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"Más allá de la tormenta"
—Déjame entender esto... —Estoico venía caminando detrás de Hipo, tenía una expresión de sospecha—. ¿Mi hijo y sus amigos irán a un lugar que desconocen a buscar a un grupo de jinetes que no conocen porque estos afirman tener un lente del Ojo del Dragón?
Hipo suspiró. Su padre y Bocón acababan de llegar a la Orilla, y aunque estaban dispuestos a cuidar el frente, a Estoico todavía le preocupaba que estuvieran yendo hacia una trampa.
—Papá, ya hablamos de esto. Si tienen el lente, haremos un trató, si no lo tienen, nos marcharemos de inmediato. Mientras tanto...
—Bocón y yo nos hacemos cargo de la gallina y del lugar, lo sé, lo entiendo.
—¡Shh! No menciones a Gallina —le cortó, bajando la voz—. Brutacio aún está sensible porque lo dejó por un gallo de otra isla.
—Ese no es el pun... Espera, ¿un gallo de otra isla? ¿En serio?
—Fue todo un escandalo.
Incluso el Jefe de Berk parecía interesado en esa clase de chismes, pero antes de que empezaran a divagar, apareció Astrid.
—Hipo, ya estamos listos —avisó.
—Ah, Astrid —se sobresaltó un poco con su presencia—. Yo... iré en un segundo, le estoy dando las últimas indicaciones a mi padre.
Estoico sonrió por alguna razón.
—Oh, no se retrasen por mi, soy el Jefe de Berk, puedo hacerme cargo de la Orilla del Dragón por unos días. Ustedes vayan, se que tienen MUCHAS cosas de las que hablar antes de partir.
Incluso soltó una risita y les guiñó un ojo a ambos. Hipo y Astrid lo encontraron extraño.
—¿Qué?
Estoico se rió y agitó una mano.
—Calma, calma, no tienen que ocultármelo. Ya lo sé todo.
Los dos jóvenes se mostraron aún más confundidos.
—¿Todo?
—Si, así es —Estoico caminó hacia Astrid y colocó ambas manos sobre sus hombros, tomándola por sorpresa—. Y quiero que sepas, Astrid, que tienes toda mi aprobación.
—¿Perdón?
—Rara vez Hipo y yo estamos de acuerdo en algo, pero esta es sin duda la excepción. Eres todo lo que siempre quise para mi hijo.
—....
Dicho eso, Estoico le dio unas cuantas palmaditas más a cada uno y se fue, luciendo absolutamente satisfecho consigo mismo. Sólo Odín sabría que cruzaba por su cabeza, porque continuó riendo por lo bajo incluso mientras se alejaba.
Hipo y Astrid, por otra parte, se habían quedado sin habla.
Al final, el castaño se pasó una mano por la nuca y no pudo evitar soltar una risita.
—Creo que nunca lo había visto tan feliz. Ni siquiera me dio tiempo a...
A mitad de su frase, Astrid se acercó y le dio un repentino golpe en el hombro.
—¡Au! —Frotó en el lugar y la miró mal—. Creí que ya habíamos superado esa fase.
—Te lo mereces.
—¿Por qué?
—¿Cómo que por qué? —Se cruzó de brazos y miró por donde su aparente "suegro" se había ido—. ¿Qué fue lo que le dijiste a Estoico?
—Nada, yo no le dije nada —frunció el ceño y miró hacia atrás—. Aunque creo saber quien fue.
Astrid se giró a mirar en la misma dirección y se topó con la absurda vista de los gemelos transportando un saco sospechoso. Ambos se congelaron al ver que eran observados, pero les sonrieron con inocencia y continuaron arrastrando su saco.
La pareja suspiró.
×××
La Orilla del Dragón habia quedado atrás hace algún tiempo.
Estando en buenas manos, los jinetes no tenían nada de qué preocuparse, así que se concentraron en encontrar la Tribu Zeta. Todo lo que sabían era que su guarida se encontraba en las colinas nevadas del sur, uno de los lugares más helados del archipiélago, así que aunque era una pista muy ambigua, era suficiente para un encuentro.
Hillary había insistido en acompañarlos, a pesar de que no era parte del equipo, así que eran siete los dragones que volaban en formación diamante sobre un cielo cuyos vientos comenzaban a volverse más y más fríos con forma se acercaban. La nieve empezó a ser visible sólo después de varias horas de vuelo, y con ella, las fuertes ráfagas.
Afortunadamente, en esta ocasión cada uno traía su propia capa para bloquear el frío. De color azul índigo, la llevaban envuelta alrededor de los hombros, usando la capucha sobre sus cabezas y cubriendo el resto de su cuerpo con ella.
—¡Prepárense! —Advirtió Hipo, con sus ojos en lo que parecía ser una tormenta de nieve.
