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◇47◇

Previamente

La competencia centrada en el combate entre vikingos, llegó a su fin de forma abrupta tras el enfrentamiento de Hipo y Astrid, pues el resonar de la campana que decidía el ganador, activó el plan de Zett y comenzó un incendio en el estadio.
Los Defensores del Ala y la Tribu Zeta pusieron a salvo a los inocentes, Hillary fue llevada a la isla a petición de Zett y el equipo de Astrid liberó a los dragones cautivos en el coliseo.
Viggo se creyó a salvo cuando cazadores liderados por Ryker llegaron a la isla por él, pero para su sorpresa, todos se voltearon en su contra y tuvo que admitir la derrota. Entonces, ocurrió un terremoto.

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"¡Ahora puedo asesinarlo!"

Todos saben esto.

Una isla es una porción menor de tierra que se encuentra "flotando" sobre el agua, totalmente rodeada de esta. Las islas pueden tener diversos orígenes, pero la isla en la se encontraban los jinetes y cazadores, no parecía ser igual a las otras que se encontraban dispersas por el archipiélago. Para empezar el mismo Viggo lo había dicho antes: esa isla no estaba en el mapa.

Hace meses en esa parte del océano no había nada más que agua salada, pero ahora estaba aquí, y la tierra bajo sus pies emitía una vibración semejante a un terremoto.

—¿Qué esta ocurriendo? —Gritó Astrid, asustada.

Hipo estaba justo a su lado y ya había deslizado una mano por su cintura, evitando que fuera a perder el equilibrio, y utilizó su mano libre para clavar a Inferno en la tierra húmeda.

Utilizando la espada como apoyo, dio una mirada rápida a su alrededor tratando de encontrar la fuente del problema pero no vio más que las personas a su alrededor entrando en pánico por lo desconocido.

Ryker emitió una orden de retirada a sus tropas y los cazadores se apresuraron a guardar sus armas y abandonaron el lugar. Incluso los dragones encontraron este suceso anormal y desplegaron sus alas, saliendo disparados hacia el cielo.

Sus dueños gritaron, aunque era difícil saber si era por ellos o por el terremoto.

—¡Hipo! —Patapez se había abrazado a un árbol y lucía realmente asustado—. ¡¿Esto es un fenómeno natural o causa de un dragón?!

Desgraciadamente, él no sabía que decirle.

Pasó un tiempo hasta que el temblar de la tierra se detuvo, pero aunque lo había hecho, se sentía como si algo más grande hubiera empezado. Al menos eso fue lo que sintió Hipo una vez que pudo pararse derecho.

Repaso con la mirada sus alrededores.

—¿Todos están...?

Fue interrumpido.

—¡Por todas las gallinas del gallinero! —Exclamó Brutacio alterado—. ¿Fue idea mía o todo de repente empezó a bailar?

—No fui yo, lo juro —dijo Brutilda desde el suelo.

Patapez, por su parte, estaba en medio de un ataque de pánico.

—¡¿Qué fue eso?! ¡¿Por qué tan de repente?! ¡¿Albóndiga?! ¡Albóndiga!

—¡¿Patapez, quieres callarte?! —Le gritó Patán, levantándose del feo suelo y acomodando su casco—. ¡Ninguno de nuestros dragones está!

Y no sólo los dragones, el número de personas que se encontraban antes del terremoto había disminuido. El prado en el que se encontraban estaba casi desierto.

—Hipo...

Él no necesitaba mirar a Astrid para saber lo que quería decir, asintió directamente.

—También tengo un mal presentimiento.

En ese momento, un chico de baja estatura se acercó a ellos, luciendo algo tímido.

—S-Señor Hipo, Lady Astrid..

Ella observó su semblante preocupado y no parecía tratarse tan sólo de lo que acababa de ocurrir.

—¿Que ocurre, Tinkus?

—Es que...—el niño dudó—, el señor Viggo...

Hasta ese momento, nadie había caído en cuenta de ello pero tan pronto Tinkus lo mencionó les tomó sólo dos segundos comprender a lo que se refería. Y lo confirmaron dando una segunda mirada por el lugar.

Viggo no estaba.

—Debió aprovechar el terremoto para escapar —asumió de inmediato Astrid.

Hipo asintió, dándole la razón, y quiso golpearse la frente. Había ocurrido en sus narices y ni siquiera lo habían notado.

—¿Deberíamos preocuparnos? —Dudó Patapez.

Brutilda resopló.

—Es Viggo de quien hablamos, ¿tú que crees?

Astrid miró a Hipo con la pregunta reflejada en sus ojos, pero él suspiró y negó con la cabeza en respuesta.
Aunque Viggo pudiera considerarse un villano debido al papel que desempeñaba, él no era la clase de antagonista que huiría gritando "¡jamás olvidare! ¡me vengare!"

No, claro que no. Viggo era un digno oponente, incluso él sabía aceptar que había perdido la partida.

