◇52◇
"Un día"
Desde el principio, la isla no tuvo dragones.
El propio instinto de los dragones les llevaba a evitarla aun si no sabían que había una criatura mucho más grande debajo, y los pocos dragones que se encontraban allí sólo estaban porque fueron llevados a la fuerza en jaulas. Así que no importó cuanto buscaran, a penas lograron encontrar un pesadilla monstruosa y dos gronckle.
Sabiendo que no encontrarían más —y viendo que no había rastro de Tinkus y Tori—, Astrid dio la orden de retirada y todos empezaron a caminar de regreso al campamento.
Ella no lo sabía, pero su presencia era el centro de atención entre los jóvenes Zeta. La habían visto de pie junto a Hipo en la reunión y ahora por alguna razón estaba al mando, ¿por qué era eso?
—¿No es obvio? Es su prometida, claro está.
Los chicos se miraron entre ellos al escuchar el comentario descuidado de uno de los suyos, y con disimulo, voltearon a ver a la mujer Hofferson. Ella estaba a unos cuantos metros, alimentando a uno de los gronckle junto a otra chica y no parecía prestarles atención, así que se giraron de regreso y pegaron más sus hombros.
—¿Hipo Abadejo está comprometido con esa mujer? No tenía idea.
—Por supuesto, lo escuché de nuestro curandero durante la competencia.
—¿Y será verdad? El anciano está un poco...
—Es obvio, un hombre y una mujer no lucen así de cercanos sin tener nada, tienen que estar comprometidos.
—¿Pero no estaban ellos peleando a muerte en el coliseo hace unas horas?
—Tus padres discuten todo el tiempo también.
No eran más que susurros, así que nadie les prestó particular atención el corto tiempo que se mantuvieron en el bosque, sin embargo, cuando Astrid los envió al muelle y ella se marchó con los dragones, no pudo evitar sentir que había un gran malentendido del que no se estaba enterando. Ya en el campamento, lo primero que hizo fue buscar a Hipo.
La última vez que Atrid lo vio, se encontraba en compañía de Patapez y Viggo dentro de una tienda, pero en el corto tiempo que Astrid estuvo ausente, la escena había cambiado.
La tienda había desaparecido y se respiraba aire fresco. La mesa que antes estuvo vacía ahora se encontraba a la luz del día y tenía varias hojas de papel con bocetos y garabatos que coincidían en su mayoría con la letra de Hipo. Viggo se encontraba de pie en la hierba delante de dicha mesa, con su cuerpo encorvado hacia delante y sus manos reposando sobre la superficie de madera. Miraba los papeles en silencio pero su semblante era tranquilo, como si leyera un buen libro.
A unos cuantos metros de allí, Patapez se movía de un lado al otro con libreta y lápiz en mano. A diferencia del otro hombre, Patapez lucía alegre y emocionado mientras le decía a un chico que añadiera más rocas a la red del furia nocturna. Chimuelo y Albóndiga eran los sujetos de prueba pero no parecían abrumados, en realidad se encontraban esperando pacientemente a que el delgado chico terminara de agregar más peso a las redes fijadas a sus monturas.
Por último, la tercera persona que destacaba en escena era un joven delgado con un traje de piel de yak y una prótesis donde su pierna izquierda debería estar. Se encontraba de pie al otro lado de la mesa, con su peso apoyado en su pierna buena mientras sus manos sostenían un juego de hojas que parecían tenerlo pensando. No era consciente de ello, pero golpeaba distraídamente un lápiz contra su barbilla, demasiado sumido en sus pensamientos. Astrid se detuvo a una distancia prudente, y cuando sus ojos se toparon con el chico, se quedó allí y se permitió mirar un poco más al castaño. Hipo pareció sentir que era observado, porque levantó su mirada y le sonrió.
Astrid le correspondió el gesto, y luciendo satisfecha por haber conseguido distraerlo, dejó de lado ese aspecto de doncella enamorada y se concentró en los chicos que todavía no conseguían alcanzarla.
—Vamos, ¿que tanto hacen? —Llamó, alzando la voz—. Creí que estaban familiarizados con los dragones, ¿por qué tardan tanto?
Ella no lo notó, pero Hipo continuaba mirando felizmente en su dirección.
—¿Cuál es la capacidad de los barcos en el muelle? —consultó Viggo de pronto.
Hipo regresó su mirada a las hojas en sus manos. Suspiró.
—Alrededor de veinticinco personas, quizás más.
—Cinco de esos barcos es lo que necesitamos para transportar a las ciento y tantas que hay en la isla, esa fue la conclusión a la que tú y el joven Ingerman llegaron. Pero no importa como lo mires, esa cantidad es imposible en tan corto tiempo.
