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Falling

Edwina P.V

Los días pasaron después de aquella noche, y Edwina notó que Anthony la ignoraba por completo. Dolía un poco porque todo parecía haber estado bien, pero en un solo momento, todo se hizo pedazos. A medida que se acercaba la boda, Kate estaba decaída, pero Edwina no encontraba el momento adecuado para hablar con ella. Siempre parecía huir cuando la veía.

La noche previa a la boda, la reina organizó un baile en su honor. Todos parecían felices, excepto Edwina, quien se sentía vacía y triste. Su madre sonreía y era feliz, Daphne la miraba con desprecio, y los demás Bridgerton la observaban con pena y compasión.

Anthony se acercó a ella con una sonrisa, pero Edwina no pudo corresponderla. Quería sonreír, pero su corazón no podía. Estaba herida y desgarrada por dentro. Se sentía tan vulnerable como nunca antes.

—Edwina —dijo Anthony con voz suave, pero ella no respondió. Se sintió abrumada por sus propios sentimientos y necesitó alejarse.

—Vizconde Bridgerton... Si me disculpas, debo irme —murmuró antes de retirarse.

Anthony trató de detenerla, pero ella se alejó rápidamente y se encontró en la oscuridad de la noche. Respiró el aire frío y sintió su cuerpo temblar por la falta de contacto. Quería llorar y se preguntaba por qué la vida tenía que ser tan difícil.

Sabía que Anthony no la amaba. Se casaba con ella por deber, y al principio lo había aceptado. Pero ahora su corazón anhelaba más que eso. Recordar aquel beso, sus labios suaves sobre los suyos, solo hacía que su corazón se rompiera un poco más. Se sentía agotada y se preguntaba cuánto más tenía que soportar por el deber.

Edwina sabía que, si su padre estuviera vivo, él se aseguraría de que ella encontrara a alguien que la amara de verdad. Su madre también quería lo mismo. Pero todas entendían que ella tenía que casarse por deber para mantener a su familia. Kate podría decir que debería casarse por amor, pero la realidad era que su familia quedaría en la ruina si no cumplía con sus obligaciones. Tenía que ser fuerte por su hermana, su madre y ella misma, aunque solo quisiera esconderse bajo las mantas como lo hacía cuando era niña.

Entró por la puerta trasera y trató de forjar una sonrisa en su rostro mientras se dirigía a la cocina en busca de un vaso de agua. No quería beber, al menos no hoy. Estaba a punto de girar el pomo de la puerta cuando escuchó las voces de Anthony y Daphne. Sabía de qué estaban hablando por la voz enojada y chillona de Daphne. Se compadeció de Anthony y quiso ayudarlo. Después de todo, él le había dicho que nunca la amaría, que se casaba por deber. Pero su mano se quedó congelada en la puerta mientras escuchaba los gritos de Daphne.

Anthony no puedes casarte, no la amas... Te vi besarte con Kate, amas a Kate... Las palabras de Daphne resonaron en la mente de Edwina como un trueno. Se quedó quieta, su alma pareció abandonar su cuerpo por un momento. No sintió nada durante varios segundos, como si le hubieran arrancado el corazón y lo hubieran aplastado. Sus oídos dejaron de escuchar, y no se dio cuenta de que había caído al suelo, temblando y temblando. Su respiración se volvió entrecortada a medida que los recuerdos de los momentos que compartió con Anthony pasaban como una película en su mente.

Los momentos juntos, los gestos cariñosos, las palabras dulces... Todo parecía tan real y al mismo tiempo tan irreal. Su mente parecía haber abierto un recuerdo en el que Anthony se alejaba con Kate, y ella había pensado que era solo para hablar. Qué tonta había sido. Recordó la expresión de tristeza en el rostro de Kate, las miradas de pena de los Bridgerton y la mirada de odio de Daphne. Todo comenzó a encajar dolorosamente.

Sintió que no podía respirar, y los sollozos se hicieron más fuertes con el paso de los minutos. Los recuerdos de su tiempo juntos se mezclaron con el dolor actual, y no pudo evitar sentirse abrumada. Las manos de Kate intentaron consolarla, pero ella solo negaba con la cabeza. Sus uñas se clavaron en sus manos, causándole más dolor, pero necesitaba sentir algo que no fuera el devastador dolor emocional que la estaba consumiendo.

Finalmente, se puso de pie y se alejó de las manos de Kate, como si el contacto físico solo empeorara las cosas. Apenas podía mirar a su hermana, a quien veía como si fuera un fantasma. Sus palabras salieron entrecortadas.

