◇01◇
Bien, eso no había salido como esperaba.
Sus muñecas dolían por la presión de las cuerdas, el nudo era tan ajustado que casi le cortaba la circulación y no sabía cuanto tiempo llevaba tirado entre paja y heno, fingiendo estar muerto. Lo habían tomado por sorpresa en el muelle, en realidad no había sido de sus mejores ideas seguir a ese barco por su cuenta y al parecer los cazadores de dragones no eran muy amistosos cuando descubrían a alguien espiándolos a mitad de un cargamento.
Hipo soltó un suspiro y dejó caer su cabeza hacia atrás. Hubiera continuado fingiendo estar muerto hasta que se le ocurriera como escapar de no ser porque empezó a escuchar pasos descendiendo por los escalones. Los golpes suaves de las botas sobre la madera se iban acercando, pero a diferencia de las últimas dos personas que habían bajado a revisar que siguiera respirando, los pasos de esta persona eran casi inaudibles, como si tratara de no ser descubierta.
Hipo se inclinó hacia delante y más allá de lo que los barrotes de celda le permitían, alcanzó a ver una sombra moviéndose debajo de la puerta principal. Aquella silueta permaneció por unos cortos segundos, hasta que de pronto se escucharon voces aproximándose y la sombra se esfumó.
La puerta se abrió.
El mismo hombre de la última vez fue quien entró, las llaves de las celdas colgaban de sus bolsillos y tintinearon con cada paso que dio hasta su celda. Le dio una mirada llena de acusaciones pero tras echar su vistazo a las ataduras y comprobar que seguían intactas, se relajó.
—Podría jurar que...
Repentinamente, se escucharon alaridos de guerra provenientes de la cubierta del barco, seguidos del chirrido de espadas encontrándose entre sí. El barco también pareció detener su curso bruscamente.
—¿Qué demonios? —El hombre pareció querer correr a investigar pero no llegó muy lejos.
La sombra que antes había visto debajo de la puerta reapareció, saltando desde donde sea que se hubiera escondido y derribó al cazador antes de que este pudiera cruzar el marco de la puerta.
Hipo no alcanzó a ver lo que ocurría debido a que se encontraba en el suelo de una celda, pero no desaprovechó la oportunidad y de inmediato empezó a forcejear con las cuerdas de sus muñecas.
—Maldición...—murmuró.
La celda repentinamente se abrió. Pensó que se trataría de la misma persona que había saltado encima del guardia antes, pero esa persona todavía seguía sometiendo al cazador en la entrada. Quien sostenía el juego de llaves era alguien más, un niño en realidad.
—Creo que lo encontré —dijo dudoso.
—Bien, tómalo y vámonos.
Oh, genial, caza recompensas.
No dudó en resistirse. Ser prisionero de los hombres de Viggo era malo, pero lo último que quería era estar en manos de mercenarios.
—Tenemos problemas —Una mujer bajó corriendo las escaleras con arma en mano y se plantó en la entrada, justo al lado del hombre que acababa de ser noqueado—. Más barcos se aproximan, debemos darnos prisa o se darán cuenta de que somos nosotros.
Esa voz...
—Lo tenemos, pero el prisionero..
—Yo me ocupo, ayuden a Sasha.
Los brazos que lo sujetaban desaparecieron tras una afirmación a coro y antes de poder evitarlo, Hipo cayó al suelo vergonzosamente. Si alguien le diera una moneda por todas las veces que había besado el suelo ese día, probablemente podría devolverle a los Zetas su oro robado.
Pero esta ocasión fue diferente. Una mano rodeó su cintura con gentileza y su propio brazo fue pasado por un par de hombros confiables. Hipo miró a su posible salvador mientras este lo ayudaba a ponerse en pie, y aunque no podía distinguir sus rasgos faciales en la oscuridad, consideró la posibilidad de que se tratara de un rescate y no de un segundo secuestro. Eso o esa mujer era la caza recompensas más considerada de todo el archipiélago.
