◇02◇
"Los amigos no se besan"
Una de esas pequeñas cosas que disfrutaba Hipo cuando no tenían que correr de una isla a otra, era poder charlar con Astrid.
No el tipo de conversación donde debatían sobre emboscadas, el movimiento de la muñeca al ejercer presión o donde podrían encontrar más lentes para el ojo del dragón, sino más bien el tipo de charla animada donde podían hablar de cosas al azar, se reían de las malas bromas del otro y el tiempo pasaba demasiado rápido. No todas las personas podían encontrar a alguien con quien conectar de esa forma, por eso Hipo apreciaba los pocos momentos donde ambos tenían tiempo para charlas absurdas. Como aquella tarde.
Astrid estuvo rondando por su cabaña lo que quedó del día, ambos haciendo mucho y nada hasta que llegó la hora de la cena y todos se reunieron en la sala común para probar lo que sea que hubiera cocinado la persona en turno. En este caso, Hillary.
Hillary había sido criada para ser una esposa en lugar de una guerrera, por lo que nunca decepcionaba en ese tipo de cosas. Hipo volvió a su cabaña tan pronto la cena terminó, no sin antes darse una vuelta por los establos para conseguirle la cena a su dragón.
Entró a su habitación de forma tan distraída que ni siquiera se percató de que había alguien más allí.
—Chimuelo, te perdiste de ver a Brutacio confundiendo la cuchara con el filete de carne en su plato —comentó Hipo nada más entrar—, un momento todo estaba bien y de repente Patán trataba de sacar el utensilio de su garganta, no fue lindo de....¡oh, dios! ¡Heather!
La pelinegra se echó a reír, dejando de acariciar al Furia Nocturna.
—¿Y qué pasó con Brutacio? ¿Pudo devolver esa cuchara o tendrá que vivir con ella el resto de su vida?
—Eh, Brutilda lo golpeo y vomitó la cuchara....en parte, estoy seguro que le faltaba un pedazo —Hipo sacudió la cabeza con la intención de quitarse esa fea imagen de la cabeza—. ¿Pero qué hay de ti? ¿Cuándo volviste?
—Acabo de hacerlo —dijo poniéndose en pie con una sonrisa reservada—. Tu cabaña está camino a la de Patapez así que pensé en venir a saludar.
—Vaya, que considerada, me siento halagado —bromeó, caminando a entregarle la cena a su dragón—. ¿Qué quieres escuchar primero? ¿Los últimos chismes de la orilla o la historia cómo Gallina se divorció de Brutacio?
—No creo que haga falta. Patapez fue un buen mensajero, me mantuvo al tanto de todo en sus cartas.
—¡Sabía que se seguían escribiendo! —Volteó a ver a Chimuelo con un aire orgulloso y dijo en un tono cantarín:— Parece que gané.
El dragón que obviamente —ni idea de cómo— había apostado por lo contrario, rodó los ojos y fingió no haber escuchado nada, concentrándose en comer y negándose admitir la derrota.
—¿Tú y Chimuelo apostaron? —Se cruzó de brazos divertida—. Supongo que esas son las cosas que te pierdes cuando sólo lees cartas.
—Descuida, en realidad no te perdiste de mucho.
—Si, salvo el hecho que debo compartir mi cabaña porque de pronto hay alguien más quedándose por aquí.
—Oh, así que ya supiste de Hillary.
—Patapez estuvo hablando de ella en sus últimas tres cartas, imposible no saber.
—Si y supongo que Patapez encantado con su nueva amiga no tiene nada que ver con que hayas adelantado tu regreso, ¿no?
—Bueno, no es algo que pueda ignorar —admitió Heather sin pena alguna—, pero no hablemos más de mi, cuéntame de ti.
—¿De mi?
—Si, ¿cómo van las cosas con Astrid?
No esperaba una pregunta así, de hecho era un poco extraña, sin embargo, Hipo asumió que Patapez debió escribir algo en sus cartas que hizo a Heather pensar que él y Astrid habían discutido. Un malentendido sin duda.
—Todo justo como siempre —respondió de inmediato—. Antes de la cena pasamos algo de tiempo juntos, me ayudo a ordenar este lugar y estuvimos charlando.
Heather sonrió por alguna razón.
—¿Solos?
—Bueno, Chimuelo estuvo presente también —contestó con normalidad—, los demás suelen estar ocupados en sus cosas, así que..
—Más que ocupados, creo que ellos están conscientes de que a ustedes les gusta pasar tiempo juntos —comentó Heather con una extraña diversión—, así que les dan algo de espacio.
Hipo se echó a reír.
—¿Espacio? Creo que estás teniendo una idea equivocada de nosotros, Heather. —Hizo una pausa y casi de inmediato empezó a sospechar de donde venía todo eso, por lo que añadió un poco horrorizado—: ¿Qué fue exactamente lo que escribió Patapez en esas cartas?
—Escucha, sino quieres hablar de eso...