—No creo que debamos preocuparnos por él —les afirmó Hipo con seguridad—, al menos no ahora.

Los jinetes no protestaron, si su líder lo decía era porque era cierto y confiaban en él.

—Bien, si ya esta todo aclarado sugiero que empecemos a caminar —dijo Patán, llamando la atención de todos—. Nuestros dragones no se encontraran solos ¿saben?

Hipo asintió, dándole la razón.

—Nos reuniremos en el muelle, encuentren a sus dragones para poder irnos.

Sus amigos asintieron y lentamente empezaron a dispersarse. Astrid colocó una mano en su hombro antes de que diera un paso.

—Tinkus es el único que está aquí, tengo que encontrar al resto de los chicos —le hizo saber.

Hipo la miró y tardó un momento en entender lo que quería decir. Musitó un "oh" y se obligó a si mismo a asentir.

La idea de separarse de Astrid ni por un segundo se le había cruzado por la mente, en realidad casi había dado por hecho de que se mantendrían juntos hasta salir de la isla pero si Astrid quería hacer las cosas por su cuenta, él no iba a oponerse.

—Supongo que no necesito mencionar que tengas cuidado —le dijo suavemente.

—Esa es mi línea.

Astrid no se lo diría debido a las circunstancias en las que estaban pero en secreto estaba ligeramente decepcionada; le hubiera gustado que Hipo tomara la iniciativa de seguirle. En fin, ya tendrían tiempo.

Y así, con tanto y nada que decir, ambos tomaron caminos diferentes. Comparado con la última vez, esa separación no sería nada, así que aunque no estaba feliz, Hipo tampoco tuvo preocupaciones mientras veía las espaldas de Astrid y Tinkus alejándose.

—¿Necesitas ayuda para buscar a Chimuelo? —preguntó alguien de pronto.

Hipo levantó la vista. El dueño de esa voz fue localizado en la copa de un árbol no muy lejos de allí y observó con incredulidad como aterrizaba con elegancia sobre la hierva.

—Oh, Thor, no. —Hipo suspiró con una expresión de malestar en su rostro—. ¿Cómo es que de todas las personas tú sigues aquí?

—También estoy feliz de verte, cariño —le dijo Zett, pasando de él—. ¿Y mi linda Astrid?

La expresión de Hipo se volvió aún más fea.

—¿A quién llamas linda?

—A ti, definitivamente no.

La boca floja de Zett sólo le hizo fruncir el ceño todavía más, pero para su suerte el pelirrojo parecía estar satisfecho y no emitió mas comentarios. En su lugar, lanzó un largo silbido al bosque.

Los gemelos, quienes aún no se habían alejado lo suficiente, regresaron a mirar curiosos justo a tiempo para ver como Chimuelo saltaba desde los arbustos y se lanzaba sobre Zett.

—¡Vaya! ¡Es mucho mejor entrenando dragones que tú! —Exclamó Brutacio con sorpresa—. Incluso rompió tu record.

—Primero tu chica y ahora tu dragón —Brutilda se echó a reír con malicia—. Vaya amigo, no quisiera ser tú.

Hipo los ignoró, tenía sus ojos clavados en el furia nocturna delante de él y estaba indignado.

—¡Traición!

—Lo siento, Hipo, no tengo la culpa de ser tan irresistible —se excusó el pelirrojo.

—Tú...tú..

—¿Qué? ¿Yo qué?

Hipo apretó los labios y se volteó de brazos cruzados, dándole la espalda a su traidor amigo y a su no-amigo. Los gemelos, por otro lado, se acercaron bastante animados.

—¿Cómo hiciste eso? —le preguntó Brutilda a Zett—. No sabía que entrenabas dragones.

—Si, ni siquiera hizo lo de la mano —añadió Brutacio, agitando la suya.

—Es sólo un truco —Zett se puso en pie más rápido que inmediato—. Aquella vez que Viggo se llevó a todos sus dragones, yo era quien los alimentaba y siempre les silbaba esa melodía. Supongo que Chimuelo aún piensa que llevo cubetas de pescado cada vez que lo hago.

Los gemelos parecieron no entender pero un momento después emitieron sonidos de compresión. Zett se refería al festejo de los Zeta, donde los cazadores irrumpieron en plena fiesta para llevarse el oro y a los dragones, sin mencionar la flecha envenenada que le dejaron a Hipo como recuerdo.

¿Pero a quien le interesaba recordar eso?

Lo que al castaño le importaba era que justo ahora su querido y confiable amigo estaba engañándolo en sus narices ¡en sus narices!

¡Y con una de las personas que más detestaba!

—¿Una cubeta de pescado? —Le dio una mala mirada al descarado dragón—. ¿Eso es lo que vale tu amor?

