Amelia siempre tenía cuidado. Tenía cuidado de dónde pisaba, de qué vestía, qué decía y con quién se juntaba. Era cuidadosa porque le gustaba evitar los problemas. Pero cuando él llegó, ella supo que él significaría problemas.

Tal vez había sido su postura o su forma de hablar. Él parecía llevar consigo aquella actitud que demostraba que nada le importaba. A Amelia le gustó eso, por alguna razón que ni siquiera ella misma comprendió.

Cuando Amelia se encontró sola, él se acercó a su lado. No sonrió, solo habló.

—Hugo —se presentó.

Amelia sonrió cordialmente y se presentó de vuelta. Hablaron por unos minutos y Amelia sintió que su atracción hacia él creció. Dejó que él la invitara al café frente al edificio, a su apartamento y después a otros lugares que ella nunca antes había conocido.

Amelia era buena para evitar problemas. Excepto a él. Él era un problema que no deseaba evitar.

Pasados los días, ella comenzó a darse cuenta de que la actitud indiferente de Hugo no aplicaba solo a sí mismo, sino también a ella. No obstante, ella continuó ignorando y regresando. Fingió no ser afectada, porque cada nuevo lugar que él la llevaba a conocer era incluso mejor que el anterior. Hasta que dejó de serlo.

Un día Hugo pretendió no saber la razón de las lágrimas, pretendió no saber que eran sobre él, no saber que él era el problema.

Amelia sabía bien la razón de las lágrimas. Estaba llorando porque ella se había enamorado. Siempre había sido cuidadosa, excepto esta vez. Excepto con él. Amelia se había enamorado y quería creer que Hugo también. Pero no era ciega, no era tonta. Sabía que al principio ellos estaban tomados de la mano y una vez que las cosas comenzaron a avanzar, él dio un enorme paso atrás, soltando la mano de Amelia, olvidando que ella seguía caminando.

—Amelia —llamó Hugo.

Hablaron por horas. Amelia creía que aún podían hacer funcionar su relación. Hugo no deseaba averiguar si ella estaba en lo correcto. El último lugar al que Hugo llevó a Amelia fue el peor que ella había conocido. Aquel lugar obligó a Amelia a recordar por qué había sido cuidadosa desde siempre.

Amelia esa noche llegó a su apartamento, soltera. Sola.

Dejó caer el juego de llaves de su mano. Momentos después, se dejó caer a sí misma.

El piso estaba duro. Frío. A Amelia no le gustaba el piso, pero Hugo la había llevado ahí. Amelia se sentía vacía, avergonzada. Siempre había tenido cuidado, excepto con él. Había sido culpa de Amelia, haberse permitido no tener cuidado. Era su problema, su culpa.

Se quedó acostada en el piso por horas. Días. Semanas. Meses. ¿Años?

Hasta que cayó en cuenta de algo.

Hugo había estado perdido desde antes que Amelia intentara encontrarlo. Amelia sabía perfectamente dónde se encontraba ella, pero había desviado su camino, en busca del lugar de Hugo. Y el lugar de Hugo estaba perdido. Él se había ido desde antes que Amelia lo tomara de la mano.

Hugo nunca tuvo la capacidad de amarla. Nunca la había amado. Ni a Amelia, ni a todas las Amelias anteriores. Él nunca había amado a nadie.

El pensamiento la entristeció por exactamente seis segundos. Pobre Hugo.

Los siguientes cuarenta segundos Amelia rio incontrolablemente. No sabía cuál había sido el chiste, pero sabía que se trataba de ella. Ella había sabido que él era un problema y aún así tomó el riesgo.

Por primera vez, ella había tomado un riesgo. Había olvidado ver por dónde pisar. Se había sentido bien al hacerlo. Había sido un error, pero estaba bien. Todo problema tiene solución.

Amelia estaría bien. Ahora ya sabía lo que era un problema. Sabía que no deseaba repetirlo, odiaba el piso frío.

Rio una vez más y se puso de pie. Se había alejado demasiado de su lugar, persiguiendo y arrastrando a Hugo, pero ella no necesitaba encontrarlo de nuevo. Podría encontrar uno más cercano. Aquel piso frío solo era una descuidada estación de autobús. Estaba ansiosa por salir de ahí.

*Amelia será un personaje recurrente entre historias.