◇05◇
"Nosotros"
—¿Ya están todos listos?
Una serie de sonidos afirmativos se escuchó mientras cada jinete ajustaba la silla de montar de su dragón.
—La pregunta esta de sobra, Hipo —evidenció Patán, al mismo tiempo que se subía a Colmillo—. Patán Jorgenson siempre está listo para la batalla.
Hipo iba a objetar ante eso, pero Heather se le adelantó.
—No va haber ninguna batalla, Patán —le corrigió ella, acariciando su látigo afilado—. Sólo le haremos una pequeña visita al espectro de nieve.
—A sus cuevas, más bien —añadió Hipo.
—Cuevas que están muy, muy lejos de la guarida del espectro de nieve —recalcó Patapez, sonando demasiado aliviado mientras dejaba rocas apetitosas en el boca de su dragón—. Con un poco de suerte, ni siquiera nos toparemos con él en este viaje.
—Eso espero, la idea es no causar problemas —Hipo miró a Patán con intención—. Solamente iremos allí a recuperar las cosas que Heather dejó allá.
Patán rodó los ojos.
—Siempre inicia siendo una visita. Y de alguna forma termina con rayos, fuego y nosotros corriendo por nuestras vidas. Apuesto mi casco a que como mínimo habrá un derrumbe en esas cuevas.
—Espero que no, pero recordaremos tus palabras, Patán.
—Sí, sí, y a todo esto, ¿por qué tenemos que ir a buscar sus cosas? No es que no me importe, pero…
—Porque mi vieja silla de montar se quedó en una de esas cuevas —explicó Heather, girándose a mirarlo con una mano en la cadera—. La dejé allí una noche que me quedé a acampar cuando…cuando seguía una pista sobre mi hermano.
Entre los jinetes, era bien sabido que la razón por la que Heather había estado pasando más tiempo fuera de la Orilla, era debido, principalmente, a su hermano.
Dagur, el ex desquiciado, había muerto heroicamente hace algún tiempo cuando interceptó una trampa que estaba destinada a los jinetes. En ese entonces todavía estaba en duda su lealtad, así que cuando nadie le creyó, caminó directo hacia el asedio con nada más que una daga y un gronckle.
Un tiempo de ello, a los oídos de Heather empezaron a llegar rumores de personas que juraban haber visto vivo a Dagur, así que de inmediato Heather empezó a rastrear estos rumores, pero al final, todos terminaron siendo falsos y acabó volviendo a la Orilla.
—Correcto, Heather dejó su silla de montar en las cuevas y para bien o para mal, había guardado un lente del Ojo del Dragón allí —dijo el castaño, cruzando sus brazos sobre su pecho—. Como saben, Viggo tiene el Ojo el Dragón, y hasta que haya la oportunidad de recuperarlo, interceptar el resto de las lentes y evitar que caigan en sus manos es todo lo que podemos hacer.
—Que contra jugada tan aburrida —se quejó Brutacio.
—Sí, debemos congelarnos el trasero por tan poco —Brutilda dio un suspiro resignado—. Espero que pronto los papeles se inviertan.
—Pasará, sean pacientes.
—La siguiente vez, al menos sometamos a votación quienes van a congelarse y quién se queda —protestó Brutacio, subiéndose a la cabeza de su dragón y apoyando su mejilla en su mano—. ¿Por qué Astrid puede quedarse y relajarse?
—¿De qué están hablando? —Hipo frunció el ceño—. Astrid también viene, ¿quién les dijo que…? —De pronto notó algo y miró a su alrededor—. Esperen, ¿dónde está Astrid?
¡No estaba por ningún lado y recién lo notaba!
—Oh, oh, ¿Astrid se está tomando vacaciones sin avisarle a Hipo? —Brutilda se echó a reír—. Creo que se está pasando a nuestro lado, ah.
—Si Astrid lo hace, ¿significa que todos podemos hacerlo?
—No, no, es decir, quizás pero…—la mirada de Hipo se desvió a mitad de su monologo y su expresión se llenó de alivio—. ¡Ah! Astrid, ahí estás.
Caminando por las marcas de aterrizaje que estaban pintadas en el suelo, la rubia venía con su dragón siguiéndole varios pasos detrás.
—Lo siento, no dormí bien anoche —se excusó, caminando hacia ellos.