—Es... ¿Es verdad? —preguntó con voz quebrada. Necesitaba la verdad, aunque temía escucharla.

Kate titubeó, tratando de encontrar las palabras adecuadas para responder, pero finalmente admitió su culpa con su silencio. Edwina lo entendió y lágrimas no derramadas cayeron por su rostro. Se alejó de su hermana y no pudo evitar que la ira y el dolor se reflejaran en su mirada.

—¿Lo amas, Kate? —preguntó con voz frágil, pero sus ojos reflejaban una tormenta de emociones. Su hermana no respondió con palabras, pero su silencio fue una respuesta suficiente. Edwina sintió que su mundo se desmoronaba a su alrededor mientras las lágrimas seguían fluyendo sin control. La puerta se abrió en ese momento, pero Edwina no miró hacia Anthony. Estaba demasiado absorta en la traición de su hermana y en el profundo dolor que la invadía.

—¿Qué demonios le hiciste? —Anthony la sujetó con fuerza, y su voz llena de enojo sacó a Edwina de su trance. Ella lo empujó con fuerza, incapaz de soportar su mirada.

—¡No me toques, Anthony! —exclamó, sintiendo la furia brotar en su interior—. Yo... solo te pedí una cosa, solo una, y realmente no te importó. Si la amabas a ella, ¿por qué no lo dijiste desde el principio? Me utilizaste, joder, solo jugaste conmigo...

Las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas mientras hablaba, y su voz temblaba de emoción y angustia. Se sentía traicionada y herida por la persona a la que había llegado a amar.

—Y lo peor es que lo sabías. Sabías que ibas a destrozarme, y lo hiciste... Adiós, Anthony —dijo, tratando de sonreír, aunque fue en vano. Su corazón estaba hecho pedazos, pero sabía que debía alejarse de él.

Edwina se dio la vuelta y se marchó, con las lágrimas en los ojos y el corazón roto, pero con la determinación de seguir adelante. Sabía que tenía que hacerlo, por su propio bienestar y por el de su familia.

Anthony P.V

Ver llorar a Edwina, su pequeño rayo de luz, era una experiencia dolorosa. Saber que su llanto era a causa de sus acciones lo hacía sentir como un monstruo. La verdad ya estaba al descubierto, y él se sentía abrumado por la culpa. Ese beso del que hablaba Daphne había ocurrido mucho antes de que conociera a Edwina, y él nunca había sentido nada por Kate, ni siquiera había sido un beso importante para él. Debería haber dicho la verdad desde un principio, pero ahora era demasiado tarde.

Se sintió como la peor persona del mundo por haber lastimado a su prometida de esa manera. La razón por la que se había alejado de ella en las últimas semanas era bastante simple: su hermana Daphne quería que ella supiera del beso que él le había dado a Kate. Él no quería que Edwina se enterara de eso porque sabía que ella lo dejaría si lo hacía. Fue un cobarde al no enfrentar la verdad y proteger los sentimientos de su pequeña lavanda

Ahora se encontraba solo, desahogando su frustración y su dolor. No tenía idea de los sentimientos de Kate hacia él, ni podía imaginar lo que Edwina estaría sintiendo en ese momento.

—¿Eso era lo que querías, Daphne? —gritó Anthony, con rabia y dolor evidentes en su voz—. ¿Responde? ¿Eso era lo que querías? ¿Qué ganaste?

Daphne, sorprendida por la reacción de su hermano, respondió con voz apenada

—Lo siento, pero era por tu bien.

Anthony soltó una risa amarga y enojada.

—¿Mi bien? Daphne, no me conoces. Edwina devolvió la luz a mi vida. ¿Crees que es fácil cargar con toda una familia? No lo es, pero ella entendió y me ayudó. Pero ahora no la tengo, y es mi culpa, solo mi culpa.

Se retiró de la habitación, sintiendo el peso de su error sobre sus hombros. Sabía que Edwina necesitaba tiempo para sanar, y él estaba dispuesto a esperar el tiempo que fuera necesario para que ella lo perdonara, si es que alguna vez lo hacía.

Edwina P.V

Edwina se alejó de todos, necesitaba tiempo para pensar. Pidió permiso para hablar con su alteza, sabía que tenía que explicar que la boda no podía llevarse a cabo porque su prometido estaba enamorado de su hermana. Era una situación dolorosa, y su memoria parecía traicionarla al recordar todos los momentos en los que Kate y Anthony interactuaban. Recordaba cómo Anthony ayudaba a Kate y cómo se había alejado de ella en las últimas semanas. Se preguntaba cuánto tiempo había sido una tonta.