—Ya lo hablamos, Viggo. Todos en la playa están trabajando en los barcos mientras tú y yo tenemos esta conversación.
—Hipo, puedes construir diez casas que duren cinco días o puedes construir cinco casas que duren cinco años, ¿entiendes lo que quiero decir?
—¿Y tu propuesta es...?
—Tres barcos, dale prioridad a tres barcos, de lo contrario nos hundiremos incluso antes de llegar a los Mercados del Norte.
—Tendríamos que dejar a su suerte al menos a unas treinta...cuarenta personas.
—Y salvarías a las otras cien.
—Esperemos no tener que llegar a eso —fue su última palabra.
No más discusión. Hipo se alejó de la mesa, decidiendo que ya había tenido suficiente de conversaciones estratégicas y fue a buscar a Astrid.
En el campamento todo era ajetreado, se podía sentir que trabajaban contra reloj, así que si no fuera porque la había visto caminar en esa dirección, hubiera tenido problemas para encontrarla entre todas esas personas que iban y venían.
Astrid estaba de brazos cruzados delante de una cueva, discutiendo con la persona confinada dentro de esta. Y por "discutiendo" significaba que la otra persona era quien hablaba y Astrid quien lo juzgaba con la mirada.
—Hermana mía, no me mires así, no es como si quisiera estar encerrado aquí, huele a que cientos de inocentes murieron aquí.
— ......
—¿Acaso estás triste por mi?
— ......
—¡¿Estás tan triste que ni siquiera puedes expresarlo?!
— ......
—Astrid, baja eso, debo llegar vivo al juicio.
Hipo llegó justo a tiempo y no dudó en colocarse junto a la rubia, deteniendo lo que sea que estuviera a punto de hacer. Sonrió de forma incomoda hacia los guardias presentes.
—¿Pueden darnos un momento? —Preguntó amablemente.
—No, tenemos ordenes de vigilarlo.
—Tinimis irdinis di vigilirli —se quejó Zett, reboloteando los ojos.
—¿Qué dijiste?
—¡Tranquilo! Estoy seguro que eso no es necesario —detuvo Hipo, impidiendo que levante su lanza—. Sólo será un momento, pueden observarnos desde aquel árbol.
—Bien, pero si pone un pie fuera de la cueva...
—¡Como si pudiera! —Se quejó el pelirrojo, dando golpecitos en el juego de lanzas delante de él, mismas que estaban clavadas en el suelo y le impedían salir.
Para su fortuna, los guardias ignoraron deliberadamente su comentario y se alejaron de la cueva, dándoles espacio.
—Tienes una boca demasiado grande, vas a hacer que te maten un día de estos —regañó Astrid, con evidente molestia—. ¿Cuando dejarás de causar problemas?
—Vaya, creí que no ibas a hablarme, extrañé el bello sonido de tu voz.
—Grabalo en tu memoria, porque después de esto no pienso dirigirte la palabra hasta el juicio —sentenció, llevando sus manos a sus caderas—. Deberías agradecerle a Hipo, si no fuera por él ni siquiera tendrías uno.
—Y ahora todos vamos a morir porque la isla se está hundiendo, gracias por mi juicio Hipo.
—Nadie va a morir —objetó Hipo.
—Simularan olvidarse de mi cuando zarpen.
—Bueno, eso podría pasar.
—¿Realmente no vas a decirnos lo que pasó en el coliseo? —Insistió Astrid.
Zett suspiró, apoyando su hombro en una de las paredes de la cueva. Miró a Astrid impaciente, lanzando y atrapando un viejo trozo blanco de madera.
—¿No todos te lo dijeron ya?
—Siempre hay más de un lado de la historia —afirmó ella—. Si lo hiciste, ¿entonces por qué?
—No lo hice —era la primera vez que hacía una confesión al respecto—. No lo hice pero fue mi culpa que pasara, ¿entiendes?
—¿Es por eso que no dijiste nada antes? ¿Porque te sientes culpables?
—No dije nada antes porque no me hubieran creído. Ya viste lo mucho que me desprecian, ¿crees que hubiera habido alguna diferencia si decía "Yo no lo hice"?
Silencio. Al cabo de un momento, Astrid dejó escapar un suspiro.
—Necesitamos ayuda de todos los dragones disponibles —dijo de pronto, mirando hacia otra parte—, si puedes llamar al tuyo sería muy útil.
—As...
—¿Puedes hacerlo o no?
