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♢07♢

“No hay nadie más con quién preferiría estar”

Ambos voltearon ante el lejano estruendo.

—¿Escuchaste eso? —Astrid tenía el ceño fruncido.

—Sí —le hizo un gesto—, vamos.

Con un mal presentimiento, ambos echaron a correr hacia el origen del ruido, sus dragones siguiéndolos de cerca, y sus sospechas se fueron confirmando con forme se acercaban.

—¡Por Thor! ¿Qué paso aquí?

La entrada por la que habían ingresado a la cueva había sido bloqueada.

—Parece que salir por donde entramos ya no es una opción —comentó Hipo, mirando de forma critica la pila de nieve y rocas que sellaban la entrada.

—¿Por qué pasó esto? No se veía precisamente inestable cuando entramos.

—Tal vez el espectro de nieve nos detectó —murmuró Hipo, un poco extrañado.

—Bueno, ¿y ahora qué?

Hipo abrió la boca para responder, pero en el último momento se detuvo y giró su cabeza hacia la boca de la cueva. Astrid lo miró extrañada hasta que también lo escuchó

—¿Crees que ya se dieron cuenta? —La voz de Brutacio, sin duda.

—¡Shh! No logró escuchar nada —esa era Brutilda.

—Es porque nadie está hablando.

—Nop, estoy segura que escuché algo…

Hipo y Astrid miraron la entrada con incredulidad.

—Chicos, podemos escucharlos.

En el exterior se escuchó un sobresalto. ¿Tenían pegadas sus orejas a la cueva?

—¡Ja! ¡Les dije que escuché algo! —Brutilda todavía se escuchaba bastante cerca—. ¡Hola tortolos! ¿Cómo les va?

—Chicos, esto no es gracioso, sáquennos ya —le dijo Hipo, cruzándose de brazos.

—Lo siento, Hipo —habló Patapez, y no sonaba tan culpable como debería—, fue una decisión unánime, es por el bien del equipo.

—Y por su propio bien —agregó Heather, sin molestarse en ocultar su tono divertido.

—¿Patapez? ¿Heather? ¿Ustedes también están en esto? —Astrid no podía creerlo.

—¡Nos lo agradecerás luego!

Hipo suspiró y frotó su sien.

—Díganme, ¿consideraron la posibilidad de que algún enemigo estuviera siguiendo al acecho? Porque esta sin duda sería la oportunidad perfecta para atacar.

—Tranquilo, Hipo, enviamos a Patán y Hillary a hacer guardia.
—¿Qué yo qué? —Y sí, esa era Hillary.

—Agh, ¿no te dije…? Ah, olvídalo. Patán está vigilando, no hay que preocuparse.

—¿No hay de que…? —Hipo negó—. Ah, olvídenlo, nosotros mismo saldremos. ¿Chimuelo?

El furia nocturna parecía confundido, pero al escuchar a su jinete, de inmediato dio un paso al frente.

—Chimuelo, te daré una cubeta de tu pescado favorito si cooperas.

Chimuelo se congeló.

—¡Heather! —Hipo volteó y señaló a su dragón—: Chimuelo, la entrada.

—¡Dos cubetas!

Chimuelo se sentó y miró a Hipo con su cabeza inclinada, casi como si dijera “Oye, no puedes culparme por aceptar, es una gran oferta” y el castaño le dio una mirada incrédula.

—¿Es en serio? —Hipo miró a Tormenta, pero esta rápidamente giró su cabeza y se alejó—. ¡¿Tú también?!

Astrid dio un suspiro.

—Chicos, no sé a qué están jugando o por qué los gemelos los convencieron de hacerlo, porque esta sin duda fue su idea, pero sino no sacan de aquí ahora…

—Olvídalo, Astrid, tus amenazas pierden muchos puntos si estás dentro de una cueva —escuchó decir a Brutilda.

—Coincido, ni siquiera siento que mi vida peligra —afirmó Brutacio
Astrid enarcó una ceja.

—¿Ah, sí?

Afuera se hizo un frío silencio.

—Bueno, quizás un poco —murmuró.

—De cualquier forma —añadió Heather—, no los sacaremos hasta que Astrid diga lo que tiene que decir.