—No, no hay ningún "eso" —insistió, empezando a ponerse ansioso—. Ya te lo dije, Astrid y yo tenemos ese tipo de relación, sólo somos amigos.
Heather se cruzó de brazos y lo miró con una expresión que claramente decía "Ajá, y mi sueño desde niña es casarme con Patán".
—Los amigos no se besan, Hipo —fue su golpe de gracia.
"Me rindo, sigue solo" fueron las palabras que le dijo su cerebro a Hipo antes de chamuscarse y abandonarlo. Él sólo pudo voltear a observar a Heather, sorprendido.
—¿Qué? ¿Cómo lo...?
—Brutacio y Brutilda suelen hablar de más —respondió ella.
Hipo se pasó una mano por la nuca, frotándola con nerviosismo y miró a cualquier parte que no fuera su amiga.
—Eso...eso fue cuando éramos niños —justificó—, nosotros ya no...
Se detuvo. Pareció pensar en algo y de repente ya no pudo justificar nada. Miró a Heather como si ella supiera más que él.
—¡Eso fue diferente! —Dijo rápidamente.
Heather frunció el ceño, fue su turno de no entender. Hipo relajó sus hombros sin que nadie lo notara y se corrigió a si mismo:
—Quiero decir, ¿has escuchado el término ósculo?
—¿Un beso que das para demostrar afecto o respeto? —Heather inclinó su cabeza pensativa—. Vaya costumbres extranjeras tienen en Berk.
—Si, es sólo una...costumbre.
—¿Y Astrid está enterada?
Hipo se sintió torpe con sus palabras nuevamente, hasta que observó el brillo de diversión en los ojos de Heather y empezó a sospechar que le estaba tomando el pelo. Sin embargo, no pudo interrogarla al respecto fue de forma repentina dos cabezas rubias se asomaron por la ventana de la habitación.
—¡Heather! ¡Sabía que estabas de vuelta! —Exclamó Brutacio alegremente.
—¿Interrumpimos algo? —Agregó Brutilda.
—No, claro que no —se apresuró a responder Hipo—, pero ya es bastante tarde, ¿qué hacen por aquí?
—¿No podemos venir a pasar tiempo con nuestro vikingo favorito de una pierna?
Hipo los miró fijamente.
—Okey, tal vez Eructo y Guácara hayan molestado un poquitín a Cizalladura..
—¿Qué? —Heather abrió los ojos de más—. ¿Qué fue lo que...? Ah, olvídenlo, mejor iré yo misma.
Los gemelos Torton se apartaron de la ventana y Heather se apresuró a salir de la cabaña también. Tenía un pie afuera cuando le dio una última mirada a Hipo.
—Piensa en lo que hablamos, ¿si?
Él no supo otra cosa que hacer más que asentir, sin embargo una vez que vio su figura desaparecer, realmente sintió que no tenía nada que pensar.
Él y Astrid habían sido amigos por años, llevaban toda una vida de conocerse y no había persona en la que confiaran más que en el otro. Eso era todo lo que había entre ellos, ni mucho más, ni mucho menos.
Aunque no iba a negar que alguna vez la vio como algo más.
Astrid siempre fue impresionante, ya fuera por su buena apariencia o por su destreza en combate, no había nadie de su generación que no tuviera un crush con ella. Hipo no fue la excepción por supuesto, solía admirar su belleza desde la seguridad de la armería y se emocionaba en secreto cuando tenía la oportunidad de hablarle. Pero todo eso fue hace mucho tiempo ya.
De esos días ya han pasado años, y tanto su corazón como su mente han madurado.
El niño que solía anhelar matar a un dragón para impresionar a su padre y conseguir una novia, ahora tenía asuntos más complejos con los que lidiar. Como dirigir un arsenal, detener una flota de cazadores y proteger su base y a los suyos.
No había espacio para revivir antiguos sentimientos.
—Por primera vez creo que puedo decir que Heather está equivocada —comentó Hipo recostándose en su cama con las manos detrás de su cabeza—. ¿Tú que piensas, amigo?
El dragón hizo un gesto semejante al escogimiento de hombros, restándole importancia al asunto, y fue acomodarse en su sitio para dormir, calentándolo para su comodidad. Hipo sonrió al verlo.
—Es lo que creí —dijo satisfecho.
No supo porqué pero tan sólo un momento después, una fuerza extraña se apoderó de él y lo llevó a meter su mano en el bolsillo interior de su armadura. De allí, saco una hoja de papel fea y arrugada que se encontraba doblada en tres partes.
Al desdoblarla, en su interior yacía escrita una serie de números que iban del uno al diez. Los dígitos se encontraban anotados en columna y alineados a la izquierda, dejando un espacio vacío para rellenar después de cada número.
Era una lista.
Y sólo después de un momento, la misma fuerza sobrenatural que lo había llevado a sacar la hoja, lo llevó a levantarse y buscar un lápiz.
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