven aguijón veloz se encontraba olfateando con suma curiosidad algo que sobresalía de entre los arbustos; estaba distraído y le daba la espalda a Patán, pareciendo ignorar su presencia pero este ya estaba nervioso.

Ver como el aguijón en su cola se meneaba de un lado para el otro, hizo que se le pusieran los vellos de punta.

—Lindo aguijón...—susurró con suma cautela, empezando a retroceder. Sus ojos estaban en cada movimiento de la bestia feroz—, tú sólo ignorame, sigue en lo tuyo, continua con esa ma...¡¿mano?!

Su sobresalto hizo que el pequeño dragón girara su cabeza y le gruñera en advertencia. Patán se enderezó, con sus manos en alto, mostrándose desarmado pero con sus pies listos para iniciar un maratón. Afortunadamente, el aguijón veloz tan sólo siseó un poco y le enseñó sus dientes, luego sólo se marchó, moviendo sus patas a toda velocidad y volviéndose un borrón verde al atravesar la maleza.

Patán suspiró con alivió notable, pero en seguida se recuperó y dijo con enfado: —¡Si, más vale que huyas! ¿No se supone que sales de noche? ¡Vete y regresa con tu manada! Ah, Odín, pateare al cabeza de carnero que se le ocurrió traer a ese enano aquí, odio a esos...

Pausó, prestándole por fin atención a la persona dueña de la mano.

Lo primero que pensó, fue que podría tratarse de una víctima del veneno paralizador, incluso pateó la extremidad un poco para buscar alguna reacción, pero entonces echó un vistazo detrás del arbusto y descubrió lo equivocado que estaba.

Había cuatro cuerpos tirados en el suelo. En un primer vistazo, pudo notar que dos eran adultos y los otros niños; el primero era el dueño de la mano, se hallaba tirado boca abajo como si hubiera intentado huir; el segundo estaba acostado boca arriba, cerca de las raíces de un árbol y se notaba mucho más lastimado que el anterior; el tercero se encontraba tirado de espaldas a Patán, con su camisa manchada de rojo; y por último había una pequeña figura hecha ovillo en una esquina.

—Por todos los navíos de Berk, ¿qué rayos pasó aquí?

La primera persona no tenía latidos, con la segunda fue lo mismo, y se detuvo ahí cuando creyó reconocer un rostro.

—¡Colmillo! ¡Colmillo! —Se distanció lo más que pudo de la fea escena—. Esto es muy malo, ¡Colmillo!

Para su alivio, el pesadilla monstruosa acudió a su llamado y esta vez, se dejó montar.

—Vamos, hay que avisarle a Hipo sobre esto —hizo una pausa. Una mueca en su rostro fue inevitable—. Oh, no puedo creer que mi primer pensamiento haya sido correr hacia Hipo, mis ganas de vomitar aumentaron.

Con su estomago psicológicamente revuelto, tiró de los cuernos de su dragón y lo incitó a emprender el vuelo. Su primer destino fue el muelle, sin embargo, la vista aérea le permitió distinguir las figuras de Hipo y Astrid en un pequeño sendero cerca de allí, así que descendió de inmediato.

Si esos dos estaban en medio de algo, ni siquiera lo notó.

—Encontré cuatro cuerpos en el bosque —anunció, tan pronto Colmillo aterrizó.

Los semblantes llenos de alegría que no se borraron ni siquiera cuando vieron a Patán, se desvanecieron tras escuchar esa declaración. La hermosa sonrisa que Astrid tenía murió en sus labios y la mano que descansaba sobre la de Hipo se apretó por reflejo.

—¿Qué dices?

—Estaba teniendo una amigable conversación con mi dragón y de repente casi tropiezo con una mano, ¡una mano! —Patán se cruzó de brazos, fastidiado—. Incluso vi uno de esos molestos aguijones, pero descuida, lo asusté tanto que huyó de regreso con su manada.

—¿Donde?

—Ja, no tengo curiosidad por conocer a sus amigos.

—Me refería a las personas que encontraste —aclaró Hipo.

—Ah, al oeste, no estaban precisamente ocultos en realidad.

