◇51◇
"Nadie se queda atrás"
Un dragón marino estaba bien.
Un dragón marino medianamente grande también estaba bien.
Pero un dragón marino cuyo tamaño equivalía a la isla que pisaban....era simplemente demasiado.
Cualquiera entraría en pánico o se mostraría rancio a creer que el suelo que pisaban era el lomo de un dragón que flotaba descuidadamente sobre el océano, sin embargo, no era tan literal como sonaba. El dragón no era tan grande, en realidad su tamaño era a penas el de la mitad de la isla, lo gigante era su coraza.
La coraza se extendía por encima de él, como un caparazón del doble de su tamaño que lo protegía, tanto si estaba dormido como sino. Era un aspecto que compartía con los Ala acorazada, después de todo, su caparazón no era otra cosa más que un montón de basura que se había pegado a su lomo, con un montón de musgo y arena, producto de estar bajo el agua toda su vida. De lejos se podría fácilmente confundir al dragón con algún arrecife, sólo si uno se acercaba lo suficiente se daría cuenta de que ese montón de musgo verde roncaba.
Oh, si. Roncar.
Quizás se debía a que era del tipo perezoso o quizás porque ya estaba viejo, pero el dragón parecía pasar más de la mitad de su vida durmiendo. Si era verano, probablemente estaría volviéndose uno con algún arrecife. Si era Snoggletog seguro estaría roncando junto a un barco náufrago. Y si era el día de Odín, quizás y sólo quizás, se encontraría abriendo la boca para dejar que algún ser vivo entre allí, sólo para después seguir invernando.
El paso de los años hizo que todo tipo de basura se pegara a él sin siquiera notarlo, y de un momento a otro, ya tenía un exagerado montículo de tierra y basura pegado a su lomo. Tan grande que sobresalía por encima de la superficie, confundiéndose con una isla desolada. Cómo es que creció un bosque verde lleno de arbustos, maleza y hierva, o cómo alguien acabó construyendo un coliseo allí, eran preguntas que quedaban a la imaginación de cada quien.
Lo importante ahora era que ahora sabían de su existencia.
—¡Pido nombrarlo! —Fue lo primero que Brutacio gritó.
—¡No! ¡yo lo haré! —Gritó a la par Brutilda.
—Todos discutiremos el nombre —intervino Hipo suavemente—, en otro momento.
—Pero ya lo tengo, será...Coraza Verde.
—¿Coraza verde? —Brutacio la miró con desaprobación—. ¿En serio? ¿Sólo por qué tiene un caparazón grande y es verde? ¡Eso es discriminación!
—¿Se te ocurre un nombre mejor, hermano?
—¡Por supuesto! ¡Lo llamaremos Panza flotante!
—Brutacio, su lomo es el que flota, no su barriga —corrigió amablemente Heather.
—¡Eso no lo sabes! —Discutió de igual manera—. Sólo porque tu duermes boca abajo no significa que todo el mundo lo haga, Heather.
—¿Quién dice? —Brutilda señaló un punto detrás de su hermano—. Sólo mira a Zett.
—Está inconsciente, no cuenta.
—¿Ahora discriminas a la gente pelirroja, hermano?
—¡Oye! —Se quejó Dagur—. ¿Qué hay de malo con el rojo?
Si el rojo era o no patrimonio de la humanidad, no hubo tiempo de averiguarlo, porque en ese momento un pequeño número de chicos con bandas en los antebrazo —que los delataba como parte de la tribu Zeta— apareció delante de ellos, aparentemente camino al muelle.
Mala fue amable al indicarles el camino, pero al momento de preguntar sus intenciones, la respuesta que obtuvieron los desconcertó.
—Grimborn nos dijo que los barcos habían sido quemados, nuestra gente nos envió a comprobar que tan cierto era.
Escuchar la mención de Viggo sorprendió a todos, en especial a Hipo. No tardó en decidir que tenían que ir al campamento a escuchar en persona lo que el hombre tenía que decir, y así hubiera sido de no ser porque uno de los chicos Zeta de repente desvió sus ojos de la conversación y descubrió a un somnoliento Zett, intentando sentarse.
—¡Es él! ¡La rata traidora!
Fue ahí cuando Hipo y los demás descubrieron la razón por la que Zett había volado tan rápido, al punto de caerse del gronckle.
