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♢09♢

“Bola con forma de Yak”

¿Qué era lo que sentía?

Esa era una buena pregunta.

—Yo…

—¡Allí están! —Exclamó alguien.

Estando sólo dos personas y dos dragones desde hace mucho, escuchar una nueva voz fue tan extraño que las cuatro cabezas se alzaron bruscamente.

Los jinetes habían entrado a la cueva y venían caminando hacia ellos.

—Dejamos de escucharlos desde hace mucho, ¡creíamos que se habían ahorcado el uno al otro! —Exclamó alegremente Brutilda.

Hipo y Astrid se pusieron de pie de inmediato. La privacidad se había esfumado.

—Eh, nosotros… —Hipo parecía tener la necesidad de excusarse.

—Charlábamos.

—Sí, charlábamos.

Deteniéndose delante de ambos, como un jurado a punto de dar su veredicto, el grupo los observó fijamente.

—Charlaron…

—¿No fue para eso que nos encerraron aquí? —Ofreció Astrid en respuesta.

—Sí, ¿no fue para eso que los encerramos aquí? —Brutacio volteó a mirar a sus amigos, repentinamente confundido.

Heather se aclaró la garganta.

—Lo siento, chicos. Nos excedimos. Bueno, los gemelos lo hicieron, pero estuvimos en esto también —se disculpó, dando una larga mirada al semblante de cada uno—. ¿Al menos sirvió? Quiero decir, ya está todo bien entre ustedes, ¿no es así?

La pareja se miró. Luego miraron a sus amigos.

—¡Sí!

—¡Por supuesto!

—Somos…más amigos que nunca.

Los jinetes observaron fijamente esas sonrisas forzadas.

—Una hora de encierro desperdiciada, ¿verdad? —Adivinó Patán.

—Sí, totalmente —Brutilda se dio la vuelta—. ¿Los dejamos otro rato?

Viendo que realmente todos comenzaban a darse la vuelta, Astrid rápidamente saltó adelante: —¡No! No hace falta. Ya...ya está todo claro, así que si no les importa…

Ella se apresuró a salir de la cueva, pasando delante del grupo de jinetes con evidente apuro. Tormenta la siguió al poco tiempo, y una vez que se fue, todos se miraron entre sí nuevamente.

—¿Por qué sospecho que las cosas no van tan bien como nos dijo? —Comentó Brutacio con seria sospecha.

Brutilda suspiró.

—Y yo que ya estaba planeando bañarme para la boda…

Empezó a alejarse y los demás lo hicieron también mientras comentaban entre ellos, luciendo decepcionados con el resultado de todo esto.

Hipo no los siguió. Como si de pronto se sintiera exhausto, volvió a sentarse en el suelo de la fría cueva. Chimuelo se acercó y se echó a su lado, mirándolo de cerca con lo que parecía desconcierto. Hipo le dio una sonrisa tranquilizadora, pero esta desapareció casi de inmediato por un ceño levemente fruncido y una mirada distante.

Lo de antes todavía estaba abrumando su mente, así que le tomó un momento darse cuenta de que Heather se había quedado atrás también. De hecho, no lo notó hasta que esta se paró delante de él, bloqueando la luz de la fogata

—¿Estás bien? —Heather se arrodilló, estirando una mano para acariciar a Chimuelo—. ¿Qué fue lo que pasó?

Hipo se encogió de hombros, pasando una mano por su nuca

—Ya lo dije, charlamos.

Heather le sonrió, levantando una ceja.

—¿Y nada más?

—¿Qué más íbamos a hacer?

—Aaah…

—¡Heather!

—Sólo te molesto. Sé que no eres Patán —Hipo sonrió un poco, y Heather espero un poco antes de preguntar una vez más—: ¿Y bien? ¿Quieres hablar de eso o prefieres hablarlo con tu dragón?

Hipo se rió entre dientes, pero negó.

—No estabas tan equivocada —miró a su amiga—. Ella si siente algo por mí.

—¿Por fin lo admitió?

—Sí, pero no tengo idea de qué hacer con eso. Es decir, ¿cambia algo que lo sepa? No quiero que las cosas estén incomodas, me gusta lo que tenemos. Oh, bueno, lo que teníamos antes de que todos estos…sentimientos de pronto explotaran.

—Hipo, esto no es como un pesadilla monstruosa que puedas entrenar. Los sentimientos son así, aparecen y se desbordan cuando menos lo esperas, no tiene que ser necesariamente malo.

—Quizás tienes razón, pero…todavía quiero que las cosas vuelvan a la normalidad.

Porque si las cosas estaban destinadas a ser igual de incomodas que este día, entonces era mejor que siguieran siendo sólo Hipo y Astrid.

Pasó un largo momento hasta que el grupo vio a Hipo y Heather salir de la cueva. Heather y Cizalladura salieron primero, caminando en silencio hacia donde Patapez se encontraba con Albóndiga, y un minuto después, Hipo y Chimuelo aparecieron.

Hipo lucía bastante tranquilo, como si la última hora nunca hubiera ocurrido.

—Bueno, lamentablemente no pudimos encontrar nada en la cueva —dijo él, en un breve recordatorio de porqué habían volado hasta allí en primer lugar—. Pero oigan, aún existe la posibilidad de que nos hayamos equivocado con la ubicación. Si miramos otras cuevas…

—Olvídalo, Hipo —habló Patán—. Se perdió, nadie la encontrará.