Chimuelo hizo oído sordos y tan pronto comprendió que Zett realmente no tenia nada delicioso que darle, perdió su interés por él y fue a sentarse al lado de su jinete de forma obediente, cómo si nada hubiera ocurrido. Hipo le dio otra mala mirada, llena de desaprobación.

Sino fuera porque no era el lugar ni el momento, esa discusión podría haber continuado por más tiempo. Pero tenía cosas que hacer, así que quitó sus ojos del traidor y los posó en los gemelos.

—Iré con Mala a ver cómo está la situación de su lado, sino surge nada entonces podremos volver a casa antes de que caiga la noche —les informó.

Ellos asintieron con cierta pereza. Chimuelo se apresuró a extender sus alas, listo para emprender el vuelo, pero fue completamente ignorado por su jinete y este pasó de largo, caminando por su cuenta.

Zett rodó por el suelo de tanto reír.

—Oye, ¿y tu novia? —Le preguntó Brutilda de pronto, refiriéndose a la chica que tanto trabajo les costó traer.

Ahí, su risa se detuvo.

××××

—¡Tori! ¡Azu! —Llamó Astrid, avanzando lentamente por la flora—. ¡Shinn!

—¡Sasha! —Le acompañó Tinkus.

El pequeño se mantenía dos pasos detrás de ella y de forma inquieta, observaba cada paso que daban. Se aferraba al cuchillo que Astrid le había dado, apuntando su filo a cualquier arbusto que se viera sospechoso pero en realidad estaba muerto de nervios.

—Tranquilo Tinkus, los encontraremos pronto —le dijo Astrid, sin voltear a verle—. Nos iremos de aquí y no tendrán nada de que preocuparse.

Él observó la espalda de su líder y luego de varias respiraciones se armó de valor.

—Lady Astrid —llamó en voz baja—, ¿realmente estaremos bien?

—Por supuesto.

—¿Aunque seamos criminales?

—No digas tonterías, ustedes no son criminales —aseguró ella—. Y aun si lo fueran, el pasado es el pasado; podrán empezar de nuevo, ya sea en Berk o donde ustedes quieran.

—¿Empezar de nuevo?

Astrid asintió y Tinkus mostró una sonrisa llena de esperanza.

—Lady Astrid, creo que tendremos mejor suerte si nos separamos —sugirió él después de un momento—. Los encontraremos más rápido.

—¿Eso crees? —Le echó un vistazo corto pero en realidad no sentía que nada malo pudiese ocurrir si lo dejaba ir por su cuenta—. Bien, sólo no vayas demasiado lejos.

—¡Si!

Tinkus felizmente echó a correr, tomando una ruta diferente a la de Astrid y desapareció del campo de visión de la rubia. Ella siguió caminando, todavía llamando en voz alta los nombres de los más jóvenes.

El crujir de las hojas la puso en alerta, y aunque sabía que podía tratarse de Tinkus, se detuvo y apretó el agarre de su hacha en advertencia.

—¿Hola?

Tardó un momento, pero una cabeza se asomó desde detrás de un árbol. Era Tori Karman, uno de los suyos.

—Menos mal —Bajó su arma y la comisura de su labio se levantó un poco—. ¿Donde estabas? ¿Están Azu y Shinn contigo?

Tori se detuvo a una distancia prudente de ella y negó con la cabeza.

—El señor Zett me encargó proteger a una doncella —informó en su lugar.

—¿Una doncella? —Astrid encontró divertido el comentario—. ¿Por eso te fuiste? ¿Para ponerla a salvo?

Tori asintió.

—¿Y donde esta ahora? —Interrogó, dando miradas a sus alrededores—. ¿Puedes traerla aquí para irnos?

Tori asintió nuevamente y señaló un punto sobre sus cabezas. Por primera vez, Astrid notó la cuerda camuflada, y al ver la forma en la que estas subían por el tronco, se dio cuenta de lo que ocurría.

Lejos de querer reprender al chico, su expresión se iluminó.

—¡Wow! Está muy bien hecho, definitivamente estabas prestando atención aquella vez —elogió Astrid.

Tori mantuvo su expresión monótona, pero sus ojos se habían iluminado y escuchaba atentamente las palabras de Astrid. La observó acercarse al tronco donde estaba atado el extremo de la cuerda y la vio levantar el hacha.

—Sólo una cosa...

Con un rápido movimiento, clavó el arma en el árbol y cortó la cuerda, provocando que la misma se corriera y soltara aquello que colgaba en lo alto. Con un golpe seco, cayó al suelo.

—...esta no es una dama —concluyó.

—Oh.

Ella retiró su hacha del árbol y se aproximó al cuerpo, que para bien o para mal, todavía mostraba señales de vida.

—Bueno, ya que —hizo un movimiento con su mano—. Ayúdame a cargarla.

—Ah, también..

No necesitó explicarlo, cierto gronckle se asomó de entre los arbustos luciendo tímido. Astrid reconoció al dragón de inmediato.

—¡Oh, así que la encontraste!