—Apuñaló a nuestro jefe con una lanza, ¡lo dejó en medio del fuego para que muriera!
Zett se había removido, incomodó.
—¿Murió? —Se atrevió a consultar.
—¡¿Para qué preguntas?!
—¿Piensas apuñalarlo de nuevo ahora que sabes que fallaste?
Hipo suspiró. Nunca le había terminado de agradar el chico, era demasiado parecido a Patán y no podía haber dos Patán en su vida —no era mentalmente sano— así que, cuando escuchó que los Zeta querían muerto a Zett....quizás y sólo quizás, estuvo ligeramente tentado a dejar que se lo llevaran.
Le diría a Astrid que el muchacho se cayó en un charco y se ahogó. Listo, nadie dudaría de esa historia.
De acuerdo, no.
—¡Bien, escuchen! —Intervino, alzando la voz—. Zett podría o no ser un asesino, pero ejecutar a alguien sin un juicio va en contra de sus propias reglas, ¿no es cierto?
Aquello hizo que titubearan, al menos un poco. El resto quedó en las manos de dos excelentes abogados que habían decidido tomar a Zett bajo su custodia.
—¿Cómo sabemos que no están tratando de incriminar a nuestro cliente? —Acusó Brutacio—. ¿Fueron ustedes acaso?
—¡Por supuesto que no!
—¿Y donde están las pruebas que lo demuestren? —Cuestionó, ignorando el espacio personal de la otra parte—. ¿Un testigo? ¿Alguien? ¿No? Eso creí..
—¡Lo hay!
—¿Lo hay?
—¡Un de los nuestros estuvo presente cuando Zett trató de matar a nuestro líder!
—¡¿Mataste a su líder?! —Brutacio volteó a ver al pelirrojo—. ¡Por Loki! ¿Enloqueciste?
—Dijo "trató" significa que no está muerto —espetó Brutilda, dando una mirada desaprobatoria a Zett—, y que él es muy malo en su trabajo.
—Ah, entonces no murió.
—No, pero...—el joven fue interrumpido.
—Si no hay cuerpo, no hay delito —Brutacio dio un par de palmaditas reconfortantes en la espalda del pelirrojo—. Es todo, te enviaremos la cuenta de nuestros servicios. No olvides recomendarnos con tus amigos.
Hipo tenía una amplia sonrisa en su rostro mientras observaba de brazos como se desarrollaba la escena, y así hubiera continuado de no ser porque de repente Chimuelo le dio un empujón en reproche.
—¿Ah? —Hipo notó el tipo de mirada que le daba el dragón—. ¿Qué? Lo están manejando bastante bien.
Chimuelo le dio una mirada que claramente decía "No te hagas el tonto, haz algo"
El castaño pensó que estaba exagerando, hasta que en medio de la discusión uno de ellos exclamó de repente: —¡Aun sino tuviéramos testigos! ¿Quién más podría hacer tal cosa?
—¡Así es! ¡Solo puede ser el Zeta Traidor!
—Oye, oye, oye —intervino Brutacio levantando una mano—, sólo porque en el pasado los traicionó, les robó el oro, se unió a los cazadores y se llama el Zeta Traidor....no significa que sería capaz de hacer algo tan horrible al hombre que antes ya apuñaló por la espalda.
—De forma metafórica —aclaró Brutilda.
—Así es, sus acusaciones están totalmente injustificadas.
Hipo golpeó su frente y por primera vez, se preguntó cómo Zett podía estar tan callado mientras su reputación pasaba de bastante mala a sin salvación alguna.
Antes de que los jóvenes Zeta llegaran, el muchacho había estado tirado junto a las raíces de un viejo árbol, con sus ojos firmemente cerrados mientras Hipo y el mundo lo ignoraban, pero se dignó a despertar en el peor momento y ahora no hacía otra cosa más que estar sentado en silencio mientras era juzgado por los demás. La caída —que los gemelos juraban no haber provocado— lo había dejado bastante desorientado, pero tan pronto fue señalado y acusado, la lucidez se reflejó en sus ojos y su rostro se puso increíblemente pálido. No abrió la boca en ningún momento. Ni cuando la defensa de los gemelos se desvió, ni cuando Hipo tomó la palabra. Se mantuvo en silencio, a veces observando el suelo y a veces no, como sea, no aportó mucho para su propia defensa.