—¿Quiénes son? —Cuestionó.
Ella no respondió. Continuó arrastrándolo hacia las escaleras y lo guío por ellas hasta la superficie. Hipo no notó lo dormidos que estaban sus sentidos por haber permanecido tanto tiempo en la oscuridad, hasta que vio la luz del día nuevamente y por fin despertó.
Había todo un campo de batalla desatándose en la cubierta, los cazadores que le habían capturado antes estaban librando una dura batalla contra quienes sea que fueran ese pequeño número de rufianes. Por lo que Hipo pudo ver, la mitad de sus rostros estaban cubiertos por tela y sobre sus cabezas descansaba una capucha negra que hacía sombra en sus identidades. La mujer que lo llevaba era igual pero seguía sin ser alguien en quien pudiera confiar.
Así que cuando menos se lo esperó, Hipo le dio un codazo en las costillas y la empujó, poniendo distancia entre ella y él.
Su confianza aumentó cuando pudo hacerse de una espada que se encontraba en un barril y apuntó su filo contra el enemigo.
—Les agradezco por liberarme de la celda, pero no puedo irme con ustedes —les hizo saber, dando una sonrisa de disculpas—. Como verán, estoy en contra del secuestro y de que quieran ponerle precio a mi cabeza.
—Eso debiste pensarlo antes de dejar la orilla.
Habló más alto que la última vez, y su tono fue más claro. A Hipo se le paralizó el cuerpo, no sólo por sus palabras.
—Tú...
En ese momento, el barco en el que se encontraban sufrió una sacudida semejante a la de hace unos minutos. Antes había estado en los calabozos así que no pudo ver lo que lo había ocasionado, pero ahora se sorprendió al descubrir que se trataba de un pesadilla monstruosa abordando el barco. Un muchacho se encontraba en su lomo y con el aterrizaje su capucha se había caído de su cabeza, revelando alborotados cabellos rojizos.
—¡Lo siento! ¡Se me acabaron las flechas! —Avisó, agitando su arco.
El rostro de Hipo pasó de mostrar sorpresa a mostrar incredulidad. Incluso su ceño se frunció inmensamente mientras observaba a ese dúo de dragón y arquero pero justo cuando abría la boca para decir algo, la chica delante de él golpeó su muñeca y le hizo soltar la espada.
—¡No hay tiempo!
Tan rápido que a penas lo vio, le hizo una llave que lo único que le provocó a Hipo fue dolor en su hombro. Su brazo había sido doblado detrás de su espalda y una sensación de familiaridad lo hubiera invadido de no ser porque la chica empezó a empujarlo hacia el borde del barco.
—¡Espera, espera! —Hipo trató de poner resistencia—. ¿Quién eres? ¿Acaso...?
Ella aflojó un poco el agarre en su muñeca y esta vez, su voz ya no era ni autoritaria ni seria, era el clase de tono suave que hacia pensar que estuviera sonriendo y que provocaría el aumento de pulso de alguien.
—Te conozco, pero nunca nos hemos visto.
Acto seguido, fue empujado por la borda y cayó del barco.
Su descenso fue rápido, pero al mismo tiempo lo sintió en cámara lenta. Pudo escuchar el eco de más ataques destruyendo el barco, el cruce de las espadas en la cubierta y varías voces gritando en diferentes tonos.
Pero lo último que vio antes de sumergirse en el inmenso azul, fue la figura de su agresora observándolo desde lo alto, bajo el brillante y caluroso sol. Cuando despertara en la playa dentro de unas horas no lo recordaría, ni siquiera sabría como fue que escapó de sus captores, pero en ese preciso momento lo supo.
Esos ojos azules eran los que buscaba.
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[...Un tiempo atrás...]
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"A veces mentir era más fácil que explicar la verdad"
Astrid estaba molesta. Muy, muy molesta.
A penas era medio día y ya había tenido que apagar tres veces el fuego en la maleza porque, oh sorpresa, los gemelos habían decidido practicar tiro al blanco en compañía de su dragón... con los ojos vendados.