—Ella me encontró a mi —corrigió Tori.

—Al menos ya no tendremos que arrastrar a esta "dama" por nuestra cuenta.

Entre los dos, levantaron el cuerpo inconsciente de la chica y la subieron al lomo del dragón, colocándola descuidadamente sobre la silla de montar.

Acababan de asegurarla boca abajo cuando el verdadero dueño del dragón hizo acto se presencia.

—¡Albóndiga!

Los ojos del dragón brillaron al verle y se llenó de energía de inmediato. De un salto, se deshizo del peso muerto sobre su lomo y corrió al abrazo de su jinete.

Patapez estuvo feliz de reunirse con ella, así que no le importó rodar por el suelo unas cuantas veces. Astrid y Tori los observaron a ellos y luego al cuerpo tirado en el suelo, sin saber cuál merecía más su atención.

Patapez lo notó también y su feliz risa cesó. Dudó al respecto.

—¿Está...muerta?

Por si fuera poco, una cabeza pelirroja se asomó de entre los arbustos, curioseando.

—¿Quién está muerta? —Sólo después de haber preguntado, descendió su mirada y le prestó atención a la chica en el suelo—. Oh...

La muchacha que los jinetes habían traído a la isla y quien Zett había mencionado que era importante para él, era nada más y nada menos que Hillary.

××××


Chimuelo dio brincos a su alrededor.

Hipo lo ignoró.

Chimuelo empujo con su cola las ramas que se interponían en el camino.

Hipo lo volvió a ignorar.

Chimuelo se colgó de una rama, quedando de cabeza.

Hipo pasó de largo.

Chimuelo fingió estar muerto.

Hipo lo siguió ignorando.

No fue hasta que el Furia Nocturna se vio realmente lamentable, que el jinete de dragón no pudo seguir fingiendo estar enfadado y suspiró, dándole palmaditas en la cabeza.

—Bien, no más ley del hielo. Quita esa cara.

Al escuchar esto, el dragón abandono su falsa depresión y se lleno de energía, frotándose descaradamente en busca de cariño.

—¡Pero no vuelvas a cambiarme por comida! —Le advirtió Hipo, esforzándose por reprimir una sonrisa.

El dragón ignoró deliberadamente su intento de amenaza y le lamió la cara, sin prometer nada. Las muestras de cariño hubieran continuado de no ser por algo más que llamó su atención.

Chimuelo fue el primero en escucharlo y las alarmas empezaron a sonar en su cabeza. Hipo notó el cambió en su amigo, pero antes de que pudiera ponerse en guardia ante un posible enemigo al acecho, ambos reconocieron la voz del anciano.

—¡¿A quien le llamas anciano?!

Jinete y dragón se miraron, pero a pesar del desconcierto eligieron acercarse de todas formas, cruzando a través de las ramas y hojas.

—Viejo Ryu...eh, digo —Hipo se aclaró la garganta—, ¿qué hace aquí?

—¿Qué? ¿Pensaste que había muerto en el incendio?

—No, no, pero no entiendo que...

—Olvídalo, sólo ayúdame —El hombre mayor volvió a tirar de su bastón atascado, utilizando toda su fuerza—. ¡Esta cosa vieja se atascó y me está retrasando! ¡Debo regresar con mi gente!

Hipo tuvo que recordarse a sí mismo que aquel anciano era el sanador de su tribu, y con el incendio provocado sin duda debía haber más de una persona que necesitaba de sus cuidados, así que se apresuró a agacharse junto al bastón y con un cuchillo empezó a cortar la maleza.

—¿Sabe? Estoy de camino al muelle, puedo llevarlo con su gente si quiere —sugirió Hipo, sutilmente.

—Lo que sea, estoy cansado de todas formas —se excusó él, soltando un suspiro—. Por cierto, ¿qué paso entre tu novia y tú? ¿se reconciliaron ya?

—¿Novia...?

—Oh, cierto, no es tu novia —el anciano parecía que acababa de recordar algo—. Es tu prometida ahora ¿no?

Los ojos de Hipo casi se salen de sus cuencas.

—¿Cómo dice? ¿Prometida?

—¡Lo es! ¡Felicidades!

—No, no, espere..

—¿No te quieres casar con ella?

—.....

—¡Hazlo! ¡La vida es muy corta!

Chimuelo emitió un sonido semejante a una carcajada y rodó por el suelo. Hipo lo miró mal antes de hacer un último corte y liberar por completo el bastón del viejo Ryu.

—¡Oh! ¡Buen trabajo, muchacho! —Le dio unas cuantas palmaditas en la cabeza—. Bien, vamonos ahora.

El castaño hizo una expresión extraña ante la rara muestra de cariño y regresó su atención a lo que tenía delante de él. Se trataban de ramas secas que habían caído de algún árbol y se habían mezclado con las demás plantas, adquiriendo la forma de una enredadera, pero había algo extraño en ellas.