—¡Como si pudiéramos hacer otra cosa!
—Lo que sea, estamos listos.
Los dragones aumentaron la velocidad de forma coordinada, y sin vacilación atravesaron los fuertes vientos. Por un momento, todo lo que los jinetes escucharon fueron las fuertes ráfagas zumbado en sus oídos, quejas que sonaban como la voz de Patán y gritos de los gemelos para Loki. Incluso cuando trataron de abrir los ojos, fueron incapaces de ver más allá de sus sillas de montar, pero así como entraron a la tormenta, fueron capaces de salir.
La luz de un cielo calmado los saludó como quien sale a la superficie después de haberse estado ahogando.
—¿Ya estamos en el Valhalla? —Brutacio se negaba a abrir los ojos.
—Si están ustedes, creo que es el infierno —se quejó Patán, antes de que sus ojos se toparan con Hillary—. Ah, olvídenlo...
—¿No podríamos volver? Creo que deje mi ropa interior haya atrás
—¿Recordaste ponerte ropa interior esta vez? —Le preguntó Brutilda de vuelta.
—Oh, es verdad, no importa.
—Mis dedos, ¿tengo mis dedos? Creo que conté nueve —se escuchó decir a Patapez.
Hipo echó un vistazo al terreno que había debajo de ellos y se quedó ligeramente maravillado por lo calmado y hermoso que se veía el lugar. A donde mirara, todo era de color blanco y estaba cubierto de escarcha, algunos rincones incluso parecían brillar con la luz que se filtraba de entre las nubes. En Berk nunca hubo tanta nieve y las personas siempre estaban quitándola, así que encontrar un bosque que estaba cubierto por capas blancas de principio a fin, resultaba incluso hermoso. Sin mencionar esa calma y tranquilidad que reinaba.
—Chicos, ¿están viendo esto? —Comentó con ánimo.
—Sí, se ve tan... suave.
—¿Si me lanzo de aquí creen que me mate? Hay mucha nieve.
—No ilusiones, Brutacio.
—Oigan, actúan como si nunca hubieran visto nieve, si los Zeta preguntan yo no los conozco.
—Patán, con gusto haremos lo mismo cuando inevitablemente los enfades y quieran matarte.
—Cállate, Astrid. ¿Por qué siempre asumes que seré yo quien los ofenda?
Chimuelo fue el primero en colocar sus patas sobre la nieve cuando Hipo hizo una señal al grupo, y uno tras otro lo siguieron, aterrizando en una parte abierta del bosque. Los gemelos fueron los primeros en arrojarse a la nieve.
—No está mal.
—No está nada mal.
—Recuerden que vinimos aquí por una razón —les recordó Hipo mientras se bajaba de su dragón—. Debemos encontrar la aldea Zeta antes de que anochezca.
—Relájate, Hipo, siento que a tu vida le hace falta una pelea de bolas de nieve.
—Lo que ella dijo. ¿Cuándo fue la última vez que te enterraron hasta el cuello en la nieve?
—Tenía diez. Y fueron ustedes.
—Ay, sí, que recuerdos...
—Bueno, podemos enmendar esos años ahora —sugirió Patán, con una sonrisa maliciosa.
Hipo vio las intenciones que tenía de saltar de su dragón, así que de inmediato se apartó y lo apuntó con su dedo en advertencia. Dio un par de pasos hacia atrás, pero en el proceso su prótesis tropezó con algo. Una fina y traslucida cuerda había estado suspendida unos centímetros por encima de la nieve sin que nadie lo notara y tan pronto fue empujada por la prótesis de Hipo, se soltó de quién sabe dónde y perdió toda su tensión, cayendo al suelo.
Al mismo tiempo, se escuchó un engranaje.
—Oh, no...
Dos enormes redes salieron disparadas desde alguna parte alta del bosque y capturaron a Hillary, los jinetes y sus dragones, y con la misma velocidad con la que los atrapó, la cuerda conectada a la red se tensó y fue tirada de regreso, llevándose a las personas capturadas consigo. Hubo gritos y gruñidos, pero de forma inevitable todos ellos fueron arrastrados por la nieve y levantados en el aire, quedando colgados de un árbol como sacos.
Hipo fue el único en no ser arrastrado por ninguna de las dos redes, de hecho, estuvo totalmente fuera de su alcance y se quedó congelado en su sitio los diez segundos que le tomó a la trampa capturar a todos sus amigos. Cuando el sonido del engranaje se detuvo, él fue el único de pie en medio de la nieve.
—Esto no se ve bien —murmuró, cuando corrió hacia el árbol del que colgaban sus amigos.
De pronto, pisadas comenzaron a escucharse. Muchas y todas ellas venían más y más cerca. Para cuando Hipo volteó, ya estaba rodeado por más de una docena de arqueros.
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