Al final, fue Hipo quien logró llegar a un acuerdo. El líder Zeta no había muerto así que no había razones para que se derramara sangre, por lo que esperarían hasta salir de la isla para decidir el castigo de Zett. Eso les daría tiempo al menos hasta que pudieran descubrir la verdad detrás de las heridas de Hanz.
—No hay mucho que podamos hacer si no estás dispuesto a hablar —le hizo saber Hipo mientras observaba como sus manos eran atadas en un fuerte nudo—. Prometieron no matarte pero estarás bajo su custodia hasta el juicio.
—Temen que escape.
—Ese fue nuestro trato —Hipo dio un paso atrás con un encogimiento de hombros—. Es mejor que una ejecución.
—Si Astrid se entristece por verme encerrado, anímala por mi.
—Oigan, cambié de opinión, ¿qué tan dolorosa es la ejecución?
—¡Oye!
Claro que Hipo bromeaba. Posiblemente.
De cualquier forma, esa fuga ya había sido sellada con un bache —no duraría por siempre pero de momento ya no era un problema— así que Hipo pudo concentrarse en el asunto que más le interesaba: Viggo.
Los chicos Zeta no pudieron decirle a Hipo con exactitud cuales eran las intenciones de Viggo al exponerse de esa forma, sin embargo, debido a que estaba tan familiarizado con la forma de pensar del hombre, Hipo pudo afirmar con certeza que Viggo debía de tener un plan para salir de la isla. Uno que sin duda requería que unieran fuerzas, de otra forma no hubiera recurrido a ellos.
—Ustedes vayan al campamento —dijo Mala, de pie a un lado del grupo, con dos de sus escoltas detrás de ella—, nosotros regresaremos con los demás, estaremos pendientes del avance del agua.
—De acuerdo, lo dejo en tus manos.
Inesperadamente, Dagur dio un paso hacia ella.
—¡Yo también voy!
Tanto Hipo como Mala se sorprendieron.
—¿Qué dices?
—Sin ofender, Alteza, pero mantener bajo control un grupo de vikingos furiosos y con sed de sangre puede ser una tarea muy dura para un joven dama. Yo estoy más que acostumbrado a tratar con cabezas de carnero como esas, así que puedo darle una mano, no tiene que pedirlo.
Lejos de enfadarse, Mala lo miró curiosa. Quienes no estuvieron de acuerdo con su modo de dirigirse a su reina, fueron las escoltas de la mujer.
—¿Qué dices? Tú...
Mala levantó una mano.
—Está bien, si el caballero desea acompañarnos no tengo queja al respecto. Adelante.
—¿Caballero? —Dagur se echó a reír, apoyando su brazo en el hombro de Hipo de forma descuidada—. ¿La escuchaste, hermano? Es alguien que reconoce mi elegancia y amabilidad.
—Si, Dagur, lo escuché —se hizo a un lado, quitando el peso del hombre de forma poco disimulada—. Si vas a ir con ella entonces también estaría bien que vaya Heather ¿no?
—¡Oh, gran idea!
La mencionada volteó a mirarlo.
—¿Disculpa?
—Si, es una gran oportunidad para cultivar nuestros lazos de hermanos y arreglar todos esos malentendidos que hay entre nosotros —dijo Dagur extendiendo sus brazos hacia ella con alegría—. ¿No quieres tener una relación de hermano cómo la que hay entre Hipo y yo?
La expresión de Heather se contrajo y miró al castaño con incredulidad. Este soltó una risita incomoda y se acerco a Heather, palmeando su hombro.
—¿No dudabas de su amabilidad? Este es un buen momento para vigilarlo y probar que lo que dice es cierto.
—Es verdad, pero...—ella lo miró y después de un momento acabó rodando los ojos—, ¡bien!
De ese modo, los hermanos Berserker y la reina de los Defensores se marcharon por un camino, y el resto por otro. Los chicos Zeta, en realidad se mostraron muy amables mientras los guiaban hacia el campamento de su gente.
Una vez llegaron a su destino, Albóndiga, —quien había estado inquieta desde que la encontraron junto a Zett— se arrojó en busca de Patapez y creó toda una conmoción dentro de una tienda cuando aparentemente lo encontró. Segundos después, Astrid salió de la tienda con una expresión desconcertada, buscando con la mirada a quienes había traído al gronckle. Tan pronto su mirada se cruzó con la de sus amigos, una genuina sonrisa apareció en sus labios y empezó a caminar hacia ellos. Sin embargo, se detuvo cuando notó que no venían solos.
