◇03◇
"Si no reúnes todas las ovejas, no esperes huevos"
Astrid finalmente había descubierto cuál era su problema. Esa chica, Hillary, pasaba demasiado tiempo con Hipo.
Si Hipo iba a traer agua, esa refinada señorita iba con una cubeta adicional para ayudarlo. Si a Hipo le tocaba cortar la maleza, Hillary iba y le traía algo de beber. Incluso durante la cena se sentaba a su lado, como una garrapata de la que no se podía deshacer.
Astrid había mantenido su boca cerrada hasta entonces, sólo entrecerrando sus ojos en cada ocasión, pero una mañana realmente perdió la paciencia
Sucedió una mañana cuando regresaba de su vuelo mañanero con Tormenta. Astrid los vio caminando juntos cerca de los establos y esa chica no hacía otra cosa más que querer engancharse a su brazo.
—Ay, esto tiene que ser una broma —murmuró, rodando los ojos.
No dudó en acercarse a paso firme hasta donde estaban y tomó a Hipo del brazo. Ambos detuvieron lo que sea que estuvieran discutiendo y la miraron. Astrid les dio una sonrisa falsamente alegre
—Lo siento, ¿interrumpo algo? Veo que no, Hipo acompáñame
Y en un instante ya lo había alejado de ella.
—¿Qué sucede, Astrid? —Preguntó él, algo desconcertado mientras ella lo arrastraba lejos.
A diferencia de Hillary, a quien se la quito de encima en cada ocasión, dejó que Astrid hiciera lo que quisiera. Pero ella ni siquiera le prestó atención a eso.
Una vez estuvieron a una distancia considerable de Hillary, Astrid se detuvo y lo miró.
—¿Por qué ella sigue aquí? —Cuestionó de forma cortante.
Suspiró.
—Astrid, ella y su tribu nos ayudaron cuando nos quedamos varados en su isla —le recordó Hipo, con paciencia—, y están dispuesto a pelear junto a nosotros si la situación lo requiere, ¿no crees que eso es suficiente para dejarla permanecer en la orilla?
Astrid se cruzó de brazos, como una niña regañada.
—Pues si, pero...
—Ella no te agrada.
—¡No, no me agrada! —Ni siquiera trató de ocultarlo—. No hace falta que ella esté rondando por aquí las veinticuatro horas del día, ¿o si?
—De acuerdo, hagamos esto —Hipo llevó sus manos a sus hombros y Astrid fue demasiado consciente de su acción—, tendremos esta conversación de nuevo, cuando estés menos enfadada y yo esté de vuelta, ¿de acuerdo?
—Pero, Hipo...
—¡Hipo! —A varios pasos de allí, Hillary agitó su mano, llamando su atención—. ¡Te estoy esperando!
El castaño miró en su dirección, algo cansado. Pero había prometido hacer algo con ella, así que le dio una mirada de disculpas de Astrid.
Ella resopló.
—Tienes razón, hablamos luego —se hizo a un lado—. Mejor ve con tu nueva amiga.
—Astrid…
Ella se marchó, regresando con Tormenta.
Hipo trató de llamarla de vuelta antes de que se subiera al dragón, pero Tormenta emprendió el vuelo y él sólo pudo suspirar. Con algo de resignación, regresó al lado de Hillary.
Astrid, por su parte, llegó a su cabaña y con un suspiro, se bajó del lomo del dragón. Frotó debajo de su barbilla y dejo que fuera a echarse junto a la entrada de la cabaña mientras que ella, de mala gana, fue a sentarse en las escaleras del exterior. Apoyó su barbilla en su mano y miró a la nada con una expresión aburrida.
En eso, Brutacio y Brutilda llegaron. Ambos venían subiendo las escaleras, y de forma sincronizada, se sentaron uno a cada lado de Astrid.
—Adivino, Hipo está demasiado ocupado con Hillary —inquirió Brutilda, con malicia evidente.
Astrid respondió sin cambiar su expresión: —Si, lo está.
—Lo suponía
—Hipo es Hipo, no puede evitar ser amable —opinó Brutacio en un tono bastante alegre—, peeero tu problema no es ese, mi bella dama.
—Si, tu problema es que Hillary está demasiado cerca de tu hombre —agregó Brutilda.
Astrid parpadeó. Dejó de apoyar su barbilla en su palma y los miró uno a uno.
—¿Eh?
—Si, y no te culpo, cualquiera se sentiría amenazado —Brutacio soltó un suspiro con aspecto soñador—. Su cabello es tan…brillante.
Brutilda rodó los ojos. Estiró un brazo y lo golpeó, haciéndolo rodar escalera abajo.
—¡Oye! —Pausó—…Hazlo de nuevo.
—….—Astrid sólo lo miró.
Brutilda agitó su mano, restándole importancia
—No le hagas caso, una maza le cayó en la cabeza cuando nació —comentó ella, dirigiéndose a Astrid—. Pero yo que tú, actúo de una vez.
—¿Disculpa?
—Si, ya conoces ese dicho: Si no reúnes todas las ovejas, no esperes huevos.
—….—Astrid la miró—. ¡Eso no tiene sentido!
—Si, si lo tiene.
Y como si fuera un sabio monje que acababa de compartir el secreto de la vida, Brutilda se levantó y perezosamente bajó las escaleras. Tuvo la buena voluntad de incluso detenerse delante de su hermano y llevarlo consigo, arrastrándolo de una de sus piernas.
Astrid todavía estaba confundida.
—Espera, eso de verdad no tiene sentido —volvió a reclamar, mientras ellos se alejaban.
—¡Qué sí lo tiene!
—¡Sólo depende de como lo veas! —Agregó Brutacio, desde el suelo.
Los gemelos se marcharon, y aunque Astrid ya no estaba de malhumor, aún se sentía bastante insatisfecha. Un momento después, Tormenta se le acercó, ocupando el lugar en el que antes estuvo sentada Brutilda.
Astrid le sonrió suavemente y le rascó en el punto donde sabía que le gustaba.
—Yo no estoy celosa —la miró con positivismo—. Tú me crees, ¿verdad?
Tormenta emitió un sonido similar a un suspiro y perezosamente se retiró, como si no quisiera ser parte de esa crisis existencial. Astrid la miró, sintiéndose extremadamente ofendida.
—¡Hey, no lo estoy! —Con una mueca, apoyó su cabeza en su mano nuevamente—…¿Oh si?
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