Con. Los. Ojos. Vendados.
Y cuando Astrid, con mucha paciencia, les pregunto la razón, ellos sólo dijeron: —Si nuestra puntería es buena cuando no estamos viendo, imagina que tan buena será sin las vendas ¡daa!
La lógica Torton no se cuestionaba, por supuesto. Astrid sólo les dio una mirada inexpresiva y decidió fingir que no había dos tontos intentando incendiar la Orilla del dragón, porque realmente tenía cosas más importantes a las cuales fruncirle el ceño.
La segunda cosa en arruinar su mañana: Hillary. Oh, perdón, Hillary de los Adrikson quiso decir.
La habían conocido varios días atrás, cuando una tormenta los sorprendió camino a Berk y se vieron obligados a descender en una isla para buscar refugio. No fue hasta la mañana siguiente que descubrieron que habían aterrizado en el hogar de uno de los pueblos vecinos de Berk.
Los Adrikson no eran amigos de los dragones pero tampoco los veían como sus enemigos, y debido a que el cabeza principal era un viejo conocido de Estoico el vasto, no tuvieron problemas en dejarlos quedarse el tiempo que quisieran. Fue allí donde conociera a Hillary, la hija del cabeza de la familia.
Ella personalmente los atendió y les trató con amabilidad, sin embargo, hasta un ciego notaría su particular interés y favorecimiento hacia Hipo. Desde la forma dulce en la que le preguntaba si quería una segunda ración para desayunar, hasta pedirle precisamente a él que le enseñara a hacerse amiga de los dragones.
"Creo que ella y su padre vinieron de visita a Berk una vez cuando era pequeño" fue la vaga respuesta que dio Hipo cuando Patán le preguntó de forma poco amable si acaso se conocían.
Para ese punto, Astrid ya tenía problemas para no mirar mal a esa chica. Naturalmente, no dijo ni una palabra, ni siquiera se volverían a ver después de ese día.
O eso creyó.
Nunca hubiera podido predecir que días después la joven princesa se aparecería en la Orilla de dragón con un dragón que ella mismo entrenó, solicitando unirse a ellos para aprender más sobre esas criaturas. Aparentemente en nombre de toda su tribu y con el permiso de su padre.
¿Quién en nombre de Thor podría rechazar la petición de una belleza amable como ella? Aparentemente ninguno de los chicos, y fue gracias a sus votos a favor que habían tenido que expandir la cabaña de invitados y ahora la tenían rondando por toda la isla.
El punto a favor era que ahora tenían una alianza asegurada con los Adrikson y podían contar con su ayuda en cualquier batalla futura, si embargo, no todos estaban felices.
Astrid no lo estaba.
—¿En algún momento la princesa se dignara en aparecer? —Protestó de brazos cruzados.
Se suponían que habían quedado de reunirse en la base para discutir asuntos importantes, pero claro, a la doncella parecía no importarle.
—Por primera vez, estoy de acuerdo con Astrid —Espetó Brutilda en un mal tono—. ¿Quién se cree para llegar a la hora que quiere?
Su gemelo la miró con horror.
—¿Estás de acuerdo con Astrid? ¿Quién eres y qué hiciste con Brutilda?
—Chicas, por favor —intervino Hipo gentilmente—. Denle algo de tiempo.
—Si, ¿qué son unos minutos tarde? —Agregó Patapez con una sonrisa y un encogimiento de hombros—. Patán casi siempre llega tarde a todas partes.
—Oye, a los Jogerson nos toma tiempo lucir así de bien —dijo el mencionado sin dejar de balancearse sobre una silla—. Además, si es una belleza como Hillary, no me molestaría esperar lo que fuera...
Tantas tonterías juntas, finalmente parecieron colmar el vaso de la paciencia de Brutilda.
—¡Ay, por favor! ¡Ni siquiera es tan bonita! —Expresó, señalando lo obvio—. Sólo es otra chica rubia y ustedes ya tienen a dos justo al frente.