Alguien más en el campamento también lo notó y soltó una grito lleno de regocijo.
—¡El Zeta Traidor fue capturado!
De inmediato, las personas que habían estado ignorando a los recién llegados y realizando sus propios asuntos, voltearon a ver hacia la entrada del bosque y sus ojos examinaron al chico pelirrojo de manos atadas que los más jóvenes escoltaban en medio de una formación de lanzas. No había ninguno que no conociera su cara, así que lo reconocieron más rápido de lo que un yak caería en una fosa de jabalíes.
—¡Enhorabuena! ¡Atraparon al traidor!
—¡Por fin! ¡Ahora sí se hará justicia!
—¡Pido ser yo quien le dé el golpe de gracia!
Zett frunció el ceño. Si ignoraba la parte donde querían apuñalarlo, nunca tantas chicas se habían peleado por él.
El momento no pudo disfrutarlo debidamente, pues justo cuando un gran número de vikingos se acercaba con dagas en mano, inesperadamente una bola de plasma fue disparada cerca de sus pies, sobresaltándolo y deteniendo el avance del posible asedio. Con desconcierto, todos voltearon a ver al Furia Nocturna.
—Buen tiro —Hipo cambió la cálida mirada que le dirigía a su amigo por una seria hacia la multitud—. Hicimos un trato, lo que haya hecho o no haya hecho Zett deberá ser probado en un juicio donde líder y testigo estén presentes, es lo justo. Hasta entonces, quien se acerque a él con intenciones de tomar venganza por mano propia, deberá pasar primero por Chimuelo, ¿comprenden?
Silencio.
Decir que las personas estaban sorprendidas era poco, la declaración de Hipo fue tan firme y amenazante que nadie supo como responder, en especial porque nunca hubieran esperado que ese tipo de palabras vinieran de él. Hasta el momento, el chico con el Furia Nocturna se había mostrado como alguien amigable y generoso, sino fuera por su amenazante dragón ninguno creería que era el líder de los jinetes de Berk, así que nunca hubieran esperado que tuviera un lado tan agresivo. Sus amigos eran los únicos que no encontraban nada extraño en la situación, Astrid incluso sonreía con aprobación.
Por supuesto, algunos no estaban dispuestos a quedarse callados.
—¿Quién te crees para interferir en un asunto interno de los Zeta?
Esa persona, con una cara que nadie recordaría luego, fue el centro de atención tras decir esa sola línea. Y por si fuera poco, no se conformó con sólo decir eso, al ver toda la atención puesta sobre él, el hombre se lleno de coraje y continuó:
—Zett fue acogido por nuestra tribu, así que podemos hacer lo que nos plazca con él. Si vive o muere, será por culpa de sus propias acciones. Metete en tus asuntos y no en el de los demás, jinete, déjanos el traidor a nosotros.
Parecía muy orgulloso de su lengua filosa, y bajos murmullos demostraron que unos cuantos apoyaban su punto de vista. Brutilda soltó una risilla.
—Oh, cosita, piensa que ganó la discusión.
—Error de novato —asintió Astrid.
—¿Deberíamos hacer algo? —Dudó Patapez.
—Hermana, mi maza —solicitó Brutacio, ofendido por las palabras que acababa de escuchar.
Astrid levantó una mano, deteniendo a Brutilda de darle el arma. Señaló a Hipo, quien lejos de estar molesto, se limitó a mirarlo con indiferencia.
—Antes no dejaban de decir que Zett era un traidor y que no era más uno de los suyos pero ahora no sólo estás llamándolo tu gente, sino que incluso te sientes con derechos sobre su vida, ¿no te estás contradiciendo a ti mismo?
—¡Eso es porqué...! —Fue interrumpido.
—Escucha, lo que pasó, pasó entre Hanz y Zett. Tu líder es el único con el derecho de reclamar la vida de quien lo traicionó y estoy seguro que no estará nada feliz si descubre que intervinieron en sus asuntos personales.
—E—Eso...
—Así que, amablemente te pido a ti y a quien piense igual que tú, que se metan en sus propios asuntos y no en el de los demás.