Frente a esa entrada bloqueada, la expresión de Astrid se congeló.

—Oigan, lo siento ¿me perdí de algo? —Hipo de pronto parecía perdido.

—¡Ella sabe de lo que hablo!

—¿Astrid? —Hipo la miró.

—No —fue una respuesta automática—. No sé a qué se refiere, Heather.

—¡Eres una muy mala mentirosa, Astrid!

—¡Heather! —Astrid miró nerviosamente a Hipo, y de un momento a otro, comenzó a empujarlo—. Vamos, encontraremos  otra salida.

—Pero…

—¡Vamos!

Siendo empujado tan insistentemente, Hipo no tuvo más opción que seguirle la corriente y avanzar por su cuenta, de modo que ambos se adentraron en la cueva nuevamente. Los dragones los seguían de cerca, manteniéndose detrás de ellos en silencio.

Hipo la miró de reojo, y después de un largo silencio, desvió la mirada y casualmente soltó: —¿Sabes? Podríamos evitarnos esto si me dijeras lo que Heather quiere que me digas.

Si antes el humor de Astrid había empezado a mejorar, ahora era todo lo contrario, porque sin mirarlo, contestó de forma cortante: —No sé a qué se refiere y ya no hablemos de eso, ¿quieres?

—Uh...—Hipo dudó—. ¿Todavía estas…enojada conmigo?

—…No.

—¿Entonces?

Astrid se detuvo, obligando a Hipo a hacer lo mismo. Al principio no lo miró, pero cuando lo hizo, le dio ese tipo de mirada que sólo podía significar lo decidida que estaba de hacer algo.

Hipo se sorprendió un poco, quedándose sumamente quieto mientras esperaba…lo que fuera que Astrid estuviera por decir, pero ella simplemente lo miró, y luego de un minuto, apartó la mirada.

—Hay que encontrar una salida —fue todo lo que dijo.

Se alejó, sin embargo, con sólo dos pasos, su muñeca fue retenida.

Hipo la sostenía.

—Mientras más camines, más oscuro estará. No encontrarás nada si te pierdes —le dijo con gentil seriedad—. ¿Por qué no mejor volvemos y hacemos una fogata para entrar en calor? Los chicos eventualmente se aburrirán y nos dejarán salir, sólo hay que esperar,

Astrid no contestó de inmediato, pero al final frotó sus brazos y asintió.

—De acuerdo.

La pareja se encaminó de regreso, todavía lejos de la entrada de la cueva, pero muy cerca de donde todavía se filtraba la luz entre los relucientes y transparentes picos de hielo que sobresalían de los muros de la cueva. Una vez hecha la fogata, se sentaron uno al lado del otro frente al fuego, tan sólo contemplando las llamas y sin decir ni una palabra.

Chimuelo y Tormenta se acomodaron a su alrededor, recostándose como si estuvieran tomando una siesta, y realmente fue como si sólo estuvieran ellos dos en aquella cueva.

Hipo suspiró.

—Y....nunca pudimos encontrar la silla de montar de Heather —dijo de pronto, recurriendo a una conversación de trabajo para llenar ese silencio—. ¿Crees que…alguien la haya encontrado primero?

Sin nada más de que charlar, Astrid lo meditó un momento antes de responder: —Es una cueva de hielo con un grupo de espectros invernando en alguna parte, nadie vendría aquí a no ser que sepa lo que está buscando.

Hipo asintió.

—O haya tenido la misma idea de Heather de acampar aquí y sin querer se lo haya topado —ofreció como segunda alternativa.

—¿Eso no sería demasiada coincidencia?

—Bueno, nadie más sabía del lente en la montura, Heather sólo nos lo dijo a nosotros —argumentó él—. Viggo sólo podría saberlo siguiéndonos hasta aquí, pero estoy seguro de que no lo hizo, y además de él, no se me ocurre nadie más que tenga interés en los lentes del Ojo del Dragón.

—Así que debió ser encontrada por accidente… —Astrid se mostró pensativa al respecto, y estando en ello, de reojo notó algo en las manos de Hipo—: ¿Y eso?