Zett hizo una mueca, pero obedientemente llevó sus dedos a su boca y emitió un fuerte silbido que resonó por toda el área. Un momento después, un pesadilla monstruosa de un color particular aterrizó cerca de la cueva.
—Gracias, lo cuidaremos bien —dijo Astrid, antes de alejarse.
Le dio la espalda, yendo a recibir al recién llegado, y dejó solos momentáneamente al pelirrojo y al castaño. Hipo miró a Zett, a punto de despedirse para continuar siguiendo a la rubia, pero se distrajo al verlo jugueteando con algo.
—¿Que tienes ahí?
Zett lo tomó a mal y frunció el ceño.
—¿Qué? No lo usaré para escapar —lo ocultó de su vista—, es sólo la pieza de un juego de mesa.
—No tenía idea de que te gustaban los juegos de mesa.
—¿Tiene algo de malo?
—Le preguntas a la persona equivocada, yo incluso tenía un juego de Mazas y Garras tallado en roble blanco cuando era niño.
—¿En Berk juegan Mazas y Garras desde los nueve? Por Thor, con razón te fuiste.
—Una palabra más y no te haré llegar la invitación de la boda.
—¡¿Ah?!
—Hipo —Astrid volteó a verlo, totalmente ajena a la discusión—. Vámonos ya, no hay tiempo que perder.
El castaño asintió y se apresuró a retirarse, con el buen humor bailando en su mirada.
El pelirrojo rodó los ojos, pero en sus labios había una pequeña sonrisa amistosa que pronto desapareció. Se sentó en el duro suelo de la cueva, y en soledad, observó la pieza entre sus dedos.
Hipo y Astrid guiaron al pesadilla monstruosa por el campamento, llevándolo hasta el lago donde los pocos dragones que había estaban siendo reunidos. Patapez los recibió con una brillante sonrisa a pesar de la situación.
—No tuvimos suerte con los dragones pero, Patapez, pareces haber progresado bastante —comentó Hipo, guíando al pesadilla monstruosa.
El dragón de Zett era todo lo contrario a su dueño; serio y con un aura elegante, caminó hacia sus demás compañeros y se sentó obedientemente a una distancia prudente de ellos. Albóndiga y Chimuelo se miraron entre sí, curiosos.
—¡Así es! —Patapez se precipitó a ellos, sosteniendo su cuaderno—. Basándome solamente en la cantidad que Albóndiga y Chimuelo pueden llevar individualmente...bueno, suponiendo que el número de rocas que elegí representa el peso promedio de un vikingo con la altura de...
—Patapez.
—¡Si! Necesitamos alrededor de treinta y ocho dragones para poder levantar un solo barco.
—Genial, llevamos ocho —comentó Hipo positivamente.
—No podemos descartar los dragones en los que vinieron Tori, Sasha y demás —alegó Astrid, parada a su lado—. No estoy segura de si lograron un vinculo, pero sí lo hicieron deberían responder a su llamado.
—¡Buena idea! —Exclamó Patapez.
Hipo la miró esperanzado. —¿Puedes pedirles que lo intenten?
—Lo haré cuando tenga la oportunidad —Astrid se escuchó desalentadora, incluso frunció un poco el ceño—. Sasha está descansando dentro de una tienda, y si los demás no están aquí deben haber ido con Mala...supongo.
—Suenas preocupada —señaló Hipo.
—Bueno, no puedo evitar tener un mal presentimiento. Ellos pueden meterse en muchos problemas si no hay nadie mirando.
—Ahora suenas como una madre —Hipo se rió al ver la mirada que Astrid le daba—. Oye, lo dije como un cumplido, ellos tienen suerte de tenerte para cuidarles la espalda.
—Y dudo que tengas de que preocuparte —añadió Patapez, volviendo a garabatear en su libreta—. Seguro Tori reunió a todos como se lo pediste y ahora están en el frente ayudando a reparar los barcos, nada de que preocuparse.
Astrid no parecía satisfecha con eso, sin embargo, en ese momento algo más surgió. No fue un terremoto, si no la voz de un hombre mayor extremadamente enojado.
—¡¿Donde está?! ¡¿Donde está?! —El viejo Ryu empuñaba su bastón como lo haría con una espada y amenazaba a inocentes jóvenes que intentaban escoltarlo amablemente—. ¡Traiganlo! ¡Le enseñaré a no olvidarse de los ancianos!
—¡Señor, calmese! ¡No es bueno para su salud!
Astrid y Patapez miraron curiosos la escena, sin comprender lo que ocurría.
—El señor Ryu es alguien aterrador, me pregunto quien se atrevió a hacerlo enojar.
—Quizás el paso de los años lo hacen más gruñón.