Ni el hombre ni nadie más volvió a abrir la boca. En silencio, se hicieron a un lado y abrieron un camino para permitir que Zett fuera llevado a donde sería vigilado hasta nuevo aviso. Después de eso, uno a uno regresaron a sus propias labores dentro del campamento, algunos dirigiendo miradas recelosas hacia Hipo, pero al final, sin decir nada.
—Bien, así se controla a las masas —felicitó Astrid, caminando hacia él.
La expresión fría se deslizó de su rostro hasta perderse por completo y una genuina sonrisa tiró de sus labios.
—Escuché que no fueron muy gentiles contigo y Patapez —le dijo cuando pudo tenerla en frente—, ¿estás bien?
—Estamos bien —respondió ella con serenidad—. ¿Que hay de ti? ¿Vienen del muelle?
—Si, y no es una vista muy bonita.
—Entonces era cierto.
—Mala se está haciendo cargo de ese lado por el momento —le hizo saber— Tratará de contener a las personas hasta que volvamos, Heather y Dagur fueron con ella.
Astrid levantó una ceja, sonriente.
—Oh, entonces ya saben sobre Dagur.
—Si, toda una sorpresa, ¿por qué no lo mencionaste antes?
—No me correspondía a mi decirlo, Dagur tenía sus propias razones.
—Creí que no te agradaba.
Ella dudó.
—Se...esforzó por probar que era digno de confianza.
—Déjenme ver si entendí bien —Patapez se acercó a la pareja, hombro a hombro con los gemelos y con su fiel dragón acompañándolo—. ¿Enmascarado no era otro que Dagur? ¿Está vivo? ¿Cómo lo tomó Heather?
—No muy bien —le respondió Hipo—, estoy seguro que aún le produce conflicto que su hermano y quien destruyó su hogar sean la misma persona, pero creo que está más molesta porque Dagur no la contactó para hacerle saber que seguía vivo.
—Clásico cliché utilizado en las obras dramáticas —comentó Brutacio, asintiendo con compresión— El hermano que intenta no preocupar a otros al esconder su verdadera condición y la hermana que lo malinterpreta, muere odiándolo sin saber la verdad.
—¡¿Muerte?!
—¿No era el hermano quien moría sin contar la verdad?
—Buena observación, hermana.
—Estará bien, Patapez, no les hagas caso —dijo suavemente Astrid, colocando una mano tranquilizadora en su hombro—. Creo que lo que Heather necesita es un poco de tiempo con su hermano, dejemos que ella decida si quiere escucharlo o no.
—Eso lo entiendo pero si Dagur se atreve a hacer algo para...
—No lo hará —Astrid le guiñó un ojo—, hace mucho que tuve una "charla" con él.
—Uh, si esa charla no involucró lagrima y sangre, te desconoceré por completo como nuestra amiga —le advirtió Brutilda en un tono ligeramente burlón.
—¿Escuché bien? ¿Me llamaste amiga?
—No te sientas especial.
Hipo sonrió, observando con cariño la escena.
—¿Donde está Patán? —Preguntó, sin poder ignorar su ausencia—. ¿No está aquí?
—La última vez que lo vi, corría detrás de la cola de Colmillo.
—Creo que si dices su nombre tres veces puede que aparezca —dijo Astrid pasando una mano por su brazo—, pero no es eso lo que quieres preguntar realmente ¿cierto?
Por supuesto que si uno de sus amigos estaba ausente estaría preocupado, pero Astrid tenía razón. La pregunta que había querido hacer desde hace rato era otra.
—¿Donde está? —Interrogó.
En la entrada de una de las tiendas del campamento, cuatro chicos Zeta se encontraban de pie en la entrada, resguardando el lugar con filosas y relucientes lanzas como si dentro se encontrara la amenaza más grande de la humanidad. Cualquiera estaría temeroso de pasar esas cortinas, sin embargo, una vez dentro, lo que uno encontraría sería a un hombre común bebiendo lo que sea que hubiera en ese recipiente, con una postura casi elegante y sin ningún arma a la vista. Él incluso se levantó y los recibió con una sonrisa, como si estuviera en su casa y ellos fueron sus invitados.