—¿Dos? ¿Dónde está la o...? —Brutacio cerró la boca al caer de forma misteriosa de su silla.
—¿Eso que huelo son celos, Brutilda? —preguntó Patán con diversión.
—No estamos hablando del mal aliento de Brutacio, no te atrevas a cambiar de tema.
—De acuerdo, si quieres que empiece a enumerar las cualidades de Hillary lo haré, para empezar ella es hermosa y...
—¿Estas diciendo que nosotras no lo somos?
—Eh...
Quizás los cielos quisieron evitar que la vida de Patán terminara a tan corta edad o fue sólo casualidad, pero justo en ese momento llegó Hillary.
—Siento llegar tarde —fue lo primero que dijo al cruzar la entrada—, le respondía una carta a mi padre. Espero que no hayan empezado sin mi.
Astrid sintió el repentino impulso de practicar su puntería con el hacha. Sin embargo, nuevamente mantuvo sus malos pensamientos solo para ella, a diferencia de Brutilda quien abiertamente revoloteó los ojos por quinta vez en el día.
Fue así como empezó la reunión, una de muchas pero la primera en la que una extraña -no tan extraña- como Hillary estaba involucrada. Hipo lideró la conversación con paciencia como sólo él sabía hacerlo, Patán y Patapez se turnaron para dedicarle cumplidos a la recién llegada cada que se diera la oportunidad y Brutacio se burló de las malas caras de su hermana.
De ese modo, lo que debía ser discutido fue discutido y lo que debía de hablarse se habló.
Una vez concluido todo, los jinetes se fueron retirando uno a uno del salón, siendo acompañados por sus respectivos dragones y regresaron a sus propias actividades individuales. Quizás fueron ideas de Astrid, pero tuvo la fuerte sensación de que la sonrisa de despedida que Hillary les dio a Brutilda y a ella, fue más bien una sarcástica.
—Yo en serio no soporto a esa chiquilla —murmuró Brutilda, teniendo probablemente los mismos pensamientos sombríos que Astrid.
—Sólo ignórala. No es para tanto.
—¿No lo es, Astrid? ¿En serio no lo es? —Le cuestionó Brutilda mirándola con desaprobación—. Los chicos no hace más que ignorarnos desde que ella apareció, incluso Hipo luce encantado por su suave cabello.
Astrid frunció el ceño.
—Eso no es cierto, Hillary no es para nada su tipo.
—¿Y como estás tan segura? —Brutilda desvío su mirada y señaló con su dedo—. Eso se ve sospechoso.
Siguiendo la dirección en la que apuntaba, Astrid supo a lo que se refería. Fuera de la base, Hipo se había detenido casualmente a ajustar la prótesis de su Furia Nocturna y de forma aún más casual, Hillary desvió su propio camino y se arrodilló a su lado. Fuera lo que fuera que Hillary le comentó, le sacó una sonrisa a Hipo y profundizó el ceño fruncido de Astrid.
—Sólo están hablando —insistió de todas formas—. No significa nada.
—Si por "charlar" te refieres a "coquetear" entonces...
—Brutilda —Astrid la miró con una sonrisa algo extraña—. ¿No tienes que ir al campo de tiro?
—Creo que verte negar lo obvio es más divertido que ver el trasero de mi hermano en llamas.
—No sé de que hablas.
—¿No? ¿Por qué no echas un segundo vistazo?
No es que Astrid quisiera seguirle el juego a Brutilda pero cuando esta lo mencionó, sus ojos inconscientemente se movieron hacia esa dirección. Allá afuera la prótesis de Chimuelo ya no era un problema y justo cuando Hipo pretendía querer seguir su propio camino, Hillary lo detuvo y empezó a pasear sus dedos por su pecho, con un repentino interés en el material de su armadura.
Astrid se quedó boquiabierta. Brutilda parecía satisfecha con esa reacción.