—¿Chimuelo, podrías ayudarme con esto?

El dragón lo entendió cómo un "destrúyelas" así que ni muy bien su jinete terminó la solicitud, las ramas ya habían sido reducidas a cenizas.

—Okey, pudimos haberlas empujado, pero tu manera también fue igual de efectiva —Hipo le dio una sonrisa de agradecimiento antes de clavar su cuchillo a un lado en la tierra—. A ver, que tenemos aquí...

Palmeó el suelo con su mano dominante, en busca de la verdadera razón por la que el bastón se había atorado. Sólo lo hizo para evitar cualquier posible duda, en realidad no esperaba que sus dedos hicieran contacto con algo diferente a una rama o hierbas.

—¿Qué tanto haces? —Reclamó el viejo de forma impaciente—. ¡Ya vamonos!

—¡En un momento!

Hipo volvió a tomar el cuchillo que había clavado a un lado y lo utilizó como palanca. De esta forma, lentamente y con un poco de esfuerzo, logró que se alzara una tapa de forma rectangular echa de piedra.

Su superficie estaba cubierta por hierva y moho, por lo que se camuflaba como parte del suelo, así que no le sorprendía que nadie se hubiera fijado en ella antes. No sería importante sino fuera porque la gran piedra era en realidad una puerta hacia una entrada subterránea.

—Por las mujeres de Odín, ¿qué rayos es eso? —el anciano trató de asomarse—. ¿Un pozo?

—No escucho ningún flujo de agua circulando —Hipo hizo una pausa y arrojó una roca hacia el interior—. Y no parece ser tan profundo, quizás sea obra de algún dragón.

—¿Los dragones hacen algo tan inútil?

—Algunos son sensibles ante la luz del sol así que no es algo tan extraño, pero tenía entendido que esta isla no tenía dragones —Hipo se sentó al borde de la entrada—. Bajaré a echar un vistazo, ¿vienes amigo?

Fue una pregunta a su dragón y este asintió rápidamente. El anciano les gritó que tuvieran cuidado antes de que el castaño diera un salto hacia el interior.

××××

La barbilla de Zett se fue contra el suelo y el chico se quejó abiertamente por el dolor producido, pero fue ignorado completamente.

Astrid, Patapez y Tori estaban conscientes de la pelea que se estaba desarrollando a sus espaldas, pero habían decidido ignorarla.

—Entonces, ¿Tormenta ha estado comiendo bien? —Preguntó Astrid.

—Si, al principio ella estaba muy deprimida por tu ausencia pero los gemelos encargaron de animarla —contestó Patapez—. Incluso hubo una ocasión en la que casi se va por su cuenta a buscarte.

Detrás de ellos, Hillary agarró una roca de buen tamaño del suelo y sin dudarlo trató de arrojarla sobre la cabeza de Zett. El pelirrojo rodó por el suelo y la evitó, salvándose por centímetros.

Tori volteó a observarlos con curiosidad, sin dejar de caminar al lado de la joven Hofferson.

—La he extrañado —admitió Astrid—. Me hubiera gustado poder llevarla conmigo, pero ella no merecía ser arrastrada a todo esto.

—Esta bien, estoy seguro de que Tormenta lo entiende.

—Eso espero, estoy ansiosa de verla otra vez.

Hillary le dio un fuerte pisotón en el estomago al pelirrojo, provocando que Zett soltara quejidos de dolor. Pero no lo dejó así, él sujetó la pierna de la chica y le dio un fuerte tirón, provocando su caída al suelo.

Aquella escena era cada vez más difícil de soportar, así que Tori trató de decir algo al respecto.

—Eh, lady Astrid...

Ella sacudió su mano y él cerro la boca nuevamente.

—Por cierto, Hipo y tú ya son una pareja, ¿cierto? —Le preguntó Patapez a la rubia, demasiado curioso como para poder evitarlo.

—¿Pareja? —Astrid se mostró pensativa—. En realidad nosotros no hemos podido hablar sobre eso, así que...

—¡OIGAN! —Interrumpió Zett finalmente—. ¡¿Les molestaría dejar su charla y ayudarme?!

Patapez y Astrid por fin dejaron de ignorarle y voltearon en su dirección.

El pelirrojo había logrado inmovilizar a Hillary en una extraña posición contra el suelo, pero no parecía que iba a aguantar mucho.

Astrid sonrió de forma burlona.

—¿Por qué? Traerla aquí fue tu idea.

Eso era verdad. Anteriormente, Zett les había dicho que Viggo lo retenía en los cazadores utilizando dos cosas, así que a menos que los jinetes le garantizarán la seguridad de esas dos cosas, él seguiría siendo un esclavo del bando enemigo.

Los jinetes habían decidido hacerle aquel favor y ambas cosas que había solicitado estaban a salvo ahora. Una de ellas era Hillary, así que, básicamente la razón por la que había sido arrastrada hasta la isla había sido para protegerla ellos mismos.