Brutilda resopló.
—Nos dimos cuenta, las velas de tu cabaña aun estaban encendidas cuando me caí de la cama. Y yo sólo me caigo de madrugada.
Brutacio la miró sorprendido.
—Que coincidencia, yo tiro de tu manta a esa hora.
Astrid hizo caos omiso de sus comentarios y continuó caminando.
—Hipo —con una expresión indescifrable y un nerviosismo oculto, se paró delante de él—. ¿Tienes un minuto?
—Claro —Hipo se giró hacia ella—, ¿de que...?
Una voz interrumpió.
—¡Qué suerte! Creí que no los alcanzaría, gracias por esperarme.
Hillary venía caminando de dirección opuesta de donde Astrid había venido; agitaba su mano con una sonrisa brillante mientras tiraba de un dragón al azar que aparentemente había logrado entrenar.
Hipo no se sorprendió, pero por alguna razón, la expresión de Astrid se ensombreció.
—¿Ella vendrá? —Cuestionó, mirando a Hipo directamente.
El castaño se rascó la nuca, visiblemente incómodo.
—Eh, puede que yo la haya invitado..
Ella soltó una risa amarga.
—Esto es el colmo.
—Astrid, por favor.
—No, no empieces de nuevo con “crear alianzas” y “llevarnos bien”. Ya escuché bastante de eso el otro día.
—Si lo entiendes, ¿entonces por que sigues actuando así?
—¡Porque últimamente en lo único en lo que piensas es el Ojo del Dragón y en vencer Viggo!
—¿Y eso no es lo importante?
En este punto, la discusión que inicialmente había sido privada, ahora estaba atrayendo la atención de sus demás amigos.
—¡Lo es! —Astrid parecía particularmente frustrada por algo—. Sé que es importante recuperar el Ojo del Dragón, sé que muchos dragones dependen de nosotros y sé que ganarle a Viggo es importante para ti, de verdad lo sé, pero…pero…
—¿Pero qué? —Hipo se estaba sintiendo igual de frustrado por no entender su línea de pensamientos.
—¡Pero eso no es lo único que hay! Mira a tu alrededor un momento, hay cosas igual de importantes.
—¿Más importantes? —Repitió, casi incrédulo.
—¡Sí! ¡Nosotros....!
—¿Nosotros?
Se quedaron en silencio.
La rubia lucía como si realmente no hubiera querido llegar a eso y el castaño tenía una expresión de tampoco haber querido llegar eso, pero ahora sólo podían mirarse el uno al otro con expresiones indescifrables.
Los demás jinetes tampoco sabían que hacer o decir, habiendo escuchado gran parte de esa discusión, estaban confundidos y sorprendidos, pero sin importar que tan fuera de control estuviera todo, ninguno se atrevía a intervenir. Incluso Hillary se detuvo, mirando la escena con un silencio incomodo.
De pronto, Hipo habló.
—Astrid.
Ya no había frustración, ni desacuerdo. Sonaba tranquilo, pero por alguna razón, había dejado de mirarla mientras hablaba.
—Para que esta alianza y las que estén por venir funcionen, todos debemos poner de nuestra parte y no dejarnos llevar por nuestras emociones, ¿entiendes lo que quiero decir?
Astrid no respondió.
De principio a fin, su expresión había sido indescifrable y sus pensamientos un misterio, pero por alguna razón…
Parecía un poco decepcionada.
Fue sólo un instante, como el parpadeo de una llama, porque al segundo siguiente desvió la mirada y asintió.
—...Sí.
Hipo regresó su mirada a ella, pareciendo vacilante un momento, pero de inmediato aclaró su garganta y se giró.
—Andando chicos —le hizo un gesto al resto y se subió su dragón—, se nos hace tarde.
Patapez, Patán y los gemelos se miraron entre ellos. De forma silenciosa le siguieron, pero Heather se tardó más.
Ella tampoco sabía que decir, pero sentía que debía decirle algo a esa amiga suya.
—Astrid...
La rubia negó.
—Déjalo así, Heather —se subió a Tormenta—. Tiene razón, no hay que dejarnos llevar por nuestras emociones.
Hipo inició el vuelo el conjunto, así que se perdió el tono amargo que usó Astrid para repetir esas palabras.
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