Hipo asintió y miró a Astrid, con una pregunta rondando en su cabeza. Ella lo entendió de inmediato y negó.

—Cuando reuníamos a los dragones no recorrimos más allá del lago, de haberlo hecho los hubiéramos visto —dijo Astrid, respondiendo a la pregunta no formulada. Luego de un momento, miró a Patán—. ¿Están....?

—¿Vivos? Definitivamente no.

—¿Y estás completamente seguro de que no fueron paralizados por el veneno del aguijón, Patán? —Preguntó Astrid, permitiéndose subestimarlo.

El aludido resopló.

—Pues a menos que los efectos secundarios sean dejar de respirar, estoy seguro que Patapez estará ansioso de añadirlo a sus feas tarjetas.

—De acuerdo, esto podría tratarse de un ajuste de cuentas, pasa todo el tiempo en las competencias, ¿no? —intervino Hipo—. ¿Colmillo puede llevarnos allí?

—¿Bromeas? Mi dragón podría llevar a cinco de ustedes y estar listo para una carrera se dragones —presumió Patán, demasiado satisfecho al respecto—, ¿que pasó con Chimuelo? ¿Ya lo hiciste a un lado por estar con tu novia?

—¿Eso que huelo son celos, Patán?

—Ya quisieras.

—Chimuelo está ayudando a Patapez con el plan de vuelo para el barco —respondió Hipo, con serenidad—, y no Patán, no seremos ese tipo de pareja, todavía podrás salir con nosotros cuando quieras si es  eso lo que te preocupa.

—Ja-Ja, que gracioso eres...espera, ¿escuché bien? ¿plan de vuelo para un barco?

—Te lo explicaré después —se limitó a responder—. Mejor dinos, ¿pudiste ver algo allá que nos diga quién es el responsable?

—Oh, lo siento jefe, olvidé recolectar huellas y reunir pistas —contestó con simpleza, pero un momento después, su expresión vaciló—. Aunque...

—¿Qué es?

Patán evitó mirar por encima de su hombro a la rubia. Pensó en sus palabras pero acabó negando.

—Olvídalo, mejor míralo con tus propios ojos cuando lleguemos.

En ese momento, ni Hipo ni Astrid comprendían a lo que se refería, pero la vaga idea de lo que podrían encontrar los hizo sentir frío. Cuando Colmillo aterrizó en escena, se llevaron la sorpresa de que no eran los únicos que habían descubierto el cruel escenario.

—¿Qué están haciendo aquí? —Patán levantó ambas cejas—. Esperen, ¿ese es Dagur?

—¡Patón! ¡hola!

—¡Ese no es mi nombre!

Hipo se bajó del pesadilla monstruosa, más preocupado por lo que había en el suelo que por las personas que rondaban cerca.

—¿Saben lo que pasó aquí? —Preguntó

Dagur se hallaba en compañía de un pequeño grupo de Defensores, quienes exploraban el escenario y se dispersaban a través de este, observando desde diferentes ángulos lo que sea que hubiera pasado allí. Aparentemente, habían descubierto el lugar durante la ausencia de Patán.

—He visto esto cientos de veces, hermano —respondió Dagur, de pie junto a uno de los cuerpos, con sus brazos firmemente cruzados contra su pecho—. ¡Disputas que terminan mal! ¡Negociaciones que terminan mal! Nunca es una bonita vista al final.

Astrid caminó con tranquilidad por el sitio, mirando la situación a sus pies. Se detuvo cerca del cuerpo que se hallaba junto a las raíces de un árbol, posando su mano sobre la madera.

—¿Dices que se enfrentaron? —Preguntó, mirando con atención el tronco.

—Por supuesto, gané muchas disputas, sé exactamente como se ve el resultado —presumió, alzando su barbilla con cierto orgullo—, así que si me preguntas, diría que estos cuatro vikingos discutieron y pasaron de las palabras a los puños.

—Todos están muertos, genio, obviamente fue una emboscada —objetó Patán, con mala cara.

—Bueno, eso es algo que también haría —se encogió de hombros—. No me mires así, Patín, no tuve nada que ver con esto, la reina Mala nos mandó a conseguir algo de madera, no tenía idea de que había decoraciones humanas por aquí.