Aunque eso ella no lo sabía.

—¡¿Por qué me trajeron aquí?! —Gritó Hillary, lanzándoles odio con su mirada—. ¡¿Qué van a hacerme?!

Zett rodó los ojos, manteniéndola sujetada contra el suelo.

—Cielos, ¿qué clase de monstruos crees que somos?

—¡Tú ni siquiera me dirijas la palabra! —Le gritó Hillary—. ¿Fuiste tú, no? ¡Tú les dijiste!

—¿Qué les dije?

—Le dijiste a los jinetes que trabajo para los cazadores, jamás me hubieran descubierto de no ser por ti, ¡¿cómo pudiste venderme así?!

Patapez tenía el ceño fruncido, todavía le costaba creer que esta era la verdadera Hillary, pero a diferencia de Astrid y Tori, él no podía sólo quedarse callado ante todas las tonterías que ella estaba gritando.

—No tienes idea de nada —dijo, atrayendo su atención—. Para tu información...

—No deberías sorprenderte —interrumpió Zett, dándole una sonrisa amarga a Hillary—. Soy el Zeta traidor después de todo, traicionar es lo que mejor hago.

Astrid emitió un suspiro y tocó el hombro del menor a su lado.

—¿Tori, podrías ir a buscar a Tinkus? No debe estar muy lejos.

El chico asintió y se apresuró a alejarse de toda la tensión que había en el ambiente. Hillary ya estaba volviendo a abrir la boca tan pronto el chico empezó a alejarse.

—Me expusiste sólo para ganarte su confianza, ¿cierto? —Ella miró en dirección hacía Patapez y Astrid—. ¡Él los traicionara de cualquier forma! ¡Es su naturaleza!

—Cielos, ¿quieres callarte?

—Te dije que no me hables, te mataré por esto.

—Puedes intentarlo pero no pienso morir hasta que te lleve a casa y vea como tu "papi" te castiga por haber colaborado con los cazadores.

Hillary resopló.

—Mi padre dijo que cómo futura líder de la familia, debía de tomar las decisiones que beneficiaran a mi gente y eso hice. No tengo arrepentimientos.

—Te pusiste del lado de los cazadores el mismo día que conociste a los jinetes.

—Viggo supo hacer mejores negocios. Me prometió que no tocaría a mi gente y me garantizó que mantendría libres las rutas comerciales de nuestra isla, a cambio sólo tenía que espiarlos.

—Pues Viggo no es más el líder de los cazadores —le avisó Astrid, cruzándose de brazos—. Si quieres proteger a los tuyos, debes hacerlo por ti misma y no depender de nadie.

Hillary clavó sus ojos en ella y levantó una ceja de forma burlona.

—Bueno, si los consejos de mi padre no sirvieron entonces supongo que deberé recurrir a los de mi madre —dijo en tono provocativo—. ¿Sabes lo que me dijo mi madre luego de que ustedes aparecieran aquel día?

—Hillary...

—Ella dijo "Hipo será el heredero de Berk en un futuro cercano, tú eres la mujer que él necesita a su lado" —Hillary repitió con cuidado las palabras de su madre—. "Así que usa tus encantos y garantiza tu puesto cómo su futura esposa..."

Astrid sólo se limito a sonreír. Estaba claro que trataba de provocarla, y quizás en el pasado lo hubiera logrado, pero hoy en día tendría que intentarlo mejor si quería arruinar su buen humor.

—¿Así qué por eso eras amable y actuabas tan linda con Hipo? —Cuestionó Patapez, con cierta indignación en su voz—. ¿Asegurarte un puesto en Berk era tu plan B?

—Déjala, Patapez —dijo Astrid suavemente—. Con su falta de cerebro y su escaso talento en el combate, conseguirse un buen hombre es todo lo que le queda. Vayámonos ya.

El comentario dejó a Hillary rechinando los dientes y tanta fue su indignación que no pudo responderle, así que solo resopló y giró su rostro hacia otro lado. Zett se rió entre dientes y aflojó el agarre que tenía en las muñecas de Hillary.

Delante ellos, se escucharon pisadas sobre la hierva fresca aproximándose. Astrid asumió que se trataba de Tori regresando con Tinkus, pero tanto ella como Patapez, descubrieron a último momento que eran demasiadas pisadas solo para ser dos personas.

××××

—Esto en definitiva no es obra de un dragón —afirmó Hipo, sosteniendo la antorcha que acababa de encender.

Ambos habían seguido el camino que marcaba el túnel y al llegar al final lo que encontraron fue una cámara subterránea. Una cueva, más bien.

No era demasiado grande, era pequeña en realidad y no estaba vacía. Hipo podía ver una mesa de madera y un gran baúl al fondo en una esquina; junto a este estaban varias mantas viejas que parecían haber sido una cama, pero ahora estaban llenas de polvo y suciedad.
También había no más de cuatro cajas de madera apiladas una sobre la otra, vacías en un primer vistazo, y a sus pies varias cubetas oxidadas que no parecían haber sido usadas en mucho tiempo.