—Es verdad, lo mejor será volver —coincidió Brutilda, caminando hacia su dragón—, tengo congeladas partes del cuerpo que no sabía que tenía.

—Puedo abrazarte, ya sabes, para ayudarte a entrar en calor —bromeó Patán, cuando ella pasó a su lado.

—Eh…

—Está bien, sé que soy irresistible, prácticamente inalcanzable, pero ahora que soy consciente de tus sentimientos…

—Hombre, no tengo idea de qué hablas.

—El beso, ya sabes.

—Ah, eso.

—Jaja sí… Espera, ¿sólo eso tienes que decir?

Patán fue detrás de Brutilda, todavía discutiendo lo que fuera que estuvieran discutiendo, y el castaño les dio una mirada extraña cuando pasaron delante de él.

—¿Escuché mal o…?

—Ha sido un día raro, Hipo, mejor no preguntes —aconsejó Brutacio sabiamente.

Hipo levantó ambas cejas, pero decidió que realmente no quería saber, así que se subió a Chimuelo y recorrió con la mirada los alrededores.

—¿Y Astrid?

—Fue a caminar con Tormenta —respondió Patapez, acercándose en Albóndiga—. Creo que dijo algo sobre despejar la mente. Volverá pronto, descuida.

Hipo asintió.

—¿Qué sucede? —Preguntó de pronto Hillary. Había estado ausente todo este tiempo y parecía estar regresando de una caminata—. ¿Nos vamos ya?

—Sí, ¿donde estabas?

—Evitando el ambiente romántico —contestó con simpleza—. ¿Alguna novedad?

—Astrid y yo…

—Me refería al lente del dragón.

Chimuelo se rió por la confusión y el castaño le lanzó una mirada de regaño.

—No logramos encontrar nada, y es una decepción porque con este lente hubiéramos estado un paso adelante de Viggo. Tendremos que volver con las manos vacías.

—Ah, ah, ah —negó Brutacio, levantando un dedo—. Yo no estaría tan seguro Hipo Abadejo III.

—¿Qué quieres decir?

—Oh, ¿acaso tú y Brutilda encontraron el último lente? —Preguntó Patapez con sorpresa.

—¿Quienes? ¿Nosotros? —Brutilda se rió desde la montura—. Pff no.

—Pero encontramos muchas cosas inservibles para nuestra colección de cosas inservibles —afirmó Brutacio, empezando a sacar cosas de su bolsillo y casco, al igual que Brutilda—. Una roca que se parece a la nariz de Patán…

—La cola de un insecto no identificado…

—Esta cuerda rota de un arco…

—Una bola de papel con la forma exacta de un yak…

—Y un cuchillo con la punta torcida. —Todas y cada una de las cosas nombradas cayeron en una pequeña pila sobre la nieve, a los pies de los gemelos.

Hipo se rió un poco.

—Chicos, ¿de qué les sirve un cuchillo que apunta al lado equivocado?

—Ese es el punto —Brutacio hizo un gesto de obviedad—. No sirve, estará en mi pared.

—Oye, yo lo quería en mi pared —discutió Brutilda.

—Tú te quedaste con la cola del insecto posiblemente venenoso.

—Dah, porque yo la encontré.

—Lo siento, hermana, Loki no es justo a veces.

Sorprendentemente, ambos parecían tener muchos argumentos para continuar debatiendo por horas. Hillary suspiró.

—No puedo creer que estén discutiendo por una bola de papel.

—Esto no es nada, una vez discutieron por quien podía escupir más alto —comentó Hipo.

—No puede ser.

—Si, de hecho obligaron a Patapez a ser su juez.

—Te compadezco tanto Patapez...

Ambos miraron a Patapez, pero este no les estaba prestando atención. De hecho, estaba agachado en el suelo, frente al montón de basura de los gemelos.

—Ah, ¿Hipo? —Se puso de pie, en sus manos sostenía la bola de papel con forma de Yak—. Quizás quieras echarle un vistazo más de cerca a esto…

Se la pasó a Hipo y este empezó a desdoblar la hoja. Brutacio chilló y detuvo su discusión con su hermana.

—¡Wow! ¡Detén esas manos! ¿Sabes cuanto cuesta encontrar este tipo de arte? ¡Y en una cueva!

—Te conseguiremos otra bola de papel, Brutacio —Prometió con simpleza, antes de extender la hoja y echar un primer vistazo. De inmediato frunció el ceño—. Oigan, esto no es una simple hoja.

—¡Eso te dijimos! ¡Tenía la forma de un yak! ¡Un yak! Ese precioso arte…

—No me refiero a eso, Brutilda. Es una carta.

—¿Una carta, dijiste? —Patán se acercó también.

El grupo rodeó a Hipo, intrigados por lo que ocurría, y el castaño empezó a leer su contenido:

Saludos, jinetes de la Orilla del Dragón. Mi nombre es Hanz y soy el líder de los Zeta, tribu de las colinas nevadas del sur. Gustosamente los invitamos a un recorrido por nuestra aldea, vengan y hablaremos de ese bonito lente que seguro quieren de vuelta. Los esperamos.

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