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OCHO


   McCarthy llegó en cuestión de dos minutos a su destino a través de los sinuosos pasillos de la comisaría. Los dos holgazanes que se suponía que trabajaban para él aún no habían llegado. Esta era una buena excusa para despedirlos de una vez, pero luego los jefes pedirían explicaciones de por qué había despedido a sus amigos enchufados.
    Al pasar la puerta de metal de su despacho vio nada más al comisario Tucker, medio calvo y con una barriga que se le escapaba por la camisa, sentado en su silla con los pies puestos en la mesa, y a una chica rubia, de unos 20 años más o menos le pareció, sentada sobre su mesa. Se fijó en sus ojos, tenían un color muy claro, casi translúcido y brillante. Luego se fijó en el hombre de la silla. ¿Es posible que quisiera despedirle? El comisario al verle entrar se levantó y le tendió la mano al capitán.
    —Qué pronto has venido McCarthy, bien. Quiero que me hagas un favor.
    McCarthy se volvió a fijar en la chica, el pelo era muy largo y un poco ondulado. Le pareció bastante atractiva.
    A ver ¿Qué quiere que haga? Estaba casi seguro que tenía que ver con la chica, no era su secretaria porque a ella conocía desde hacía varios años.
    —Esta es mi hija, Marlene, está estudiando psiquiatría, en el cuarto año y necesita hacer su tesis para el doctorado.
   McCarthy ya lo fue relacionando todo.
   —El cuerpo qué habéis encontrado esta mañana ha causado furor en poco tiempo. En cinco horas ya casi media ciudad sabe esto, y cada persona da a saber su hipótesis, en internet se va a hacer viral. El caso es que todo el mundo, incluido yo, pensamos que es un loco —enseño las dos manos como cuando se enseña la mano en una partida de póker— He aquí la psiquiatra. Tiene que hacer la tesis y la he convencido de hacerlo de este tema.
   McCarthy levantó la ceja esperando la petición. Tucker prosiguió:
   —Quiero que te acompañe mientras tú y tu equipo investigáis el caso. Quien mejor que tú para hacer esta misión privilegiada.
   ¿Privilegiada? Una mierda, era un marrón tener a más gente en medio de una investigación. McCarthy miró a ambos y pensó que el comisario Tucker era quien pagaba su sueldo y podía ponerle de patitas en la calle.
   —Vale ¿Algo más?
   —Cuídala.
   Tucker se fue del despacho satisfecho, se había desechó de un problema menos.
    McCarthy se giró hacia la chica. No se parecía ni por asomo al gordinflón de su padre.     — ¿Vamos?
    —Venga.

  
  Llegaron hasta el coche donde estaban Masen y Edmond, que esperaban apoyados en el coche.
    —Hemos pensado en buscar el tipo del té, por si pudiera ser una pista —dijo Masen—. Hemos encontrado una tienda de tés exóticos, podríamos ir luego a ver si conseguimos saber la clase del té.
Dijo Masen buscando la dirección en el móvil, que aún no había visto ni a McCarthy ni a su acompañante.
   — ¿Quién es?-Preguntó Edmond a McCarthy, fue cuando Masen levantó la vista hacia Marlene y la miró de arriba a abajo rápidamente.
    —Marlene Tucker, soy hija del comisario —dijo adelantándose a McCarthy.
    Masen se quedó mirándola unos instantes mientras Edmond buscaba la dirección con el teléfono.
    McCarthy señaló a ambos con los dedos
   —Vosotros iréis a la tienda esa, mientras yo y Marlene vamos al bar donde estuvo Xavier Grimes la noche que lo asesinaron.
   McCarthy entró en el Mustang mientras veía a Masen y a Edmond irse andando. Marlene se tiró al asiento Antes solo eran Edmond y él (ya que los otros dos investigadores no aparecían), ya ahora tenía a dos personas más. Podría ser útil la opinión de una psiquiatra, pensó, cuando hay gente útil el trabajo se hace mucho más sencillo.


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