—Luces demasiado relajado, todo en ti grita sospechoso.

—Mis emboscadas lucen más sangrientas que esto, ya deberías saberlo.

—¡Admites que fue una emboscada!

—Fuera lo que fuera, no importa ya —intervino Hipo, arrodillándose en la hierba delante del hombre que estaba en medio de los arbustos—. Si se trata de un rencor personal no podemos intervenir, pero si aparecen más víctimas será difícil ignorarlo.

—Si lo piensas, habrá más espacio en los barcos jaja.

La mirada que Hipo le dio a Dagur, hizo que cortara su risa.

—Ah, Hipo —habló Patán de pronto, lucía algo nervioso—, ¿recuerdas que te dije algo sobre...?

—¿Si?

No tuvo que señalarlo, de repente una mujer de los Defensores gritó: —¡Está vivo!

Al escuchar eso, Astrid dejó de contemplar la que creía la escena más sospechosa y se asomó a mirar los otros cuerpos con curiosidad. La gente de Mala se había amontonado en el lugar y debido a que todos se mantenían de pie y se inclinaban entre ellos para susurrar comentarios, era difícil tener una vista clara desde lejos.

Sin embargo, los ojos de Astrid captaron algo que llamó su atención y se abrió paso entre las personas.

—¡¿Tinkus?!

El niño estaba echo un ovillo en el suelo, lucía tan pálido como un cadáver. La persona inclinada a su lado lo revisó nuevamente y asintió.

—Sólo está inconciente —afirmó.

Astrid emitió un suspiro de alivio. Había visto un cuchillo tirado en el suelo y lo había reconocido de inmediato como el que le dio a Tinkus antes, así que no pudo evitar pensar en lo peor por un momento.

Sin darse cuenta, ya estaba buscando a Hipo con la mirada. Lo vio acercarse en compañía de Dagur y en el momento en el que sus ojos se posaron en él, una pregunta sospechosa empezó a formularse en su cabeza.

—¿Tú...?

Dagur la miró alarmado.

—No sabía que Tinkus estaba aquí, ¡no miré sus caras! —respondió de inmediato, sabiendo bien hacia donde iban los pensamientos de la chica.

Y era cierto, en ningún momento se acercó a los cuerpos lo suficiente como para identificarlos; justo cuando había empezado a examinar más de cerca a la primera víctima, Colmillo aterrizó en escena y la atención de Dagur se desvió hacia ellos. Realmente estaba tan sorprendido como ella de ver que había al menos un rostro conocido entre todos esos caídos.

—¿Qué pasa con los otros tres? —Interrogó Hipo, sin sonar como si estuviera acusando a Dagur—, ¿los conoces?

—Nah, los Berserkers sólo recordamos a nuestros enemigos.

Hipo lo miró con una expresión de "no-me-digas" y por un momento Astrid olvidó la tensión del momento. Hasta que notó algo.

A una distancia no tan lejana de donde se encontraba Tinkus, el cuerpo de la cuarta víctima se hallaba tirado sobre la hierva. Ninguno de los presentes le había dado una segunda mirada, era más que obvio su estado y por respecto a la víctima tampoco habían querido moverlo, así que permanecía en una incomoda posición de lado, con su peso sobre su hombro y su cabeza gacha.

Astrid sintió un aire frío ante esa familiar espalda.

Normalmente, cuando una persona estaba delante de algo que no quería creer, se acercaba con lentitud y cautela, sin embargo, Astrid siempre había preferido hacerle frente a las situaciones. En el momento en el que creyó reconocer esa figura, giró en esa dirección y caminó a paso rápido y firme.

—¡Astrid! —La voz de Hipo fue ignorada.

Ella rodeó al chico, logrando finalmente tener una vista de su rostro, y sólo con un vistazo, su propio cuerpo se puso rígido.

En algún momento, Dagur había empezado a gritar. —¡¿Qué creen que hacen allí parados?! ¡El responsable tiene que seguir por aquí! ¡Vayan y traiganmelo en este instante!

—Pero nuestra reina...