Hizo una reverencia ante su majestad y trató de mantener la compostura, aunque las lágrimas amenazaban con salir.

—Su majestad —dijo con voz temblorosa—, no puedo casarme. Lo lamento mucho, pero no puedo hacerlo con alguien que ama a mi hermana.

Finalmente, las lágrimas brotaron y Edwina rompió a llorar y gritar por la injusticia de todo. Sintió como si le arrancaran el corazón y lo estrujaran una y otra vez. Charlotte, la abrazó como si fuera su propia hija, consolándola en medio de su dolor.

—Necesita descansar, señorita Edwina —dijo Charlotte con compasión—. No habrá boda. No se preocupe, yo me encargaré de todo. Stephen, informa a su madre. Edwina se quedará conmigo.

La reina Charlotte quería proteger a la joven y ofrecerle refugio en medio de la tormenta emocional que estaba viviendo. La vida en la alta sociedad londinense del siglo XVIII podía ser cruel, pero también había espacio para la compasión y el apoyo. 

•••••

Con el paso de los días, Edwina se volvió una persona triste y melancólica. Regresar a casa se había convertido en un martirio, ya que no quería enfrentar a Kate y el constante recordatorio de su compromiso fallido. A pesar de que su hermana había escrito pidiendo disculpas por la forma en que se enteró, y la Reina Charlotte había fingido estar enferma para ayudar con las críticas de la alta sociedad, los comentarios seguían lastimándola profundamente. Desde la noche en que Anthony la había abandonado, no sabía nada de él, y no sabía si eso era bueno o malo. Lo extrañaba, pero a veces recordaba que se había enamorado de un espejismo.

Caminar por las calles de la alta sociedad londinense se convirtió en un refugio para ella. En un día cualquiera, decidió entrar a una biblioteca grande y poco conocida. Mientras caminaba por los pasillos, vio a un hombre alto con ropa casual, pantalones y una camisa, sin el ridículo sombrero que usaba la mayoría de la sociedad. Este hombre estaba cantando apasionadamente a una joven que lo miraba como si fuera un dios. Eran la personificación del amor y su presencia llenaba la biblioteca de una atmósfera mágica. Los presentes sonreían mientras vivían su propio cuento de hadas, y Edwina se sentó en una de las sillas de atrás, sintiéndose absorbida por la escena.

A su lado, había un hombre alto vestido de manera formal, fumando un cigarrillo. Tenía una mirada gris y apagada, pero continuaba observando.

El hombre que cantaba se dirigió a la joven:

—Oh, mi amor, cariño... He esperado tanto por tu toque, tanto tiempo, y el tiempo pasa tan lento. Yo no puedo hacer mucho, querida, ¿aún eres mía? Yo necesito tu amor, necesito tu amor... Te extraño.

El hombre de ojos verdes sonrió y besó a la joven rulosa, creando una imagen de amor apasionado que Edwina anhelaba en su propia vida. Pensó que encontraría ese tipo de amor con Anthony, pero se dio cuenta de cuánto se equivocaba.

Entonces, la joven llamada Perla habló:

—Theo, ven aquí...

El hombre junto a Edwina se levantó y Perla continuó:

—¿Quién es esta bella dama? Soy Perla, y este es Nott.

Theo, el hombre de ojos grises, pareció incómodo y deseó marcharse.

—Vámonos ya, no la conozco.

Perla trató de tranquilizarlo:

—No seas un gruñón, Theo. Discúlpalo, es mi hermano aquí. Este es Edward, mi esposo.

Edward se acercó a Edwina y la saludó amablemente:

—Cariño, ¿por qué demoran tanto? ¡Ah, buenos días, my lady!

Edwina se sintió un poco abrumada por la atención, pero respondió cortésmente:

—No se preocupen por mí --Edwina interrumpió la conversación con su voz serena pero firme. 

Perla, la joven rulosa, insistió en que Edwina se uniera a su grupo para ponerlos al día sobre la alta sociedad, ya que habían estado fuera de la temporada social durante un tiempo.

—No creo ser de buena ayuda —dijo Edwina con modestia, consciente de que su reputación no estaba en su mejor momento, especialmente después de haber dejado la fiesta abruptamente.

Perla no se rindió y continuó insistiendo. Finalmente, el esposo de la señorita intervino para disculparse antes de llevar a su esposa a un lado 

El hermano de Edwina se disculpó por la insistencia de Perla, y ella agradeció el gesto.

—No hay problema, ella es bastante persuasiva —respondió Edwina con una sonrisa.

Luego, el hombre preguntó si Lady Danbury seguía viva, y Edwina simplemente asintio

••••

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