Una vez dentro, Hipo y Viggo ocuparon las únicas sillas que se encontraban en la tienda, cada uno sentado en un extremo de la mesa, mientras que los gemelos, Patapez y unos cuantos Zeta con cargos lo suficientemente importantes, se encontraban de pie con sus espaldas pegadas a las paredes de tela, tan solo observando en silencio.
—La cosa es así —Viggo empezó a golpear rítmicamente uno de sus dedos sobre la mesa—, no sabemos cuanto tiempo queda para que esa bestia regrese al océano, quizás tengamos hasta el anochecer si nos basamos en las bitácoras que dejó mi equipo de expedición, así que tenemos ese corto tiempo para idear y ejecutar nuestra jugada.
Hipo recostó su espalda en el respaldo de la silla, tratando de averiguar a donde quería llegar realmente el hombre. Sólo les había tomado unos cortos minutos poder ponerse al día con la información, así que una vez ambos estuvieron en igualdad de conocimiento, empezaron en evaluar las alternativas.
—Reparar los barcos podría no ser nuestra mejor alternativa, pero es todo lo que las personas pueden hacer por ahora —afirmó Hipo, moviendo una mano hacia el exterior—. La ayuda jamás llegará a tiempo, para cuando Berk o el resto de los Defensores lleguen, estaremos haciéndole compañía a los Shock Marinos.
Viggo se mostró indiferente.
—Les haremos compañía de todas formas. Reparar un barco en el corto tiempo que tenemos podría ser posible, pero poner a flotar todos es más que imposible.
—No necesitamos repararlos todos —objetó Hipo—, podemos acomodar a las personas en un número menor de barcos y llevar a unos cuantos en los dragones.
—Aún si conseguimos evitar ser succionados por la isla cuando se hunda, no llegaremos ni a los mercados del norte con la pobre reparación que puedan hacer en tan corto tiempo. No aconsejaría usarlos para navegar.
—¿Tienes una mejor idea?
—Creo que olvidaste la segunda forma existente de cruzar el océano, Hipo.
Extendió su palma hacia la entrada, donde Chimuelo se encontraba haciendo guardia.
Amaneció en Hipo.
—Los dragones pueden llevar los barcos.
Viggo asintió.
—No necesitamos que los barcos sean actos para el agua, sólo necesitamos que puedan llevar a las personas —dijo, luciendo satisfecho con el rumbo de la conversación—. Todo lo que necesitamos para escapar de un dragón...es otro dragón.
—Pero Hipo...—Astrid se hallaba de pie junto a su silla y tenía una expresión maquillada con leve preocupación—, en esta isla no hay dragones y liberamos a los que había, ¿cómo lograremos llevarlos a todos con solamente...cinco de los nuestros?
—No lo sabremos hasta intentarlo, Astrid —le dijo Hipo, teniendo algo de esperanza al respecto—. Podemos conseguir apoyo, tiene que haber algún dragón dispuesto a ayudarnos que se encuentre cerca.
—Sugiero que mientras tanto, nos preocupemos por hacer de los barcos actos para llevar un número extenso de personas —añadió Viggo, colocando sus codos sobre la mesa—, a menos que decidas deshacerte del peso extra.
Hipo lo miró con dureza.
—Nadie se queda atrás.
—Entonces no hay más que discutir.
De ese modo, la conferencia que tuvo a todos fascinados concluyó. Algunos aún tenían dudas pero la mayoría se sentía como si acabaran de ver la mejor partida de Mazas y Garras.
Hipo no podía culparlos, entablar una conversación con Viggo no era diferente a jugar Mazas y Garras. El hombre tenía un gran poder de la elocuencia, podía manejar una conversación como piezas en un tablero y guiarla hacia sus propios intereses sin delatar sus verdaderas intenciones, así que era un reto para inteligentes mantener una charla con él. Hipo era de los pocos que podía hacerlo sin estar desventaja, así que si alguien podía jugar a la par de Viggo, era él.
—Sé que Hanz no está —inició diciendo, de pie ante quienes habían presenciado la discusión— Y sé que no puedo obligarlos a que me sigan en su ausencia, no soy un jefe, pero si me dan la oportunidad puedo sacarlos de aquí, a todos.
Los jóvenes intercambiaron miradas.
—No perdonaremos la vida de Zett —fue el recordatorio que recibió—. Si resulta ser culpable o nuestro jefe muere, será castigado. Y tu Furia Nocturna no nos detendrá.