—¡No era una pregunta! ¡¿O acaso su reina estaría felíz viendo como dejan escapar al responsable y...?!

Dagur siguió gritando.

Las personas empezaron a moverse.

El único que fue en dirección opuesta fue Hipo, quien silenciosamente corrió al lado de Astrid. No le dedicó ninguna mirada al cuerpo sobre la hierba ni emitió una palabra, fue y directamente rodeó a Astrid con sus brazos, bloqueando su vista de esa sombría imagen.

Astrid no dijo nada, sólo lo dejó.

Dagur todavía estaba gritando y Patán parecía estar diciendo algo sobre la marea subiendo, pero nada de eso importaba ahora. Lo único importante era el abrazo reconfortante de Hipo y la persona que yacía sin vida a sus pies.

××××

A varios metros de allí, en una de las tiendas del único campamento de la isla, Hillary y el viejo curandero estaban de pie frente al cuerpo inconciente líder Zeta. En el exterior, las personas asumian que el duo estaban trabajando arduamente en mantener al hombre vivo, sin embargo, la realidad era que ambos estaban discutiendo.

A gritos.

—¡Quitar la lanza significa desangramiento!

—¡Dejarla no me hubiera dejado tratarlo!

—¡Hiciste que se desangrara!

—¡Le salvé la vida!

—¡Adelantaste su muerte!

—¡No ha muerto!

—¡¿Y te aplaudo?!

Hillary lo miró furiosa, pero incluso una niña malcriada como ella tenía principios, y entre esos principios estaba no insultar a los ancianos, así que se cruzó de brazos y le dio la espalda.

—Yo estuve aquí para salvarlo cuando usted no, así que si quiere ayudar, hágalo, no pierda el tiempo en cosas que no se pueden cambiar.

—¡Bien! —El hombre mayor dio media vuelta, su bastón resonó fuertemente al caminar—. ¡Ustedes dos! ¡Bajen ese tronco y vayan a conseguirme algo de jengibre!

—¿Nosotros?

—¿Hablo dragonés? ¡Si, ustedes!

De esa forma, el gruñón y molesto anciano se fue.

Hillary resopló innumerables veces en la soledad de la tienda, murmurando quejas sobre como no valoraban su trabajo, y quizás hubiera seguido de largo sino fuera porque a sus oídos llegó un quejido.

Delante de ella, Hanz se removia con pesar.

El hombre aún tenía sus ojos cerrados, pero su respiración se había vuelto irregular y su ceño estaba fruncido, como si estuviera a punto de despertar.

Rápidamente, Hillary se arrodilló a un lado de la cama de piedra, inclinandose lo más cerca que pudo de su oído.

—¿Jefe Zeta? ¿Puede escucharme?

Las pestañas del hombre temblaron, pero sus ojos siguieron sin abrirse.

Hillary consideró seriamente llamar a alguien del exterior, ya sea algún compañero de Hanz o al cuarandero, incluso volteó hacia la entrada de la tienda lista para hacerlo. Pero un momento después, se arrepintió.

No sabía si tendría otra oportunidad y Hillary realmente necesitaba hablar con el líder Zeta en privado. Después de todo, si Zett había tratado de matarlo, debía ser porque definitivamente Hanz sabía algo; algo que Zett no quería que el mundo supiera, ¿por qué otra razón sino?

Si era información que podía perjudicar al pelirrojo, ¡entonces Hillary tenía que averiguarlo!

—Jefe Zeta —llamó, con la voz más suave que podía utilizar. Sus ojos miraban con atención el rostro del hombre—. Jefe Zeta, ¿está despierto?

En esa ocasión, Hanz movió su barbilla hacia Hillary. Sus pestañas temblaron y lentamente sus ojos comenzaron a abrirse. Tan pronto lo hizo, inmediatamente volvió a cerrarlos, esta vez, con su rostro contrariado por el dolor.

—Líder Hanz, soy Hillary de la casa Adrikson, ¿me recuerda? —Habló ella, sonando más animada que antes—. Resultó gravemente herido durante el incendio, su gente lo rescató y lo trajo conmigo.