—¿Se supone que alguien vivía aquí? —Murmuró Hipo.

No se podía escuchar ni un solo ruido y tomando en cuenta el polvo y las telarañas, el castaño estaba seguro que nadie había estado allí en mucho, mucho tiempo. Pero en un lugar desconocido no podía permitirse bajar la guardia.

—Mantente alerta, amigo —le indicó a su dragón—, yo revisare.

Chimuelo emitió una afirmación y permaneció en la entrada mientras observaba a su jinete ingresar a la cueva. El chico avanzó lentamente con antorcha en mano y al poco tiempo cubrió su nariz con su mano libre.

Los establos en Berk olían mejor que ese lugar.

Observo con atención cada rincón que era alcanzado por la luz del fuego y lo que más llamó su atención fue la mesa pegada a la pared de la caverna. Sobre ella había una que otra vela derretida y varios amarillentos pergaminos esparcidos por la superficie. Acercó el fuego lo más que pudo a las hojas y les dio una mirada detallada.

—Parecen reportes.

Dio unos pasos hacia un lado, sosteniendo una de las hojas en su mano mientras interpretaba su contenido, pero su lectura se interrumpió al escuchar un crujido debajo de su pie. El castaño redirigió su curiosidad hacia el suelo y con ayuda de la luz del fuego, iluminó las sombras bajo la mesa.

En seguida se dio cuenta que hubiera sido mejor no haber visto nada. Se trataba de un esqueleto, y lo que había pisado sin querer había sido su mano.

Los hilos empezaron a conectar en su mente y se levantó de inmediato. Localizó las mantas acomodadas en el suelo y de un tirón levantó la primera. Después de eso, ya no tuvo dudas.

—Creo que acabamos de encontrar al equipo de exploración de Viggo.

××××

Las personas que estaban delante de ellos era seis en total y todos traían lanzas y espadas en mano. Astrid los miró con desconfianza.

—¿Quienes...?

Uno de los desconocidos pareció reconocerlos, porque su expresión se iluminó se inmediato.

—¡Jinetes! ¡Gracias a Odín!

—Que bueno que los encontramos, ¡necesitamos ayuda!

Tanto Astrid como Patapez dudaron, pero al observar mejor las ropas de los chicos, pudieron notar ciertas peculiaridades, una de ellas era una banda roja que todos llevaban en sus respectivos antebrazo. Gente de la tribu Zeta, sin duda.

Este descubrimiento hizo que ambos pudieran relajarse.

—¿Qué pasó? —Les preguntó Patapez.

—Algo terrible —respondió uno de ellos—. Es...es nuestro jefe.

—¿Hanz? ¿Qué ocurre con él?

—Cuando el coliseo se incendió, nos separamos en varios grupos y se suponía que nos reuniríamos afuera tan pronto pudiéramos salir pero nuestro jefe nunca llegó, así que enviamos a un grupo a buscarlo.

—¿Y lo encontraron?

—Uno de nuestros guerreros más jóvenes lo hizo, vio el momento exacto en el que nuestro líder era atacado y alertó a los demás, todos fuimos corriendo al lugar pero ya era tarde, el señor Hanz...

El chico se calló de inmediato y tres segundos después, los otros tres a sus lados sacaron sus armas. Naturalmente, Astrid y Patapez se sobresaltaron, pero las armas no les estaban apuntando.

—¡Allí está! ¡El asesino!

Zett levantó la vista desde donde estaba y se sorprendió cuando notó que el filo de las cuchillas estaban dirigidas hacia él. De inmediato dejó su juego con Hillary y se puso de pie.

Patapez de inmediato intento calmar el ambiente.

—Muchachos, cálmense por favor, creo que aquí hay una gran confusión.

Pero los chico Zeta estaban furiosos.

—¡No hay ninguna confusión! ¡Zett fue quien asesinó a nuestro líder!

—¡No vamos a dejar que te salgas con la tuya!

—¡El chico lo vio todo! ¡Ni siquiera trates de negarlo!

Todas las armas apuntaron a Zett, bloqueando cualquier posible escape de su parte. Y no fue hasta que alguien gritó que sería ejecutado, que Astrid decidió que ya había escuchado suficiente.

De un momento a otro, la rubia lanzó una patada de costado, directo a las costillas del más cercano a ella y no dudó al lanzarse hacia el siguiente. No sabía lo que ocurría o que tan cierto era lo que decían pero estaba claro que si esas personas se llevaban a Zett, lo matarían sin detenerse a considerar su posible inocencia.

—¡Zett, vete de aquí! —Le gritó.