—Si, sin duda debe ser eso —el tono de Hipo era algo extraño—. ¡Ah! Astrid, dijiste que estabas preocupada por esos niños, ¿por qué no vamos a echar un vistazo allí ahora mismo?
—¿Ahora? También lo pensé pero aún faltan áreas del bosque que revisar y...
—Estoy seguro de que en el frente necesitan más nuestra ayuda, vamos, vamos.
Astrid parpadeó extrañada, pero no puso resistencia cuando Hipo tomó su mano y tiró de ella, en dirección totalmente opuesta a donde el anciano estaba haciendo una escena.
—Ah, ¿tú no vienes, Patapez? —Preguntó, mientras se dejaba arrastrar.
—Ah, no, no —agitó su libreta en dirección hacia los dragones—. Tengo que alimentar y entrenar esos chicos si queremos que nos ayuden a cruzar el océano....¡además! alguien tiene que vigilar a ya saben quien.
Eso último lo había dicho en un susurro casi inaudible y obviamente se refería a Viggo Grimborn, porque aunque el hombre no necesitaba supervisores debido a los intereses que compartían, los jinetes se sentían más tranquilos teniendo a alguien con un ojo sobre él.
—¡Te lo encargo! —le dijo Hipo, alejándose—. ¡Sí Hanz o Sasha despiertan, por favor avísanos!
Chimuelo pareció querer seguirlo, pero el dragón de Zett se echó a descansar a mitad del camino y realmente....ese dragón era intimidante, no quería ser quien lo despertara.
—Está bien, está bien, no irán demasiado lejos —le dijo Patapez, reconfortándolo—. Ahora, ¿quién quiere despertar a nuestro nuevo amigo?
Una vez que Hipo y Astrid se distanciaron de los gritos y de toda la conmoción, redujeron el ritmo de su trote y Astrid lo miró con interés.
—¿Y qué le hiciste exactamente al viejo curandero? —Preguntó de repente.
¡Claro que se había dado cuenta!
—Puede que lo haya olvidado en la playa con los demás...
—¿Olvidaste a un pobre he indefenso anciano? —Se burló.
—Sólo para aclarar, no es un anciano indefenso, ¿viste cómo blandía su bastón? Tiene bastante fuerza en ese brazo.
—Si te consuela, en retrospectiva, has estado en situaciones mucho peores.
—¿Una isla que se hunde cuenta como mucho peor? —Sugirió, algo bromista.
—Pensaba, más bien, en aquella vez que dejamos a Brutacio preparar la cena.
Hipo se rió discretamente. —No puedo creer que lo diga, pero creo que extraño la comida de la orilla.
—Cuidado con lo que dices, escuché de Patapez que en nuestra ausencia Brutacio y Brutilda perfeccionaron el platillo más picante de nuestra generaciones.
—¿Fruta picosa?
—Fruta picosa.
—Si, creo que la idea de quedarnos aquí ya no suena tan mal —bromeó Hipo.
Astrid se rió entre dientes.
—Escuché que el plan B de Patán, en caso de que los gemelos cocinen, es construir una catapulta gigante y arrojarse a sí mismo con ella.
—No había pensado en una catapulta para escapar..
—Hipo.
—Mala idea, una catapulta es mala idea —Astrid lo miró con sospecha, provocando su risa. Un momento después, sus ojos brillaron—. ¡Oh! Hablando de ideas de respaldo...
Luciendo orgulloso al respecto, sacó del interior de su traje una hoja de papel perfectamente doblada y la sacudió en el aire.
—Siendo positivos, este sería nuestro último recurso, literalmente —dijo, como si la hoja que sostenía fuera el mayor logro de su vida—. Es sólo en caso de que el barco volador fracase, así que planeo mantenerlo en secreto hasta que sea necesario, por eso quiero que tu lo tengas.
—¿Qué tan arriesgado es?
—Siendo sincero, no quiero que lleguemos a eso —confesó—, pero si todo lo demás falla, esta sería mi último As bajo la manga.
Sonaba peligrosamente sincero, así que si Hipo no podía pensar en más planes de emergencia, sólo podía significar que no había. Con cuidado, Astrid guardó la última esperanza de la humanidad en el bolsillo secreto de su bota.
—Entonces...¿era esto lo que querías compartir conmigo?
Hipo inclinó la cabeza, sin quitar la vista del frente. Había un particular brillo en su mirada.
—¿Por qué piensas que quería hablar de algo?
—No te hagas el tonto conmigo —le dio un codazo juguetón—. Luces como si estuvieras ansioso por probar un nuevo y peligroso invento.