Con una enorme dificultad, Hanz volvió a levantar sus pestañas. Su cara estaba increiblemente pálida, todo su cuerpo estaba bañado en sudor y el simple hecho de respirar parecía doloroso para él, pero aún así, se las arregló para ignorar su propio sufrimiento y clavar su mirada en Hillary.

Al principio, su semblante no decía nada, lucía como estuviera evitando desesperadamente gritar, pero un momento después pareció recordar algo y miró a Hillary con alarma. Sus labios temblaron.

—Z-Ze...Ze...

—Está bien, no tiene de que preocuparse —respondió de inmediato—, sus subordinados capturaron a esa rata traidora, ellos harán que pague por lo que hizo.

El ceño de Hanz se pronunció aún más. Negó rotundamente.

—No...

—Su gente es hábil, no permitirán que escape. Puede estar tra...

—Él...no...fue.

Hillary pausó, mirándolo detenidamente.

—¿Cómo dice?

—Zett...no lo hizo.

Ella lo miró de forma inexpresiva, y un momento después, simplemente se levantó y tomó un cuenco vacío, llenandolo de agua fresca.

—Debe tener sed —le acercó el recipiente, sosteniendolo en un ángulo que pudiera beberlo sin tener que levantarse—. Tenga, aquí...

Hanz apartó su rostro, rechanzadolo.

—Tienes...tienes que decirles —insistió, esforzándose por ser claro en expresar su voluntad—. No fue su culpa...l-llama a mi general, le...les explicaré...

Hillary bajó el cuenco de agua que sostenía. Lentamente dio un paso hacia un lado, pensando detenidamente en ello.

—¿Qué fue exactamente lo que pasó? —Preguntó repentinamente, ignorando su petición—. Todos allá fuera piensan que Zett trató de asesinarlo, uno de los suyos incluso lo atrapó con las manos en la masa.

—...Un accidente.

—¿La lanza...?

Hanz negó de forma casi imperceptible.

—No era para mi.

Pero Hillary tenía sus dudas al respecto.

—¿Y está completamente seguro de eso?

—Mmn —asintió, recostando su cabeza y cerrando sus ojos por un momento—. No lo haría...así como no la lastimaria a usted.

—¿A mi? ¿Qué quiere decir?

Hanz abrió los ojos con algo de pesar y la miró, como si tratara de averiguar si estaba bromeando.

—¿No lo sabe?

—¿Qué debo saber? —Con cada pregunta sin responder, el tono de Hillary se volvía peligroso.

—Lo que es usted para Zett. —Su rostro sereno, nuevamente fue atacado por un ceño fruncido— ¿No se lo ha dicho? ¿Todo este tiempo y Zett aún no...?

—Deje de divagar y esa claro —interrumpió Hillary, impaciente—. ¿Qué? ¿Acaso me vas a decir que se enamoró de mi?

—Gracias a Odín no —Hanz soltó un quejido similar a una suave risa. Sus ojos volvieron a cerrarse, buscando relajar la tensión de su cuerpo—. Pero sucede que Zett es alguien muy leal...en especial si se trata de la familia.

La expresión de Hillary cambió.

—¿Qué tonterías...?

—El padre de Zett los abandonó a él y sus hermanos cuando eran pequeños —murmuró Hanz—, nunca supo porqué pero...hace unos meses lo vio en una subasta...con su nueva familia...

Hillary negó, dándole la espalda y arrojando el cuenco de agua de vuelta a la cubeta de donde lo había sacado.

Mentira, por supuesto que era una mentira. Hanz estaba delirando por su condición y no sabía lo que decía. Ni siquiera valía la pena seguir hablando con él, así que en silencio se movió hacia una mesa donde yacía una hoja con restos blancos a medio moler.

Ella terminó el trabajo y sostuvo dicha hoja entre sus manos, teniendo cuidado de no tirar su contenido mientras caminaba de regreso hacia la cama de piedra.

—Jefe Zeta, es mejor que guarde reposo —le dijo ella, llevando la medicina hacia él—, el anciano estará aquí pronto y se ocupará de usted, hasta entonces, esto le ayudará.