—Si, eso pensé.
De esa forma, abandonó el salón. No sin antes pasar al lado de Hillary y apuntar con su dedo amenazante.
—Te estaré vigilando, bonita —fueron las palabras que le dedicó antes de irse.
Si Hillary entendió a lo que se refería, no lo demostró. Hipo tampoco intentó ofrecer una disculpa en nombre de su amiga, sólo concluyó el tema con una broma al respecto y se despidió de Hillary, aprovechando la interrupción para poder escapar.
En algún momento, los ojos de Hipo cayeron sobre Astrid.
Hipo había entrado al salón con las colas de reemplazo de Chimuelo y su diseño de alas de dragón.
—Astrid, sigues aquí —Le dio una sonrisa aún más cálida de la que le dio a Hillary—. ¿Me ayudas con esto?
Señaló con su barbilla las colas de reemplazo de Chimuelo que cargaba, las había apilado todas en sus brazos pero sería un trabajo difícil llevarlas todas por su cuenta hasta su propia cabaña. Astrid tardó un momento pero sonrió.
—Ah si, claro.
Se apresuró a llegar hasta él y entre los dos compartieron la carga. Hombro con hombro, empezaron a caminar uno al lado del otro, el Furia Nocturna los seguía de cerca a paso perezoso. Astrid fue la primera en abrir la boca.
—Así que...—le dio un vistazo corto—. ¿De qué estaban hablando tu y Hillary?
Hipo sonrió, sin quitar su vista del frente.
—Oh, hablábamos del diseño del dragón volador —respondió con simpleza—. Hillary me dio algunos consejos de como mejorar el prototipo.
—¿Ah? ¿Y desde cuando Hillary sabe algo de mano de obra?
—Lo sorprendente es que sus ideas son buenas.
—Hey, yo también puedo darte buenas ideas para tus inventos.
—Oh, ¿cómo la de esta mañana? —Cuestionó con ligera burla.
—¡Lo de implementar alas plegables a tu traje es una buena idea! —Aseguró en un tono ofendido—. Lo difícil será que no parezcas un lunático como Balter el desafortunado.
—Ehh, me refería a tu sugerencia de atar a Patán y usarlo como ancla —La miró con una sonrisa—, pero oye, lo de el traje multiusos es una buena idea.
—También lo de usar a Patán como ancla.
—Como líder, estoy obligado a rechazar esa idea.
—Tú eres quien dice que no hay malas ideas.
—Los gemelos son la prueba de las hay.
—Ni los menciones —Astrid soltó un suspiro—. ¿Sabes cuantas veces apagué fuego causado por ellos en sólo esta mañana?
—¿Es por eso que luces tan estresada? —Debido a que Astrid lo miró sin entender, Hipo continuó—: Ya sabes, tu cara, esa que pones cuando quieres practicar tiro al blanco con la cabeza de alguien.
Astrid sonrió.
—¿Fui tan obvia?
—Quizás no para los demás pero si para mi —afirmó con una sonrisa llena de complicidad—. Además, te vi darle miradas a tu hacha.
—¿Qué? ¡No lo hice!
—Lo hiciste —Hipo se detuvo delante de la cabaña y volteó a verla—. Así que...¿hay algo más que te esté molestando además de los gemelos intentando batir el récord de más arboles quemados?
Astrid se detuvo frente a él, observó la cabaña a su lado y luego lo miró a él de nuevo. Era extraño, pero una caminata corta cargando un montón de partes de metal hizo que su humor mejorara de una forma casi milagrosa, y ya estando de tan buen ánimo, de repente sentía que no quería arruinarlo.
Así que mintió.
—No, en absoluto —después de esa respuesta tan simple, dio varios pasos hacia el interior de la cabaña—. ¿Dónde pongo todo esto? ¿En el lugar de siempre o...?
—Sobre la mesa está bien —Hipo le hizo un gesto a su dragón—. Después de ti, amigo.
A veces, mentir era más fácil que explicar la verdad.
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