—¿Por qué todos me dicen eso?
Ella se echó a reír. Había empezado a sospechar que se traía algo entre manos cuando fue a buscarla a la cueva-prisión; la forma en la que se paró en una esquina en silencio mientras ella y Zett discutían, le recordó a un niño esperando a que su madre se desocupe para que juegue con él.
—Eres muy obvio. Adelante, te escucho.
Hipo volvió a sonreír, pero esta vez su sonrisa fue diferente. Ya no era bromista, era...diferente.
—La verdad es que he estado pensando mucho en algo que el viejo Ryu me dijo hace poco —confesó, observando como las hojas se balanceaban en las ramas de los árboles—. Al principio, pensé que era una locura, demasiado pronto en realidad, pero mientras más lo pensaba, más me convencía de ello y....ya no me parece tan loco.
Astrid asintió, indicándole que continúe. Inesperadamente, Hipo dejó de avanzar, obligándole a ella a hacer lo mismo, y se giró para observarla, ambos quedando frente a frente en medio de la brisa que agitaba las hojas.
Hipo tomó sus manos, sosteniendolas con absoluto cariño.
—Astrid Hofferson, desde que era niño sólo me has gustado tú. Nunca te superé, creí haberlo hecho, y todo lo que necesité para darme cuenta de mi error fue que te alejaras de mi. Odio tener que decirlo, pero lo que nos pasó me sirvió para hallar una respuesta a lo último que mi padre me dijo antes de irnos de Berk.
»Dijo que saliera y buscara aquello que llamara mi atención, eso que me hiciera sentir que ya no necesitaba seguir buscando. ¿Y sabes? Lo encontré, pero nunca estuvo lejos, siempre estuvo conmigo.
»El Ojo del Dragón o encontrar nuevos dragones, jamás se trató de eso. Ese tesoro que sólo encuentras una vez en la vida siempre fuiste tú, Astrid. Tuve que salir al mundo para darme cuenta.
»Sé que no hemos hecho las cosas en el orden que las parejas convencionales lo hacen, en realidad ni siquiera hemos tenido una cita apropiada, pero no necesito seguir añadiendo más palabras a mi lista para saber que eres la indicada. Eres...eres Astrid, la chica con la que quiero compartir cada momento, toda una vida si es posible.
—¿Estás...? —Astrid sintió la boca seca—. ¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?
— Cásate conmigo.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¡Hipo!
—No tiene que ser ahora, tampoco mañana o dentro de un año —añadió de inmediato—, pero un día...después de un montón de citas, vuelos nocturnos, discusiones en las que te dé la razón y...sólo después de que te haya dicho cientos y cientos de veces esas dos palabras...
—Hipo...
—Un día —repitió, mirándola como nunca miraría a nadie más—, la promesa de un día...¿está bien para ti?
Astrid exhaló, conmocionada.
Pero viéndolo allí, delante de ella, ofreciéndole una promesa tan sincera, hizo que considerara por primera vez la idea del matrimonio. Casarse definitivamente no estaba entre sus planes todavía, era un paso demasiado grande que aún no estaba lista para dar. Pero una promesa...
Si, una promesa estaba bien.
Así que, cuando Hipo le tendió la mano, un indescriptible sentimiento de felicidad hizo que su mano actuara por cuenta propia y cubriera su palma con la suya. No dijo nada, no hacía falta, porque sin darse cuenta ya estaba sonriendo.
En un rincón de la isla, dos figuras yacían rodeadas por verdes árboles y hierva fresca. El viento acariciaba sus mejillas y la mano de uno sostenía la del otro, mientras una silenciosa promesa era sostenida por ambos.
Esa fue la escena que Patán y Colmillo se encontraron cuando descendieron a mitad del sendero. No hubo bromas previas, Patán los miró directamente y dijo: —Encontré cuatro cuerpos en el bosque.
N/A:
¡Este capítulo es patrocinado por mi eterno sufrimiento llamado "la serie no mostró la propuesta de matrimonio y debo vivir con ello"!
Siempre quise escribirlo, fue de mis primeros planes cuando empecé a armar la trama de este fic, pero según yo no iba a pasar, porque seguro no podría superar lo que la serie nos iba a dar, pERO ENTONCES RESULTA QUE YA ESTABAN COMPROMETIDOS Y YO JAMÁS TUVE MI PROPUESTA.
[Hipo: Ah, la isla se está hundiendo y todos vamos a morir, creo que le pediré matrimonio ahora. LOL]
Gracias por sus votos y comentarios, si me retrase con la ronda de este día fue porque...eeh...¡oh mira! ¡chocolate!
-desaparece-
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