Tenía la hoja inclinada hacia él, pero al igual que con el agua, Hanz se negó a ingerir la medicina. Para empezar, ni siquiera le dio una mirada.

La paciencia de Hillary estaba llegando a sus limites.

—Hanz, no mejorara si no colabora.

Pero Hanz no se movió, ni siquiera cuando Hillary dio golpecitos en su mejilla. Fue entonces cuando el pánico surgió en ella.

Dejó caer la medicina y sus manos quitaron las mantas que cubrían la mitad del cuerpo de Hanz. Cuando sus ojos vieron lo que tenía delante, dejó escapar un grito.

Los retazos de tela que envolvían el torso de Hanz estaban empapados de liquido rojo.

—¿Señorita? —Alguien se asomó—, ¿está bien?

—¡Trae al anciano! —Gritó ella, sin molestarse en disimular su desesperación—. ¡Ahora! ¡Tenemos una emergencia!

—¿El jefe...?

—¡¿No me escuchaste?! ¡De prisa!

En el exterior, se armó todo un alboroto. Las pocas personas que había empezaron a gritarse unos a otros por el paradero del anciano, unos lo habían visto, otros no, y la mayoría no entendía lo que pasaba. Lo cierto era que gritos o no, sus voces jamás llegaron a los oídos de Hillary. Todo lo que ella podía escuchar era el golpeteo en el pecho de Hanz hacerse más y más débil.

Sus manos se mancharon, pero nunca dejaron de temblar.

Presionó innumerables trozos de tela, pero el sangrado nunca se detuvo.

Quemar la herida fue una idea que llegó tarde, pero al final no importó cuando se esforzara, Hillary seguía siendo una novata cuyo conocimiento medico no era suficiente para salvar una vida. Incluso cuando el viejo Ryu llegó, un corazón que ya había dejado de latir no podía volver a hacerlo.

Hanz había muerto.

—Era una herida muy grave —murmuró el curandero, luego de largos minutos de silencio—. Estando en esta isla, ni Gothi de los Hooligans de Berk hubiera podido salvarlo, sólo le diste tiempo.

Hillary no respondió, contempló inexpresivamente la cama de piedra por un largo momento. Después, simplemente se dio la vuelta y caminó hacia la salida, ignorando por completo los sollozos de algunos presentes.

—Señorita —alguien la sujetó del hombro, esa persona no estaba mejor que ella—, el jefe recuperó la consciencia por unos momentos, ¿verdad?

—¿Y qué?

—¿Te dijo algo?

Hillary hizo que retirara su mano con una sacudida, realmente no estaba de humor para hablar con nadie.

Su rostro era un iceberg, pero en su mente no podía dejar de preguntarse una y otra vez...

¿Retirar la lanza fue un error?

¿Qué Hanz hablara fue demasiado?

¿Debió intentar algo diferente?

En el fondo de su corazón sabía que había sido su culpa, sin embargo, en toda su vida, Hillary jamás había admitido su error en algo. Siempre podía culpar a alguien, siempre había alguien a quien señalar, y en ese momento, el nombre de Zett era repetido una y otra vez por una voz en su cabeza.

Si él no la hubiera traído a la isla, ella no se hubiera involucrado; si él no hubiera provocado la herida de Hanz, ella no se sentiría culpable.

Si, era su culpa.

—Todo es culpa de Zett —concluyó.

Después de eso, se marchó.

Sus palabras fueron sólo una extensión de sus pensamientos negativos; lo que dijo no era verdaderamente lo que quería decir, pero no fue hasta un tiempo después, que se dio cuenta del gran malentendido que generó.















N/A:

Si, Hillary no es su amada, es su (media) hermana.

El padre de Zett se consiguió una amante rica y huyó con ella cuando Zett era pequeño. Zett lo descubrió y odia a Hillary desde entonces, pero no puede darle la espalda porque...a final de cuentas, es su hermana.

Oh si, Hanz murió...si bueno, lamento no haber subido los otros cuatro capítulo que prometí. Malditas tareas virtuales, pero como ya los tengo escritos, definitivamente los tendrán. Les daré una leída y los subiré antes de irme a mimir.

Los leo en los comentarios~

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