El pelirrojo se sorprendió aún más, pero se apresuró a asentir y dar media vuelta, echando a correr. Hillary, quien era la más cercana a él, reaccionó y se lanzó sobre él.

—¡Hillary! ¡¿Qué..?!

La muchacha se aferró a él, impidiéndole correr.

—¡Si yo no puedo escapar, entonces tú tampoco!

Patapez observó a la pareja un momento y después a Astrid, quien estaba teniendo una fuerte pelea con todos esos chicos. Un momento después, suspiró con resignación y decidió hacer lo correcto.

—¡Albóndiga, nena! ¡Saca a Zett de aquí ahora!

El dragón asintió, y mientras su jinete corría a darle apoyo a Astrid, Albóndiga se apresuró a ir con el pelirrojo y le ayudó a quitarse a Hillary de encima. Zett estaba a punto de agradecerle, cuando de repente el gronckle también lo empujó a él y lo subió a su silla de montar, emprendiendo el vuelo lo más rápido que sus alas le permitían.

Astrid creyó escuchar a Patapez felicitando a su dragón, un momento antes de ser derribada al suelo y presionada contra este.

××××

Tinkus era alguien con muy mala suerte, él mismo estaba consciente de ello así que realmente no creía que pudiera encontrar a alguien. Pero en realidad lo hizo. La persona con la que se había cruzado no era uno de sus amigos y tampoco uno de los jinetes de dragón, se trataba del mismísimo Viggo Grimborn.

El líder, no, el ex líder de los cazadores parecía haber anticipado la idea de Hipo sobre ir al muelle, así que había tomado una ruta contraria. Pero por lo que Tinkus veía, al hombre no le estaba yendo demasiado bien.

Viggo se encontraba acorralado por un nada contento pesadilla monstruosa, uno de los dragones que liberaron de las jaulas minutos atrás. Cuando ex líder fue consciente de la presencia de Tinkus, no pudo evitar mirarlo con incredulidad.

—No eres la persona con la que hubiese deseado encontrarme pero supongo que no puedo ser demasiado exigente —expresó, manteniendo la compostura ante todo, y agitó su mano en petición—. Niño, ocúpate de este dragón.

—Ah, si, si —el menor se apresuró a acercarse al dragón—. No es su intención ser agresivo, usted señor debió asustarlo...

—Diría que se asustó por la forma en la que la isla se sacudió hace un momento —opinó.

—Oh, si.

Tinkus dedicó gestos amables y palabras gentiles al dragón, consiguiendo que su fuego se redujera. El pesadilla monstruosa le dio una mala mirada a ambos y acabó yéndose.

Viggo emitió un suspiro y su atención pasó al menor delante de él.

—¿Y bien? ¿Qué sucederá ahora?

Tinkus lo miró con nerviosismo.

—¿S-Señor?

—A pesar de lo inútil que eres lograste ser el primero de tus amigos en encontrarme —le hizo saber el mayor—. Estaba listo para enfrentarme a Heather, inclusive a Astrid, pero tu eres quien está frente a mi ahora, ¿debería de sentirme aliviado?

Los ojos de Tinkus se abrieron de más.

—¿Q-Quiere decir que nadie más se ha encontrado con usted aún? —Preguntó, sólo para confirmar—. ¿Solo yo?

A Viggo le hizo un poco de gracia su tono, se notaba que Tinkus todavía era un niño y seguía temiendo enfrentar las situaciones en solitario.

—Se podría decir que si —reconoció.

Contrario a la reacción que esperaba, el niño se llevó una mano al pecho y liberó un suspiro.

—¡Que alivio!

Viggo se mostró incrédulo.

—¿Qué?

—Cuanto lo vi, señor, pensé que usted estaba huyendo de algún jinete y me puse triste porque no fui el primero en encontrarlo —su rostro se iluminaba más y más con forme hablaba—. Pero parece que no debo preocuparme, nadie vendrá.

Viggo comenzaba a creer que estaba escuchando mal. Era la primera vez que no podía seguir el hilo de pensamientos de alguien.

—¿De qué estas hablando? —Se vio obligado a preguntar.

Él niño sonrió. Una sonrisa angelical, llena de esperanzas y de inocencia infantil.

—Ahora puedo asesinarlo y así jamás revelará mi secreto, ¿no es eso maravilloso?
























N/A:

Si has leído los comentarios que dejé o echado un vistazo a mi perfil, entonces sabrás que he estado preparando un maratón con los capítulos finales de esta historia, en compensación por haberlos tenido en abandono durante taaanto tiempo o(╥﹏╥)o

Así que si sigues aquí después de tanto tiempo: sientate, rejalate y agarra una coca-cola (ノ。・ω・)ノ
Porque a partir de ahora estarás recibiendo una notificación cada quince minutos con un nuevo capítulo y no quiero que te me desmayes a la mitad (ΘεΘ;)

Esta escritora irresponsable tiene toda la intención de concluir esta historia, ¡gracias por su paciencia!

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