—Lo que hizo o no hizo Zett, no tiene nada que ver la situación actual —dijo Hipo—. Todo lo que quiero es que lo que le pasó al equipo de expedición no le pase a nadie más, y no busco que me agradezcan por ello yendo en contra de sus propias leyes. Una alianza temporal es todo lo que pido.
El silencio cayó por un momento. Los chicos con bandas en los brazos parecieron llegar a una conclusión asintiendo entre sí.
—De acuerdo, siempre y cuando nadie sea dejado atrás uniremos nuestras fuerzas para que podamos salir de aquí.
—Como si tuvieran otra opción —comentó Viggo de forma distraída.
Hipo decidió fingir que nada había sido dicho a sus espaldas y les sonrió.
—Le di mi palabra a alguien de que su gente estaría a salvo, así que lo cumpliré.
Los chicos no necesitaron que les dijeran de quien se trataba, naturalmente asumieron que se trataba del señor Hanz. Hipo continuó:
—Mala debe de estar organizando a la gente para separar los barcos que sufrieron menor daño, envíen a todos los que puedan al muelle para ayudar y empezar la reparación.
—Hecho.
—Brutacio, Brutilda —Hipo se giró hacia ellos—, vayan a las islas vecinas y reúnan todos los dragones que puedan, necesitaremos toda la ayuda posible.
—¿Nos estás pidiendo que creemos una estampida y la llevemos hasta aquí?
—Yo no lo diría así pero...
—¡Eso es un si!
—Patapez, necesitaré tu ayuda para pulir los detalles. Hacer que un barco vuele es más fácil de decir que de hacer.
Patapez estaba más que energético al respecto.
—Necesitaremos un aproximado de las personas que hay en la isla para saber cuantos barcos necesitamos, también habrá que hacer pruebas del peso que cada dragón puede llevar.
—Ese será el trabajo de Patán y Colmillo tan pronto regresen.
—¡Cortaremos el árbol en el que esté durmiendo si lo vemos! —gritó Brutilda saliendo.
—Astrid —Hipo volteó a mirarla y suavizó notablemente su tono—, ¿podrías llevar a alguien contigo y buscar a los dragones que aún queden en la isla? Debe de haber algunos que todavía no se han ido.
Ella sonrió.
—De inmediato.
—Oigan, ¿por qué a ella si le pregunta? —reclamó Brutacio, con un pie en la salida.
—¡Brutacio!
—¿Qué? Ya nos íbamos.
Astrid negó ligeramente y miró a Hipo. —¿Algo más? Si no es así, aprovecharé también para reunirme con Tori y Tinkus.
—Tinkus, cierto —pareció recordar un asunto viejo—. ¿Él te ha dicho algo?
—¿Debería decirme algo?
—Bueno, parece que no —le restó importancia al tema—, ¿irás a verlos dices?
—Si, con todo este asunto de Zett los deje a ambos olvidados en el bosque.
—No encontraste a los que faltaban y perdiste a los que tenías —Hipo suspiró con fingido pesar—. En el futuro, seré yo quien cuide a nuestros hijos.
—Oh, cariño —Astrid dio palmaditas cariñosas en su mejilla—, ambos sabemos que serán ellos quienes cuiden de ti.
Después de eso, cuando Astrid finalmente dejó la tienda, todos notaron que venía de un excelente humor, aunque nadie sabía porque. De igual manera, Hipo tenía una sonrisa en sus labios que permaneció incluso viéndola alejarse.
—Oh, oh...—Patapez detuvo sus pasos a su lado—, tienes esa mirada.
Él miró a su costado, sin quitar esa sonrisa.
—¿Qué mirada?
—Esa que pones cuando estás a punto de probar un nuevo proyecto. Todos en la orilla la hemos visto alguna vez, y algo me dice que no tiene que ver con el barco volador —Patapez lo miró con sospecha—. ¿Qué estás pensando en hacer?
Hipo se rió por lo bajo.
—Algo alocado, supongo.
—¿Más que hacer volar un barco?
—Mucho más alocado.
N/A
Mañana continuamos. El siguiente capítulo es el más Hiccstrid que he escrito en mucho tiempo, hasta yo me emocione escribiéndolo. Esperenlo (ノ ͡* ᴗ ͡*)ノ
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