—¿Uh? —Hipo parpadeó y miró hacia abajo—. ¡Ah! Mi libreta. Estamos encerrados aquí de todas formas, así que pensé que por lo menos podría hacer algo útil.

—Por supuesto que lo harías —Astrid negó ligeramente—. ¿De qué se trata esta vez? ¿Un traje de vuelo con las recomendaciones de Hillary?

—Con las tuyas en realidad

—¿Eh?

—¿No lo recuerdas? A excepción de las que involucraban matar a Patán, la última vez me diste muchas ideas buenas.

—No creí que lo tomaras en serio.

—Claro que las tomo en serio —Hipo escribió algo en su libreta de forma distraída—. Todo lo que tenga que ver contigo es serio para mi.

Astrid contempló la manera en la que escribía, admirando la manera en la que era capaz de decir cosas como esa sin inmutarse. La siguiente vez que desvió su mirada a la fogata, sus ojos azules tenían una chispa de alegría que se podía notar incluso sin una sonrisa.

—Ahora ya no hace tanto frío —comentó.

—¿Lo crees?

—Bueno, podría ser peor.

—Si lo piensas no es tan malo. Sorprendentemente no me molesta estar aquí, supongo que es porque te tengo a ti.

Astrid sonrió, pero pronto ya no pudo seguir haciéndolo.

—…¿Lo dices en serio?

—Por supuesto, no hay nadie más con quien preferiría estar.

Astrid guardó silencio, sin una respuesta inmediata, hasta que finalmente asintió: —Sí, yo tampoco preferiría estar con alguien que no fueras tú… Los chicos no se equivocaron al encerrarnos aquí.

—Pienso lo mismo —Hipo la miró—. Estos días no hemos podido hablar y no me gusta eso. Siempre has sido mi persona favorita para charlar.

—Hipo…

—Incluso estoy tentado a añadir “charla” a mi lista de palabras favoritas, y es una lista muy corta de hecho.

—Alto, ¿una lista? ¿Lo dices en serio?

—¿Qué? Fue tú idea.

—Sólo te estaba molestando, no creí que lo tomarías en serio —Astrid se rió.

—Pues lo hago, y no es lo único. Así que dime, ¿en serio piensas que Hillary no es de confianza? —Preguntó Hipo—. Porque si en serio lo piensas, a penas salgamos de aquí me encargare de que nuestra relación con su tribu termine de la mejor manera posible y no lo discutiremos de nuevo.

—¿En serio?

—Por supuesto, es lo serio que me tomo tus opiniones. Así que dilo, ¿crees qué Hillary es una amenaza?

Astrid lo pensó por unos segundos. Suspiró.

—No, ella es una presumida pero...no es mala. Supongo que solo me molesta su actitud y ya.

—Vaya, eso fue más fácil de lo que pensé —admitió Hipo—. Si estás bien con eso, entonces ¿tú y yo también estamos bien? —Ofreció su mano en un gesto pacifico—. ¿Amigos como siempre?

Inicialmente Astrid parecía querer dar una respuesta afirmativa, pero al escuchar eso último, su expresión se volvió complicada mientras observaba esa mano que se supone debería estrechar. Al final, no sólo no lo hizo, sino que también se puso en pie y se apartó de allí.

Con brazos cruzados, actuó como si estuviera tratando de entrar en calor, pero había una evidente preocupación en su mirada.

Hipo lo notó.

—¿Dije algo malo?

—No, no...No es nada.

Hipo se puso de pie.

—Astrid —le puso una mano sobre el hombro—, puedes decírmelo.

Sin atreverse a voltear, Astrid estuvo en silencio lo que pareció un largo rato, pero una vez meditó sus palabras, no se atrevió a quedarse callada por más tiempo.

—Hipo, la verdad es que ya no puedo ser tu amiga —Astrid volteó y clavó su mirada en la suya—. No puedo, tampoco quiero. Porque a mi…

Hipo la miró fijamente. Incluso Tormenta y Chimuelo habían empezado a prestar atención.

En voz baja y con calma, Astrid concluyó: —Me gustas. No como a una mejor amiga le gusta su mejor amigo. Tengo sentimientos hacia ti.

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